Yo considero el Omegaverse como una excusa para que los hombres puedan tener hijos entre sí, que es el sueño frustrado del yaoi (y también para que un alfa viole a un omega en celo, pero eso ya trata de las perversiones de nuestra gran comunidad de fujoshis), y me pareció bien porque es morboso y yo abrazo lo morboso a manos abiertas. Sin embargo, un día brotó en mi mente una cuestión que dio varias vueltas por ahí hasta que decidí documentarme. La pregunta era la siguiente: si una mujer alfa y un hombre omega tienen relaciones, ¿quién se queda embarazado? (Le presenté la idea a mis amigas. Quedaron profundamente turbadas. Debería aprender a callarme estas cosas, ¿no creéis?) Bueno, intentad adivinar qué se me ocurrió a partir de eso. No es que el EreMika sea santo de mi devoción, pero es la pareja más ideal para esta situación, ¿no os parece?
En principio, tenía pensado que esto fuera un One-shot, pero… Bueno, el caso es que cuando iba ya por la página número quince y me di cuenta de que esto iba para largo, decidí dividirlo en más capítulos. No esperéis más de cuatro.
En fin. Que Shingeki no Kyojin no me pertenece, tampoco el universo Omegaverse, pero esta trama sí es mía.
Advertencias: Omegaverse raro. Aunque no hay país en específico en el que esto trascurra, en general todo está un poco españolizado (fijaos que en los capítulos futuros hasta he metido una tortilla de patata a colación, jaja). Disculpad si en algún momento hay un error gramatical: lo de narrar en presente se me ocurrió a última hora (ultimísima, cuando ya llevaba al menos once páginas) y a lo mejor se me ha escapado algún verbo.
Leed bajo vuestra propia jurisdicción, gentecita, ignoraré las demandas por agresión psíquica.
(Posdata: las reflexiones de Armin acerca de por qué los omegas son el eslabón bajo de la sociedad coinciden con las mías del porqué del machismo; con algunas variaciones, pero en esencia son iguales.)
En qué radica el amor.
CAPÍTULO 1.
Sus ojos lucen enrojecidos y cansados, pero mantienen la mirada imperturbable en la pantalla brillante del ordenador, sin inmutarse del insufrible picor que les hace parpadear más frecuentemente. Las letras se suceden con rapidez, no dando tiempo a la barra intermitente a aparecer al final de la línea, y sus dedos se mueven con igual destreza por el teclado. Repite las acciones que otro ha ejecutado semanas atrás, pero esta vez confiando en obtener una respuesta satisfactoria. Su dedo índice queda incrustado en la tecla correspondiente al punto durante un instante largo, y luego repasa el último párrafo que ha escrito:
Por todas las razones enumeradas, considero la expulsión de Eren Jeager de la Facultad de Medicina improcedente y solicito la inmediata readmisión del susodicho en la Universidad Privada de Stohess. Gracias de antemano.
Atentamente,
Mikasa Ackerman.
La mirada de la joven alfa atrapa el nombre de Eren Jeager y permite que su mente ande por otros derroteros, alejados de la carta y de la injusticia que le ha dado lugar. La luz que ilumina su corazón al imaginar a Eren le deja la boca seca. Él es un ser hermoso, hermoso como la noche estrellada contemplada en medio de un desierto. Por eso otros lo codician y, a veces, a Mikasa le disgusta que sea un omega tan bello. No le importaría que Eren fuera menos bonito, porque eso no es lo que más adora de él, pero de ninguna manera le molesta su atractivo. El instinto de alfa siempre se lo susurra.
