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~La Advertencia de Lanayru~

Link volvió en sí con un sobresalto, con los ojos muy abiertos. Fue como despertar de una espantosa pesadilla. La oleada de espanto y a la vez de puro alivio que le acometió fue tan intensa que creyó que se desmayaría; cayó de rodillas, respirando con agitación, casi atragantándose con cada aliento.

El Espíritu de Luz volvió a hablar. Su voz resonó como el eco en la profunda cueva, pero a Link le pareció que venía desde muy lejos.

El poder que buscáis… duerme en el fondo del lago Hylia…

Link cerró los ojos con fuerza y meneó la cabeza, todavía tan abrumado por lo que había presenciado que solo pudo soltar un gemido en medio de su agitada respiración. La voz del Espíritu se desvaneció, quedando todo en silencio, excepto por el continuo fluir del agua del manantial y los fuertes latidos de su propio corazón.

Con el cuerpo todavía tembloroso, Link se incorporó; sintió una leve náusea, pero se disipó enseguida. Cuando estuvo seguro de que las piernas no le fallarían, dio unos pasos vacilantes hacia la salida, de espaldas hacia la misma; sus ojos azules seguían clavados en las profundas aguas de la caverna. Las palabras de Lanayru, el espíritu que moraba en ellas, todavía resonaban en su cabeza.

Nunca lo olvidéis…

Un destello de sangre y un grito desgarrador (su propio grito) despertaron en algún lugar de su mente. Link se mordió el labio inferior y la aparición del dolor trajo su consciencia de vuelta, disipando de paso aquellas imágenes oscuras y demenciales. Luego, salió apresuradamente de la cueva, sin mirar atrás.

La luz del sol le cegó por un instante, arrancando destellos dorados en su pelo del color de la miel. Los cálidos rayos se reflejaban en la superficie del agua, pura y cristalina, del Lago Hylia. El cielo era de un intenso azul celeste. Ya no había rastro del ocaso lúgubre y anaranjado que había cubierto toda la región con sus nubes purpureas, difusas como manchas de tinta. Al igual que con las regiones de Farone y Eldin, habían logrado devolver la luz a aquellas tierras.

Respiró profundamente, y el aire puro lo reconfortó un poco, aliviando su cabeza todavía embotada. Bajó la rampa de madera que conectaba el altar del espíritu con el lago, observando desde la barandilla todo cuanto se extendía a su alrededor. Vio al extravagante dueño del parque de atracciones, contemplando el agua con el mismo aire aburrido que cuando le vio por primera vez desde el dominio de las sombras. Dos soldados Zora, esbeltas criaturas acuáticas con forma humana, seguían buscando algo muy cerca de él. Los peces nadaban cerca de la orilla, sus escamas brillando bajo los rayos del sol como si fueran de plata.

Todo iba bien.

Apartó su escudo y espada a un lado, y con un profundo suspiro, se dejó caer sobre la hierba que crecía a la orilla del lago, húmeda y fragante.
¿Cómo se había metido en aquella peligrosa aventura? Él, un simple granjero cuya única preocupación siempre había sido meter en sus cubiles a todas las cabras antes del anochecer…

Sólo había transcurrido una semana, pero parecía que hubieran pasado años. Representando a Ordon, su pueblo, estaba a punto de emprender un viaje hacia el castillo de Hyrule para ofrecer un regalo a la familia real, cuando unas monstruosas criaturas se llevaron a su amiga Ilia y a los niños. Cuando fue tras ellos, un monstruo extrañísimo le había metido en un lugar donde parecía que el sol se ponía eternamente, transformándole además en una bestia con forma de lobo. Había despertado en una celda donde un extraño ser que se hacía llamar Midna le había llevado hasta la mismísima Princesa Zelda. Ahora, aquella criatura lo acompañaba a todas partes, y tras ayudar a los Espíritus a recuperar su Luz, le había pedido que le ayudara a salvar el mundo buscando la Sombra Fundida, una extraña y raída armadura que ocultaba el poder más extraordinario y maligno que nunca pudiera haber imaginado…

Porque él era el Elegido por las Diosas, el héroe que tenía que liberar el mundo de la amenaza de las tinieblas.

Sentándose, se quitó el guante de su mano izquierda, contemplando su dorso. Tenía una curiosa marca, con la forma de tres triángulos colocados de forma que juntos creaban otro. Para él siempre había sido un simple antojo de nacimiento (Talo, uno de los niños de su pueblo, le había dicho que el cabrero tenía uno con forma de cabra en una zona no muy visible, aunque seguro que bromeaba), pero había resultado ser la marca con las que las diosas designan a sus Elegidos.

