Se me ocurrió esta idea a partir de que este cuatrimestre en la universidad comencé derecho de familia y estamos analizando el matrimonio desde del punto de vista antiguo y moderno. Eso me hizo pensar en el tema de los matrimonios arreglados y como antes era una modalidad tan habitual. Básicamente te casabas con desconocido y tenias que aprender a quererlo desde cero. Bueno, eso es más o menos lo que voy a intentar plasmar en esta historia. Mi idea es situarla antes de que las mujeres pudiesen votar, alrededor de los años 30. Intentare hacerlo lo más realista posible a una sociedad mágica inglesa de esa época, aunque muchas veces me voy a basar en la sociedad de mi país, para mas comodidad a la hora de escribir. En fin, me pareció una idea muy interesante de aplicar en una historia así que aquí esta el primer capitulo. Espero que llame su atención.

Capitulo 1

Si había un día que nunca iba a olvidar en su vida era el día en que le dijeron que estaba comprometida. Todavía recordaba hasta los menores detalles. La manecilla del reloj dando las nueves, la mesa servida para el desayuno, el ruido de los autos que se colaba por la ventana. Incluso podía recordar los rostros de sus padres y hermanos cuando le dieron la noticia. Expectantes, ansiosos, intrigados. Después de todo, ella era la menor de siete hermanos y la única que aún no estaba casada. Hasta recordaba cómo después de eso la comida se le había vuelto cenizas en la boca pero había callado y controlado su mal genio. Por unos cinco minutos más o menos. Después de eso había gritado, pataleado, huido al parque durante horas sin que ninguno fuese a buscarlo. Recordaba haber pensado muchas veces que no era justo, que no quería eso, que no estaba lista, y otro montón de cosas inútiles. Recordaba haber vuelto a su casa de noche y que sus hermanos habían salido a buscarla cuando empezó a nevar. No se había dado cuenta pero en su cabello habían caído varios copos de nieve. Era la primera nevada del año y por lo que se comentaba iba a ser un invierno muy largo y duro.

-¿Por qué? –era lo único que le importaba saber.

-Porque no voy a vivir para siempre y necesito a alguien que te cuide cuando muera.

Los ojos de su padre estaban llenos de remordimiento y culpa. Sin embargo no se echó para atrás ni una sola vez. Quiso gritarle que ella podía cuidarse sola, que ya lo había hecho montones de veces, que no necesitaba un hombre a su lado. Pero no hizo nada. Solo cuando dejo que la abrazase los demás volvieron a la normalidad. Ninguno la felicito y ella agradeció que así fuese. No le hubiera gustado tener que echarle un hechizo a uno de sus hermanos. Su madre había dejado bien en claro que todos tenían que estar presentables antes de la boda de Ron.

Se mordió el labio. Ya habían pasado dos semanas desde aquel acontecimiento. El recuerdo aún no se iba de su mente y seguramente jamás lo haría. Se sentía tan vacía y perdida pero al mismo tiempo algo resignada. No era la primera ni la última chica a la cual le arreglaban un matrimonio. Sin embargo su crianza siempre le había permitido soñar con un poco más de aquello que estaba establecido. La habían dejado montar en escoba desde niña, usar ropa de niño de vez en cuando y hasta el poder tener y poder expresar sus propias opiniones y decisiones. Así es como se había hecho a la mar cuando tenía dieciocho años y la idea de un matrimonio se veía demasiado cercana en su futuro. Luego de que Ron y Hermione se pusieron oficialmente de novios, tanto su familia como la sociedad mágica de Londres, la miraba con nuevos ojos. Ojos casamenteros decía ella. Por eso había prácticamente huido hasta Rumania a ver a Charlie. El soltero de la familia, como solían decirle. Lo envidiaba, pensó mientras revolvía el te infinitamente. Él podía vivir su vida como quisiera mientras que ella tenía que encontrar un marido si quería ser aceptada por la sociedad.

Hermione daba vueltas sobre su vestido de novia mientras sonreía ampliamente. Se preguntó si algún día ser vería tan feliz como su amiga. Lo dudaba. Casarse era el sueño de muchas chicas. Pero muchas chicas eran idiotas. Si tan solo hubiera nacido hombre… solía tener ese pensamiento muchas veces al día. Se obligó a sonreír cuando Luna le pegó un codazo poco disimulado. Casi tiro el te sobre el hermoso mantel de la tienda de vestidos de novia. Nadie le prestó atención por suerte. Quiso decirle a su amiga rubia que la dejase ser miserable en paz. Bufo. No valía la pena. Todo el mundo decía que debía estar contenta por el partido que le había tocado, que era un buen chico, con una buena posición y una excelente familia. A ella no le importaba en lo más mínimo todo eso porque, si alguien la escuchase, sabría muy bien que ella simplemente no se quería casar. No tenía nada que ver con las costumbres, ni el chico, ni el amor, ni nada. Simplemente era eso. No quería casarse. Punto. Cubrió su pecoso rostro con sus manos pensando porque su familia la había vendido a un completo extraño como si fuese un piano o algo así.