Su piel es morena y parece instigar a descubrir si realmente sabe a canela, como da la impresión; la forma de sus labios es suave y simétrica, quién los viera hinchados y rojos tras una sesión intensa de besos; el rostro de facciones suaves, aunque tienden a contraerse con rabia; su figura tuvo que ser trazada por un artista virtuoso, un dibujante amante de los cuerpos esbeltos y proporcionados, que con el de Eren dejó el David de Miguel Ángel a ras del suelo. Sin embargo, Mikasa lo sabe, lo realmente bello entre todos sus rasgos perfectos son sus ojos de gema. La luz juega con el color de sus orbes, haciéndoles mutar del celeste al verde y del verde al dorado. Los ojos de Eren son un lago brillante y embriagador reflejando una puesta de Sol, y son lo que puede enamorar a primera vista.
Todo esto es Eren para la sociedad. Eso, y un vientre capaz de albergar hijos. Nada más que un bonito pelele de los alfas destinado a perpetuar la especie. Y como Eren no tiene cerebro y, si lo tiene, no sabe cómo usarlo, la dirección de la Universidad de Stohess, a la cual asistió en su momento su padre, Grisha Jeager —reputadísimo médico conocido por sus avances en la lucha contra la leucemia—, y a la que él empezó a ir el pasado mes de septiembre, consideró innecesario que el joven omega obtuviera una licenciatura en Neurocirugía y le propuso —ordenado, en realidad— que estudiara Enfermería. Él se negó; la universidad lo mandó a fregar, literalmente.
Eren lo contó así. Ese día, era por la tarde, los citó a ella y a Armin mediante un mensaje. El móvil vibró y Mikasa se abalanzó sobre él. «Tengo algo que deciros. Venid a la cafetería de Petra ya» aparecía bajo el nombre de Eren, configurado automáticamente en verde claro. Hay otro grupo de WhatsApp al que ambos todavía pertenecen, el de la clase del último curso del instituto, en el que es violeta. Mikasa piensa que el violeta es un color que combina con Eren como el agua con el aceite, pero no lo puede cambiar.
Antes de entrar, la joven alfa vio a Eren y a Armin sentados a una mesa, conversando con el rostro dominado por la seriedad. El interior de la cafetería puede atisbarse gracias al ventanal que da a la calle: antiguamente, el local fue una tienda de ropa y a Petra le había parecido oportuno dejar tal cual estaba el escaparate en el que antes se mostraban los maniquíes. Su interior es sencillo, todo muebles de madera minimalistas, y el café que sirven, excelente; por eso suelen reunirse allí. El establecimiento está a nombre del marido de Petra, Auruo, porque las leyes no permiten a los omegas poseer un negocio, pero todo el mundo sabe que ella es la verdadera propietaria y la que corta el bacalao en la cafetería. Es una omega emprendedora y por eso Eren y Armin la admiran.
—Me han echado de la universidad —le dijo Jeager en cuanto Mikasa se sentó con ellos.
—¿Por qué? —preguntó ella, con su habitual carencia de emoción.
—Porque han descubierto que soy un omega, ¿por qué iba a ser si no? —espetó él con rabia. Apretó los puños y sus bonitos ojos fulgieron con rabia—. Siempre por ser un omega. Estoy harto, joder. Harto de que esos alfas petulantes nos consideren inferiores sólo porque podemos traer vida al mundo. ¿Es que nadie se da cuenta del poco sentido que tiene eso? ¿Quién narices inventó una ideología tan injusta y racista?
—Nadie la inventó, fue una mentalidad que se fue formando a lo largo de los siglos y afianzando en la cabeza de la gente según pasaba el tiempo —corrigió Armin. Él es un beta inusualmente brillante, el primero de la promoción del instituto por encima de todos los alfas. Las universidades pujaron por él—. Todo comenzó en la Edad de Piedra… Un niño recién nacido sin su madre, como no podía ser amamantado, moría, así que los omegas no tenían más remedio que quedarse en la cueva cuidando de ellos, mientras que los alfas se encargaban de la caza y los betas, de la recolección. Dada la capacidad reproductiva de los omegas, imprescindible para sobrevivir, se consideraba que eran mucho más útiles en la tribu… y eso derivó en que eran débiles y que su única utilidad era procrear, que eran inferiores a los alfas porque no podían hacer tantas cosas como ellos. Si te paras a pensarlo, tiene su lógica. Se equilibraban los platos de la balanza, se servían los unos a los otros: los omegas aseguraban la especie y los alfas y los betas traían comida y pieles con las que vestirse.
