Buenas! Acá les traigo un nuevo fic al cual me inspiré... no se, jugando con Irelia? Aun no se bien.
Tengo pensado subir cada semana, o eso es lo que voy a intentar... ¡Así que atentos!

Espero que les agrade!

Prólogo

Le resultaba irónico que fuera un día soleado. Jonia estaba envuelta de un misticismo tal que pocas cosas le sorprendían pero siempre había imaginado que cuando muriera el cielo haría un luto con nubes que taparían cualquier rayo de sol en todo Valoran. Mas, para su desgracia, el día era precioso. Lástima que la tierra le saludara con un espectáculo tan sanguinario y cruel.

Su cuerpo yacía en el suelo con una herida que atravesaba su pecho y terminaba a la altura de su muslo derecho, un gran y profundo corte diagonal que la había derribado y la había dejado fuera de combate. Había tratado de defenderse con la espada que había heredado de su padre, el gran Maestro Lito, pero la longitud de esta era tal que no podía hacer muchos movimientos y utilizaba demasiada fuerza sólo para levantarla.

Qué lástima… pensaba, mientras observaba el gran circulo solar encima suyo con nostalgia. Unas lágrimas abrasadoras cayeron de sus ojos, aunque sólo podía concentrarse en el dolor y en la sangre caliente que manaba de su cuerpo. Era tan caliente que le quemaba, ¡quemaba demasiado! Es de un material prácticamente indestructible y nunca pude empuñarla… decepcioné a papá y a Zelos… ¡Oh, Zelos! Si ahora llegaras con el ejército demaciano y nos salvaras… me salvaras.

A lo lejos escuchaba los gritos de furia y de dolor de los combatientes tanto noxianos como jonios que, inmersos en el fragor de la batalla, ignoraban las bombas químicas zaunitas que caían sobre el campo de batalla y que no discriminaban a la hora de acabar con seres vivos. Eran silenciosas y llevaban algunos minutos para reaccionar: provocaban una veloz erupción en la piel que devoraba cada célula de ésta, condenando a quien la respiró a una cruenta y dolorosa muerte.

El terreno de Jonia se bañaba en sangre. La invasión noxiana-zaunita había comenzado en el sur, precisamente en Navori y en la ciudad capital de la isla, y así fueron bordeardo y conquistando, unos pocos pueblos ofrecieron suficiente resistencia como para evitar los ataques, hasta tener acorralada la región de El Placidium. Después dominarían a los otros que quedaban. Sabían que aquel era el lugar donde fueron llevados a resguardo a los sabios, los ancianos representantes de cada provincia; además era el templo más grande y más importante de toda Jonia: era el mayor foco de guerreros y combatientes que poseía Jonia, por eso habían adoptado la medida de acorralarlos y acabarlos con fuerza bruta y toxinas a pesar de que sufrieran bajas de sus propios ejércitos.

Y ahí estaba, herida en el medio del combate y con una espada demasiado poderosa para alguien como ella. Si tan sólo el Maestro Lito estuviera allí… sólo con su presencia inspiraba al más débil e intimidaba al enemigo, sin contar con sus increíbles habilidades en combate con el arte Hiten, arte que él mismo había creado, que acababa con varios oponentes a la vez. Pero no, él había muerto hacía ya varios años y ni ella ni su hermano Zelos pudieron dominar aquella espada. Por eso Zelos había ido a Demacia en busca de ayuda del rey, mas la invasión había estallado hacía tres meses y nunca apareció. Nunca.

Un frío glacial comenzó a invadir sus piernas y ascendió hasta el gran corte que lucía su cuerpo, rebosante de dolor y sangre que no dejaba de manar. Su mente se cerró en sí misma tratando de sobrevivir, bloqueando sus canales auditivos y la poca capacidad motora que conservaba. Ya no podía escuchar el choque de armas, las invocaciones de hechizos o los gritos de agonía de los heridos a muerte como ella. Sólo sus ojos parecían funcionar, observando al sol en toda su plenitud. La intensidad de sus rayos le lastimaban, mas ¿qué le iba a importar cuando estaba a punto de pasar a la otra vida? La muerte no le asustaba pero le entristecía saber que su ayuda fue inútil por completo y que los invasores terminarían tomando poder de toda la isla de Jonia.

