Después de cerca de una eternidad sin escribir (ni dibujar, todo sea dicho) nada, como milagro navideño tenemos que me he dignado a escribir algo! (¡¡¡aleluya!!!).
Mi primer fic de El Castillo Ambulante, y no sé cómo me habrá quedado... Lo cierto es que he mezclado un poco la película con el libro; el escenario es el de la peli (sale Marco en lugar de Michael, el castillo tiene patas, etc.), pero tiene detalles exclusivos del libro: la Bruja del Páramo no está por ninguna parte (admitámoslo, nadie tiene un corazón lo suficientemente grande como para acoger en su casa a una persona con semejante tendencia a jorobarle la vida a las pobre sombrereras del pueblo XD), Sophie tiene hermanas, y, lo más importante, también tiene bastante carácter. He evitado no hablar mucho de los colores de pelo de los protagonistas porque ahí sí que hay lío XD De todos modos, espero que sepáis perdonarme si en algún párrafo hago una mezcla extraña de las personalidades del libro y la peli de los personajes o llamo a Marco Michael.
Dedico este fic a mi amiga Deraka, que hace tiempo que no la veo escribiendo por aquí... Sé que le gustó mucho El Castillo Ambulante (puede que el libro más, no estoy muy seguro XD), y espero que se alegre de ver esto por aquí como regalo de Navidad (cutre... pero regalo!). Lamento no haber podido incluir a las hermanas de Sophie (sólo son mencionadas...), sé que te hubiera encantado algo en plan "Nochebuena con Howl y la familia Sophie al completo, con tooodos los prometidos incluidos"... Pero he de admitir que me leí el libro por última vez en verano y no lo tengo lo suficientemente fresco como para aventurarme en semejante proyecto XD Pero hubiera sido bueno, claro que sí! En fin, feliz Navidad y espero tu opinión!
Y la de todos... claro XD Espero que os guste y feliz Navidad (por cierto, estoy leyendo a Pratchett últimamente, así que si el narrador suena raro y singular, me escudaré con ello XD).
Estrella de Navidad
Capítulo I: Recado de Navidad
Sólo quedaban unos pocos días para la Navidad, y en Market Chipping no podía ser mayor el ajetreo. Ya habían caído las primeras nevadas y la ciudad ofrecía el clásico aspecto de postal navideña; con sus tejados blancos y una ingente cantidad de muñecos de nieve invadiendo las calles. Era una perfecta tarde para pasarla en casa acurrucado junto al fuego o para echar una buena batalla de bolas de nieve si a uno le quedaba energía suficiente. En cualquier caso, pocos eran los que tenían la suerte de poder dedicarse a esa pacífica labor, ya que la inmensa mayoría de los habitantes iban de un lado a otro… haciendo compras navideñas.
La despensa tenía que estar llena para la ocasión, y no podían dejarse los regalos hasta el último día o si no la gente se lo llevaba todo. Las pequeñas tiendas de juguetes de la ciudad hacían un buen negocio dada la avalancha de clientes que se presentaban a trompicones, peleándose por llevarse el último tren de madera o la única cometa roja que había en el estante. Y también estaba la cena de Nochevieja, que resultaba una excusa magnífica para que los tenderos sacaran los vinos que tenían guardados en los sótanos (algunos no desde hacía tanto tiempo como intentaban aparentar) para que el transeúnte medio con dinero en el bolsillo y un claro problema de indecisión a la hora de plantearse el menú para la comida con la familia hallara milagrosamente la inspiración y se llevara un par de botellas… y algo de jamón, ya que estaba.
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Entre el bullicio, intentando abrirse paso como le era posible, un niño pequeño de pelo claro cargaba con una cesta casi llena mientras trataba de descifrar la ilegible caligrafía de la lista que llevaba en las manos. Era letra de mago; y los magos, como los médicos, parecían no saber que ellos no eran los únicos que iban a tener que leer lo que escribían.
Junto al niño, un perrito que bien podría haber sido confundido con una moqueta particularmente vivaracha, trotaba lastimosamente, como si cada paso le costara la misma vida. Y sin embargo, avanzaba al mismo ritmo que el niño, escurriéndose por entre las piernas de la gente y gruñendo cuando hacía falta que alguien se echara a un lado.
Marco trató de buscar el bolsillo en el que llevaba el dinero para ver si tendría suficiente para completar la lista. Llevaba demasiada ropa puesta… con demasiados bolsillos. Tener a una chica en casa tenía muchas ventajas: había cubiertos limpios más a menudo, la ropa ya no olía rara y uno podía comer más cosas aparte de huevos con panceta. Pero luego había una serie de contras, como que estaba terminantemente prohibido que un niño saliera de casa en pleno invierno si no llevaba encima su propio peso en ropas de abrigo.
-¡Con tanta ropa encima no voy a poder moverme por la calle! –había intentado quejarse, aflojándose la bufanda.
-No seas crío, Marco –le había dicho Sophie-. Cuando estabas solo con Howl te dejaba salir como te diera la gana, por eso te resfriabas.
-Sí ¡pero al menos podía respirar!
Marco sabía que era un niño y que podía ser relativamente irresponsable… Pero con Sophie, ni siquiera tenía permitido serlo un poquito. En cualquier caso, sabía que era por su bien. Sólo que, por costumbre, a uno le gusta quejarse de esas cosas.
-Bueno, pues tendré que volver mañana –dijo un tanto desesperanzado.
De nuevo, Howl no le había dado suficiente dinero. Llevaba unos días distraído, por lo visto porque estaba metido hasta las cejas en una especie de "proyecto personal secreto del que no tengo por qué dar explicaciones a nadie, y a ti menos, Sophie, así que deja de husmear por mi habitación o voy a tener que poner una cerradura nueva". Y tal era la obsesión del mago con sus propios "actos de mago", que parecía no prestar atención a nada más. Por eso, cada vez que mandaba a Marco a la compra le daba una bolsa llena de una suma de dinero aleatoria, que bien podía excederse de forma desorbitada o no llegar a ser ni la mitad de lo que el niño iba a necesitar. Pero Marco se lo perdonaba. Sabía que su maestro tenía cosas importantes que hacer, y el chico no era tonto. Tenía una ligera idea de lo que pretendía, aunque pocas conclusiones podía sacar de lo que le había visto hacer en las contadas ocasiones en las que había tenido que subir a ayudarlo a preparar algunos detalles. Naturalmente, no le había contado nada a Sophie, ella lo hubiera matado sólo de haber sabido que había tenido algo que ver con la "Obsesión de Howl", como ella se refería al proyecto.
-Venga, volvamos al castillo –dijo el niño al perro, que empezó a dar lo que parecían ser saltitos de alegría ante la expectativa de una casita caliente.
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Las fiestas del invierno eran bonitas; con sus juegos, sus bailes, sus reuniones familiares y, claro está, las discusiones.