—Sí, en aquel momento, ¡pero no ahora! ¡Ahora existe la leche sintética y se pueden contratar a personas que cuiden de los hijos o del hogar, ser amos de casa ya no es necesario! ¡Y somos tal cantidad de humanos en el mundo, que dudo mucho que sea imprescindible para la especie que todos los omegas se casen y tengan hijos! —exclamó Eren. No le importó que algunos clientes de la cafetería lo miraran de manera inquisitiva; de hecho, ni siquiera se percató—. Ser omega es una cruz. Pertenecer a esta raza te marca para toda la vida, te impide hacer lo que quieres, te pone al servicio y deleite de los alfas. Y no entiendo por qué las cosas no cambian, ¡maldita sea! —Dio un golpe en la mesa y las tazas de café tintinearon sobre sus platillos.
Mikasa guardó silencio durante unos instantes, en el espacio de tiempo que Eren tardó en calmarse.
—Ya llevas varios meses acudiendo a clase. Pensaba que tu padre había ocultado que eres un omega, que en la solicitud a la universidad figuraba que pertenecías a los betas, y que la dirección se lo había creído —apuntó.
—Claro que sí. Si no, no creo que me hubiesen dejado estudiar Medicina de primeras, a lo máximo a lo que puede aspirar un omega en el campo de la sanidad es a enfermero.
—¿Cómo lo descubrieron? —preguntó Armin.
El rostro de Eren se paralizó. Encerró la tela de la camiseta en su puño y la apretó con ansiedad, remoloneando de descorrer la cremallera de sus labios y contarlo. Le habían descubierto por un fallo suyo, por un descuido, algo imperdonable teniendo en cuenta su situación, y la vergüenza y la rabia le ardían en las entrañas. Pensar en la cara que pondrían Armin y Mikasa, que casi lo veneran a pesar de pertenecer a una raza inferior a la suya, le ponía enfermo. Recordaba el rostro de estupefacción de su madre cuando llegó a casa azotando la puerta y le confesó cuanto había sucedido; luego se puso furiosa, le gritó que sabía que aquello iba a ocurrir, y Eren se encerró en su cuarto para escuchar música y tranquilizarse. Cuando regresó del trabajo, su padre habló largo y tendido con él, escuchó cuanto tenía que protestar y despotricar en contra de la sociedad y le prometió que, si hacía falta, él mismo le enseñaría medicina. Un rato después, Carla llamó tímidamente al cuarto de su hijo y le comunicó que esa noche iban a cenar hamburguesa con queso, su plato favorito. Eren decidió convidar a sus amigos para contarles la injusticia a la que había sido sometido, pero le producía un profundo bochorno tener que revelar su metedura de pata.
Armin observó la vacilación de su amigo con sospecha. Eren Jeager, un omega agresivo, altanero y rebelde que no suele pensar en las consecuencias de sus actos, había agachado la mirada y dibujaba muecas de repulsión, como si tuviera náuseas. Una idea se le incrustó en la cabeza como una saeta y el color huyó de su rostro.
—¡No! —exclamó el joven beta. Eren lo miró con cara de circunstancias y Mikasa sintió un hormigueo de inquietud en las puntas de los dedos—. ¡Llevas un control muy riguroso de tus periodos de celo! ¡No puede ser que te hayas descuidado en eso!
—Se me adelantó tres semanas, no sé por qué. No llevaba supresores encima.
La chica alfa tuvo unas tremendas ganas de vomitar y su helada expresión mutó de repente. Las cejas se enarcaron y las comisuras de los labios tiraron hacia abajo, contrayendo su rostro en una mueca de total desagrado. El omega no supo cómo interpretar esa reacción —no es muy avispado en esos temas—, pero el beta sí y miró a sus dos amigos con equivalente preocupación.