-¿Puedes dejar de sentir pena por ti misma cinco minutos y ver lo feliz que esta Hermione? –Luna estaba harta de su comportamiento, obviamente.- Vamos Ginny, pronto será su día especial. Por lo menos sonríe por ella.

-No, no puedo.- y desde entonces Luna dejo de insistirle. O por lo menos así fue ese día.

Observó a la castaña. Charlaba animadamente con la costurera mientras le decía donde debía ajustarle un poco más el vestido o como debía ser el largo del velo o alguna de esas idioteces. A ella le daba lo mismo todo eso. Quizás por eso no la había elegido dama de honor (y nunca lo hacían) aunque fuese la hermana del novio. Todas las que estaban allí conocían su reputación, y sabían que preferirían estar montando un caballo al revés antes que estar en una prueba de vestido. Pero sus padres le habían suplicado que fuese y Ron le había dicho que era muy importante para Hermione así que allí estaba. Herms, como le decían cariñosamente, le caía bien y hasta tenían cierto tipo de amistad. Era una chica inteligente y siempre decía lo que pensaba. Eso a Ginny le gustaba. Aunque no sacaba el hecho de que era igual que todas las demás a la hora de las bodas. Femenina. Ginny a veces pensaba que cuando ella había nacido ya a sus padres no sabían cómo hacer una niña y le habían dado todas las virtudes de un niño. Cosa que se les daba bien porque ya habían tenido seis antes que ella. Era la única razón que se le ocurría por la cual nunca había sido buena cociendo, cantando, bailando, dibujando o tocando el piano. Ni hablar de poesía.

El frio que hacia afuera era insoportable. Aun podía sentirlo a través de los guantes de piel gastados que llevaba. Dio un par de pasos hasta un almacén y compro un paquete de cigarros. Siempre que sucumbía al estrés, también sucumbía a los cigarros. Había tomado ese maldito vicio en su viaje y ahora no podía sacárselo. No estaba bien vestido que los jóvenes fumasen. Tan hombres como mujeres. Sonrió. Por lo menos en eso eran iguales. Los muggles iban y venían y ella los observaba pasar. Le hubiera gustado aprender a manejar uno de esos autos. Era una de las pocas muggles que le llamaban la atención. Bueno, eso y la televisión. El entretenimiento de los no magos era muy interesante y ella era muy curiosa. Se preguntó si su futuro esposo sería muy conservador. Depresión. Como odiaba pensar en ello. Se sintió una tonta cuando se le aguaron los ojos. No había llorado antes y no iba a llorar ahora. Además, hacia demasiado frio para eso. Le dio una última pitada a su cigarro antes de tirarlo a la nieve. Ojala mis problemas se derritiesen como la nieve, pensó. Pero el invierno iba a ser largo. Todos los sabían.

Luna la regaño con la mirada cuando volvió a entrar. Rodó los ojos. Tanto escándalo por una boda la estaba matando. Solo tardaron unos minutos más en irse del lugar. Le dio gracias a Merlín y todos los fundadores de Hogwarts por eso. Las amigas de Hermione se fueron y solo quedaron las tres chicas. Escucho algo así como una fiesta de té en la casa de Luna y estuvo a punto de ocultarse detrás de un árbol para desaparecer hasta su casa. El brazo de su amiga fue más rápido y antes de que pudiese protestar ya estaban en la casa de la Lovegood. O mejor dicho, de la Potter. Luna ya llevaba casi cinco meses casada con Harry. Podía recordar que lo primero que la recibió cuando piso Londres luego de dos años fue esa noticia. Fue fuerte, tuvo que admitirlo. Le había gustado Harry de niñas y todos en su familia habían querido que se casase con ella. Menos mal que no. Hubiera sido una terrible esposa. Luna por lo menos lo amaba. O por lo menos le había dicho a Ginny que lo intentaba. Le había dicho que había aceptado su propuesta sin pensarlo mucho. Él siempre había sido bueno con ella y hasta se podía decir que eran amigos. En esos momentos la pelirroja había pensado que si alguna vez se casaba tendría que haber algo más que amistad con su futuro esposo. Le hubiera gustado pasión. El destino se debía de estar riendo mucho en esos momentos. Ni siquiera conocía al maldito bastardo.