Una voz chillona lo sacó de sus pensamientos. Era Midna. Entre las negras sombras donde se ocultaba, sólo distinguía su ojo, de un escarlata intenso. Recordó su propia imagen oscura y distorsionada por el mal en la visión del Espíritu, y sintió un escalofrío. Apartó la mirada sin poder evitarlo.

— ¿Qué? —le apremió Midna— ¿Preocupado, héroe? No solo los niños de tu pueblo, tu amiga también está bien, ya la viste esta mañana, ¿no? Bueno, esta mañana o cuando fuera, en el Crepúsculo es difícil saber qué hora es —le guiñó un ojo—. Oye, será mejor que pasemos aquí la noche y vayamos a la ciudadela a primera hora de la mañana. Estás muy raro, seguramente debido al cansancio. Tampoco quiero que te de un patatús o algo así mientras me buscas el último trozo de Sombra Fundida, ¿sabes? Dependo totalmente de ti, "héroe", así que es mejor que estés entero.

— Gracias, Midna. Aprecio que te preocupes tanto por mi salud —dijo el chico con sarcasmo, poniéndose de nuevo el mitón. No podía evitar pensar que aquella criatura de las sombras solo le estaba utilizando. Probablemente, era así… Pero fuera como fuera, estaban juntos en aquello.

Se dio cuenta de que tenía mucha sed y se agachó a la orilla del lago para beber, haciendo un cuenco con sus manos. Aprovechó para lavarse la cara, pero le supo a poco: tras el frío que había pasado cuando la región estaba cubierta por las sombras, era imposible resistirse a aquellas aguas bañadas por el sol…

El joven hyliano se fue a un lugar apartado, se quitó la ropa y se lanzó al agua. El primer contacto le cortó la respiración; luego se convirtió en algo delicioso y rió, encantado, dejando que el agua no solo le limpiara el cuerpo sino también la mente, ahogando en ella sus inquietudes. En alguna parte en la inmensidad de aquel lago, bajo sus pies, estaba oculto el poder que buscaba. Su temperatura corporal ya se había aclimatado a la del agua, pero Link sintió un escalofrío al pensar en ello.
Antes de embarcarse en la búsqueda, Midna le había dado la oportunidad de elegir. Si hubiera sabido entonces a qué se exponía… Pero ahora no podía dejarlo. Por el reino. Por su pueblo. Por sus amigos. Por Ilia… Las sombras lo cubrirían todo tarde o temprano, y solo él podía evitar que se extendieran por el mundo.

Era su destino; de algún modo, lo había sabido siempre…

¬— ¡Link!

Sobresaltado, el joven se incorporó con un chapoteo y se tapó el pecho como por acto reflejo, de una forma un tanto ridícula. La voz de Midna era burlona.

—Tranquilo, que no estoy mirando. No hay nada que me interese en un humano bañándose. Es que con tanto chapoteo me has recordado algo. Sólo quería decirte que mañana, cuando te hayas puesto al día con tu amiguita, no te olvides del niño.

Link no lo había olvidado. Cuando, bajo su forma de lobo, había visto a Ilia en una taberna de la ciudadela, ella estaba muy preocupada por un niño de la raza Zora que yacía inconsciente a su lado. Había resultado ser el príncipe, y su madre, que había sido asesinada, se le apareció para pedirle ayuda cuando estaba liberando a los súbditos en el salón del trono.

— Recuerda —insistió Midna— que su madre te ha prometido una manera de moverte por el lago como pez en el agua. Je, je, nunca mejor dicho. Humanos… tanto progreso… ¿por qué no habéis aprendido a respirar bajo el agua?

— No me olvidaré —suspiró Link, haciendo girar los ojos—. Oye… Ahora… no me hables mientras salgo del agua, ¿vale?… Sé que no estás mirando, pero me siento… incómodo.

Midna bufó. Después de que pasara un rato en silencio, Link se atrevió a salir del agua; el contacto del aire contra su piel mojada le hizo estremecerse de frío y se fue a por su ropa, dando un resoplido.

El lago volvía a teñirse de naranja al bajar el sol, pero esta vez, a esa llegada del crepúsculo le seguiría la noche y luego un nuevo día. Acostumbrado a la sencillez de su pueblo, Link se perdió en la inmensidad que le rodeaba. Cuando eran más pequeños, Moy siempre les decía a Ilia y a él que, hace algo más de mil años, toda la región de Lanayru era un enorme desierto. Viéndola ahora con sus propios ojos, le costaba mucho creerlo. Y todavía le quedaba una gran parte de la región por ver bajo el sol, extendiéndose al oeste, más allá de donde alcanzaba la vista…

Tras encontrar algo de madera, encendió una hoguera con el candil que llevaba consigo. El estómago le rugía de hambre. Para cuando consiguió atrapar un pez usando la caña que le había hecho Iván, ya había anochecido. Era pequeño, pero menos daba una piedra, y tras asarlo en la hoguera pudo apaciguar un poco su estómago. En realidad, tampoco tenía demasiado apetito; las palabras del espíritu Lanayru todavía daban vueltas en su cabeza.