—¿Alguien te… tocó? —preguntó Mikasa, bajando el tono de voz una octava. Las manos, posadas en el regazo, temblaban de rabia y sus ojos parecían sumidos en la sombra—. Si alguien lo hizo, Eren, te prometo que lo cogeré del pescuezo y cortaré su pene en pedacitos muy pequeños que luego le obligaré a tragar.
Armin la miró con terror. Eren se crispó, pero no se escandalizó por la traumática atrocidad que ella estaba —y está— dispuesta a cometer por él. Hay algo en su interior que araña con dulzura cuando la alfa jura cosas así, algo que no reconoce y a lo que no puede poner calificativos, aunque no le agrada demasiado que dé por hecho que él no es capaz de hacerlo por su cuenta.
—No, nadie —respondió con seriedad—. No te pongas melodramática, Mikasa. Cuando empecé a sentir calor, me recluí en el baño. Me descubrió un alumno beta un par de horas después, que fue quien llamó a una profesora. Luego me llevaron a la enfermería y me suministraron los supresores, así que no pasó nada más allá, pero el caso es que la universidad ya se ha enterado, y todo se ha ido a la mierda.
—Lo pasaste mal, ¿verdad? —supuso Armin, contemplándolo con un nudo en la garganta.
—Como en mi puta vida —confesó Eren, apoyando los codos en la mesa y enterrando las manos en el pelo con frustración—. Ni siquiera mi primer celo fue como esto… Han sido dos horas de sofoco, pantalones mojados y retortijones en el útero. Fue asqueroso.
Selló los labios con fuerza. Un enorme desprecio por sí mismo intentó agujerear su corazón y podrirlo por dentro, pero Eren interpuso barreras en su camino convenciéndose de que no fue culpa suya, sino de su biología. Resulta que se calló lo que más le había hecho sufrir: no les había contado a sus amigos lo mucho que quiso en ese momento que un alfa lo tomara y saciara el inconmensurable deseo sexual que le quemaba la piel y las entrañas. Lo considera degradante, cree que ésa es una faceta de su ser que nadie nunca debe descubrir, una faceta que ha de ser destruida.
—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó Mikasa.
—Le escribiré a la dirección un correo electrónico solicitando mi readmisión. Mi padre fue uno de sus mejores estudiantes, pero después de la mentira en mi solicitud seguro que le dan la espalda, así que tendré que enviar la carta yo —Se reclinó en el asiento, restregándose los ojos—. La Stohess tiene la mejor Facultad de Medicina del país, me merece la pena intentarlo.
Eso hizo. La respuesta de la Universidad, corta y contundente, llegó por vía postal a su casa tres semanas más tarde y decía así:
Lamentamos comunicar que la propuesta del ex alumno Eren Jeager de ser readmitido en esta nuestra institución ha sido rechazada. Le ofrecemos nuevamente la oportunidad de estudiar Enfermería en lugar de Medicina y, en caso de no optar por dicha posibilidad, le aconsejamos que acepte su condición de omega y comience la búsqueda de su alfa destinado.
Un cordial saludo,
Darius Zackly, director de la Universidad de Stohess.
Eren estaba hecho un basilisco. Rompió la carta, la destrozó en pedacitos muy pequeños, y luego fue en busca de una caja de fósforos. Un chasquido, un destello rojizo y dejó que las llamas consumieran tanto la cerilla como los copitos de papel, encerrados en un cenicero; sopló cuando sólo quedaban cenizas. Aquello logró satisfacer ligeramente a su ira, pero al fuego interno, ése que nunca se apaga, ése que se oscurece por cada día que pasa, ése que odia al mundo en el que vive, fue como si lo hubiesen rociado con gasolina.
Mikasa se ofreció a reescribir el correo electrónico y enviarlo en su nombre, pero él se negó. No le gusta que hagan las cosas por él.