-¿Tuvieron suerte con el vestido? –Harry no había cambiado mucho con los años. Seguía siendo torpe hasta para servir el té.

-Estará listo para la boda.- la castaña rechazaba la leche. Prefería el té solo.- Siento que el tiempo paso demasiado rápido. No puedo creer que vaya a casarme en una semana.

-Ni yo.- todos la miraron.- es decir, bueno, aún no puedo creer que vayas a casarte con mi hermano.- decidió concentrarse en el té y en la torta que tenía enfrente. Su mal humor se le había escapado.

Dejo que los otros se entretuviesen hablando de la boda. Se mordió el labio de nuevo. No quería contagiar todo con su mal humor pero era tan difícil. Pensar que hacia una semana atrás había estado en Singapur zarpando para ver a su familia y asistir a la boda de su hermano, y ahora estaba comprometida. Se había imaginado mil formas de escapar del compromiso pero todas requerían dinero que no tenía. Había viajado conforme el día a día, de forma austera y fraccionando cada centavo. Aún con su varita en mano, el mundo era peligroso y se movía con dinero. Sin embargo lo daría todo por volver atrás. Ya estaba todo dicho. Se casaría en el verano, si todo salía bien por supuesto. Había preguntado a sus padres cuando conocería a su prometido (puaj, la palabra aún le sabía muy mal) y ellos habían respondido que tendría que esperar hasta la boda ya que el joven se encontraba en España, por un viaje de negocios o algo así. Ojala nunca volviese.

-Ginny, ven.- dio un último bocado al postre de chocolate y se acercó a su rubia amiga.

Se dirigieron al estudio. Luna cerró las puertas detrás de ella y se quedó un momento callada con una expresión rara en el rostro y un dedo sobre la mejilla. Conocía a Luna de toda la vida y sabía que esa mueca solo significaba una cosa. Le estaba por dar un gran y enorme sermón. Se dejó caer en la silla y jugueteo un poco con su cabello. Odiaba llevarlo recogido. Su madre había insistido que era la última moda. Tenía que dejar de hacerle caso a su madre. Cuando menos se diese cuenta ya tendría cinco hijos y más criados de los que pudiese soportar. Se imaginó en una casa en el campo con niños cubiertos de barro, jugando con cerdos y su esposo leyendo el profeta en ropa interior mientras ella engordaba comiendo tortas de chocolate. Se horrorizó. La risa de Luna la trajo a la realidad.

-Si no dejas de pensar tantas fantasías tontas te van a salir canas.

-Ojala. –Estaba acostumbrada a que su amiga le leyese la mente.- Así por lo menos no tendría que casarme.

-No es tan terrible Ginny.- no la miro.- Quien sabe, quizás hasta te termine gustando. Todo el mundo dice que es muy atractivo. Quizás hasta te…

-No lo digas.

-Hasta te enamores.- y lo dijo.

Para cuando termino de saltar y berrinchar como niña pequeña, se dejó caer al lado de Luna mientras hundía la cara en su regazo. Había gritado que no quería casarse hasta el cansancio pero en esos momentos sintió el verdadero peso de sus palabras, de sus emociones. Estaba tan cansada. Su amiga lo sabía y no decía nada. Sus manos le acariciaban el cabello con la dulzura de una madre. Eso la hizo sobresaltarse. Por Merlín, ¿acaso Luna estaba…?

-Si.- sintió una roca en el estómago.- Voy a tener un bebe.

Por más de lo aceptable Ginny se quedó ahí. Con la cabeza apoyada en el regazo de Luna y los ojos bien abiertos. No sabía porque estar más loca. Si por el hecho que su amiga iba a ser madre o porque le había leído la mente. Se enderezó como pudo y siguió observándola. El mundo estaba muy extraño. ¿Ya había llegado la época en que todas se casaban y tenían hijos? ¿Dónde habían quedado los veranos en el campo, los juegos de niñas y las noches en vela escuchando la radio canciones que sus padres les prohibían? Ahora no sabía si reír o llorar. Prefirió lo primero. Ya lloraría bastante cuando se casase. Era el momento de Luna y el momento de Hermione también. Una se casaba y la otra traía una vida al mundo. Abrazó a su amiga y ambas rieron a más no poder. Por primera vez desde la noticia del compromiso, Ginny sonrió.