Sus ojos se entrecerraron, era más que probable de que llegaba el momento final. El dolor de su herida latía con fuerza pero el resto de su cuerpo parecía sumido en un frío eterno del cual nunca regresaría. Sus párpados le pesaban, ahora la luz del sol le resultaba insoportable y sólo quería morir de una vez. Estaba cansada, la agonía había agotado las pocas energías que le restaban y anhelaba que su destino se cumpliera de una vez por todas… cuando algo captó su atención antes de que cerrara sus ojos.

Una figura se elevaba en cielo. Una figura cuyo brillo era similar al del sol, mas este no cegaba al observarlo sino que transmitía un extraño calor en su cuerpo. ¿Calor? ¿Acaso eso era calor? Parecía que había olvidado lo que era el calor al ser consumida por aquel frío glacial que caracterizaba la muerte próxima. Pero aquella figura le había transmitido aquella sensación junto con otro sentimiento poderoso que al principio nació como un susurro y terminó como un rugido que escapó de sus labios: ira. Aquella criatura, ahora podía verla bien, era de un color dorado que reflejaba los rayos del sol y se mantenía en el aire con unas grandes alas celestes que se fundían con el mismo cielo. Alzó su enorme espada y le apuntó. En el mismo acto ella se puso de pie.

El frío y el dolor habían desaparecido, la sangre ahora corría por todo su cuerpo y la furia la dominaba. Levantó del suelo la enorme espada de su padre y ésta se quebró en cuatro hojas metálicas que flotaron alrededor de su cuerpo. Ni siquiera se sorprendió ante esto, la ira consumía su cuerpo de forma tal que sólo pensaba en acabar con los crueles invasores. Quería que sufrieran lo mismo que ella, quería que sintieran lo que habían sentido los jonios al ver sus familias, tradiciones y hogar destruidos y teñidos de sangre. Quería terminar con todos.

Los guerreros jonios contemplaron cómo esa joven avanzaba entre las filas enemigas, asesinando a cualquiera en el cual ella posara sus ojos. A su alrededor flotaban cuatro grandes hojas metálicas que atravesaban de parte en parte los cuerpos de sus oponentes y luego se incrustaban en los otros, arrasando con los noxianos. Éstos trataron de repeler a aquella mujer que los hacía retroceder mas cualquiera que se aproximaba a ella era asesinado por aquellas hojas que manipulaba con el poder de su mente. Era tan veloz y letal que no podían reaccionar.

Los jonios, inspirados por aquella que se abría camino entre los invasores, se alzaron con mayor ímpetu y fe en sí mismos y en esa joven que acababa con cualquiera en frente suyo. Soraka se asomó de una de las ventanas del mismo templo de El Placidium y alzó su báculo expandiendo su poder curativo sobre todos sus aliados y, gracias a sus poderes, invocaba rayos estelares que caían sobre los zaunitas que lanzaban aquellas bombas químicas, hiriéndolos y atontándolos el tiempo suficiente como para que los jonios se lanzaran encima de ellos.

Pero ella no se percató de esto. Siguió avanzando de forma lenta, gozando de cada cuerpo que caía entre las hojas metálicas que bailaban a su alrededor atravesando y asesinando a cualquier jonio en el cual clavaba sus miradas. Algunos lanzaron sus armas contra esta mas las hojas, hechas de quién sabe qué metal tan potente y mágico, le cubrían y rompían cualquier cuchillo, hacha o espada. Aquellos que lograban causarle algún rasguño no sólo terminaban despedazados, sino que observaban anonadados cómo su piel se regeneraba con rapidez. Los noxianos tuvieron la sensación de que se trataba del mismo ángel de la muerte que se presentaba a acabarlos.

Ella ya no razonaba. Sólo deseaba acabar con todos ellos, Jonia siempre fue pacífica y buscó la iluminación, ¿por qué los invadían? ¿Por qué deseaban exterminarlos? Ah, cómo la consumía la justicia y la ira. Las hojas metálicas adquirieron un color rojizo por la sangre de sus oponentes que nunca más lograría quitarles. Pero ahora sólo pensaba en exterminar a sus enemigos, quienes observaban anonadados cómo los jonios se habían levantado para acabar con sus opresores y asesinos.

Los sobrevivientes se retiraron, dejando a sus compañeros agonizantes entre las garras de la muerte misma. Irelia se detuvo y observó cómo corrían, inmediatamente se volteó hacia sus compañeros y amigos y exclamó:

"Por más que corran, acabaré con todos y cada uno de ellos" se tomó una pausa y aún con más fuerza gritó: "Recuperaremos la isla".