—Escucha, mi padre y mi madre eran alfas, así que yo soy una alfa pura sangre, que es la cima de las castas. Sé que la jerarquía no te gusta, pero mi árbol genealógico y mi raza me colocan en una posición privilegiada. Además, aunque soy de primero, todos los profesores de mi Facultad están encantados conmigo; soy de Teleco(1), pero seguro que el favoritismo de los docentes cuenta algo. Permíteme intentarlo, aunque lo voy a hacer quieras o no. Yo tengo muchas más papeletas para conseguirlo que tú.
—Tu principal cualidad no es la persuasión, ¿sabes? —le respondió él, pero luego le pidió entre dientes que le hiciera el favor.
Mikasa cierra los ojos y los masajea por encima de los párpados. Le duelen los glóbulos oculares como si les hubieran prendido fuego, pues ha consumido tres horas de su vida frente al ordenador: la iluminación de la pantalla le escuece en las pupilas. Los dedos han acabado exhaustos, de tantas veces que ha mecanografiado y borrado la carta, replanteándose continuamente cómo escribirla. Un aplastante deber se ha hecho con su conciencia: conseguir que Eren estudie en la Stohess, que se gradúe en Medicina y se convierta en el gran neurocirujano que está destinado a ser. Tiene que hacerlo lo mejor posible, todo cuanto su extraordinaria capacidad le permita. Todo sea por ver su sonrisa. Todo es siempre por ver su sonrisa.
Suspira y clica en la pestaña que reza «Enviar».
El círculo social de Eren sabe algo que, a menos que lo conozcas desde la infancia, pasa brutalmente desapercibido. Diferentes estilos, distintos colores, a veces con inscripciones cosidas, pero el joven omega siempre lleva un mitón en la mano izquierda cuya manga se alarga hasta el codo. Eren oculta aquello que la sociedad muestra orgullosa, anhelante y de manera natural, y tiene sus motivos para ello.
Siempre ha revoloteado por el aire el rumor de que existe una ley que obliga a alfas, omegas y betas a contraer matrimonio sólo con su pareja destinada, con la cual se comparte un tatuaje único que se define según el sujeto se desarrolla, pero casi nadie sabe con absoluta certeza si es una invención, si dicha ley existió y está obsoleta o si realmente figura en la Constitución. El número de personas que conocen la verdad es muy limitado porque la sociedad se ha convencido de que no sólo es cierto, sino que le espera el infierno a quien desobedezca. Es por esto que todo el mundo pone un esfuerzo sobrehumano en hallar a su pareja destinada y, si no la encuentra, en la mayoría de los casos se adopta la soltería como modo de vida; mejor que nada.
Armin Arlet, de hecho, sólo ha oído hablar de tres casos de matrimonios que no coincidían en el tatuaje, los tres eran de betas y sólo uno se libró de su desembocadura en el fracaso y el divorcio.
Armin Arlet es, de hecho, uno de los pocos que saben si la ley existe o no. Esto se debe a que, hace tres años, se molestó en adentrarse en las profundidades de la Biblioteca Nacional, buscando entre las estanterías atestadas de tomos gruesos y aburridos el Código de Conducta, un apéndice de la Constitución de cuya existencia medio mundo no se acuerda ya. Se sentó en una mesa desierta, cada gesto que ejecutaba resonando con increíble eco en la estancia silenciosa, y se puso a leer el capítulo referente a los matrimonios. Y lo hizo porque Mikasa así se lo había pedido.
A los quince años, la joven alfa fue un día a visitarlo a su casa. Su abuelo la recibió y la invitó a pasar y a sentarse en el sofá mientras él subía las escaleras en busca de su nieto, quien se encontraba haciendo esquemas y resúmenes, Stabilo Boss(2) amarillo en mano, sobre los cuatro temas de Ciencias Sociales de los que iba a examinarse el próximo mes. Cuando bajó, sorprendido por la visita, Armin pensó que Eren brillaba por su ausencia. Se suponía que Mikasa nunca estaba sin Eren. Nunca. Jamás. En el instituto casi agradecían que siempre se encontraran juntos, pues habían llegado a pensar que el mundo explotaría si se separaban por un par de segundos.