Odiaba la impuntualidad. Y más que nada odiaba cuando su madre tardaba demasiado en estar lista para un evento. La esperaba en la puerta de su habitación desde hacía ya casi treinta minutos y la había visto probarse alrededor de una docena de vestidos. Su padre le había dejado la "hermosa" tarea de ayudar a su madre a elegir un vestido. Ya le había dicho que se pusiese el rojo como mil veces pero ella seguía insistiendo que era poca cosa para una boda. Todo eso le parecía ridículo. El vestido, su madre, la boda y el maldito compromiso. Solo había aceptado en casarse porque se lo había prometido. Su madre no estaba muy bien de salud y le había repetido hasta el cansancio que quería verlo casado y con nietos corriendo por la mansión antes de dejar ese mundo. Siempre le había parecido que exageraba. Solo cuando el doctor apareció en su casa una madrugada estuvo obligado a prometérselo. Y él siempre cumplía sus promesas. De eso ya debían de ser unos tres meses. Cuando habían hablado con la familia en cuestión y ellos habían aceptado, dudosos. Les hubiera gustado gritarles que debían de estar agradecidos que alguien de su posición social quisiera casarse con su hija pero se abstuvo de eso. No tenía idea que había pasado por la cabeza de Narcisa Malfoy cuando le dijo que esa era la chica para él. A Draco le había parecido que era justamente esa chica el tipo de chica con el que nunca se casaría. Pero sin embargo el anillo que tenía en el bolsillo decía otra cosa.

La vida era injusta. Le habría gustado enamorarse de su futura esposa. Si, era un romántico pero antes que le lanzasen un crucio antes de decirlo en voz alta. Estaba a punto de perder su paciencia cuando su madre salió de la habitación en vuelta en vestido color verde oscuro y un sombrero gris como sus zapatos. Estaba radiante. Se acomodó el cabello hacia atrás por milésima vez esa noche y ambos entraron en el auto. Su padre ya estaba allí. Le dio un beso a su mujer y le susurró un "bellísima" al oído. Se preguntó si algún día tendría un matrimonio como ellos. Se dijo que no. La chica que había aceptado su madre era nada más que un desastre para él. Pobre, desaliñada y para nada una dama. O por lo menos eso era lo que le habían dicho ya que, claro, él nunca la había visto. No había tenido la oportunidad de conocerla ya que cuando fue a pedir su mano sus padres le dijeron que llevaba ya casi dos años fuera de casa, en un viaje por Asia.

Todavía recordaba cómo había estado a punto de matarlos a todos. Le habían hecho tanto lio por esa chica para que ni siquiera estuviese en el país. Ese compromiso no tenía ni pies ni cabeza. Bueno, quizás ella nunca aparecería y él podría elegir a una chica que de verdad le interesase. Tenía un par de planes b por si ese fallaba. Aunque sabía que su madre no aprobaba ni la mitad de las chicas que él había propuesto. No había dicho mucho a eso. Se casaba por ella así que ella eligiese. Le daba lo mismo ahora. Solo quería hacerla feliz y si eso significaba tener una tonta chica a su lado en eventos sociales y engendrar un par de herederos Malfoy, que así fuese. Siempre tenía abierta la puerta de atrás para dejar entrar alguna amante. Después de todo, el suyo no sería el primer matrimonio sin amor del mundo, ni mucho menos el último. Tocó la caja que tenía dentro del saco y la apretó furioso. Por lo menos si la hubiese conocido… Por lo que sabía podía ser tanto una veela como una horrible sirena de agua dulce. Y el que todo el mundo le dijese que no le veía material de esposa no mejoraba para nada las expectativas. Había intentado convencer a su madre de que no era la indicada pero cuando se le metía algo en la cabeza era difícil sacárselo, por no decir imposible. Menos aun si contaba con el apoyo de su padre. Eso si había sido desconcertante. Por lo que sabía tanto su padre como el de ella se odiaban. Sin embargo habían comprometido a sus hijos a casarse. Suspiro. Ya tendría tiempo para averiguarlo, pensó mientras salía al frio y se metía dentro del salón. La boda y la noche iban a ser muy largas.