Habéis de cuidaros… Aquellos que no conocen los peligros de dominar el poder, serán, al final, dominados por él… Nunca lo olvidéis…

De algún modo, el Espíritu de Luz había usado su propia mente para crear aquella ilusión, y por eso había visto lo que había visto: a sí mismo, y a Ilia, dominados por la ambición. Había sido una advertencia, solo una advertencia acerca del poder que estaba a punto de obtener… Aun así, su propia imagen onírica asesinando a Ilia y su sangre goteando de la espada todavía le encogían el corazón. En parte, lo había hecho él… La abrumadora sensación de triunfo y de placer que se había desvanecido cuando volvió en sí no había sido una ilusión, era suya… Sintió un estremecimiento y avivó un poco más la hoguera, como si con el fuego lograse aplacar el extraño frío que de repente se había apoderado de él.

El sueño empezó a pesarle en los párpados mientras contemplaba el fuego, sumido en sus pensamientos. Ir hasta la ciudadela sin Epona, a la que había dejado en un lugar seguro en la pradera, iba a suponer un enorme esfuerzo, así que tendría que dormir bien para estar lo más descansado posible. La manta estaba con su yegua junto al resto de sus enseres, pero bajo el saliente donde se encontraba apenas llegaba la brisa nocturna y no tenía frío. Usando su gorro como una improvisada almohada, se tendió sobre la hierba, y al cabo de un rato se sumió en un profundo sueño.

Lo siguiente que vio fue la oscuridad, densa y negra como la tinta.

Percibió el destello de un cuchillo, pero él fue más rápido. No iba a dejar que se lo arrebatara. La sangre brotó al instante, salpicándole. Sonrió como un maníaco al verla teñir sus manos, sus ropas, el filo de su espada goteando sobre el suelo. Lo quería para sí, no iba a ser de nadie más… La vida era el pequeño precio que los demás tenían que pagar a cambio de un poder absoluto, majestuoso… Un poder inimaginable…

Pero alguien más estaba dispuesto a impedírselo. La risa de aquel ser maligno tan similar a él sonó como un eco, resonando en cada rincón de su mente, antes de desintegrarle como a una vulgar nube de humo…

Link despertó acurrucado en la oscuridad, ahogando un grito en su garganta. Esperó durante unos instantes a que Midna le preguntase qué demonios ocurría, pero solo escuchó su propia respiración, agitada por el miedo, y su enloquecido pulso retumbando en sus oídos. Por suerte, no había gritado de verdad.

Se tumbó de espaldas e intentó normalizar su respiración. Alzó una mano temblorosa para secarse el sudor que empapaba su frente, frío y pegajoso. Tras la oscuridad de sus párpados cerrados, todavía le parecía ver refulgir el rojo escarlata de la sangre que había derramado su propia espada… Abrió los ojos y comprobó que era el resplandor del fuego de la hoguera, que ya estaba casi consumida.

Con un escalofrío, se giró sobre un costado, abrazándose el cuerpo; sentía los latidos aún acelerados de su corazón retumbando en sus oídos. Por mucho que las diosas lo hubieran decidido así, no sabía si encontraría en él ese valor que le había sido concedido. Estiró levemente la mano, que todavía le temblaba, ante sus ojos, contemplando la marca de los Elegidos... un poder por el que los humanos habían sido, y seguramente eran, capaces de matar. Y él lo poseía sin haberlo ni tan siquiera deseado…

Link, no pienses tantas tonterías, solo ha sido un sueño; se dijo, enfadado consigo mismo. Solo ha sido un maldito sueño.

¿Por qué estaba tan preocupado? No había nada que le atrajera de aquel poder maligno que necesitaba Midna, el mismo que había provocado la desaparición de sus creadores siglos atrás. Pero por unos instantes, una parte de él lo había deseado...

Cerró los ojos con fuerza. Solo ha sido un sueño, se dijo; solo ha sido un sueño. Y aquella ilusión solo fue una advertencia. Solo una advertencia…

Con estas palabras repitiéndose en su mente, notó que el miedo absurdo que sentía se desvanecía. No pasó mucho tiempo hasta que volvió a dormirse, esta vez, sin que ninguna pesadilla perturbara su descanso.