Jean Kirschtein, un compañero de clase, beta como él, incluso se jugó el dinero del almuerzo de todo un año a que el dichoso hilo rojo los unía; la apuesta se vería resuelta unos meses después. A esa edad, terminaron de definirse las, hasta entonces, manchas uniformes en la piel de los adolescentes: los tatuajes con los que la gente se guía para encontrar a la respectiva pareja destinada. En el interior de la muñeca izquierda de Eren se dibujó una llave medieval de oro de cuya cabeza nacen dos alas majestuosas, una negra y otra blanca, que extienden sus plumas de ángel hasta el codo. En el hombro derecho de Mikasa se perfiló una granada partida por la mitad que muestra todas sus brillantes semillas rojas. Jean estuvo trayendo comida de casa y gorroneando a sus amigos lo que restó de curso y Eren desde entonces se cubre el tatuaje con el mitón: comprendió que esa marca en su piel lo ata a un alfa en específico y él no quiere eso. No de momento, al menos.
—¿Qué pasa, Mikasa? —le preguntó Armin.
Ella se removió, incómoda, sobre el cojín del sofá. Un ligero sonrojo le teñía las mejillas, como si hubiesen coloreado su piel pálida con tiza rosa y luego lo hubiesen intentado borrar.
—Necesito que me hagas un favor, Armin. Pero no puedes decírselo a Eren. Ni a nadie, en realidad —El beta la instó a continuar con los ojos. Mikasa se irguió hasta quedar recta como una tabla y endureció la mirada—. Tú querías estudiar Derecho, ¿no es así? Entonces no te molestará lo que voy a pedirte.
—¿De qué se trata?
—Por favor, confírmame o desmiénteme el rumor de que hay que casarse con la pareja destinada.
Aquello lo dejó helado. Parpadeó varias veces, como si no pudiera comprender, pero, en verdad, dentro de su cabeza los engranajes giraban como locos y las válvulas expulsaban una cantidad exorbitante de vapor. Las neuronas conectaron en pocos segundos la mención de Eren, el hecho de que él y su amiga no coincidieran en el tatuaje —un descubrimiento muy reciente— y esa petición tan rara. Lo comprendió todo, aunque no cesó de extrañarle: Armin nunca había oído hablar de un alfa o un omega que se enamorase de alguien que no fuera su pareja destinada, pero supuso que ésas son historias que nadie quiere contar, puesto que agreden contra el orden social establecido. También quiso que Mikasa confiara en él y se lo confesara, y por eso formuló la siguiente pregunta:
—¿Para qué?
—Ya se me ha definido el tatuaje, ya lo sabes, pero quiero saber si eso realmente me obliga a casarme con alguien en específico… He oído de matrimonios entre personas que no se aman, aunque no puedan separarse porque sus almas están atadas, y no estoy segura de querer eso. Avoca a la infelicidad, ¿no crees?
«Elaborada mentira», pensó Armin.
—¿Y por qué no se lo quieres contar a Eren? Eso le tiene que interesar mucho. Ya sabes cómo es, ni siquiera desea casarse, es un revolucionario.
—No creo que le importe mucho el tema de las leyes, la verdad. Eren no lo haría ni aunque viviese en la ilegalidad. No me lo imagino sometiéndose al alfa que tenga su mismo tatuaje, sólo porque compartan unos centímetros cuadrados de piel —respondió ella con dureza.
—Pero la atracción entre las parejas destinadas es muy fuerte… Es superior al instinto, al amor o a la voluntad, ¿lo sabes, verdad? —preguntó el beta con cautela. Mikasa se mostró imperturbable, pero Armin supo leer más allá—. Quizás, llegado el momento, prefieras estar con el omega que te está esperando, por ejemplo.
—Yo diré con quién quiero estar, no mi piel.
—Y quieres estar con Eren.