Los eventos sociales se le daban naturalmente y lo sabía. Desde pequeño lo habían entrenado para ese tipo de situaciones y sabía ver más allá de las palabras de las personas. Conocía a cada uno de los personajes importantes que estaban allí esa noche y eso le daba una enorme ventaja por sobre la situación. Le encantaba tener el control. Saludo a un hombre del ministerio y mantuvo una corta conversación con él. Siempre mantenía una conversación, no importaba el rango de su interlocutor. No debía de ser muy corta ni muy larga. Debía ser inteligente y relacionada con el tema en cuestión que los había reunido. Luego iban las preguntas dirigidas a la familia y por ultimo sobre el interés que había en la otra persona. Esa finalidad que tenía cada conversación. Le habían enseñado que nada en la vida era gratis y que nadie hacia nada por que sí. Sus padres se hallaban a unos pasos de él pero podía escuchar como alababan el vestido de la novia y el elegante aspecto del novio. Oculto la risa detrás de una tos. Granger no había estado mal. Se veía muy bien y muy alegre, como toda novia en su día. Nada fuera de lo normal. El novio era el mismo tonto que había conocido en la escuela y que se desempeñaba como auror junto a su amigo cuatro ojos. Su rivalidad persistía en el tiempo pero menguada por sus diferente vínculos sociales y, más que nada, por el hecho de que no se veían la cara casi nunca.

-Potter, me entere de la buena noticia. Mis felicitaciones a ambos.- estrecharon manos y se separaron.

Lo bueno de Potter era que con él no tenía que fingir que no se odiaban. Todo el mundo lo sabía. Su sonrisa se ensanchó. Potter iba a ser padre y Draco no podía pensar en cuanto iba a sufrir ese cabrón. Si casarse ya era un suplicio, tener un hijo era una desgracia. Por supuesto, no lo diría en voz alta. Había cosas que se las guardaba para él. Dejo de saludar en cuanto se anunció que la cena estaba siendo servida. Un montón de cabezas coloradas pasaron delante de él. Se preguntó si serían parientes de su futura esposa. Por lo menos le gustaba la idea de tener hijos pelirrojos, y su madre estaba maravillada con la idea. Sería interesante para variar. Ocupo su lugar junto a sus padres y otros miembros de renombre. Por lo menos no se habían olvidado de quienes eran. Dentro del mundo mágico, los Malfoy eran una de las mejores familias, a la altura de los Black y los Potter. De niño se había imaginado casado con una de sus primas pero su madre se había puesto terminantemente a eso. A veces le daban ganas de decirle que si tantas ganas tenia de casarse que se casase ella. No le vendría mal tener la gran boda que habían merecido. Sus padres se habían casado por amor y ello había conllevado escaparse a la mitad de la noche, sobornar a un juez de paz y cargar con todas las consecuencias que vinieron después. Si les preguntaba si lo volverían hacer, ellos decían que si sin vacilar. Pero claro, una cosa había sido que ellos lo hiciesen y otra muy diferente hubiera sido que su hijo se escapase para casarse.

Estaban comiendo el postre cuando la vio. Pequeña, pelirroja y con un vestido color durazno que le quedaba muy bien. Ella estaba paseando por la sala mientras la música sonaba. Iba de la mano de Luna Potter y reían sobre Merlín sabía que cosa. Tuvo que tomarse un poco de vino para disimular. Había perdido por completo la compostura. Tenía el cabello color del fuego recogido sin gracia y casi nada de maquillaje en el rostro. Tal vez un poco de color en los labios le hubiera sentado bien. De vez en cuando lo miraba pero rápidamente apartaba la vista. Él no tenía disimulo en eso. Había querido verla por mucho tiempo y se iba a tomar su tiempo para observarla. Era bella. Pecosa pero bella.

-¿Y? ¿Qué te parece? –su madre se le había sentado al lado.

-Es linda.- reconoció.- Nada del otro mundo debo decir. ¿Hay alguna otra razón por la que debo casarme con ella además de que tu obviamente estas enamorada de ella? –su madre le pegó en el brazo cariñosamente mientras sonreía melodiosamente. Sonrió también.

-Tiene algo, una chispa.- Narciso podía ponerse infantil cuando quería.- Te gustará confía en mi.- lo abrazó e instó a ponerse de pie. Había llegado la hora.- Además es de sangre pura.

Importante pero no tanto. Había mejores familias que esa y ella lo sabía muy bien. En fin, parecía que tendría que conformarse con confiar en su madre. Se acercó a la chica. Todos los ojos estaban encima de ellos y lo sabía. Un poco le gustaba llamar la atención. El compromiso entre sus familias era conocido desde hacía tiempo. Tal vez la última en enterarse había sido ella. Bueno, ni que le importase. Él tampoco había tenido mucha opción. Ya estaba resignado y esperaba que ella también. Le gustaba la idea de una convivencia pacífica. La señora Potter la dejo sola a pesar de sus suplicas. Quiso reír pero se contuvo. No quería incomodarla delante de todo el mundo. Parecía una muñeca. Frágil y delicada. Noto que sus ojos eran marrones. Pensó que serían azules como los de cualquier pelirrojo. Quizás ella no fuera cualquier pelirroja.

-Señorita Weasley.

-Señor Malfoy.