La respiración de ella se cortó en ese momento. Se cortó durante un instante, un instante muy efímero, porque en el segundo posterior pudo volver a inspirar y espirar con normalidad. El corazón le tembló al verse descubierta, al saber que alguien más conocía su secreto, pero supo controlarse, supo juzgar la verdadera situación y elegir qué sentir al respecto. Armin no sólo era un buen amigo, sino que apoyaba la derogación del sistema irracional y retrógrado en el que aún vivían, y sabía que podía confiar en él.
—Sí, quiero estar con Eren —confesó, y fue como si tirara al suelo un costal de harina que hubiese estado llevando a cuestas durante mucho tiempo—. Sé que no coincidimos en el tatuaje, pero también sé que podré hacer que se enamore de mí y evitar que encuentre a su alfa destinado. No le gusta en lo absoluto la idea de estar obligado a casarse con alguien a quien no quiera, yo creo que a mí sí me querrá y conmigo sí será feliz. Yo sabré hacerle feliz, Armin, pero necesito saber si es legal o no que nos casemos.
—¿Y qué harás si descubres que es ilícito?
—Me haría ilusión casarme y es lo socialmente aceptado, pero nadie dijo nada de que fuera necesario para estar con una persona.
—Bien pensado —concedió el beta, tras un par de segundos de perplejidad—. Pero si encuentras a tu omega o Eren encuentra a su alfa, que puede suceder por casualidad, no creo que lo vuestro funcione.
—Funcionará. Yo haré que funcione.
—¿Y si no logras que Eren se enamore de ti?
La joven alfa retuvo una bocanada de aire durante unos segundos.
—Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes —dijo con voz solemne—. No pienso dejarlo estar ni a permitir que se quede en un mero intento. Así que lo haré, enamoraré a Eren, y punto. Sé que puedo.
Armin la contempló, pasmado. La cita de Yoda fue tan inesperada, que se echó a reír. Y luego aceptó ayudarla.
Todo eso es lo que pasa por la mente del joven beta en estos instantes. La calefacción arde sobre las paredes, inundando el aula con un sofocante calor que, para más inri, es total y absolutamente innecesario. La luz cálida y dorada del Sol primaveral traspasa con furia las ventanas y la mayoría de los universitarios pierde la mirada en el exterior, persiguiendo el vuelo de los insectos, imaginando el aroma de las flores y pensando que la brisa que baila entre las ramas de los árboles es mucho más agradable que el aire cargado en el que están encerrados. Son las nueve de la mañana, están en su primera hora de clases de la semana y se nota cómo la primavera hace estragos en sus, todavía, adolescentes mentes.
Jean Kirschtein se sacude el cuello de la camisa, como si así lograra refrescarse el cuerpo, y resopla fastidiado. Es el único colega del instituto que ha prevalecido junto a Armin en los estudios, ya que él también ha optado por Derecho en la Universidad de Stohess, aunque por motivos un tanto distintos. A nadie le sorprendió que el llamado «cara de caballo» dijera querer ser registrador de la propiedad(3), pues lleva seis años proclamando a viva voz que lo que desea él es trabajar poco y cobrar mucho. Armin estudia Derecho porque su objetivo es ser abogado medioambiental, un oficio mucho más noble y menos sensato.
—¿Qué narices le pasa a la gente que regula la calefacción aquí? —se queja Jean—. Nos pasamos octubre, noviembre y la mitad de diciembre con los abrigos en clase porque hace un frío congela-huevos y no encienden la calefacción, y ahora va y en mayo no les da por quitarla. Manda cojones.
—Intuyo que se trata de un trastorno en los termorreceptores —comenta Armin, pasándose un pañuelo por la nuca sudada.
La puerta se abre, el profesor entra en la sala y asciende al estrado y un silencio abrumador cae sobre las cabezas de todos los estudiantes. Se trata del docente de Derecho Romano, conocido por su nefasto, pero realmente nefasto, genio. Por los pasillos se susurra, muy clandestinamente, que ese hombre lleva siglos sin tener relaciones sexuales —o, más textualmente, «mojar el churro»— y que por eso siempre porta esa cara de haber chupado un limón. Otro rumor es que a los dieciséis hizo la mili y que lo obligaron a desertar porque los demás soldados le tenían miedo. Y como su piel es realmente blanca y sus ojeras llegan al suelo, también dicen que es un vampiro despiadado que sale a cazar por las noches; un vampiro de metro sesenta, pero vampiro al fin y al cabo. Lo único seguro es que se trata de un alfa temible, con voz grave y palabras atemorizantes, que nadie querría tener de rival en un juicio, porque fácilmente te puedes quedar mudo de la congoja.
—Tsk, aquí también hace un calor de mil demonios —se queja el profesor Ackerman. A Armin y a Jean les hizo gracia en su momento saber que se apellida igual que Mikasa y que da tanto o más miedo que ella. Qué casualidad—. ¿Qué coño hacéis ahí quietos? Abrid las jodidas ventanas, mocosos de mierda —También es necesario destacar que el profesor tiene un pico de oro.
Mientras un par de alumnos se levantan de sus sitios y obedecen, el profesor se quita la americana negra, la deja sobre el asiento acolchado tras el escritorio y toma una tiza para empezar a escribir en la pizarra el tema que van a dar hoy. Armin se agacha para buscar en la mochila, apoyada en sus pies, el cuaderno de apuntes de Derecho Romano, cuando oye el susurro de estupefacción de Jean a su lado:
—Hostias… Armin, Armin —lo llama en voz baja, picándole el hombro con el dedo.
—¿Qué pa…? —iba a preguntar el joven beta mientras se yergue, pero se queda mudo al alzar la mirada.
El profesor lleva una camiseta de mangas cortas y la piel blanca de sus extremidades superiores, que hasta entonces siempre ha quedado oculta por distintas chaquetas o camisas de manga larga, puede contemplarse en todo su esplendor. También el tatuaje que le recorre el interior del brazo derecho desde la muñeca hasta el codo.
—Tío, juraría que ése es idéntico al tatuaje de Eren, ¿no? —murmura Jean, pasmado—. Sólo lo he visto un par de veces, pero, joder, por culpa de eso perdí un huevo de dinero, me acordaría.
El joven beta está congelado, la imagen se le clava en las retinas y un sabor amargo le inunda la boca. Sí, el tatuaje del profesor Levi Ackerman es una copia exacta del de su amigo. Por este motivo, Armin se acuerda de repente de aquella conversación con Mikasa acerca de los matrimonios de parejas no destinadas y siente un pinchazo de responsabilidad en el pecho.
—Qué fuerte, el vampiro enano es el alfa de Eren… —dice Jean de nuevo, según una sonrisa maliciosa se le dibuja en los labios. Jeager nunca le ha caído precisamente bien y saber que va a tener que aguantar a ese sádico le produce cierta satisfacción.
Glosario.
(1) Teleco: Ingeniería de Telecomunicaciones.
(2) Stabilo Boss: El mítico subrayador fosforito, ése que tu madre te compraba para que resaltaras lo importante de tus apuntes y en realidad empleabas para pintarrajear los brazos de tu compañero de pupitre. Hay otras marcas, pero si no era Stabilo, no merecía la pena.
(3) Registrador de la propiedad: No sé cómo será en otros países, o si existe en otros países, pero en España este oficio es un chollazo: vas a las oficinas tres días a la semana, trabajas dos horas al día y, al final del año, la cifra del dinero que has cobrado ronda en los 130.000 euros. Es muy flipante, muy injusto, pero muy flipante. La única pega es que tienes que estudiar de ocho a diez años la carrera de Derecho y pasar unas oposiciones de Padre y muy Señor mío. Es equiparable o peor a conseguir entrar en la Policía Militar en el universo de SnK... y tenía que ser el objetivo de Jean, necesariamente XD
¡Muchas gracias por leer, gentecita! Nos vemos en el próximo capítulo.
