Advertencia: Harry Potter y sus personajes, pertenecen a J.K. Rowling/Warner Brothers. Usados en este fic, por mí, sin ánimo de lucro.
Tanto Estudio
Ubicado en la Época en que se inició la Leyenda de los Merodeadores de Hogwarts…
—¿Qué no te cansas de estudiar?
Remus se giró para mirar, a quién le dirigía esas palabras y reconoció a su amigo Sirius, quien estaba comiendo una manzana que había tomado de la cocina a escondidas, con la complicidad de un elfo doméstico. Los estudiantes del Colegio de Magia estaban en horas del descanso y, mientras James se encontraba hablando con unas chicas de Hufflepuff en compañía de Peter, el joven Lupin repasaba la lección más reciente de la clase de Encantamientos.
Viendo que las palabras empleadas no lograron el propósito de llamar la atención de Remus, Sirius se sentó a su lado.
—A ver, Lunático, ¿No crees que estás tomando demasiado en serio lo del estudio? ¡Es malo para la salud! El descanso se hizo para eso, para relajarse de las aburridas horas de trabajo que nos imponen los profesores, no para continuar la tortura.
—Lo siento, amigo —le respondió el joven con seriedad—, pero recuerda que mañana tenemos examen y a diferencia de James y tú, yo estoy preocupado por sacar una buena nota.
—Ay, por favor, cómo si perder un examen fuera el fin del mundo mágico —renegó el chico, girando sus ojos grises —Además, puedes seguir estudiando esta noche, aunque deberías, desde mi punto de vista, disfrutar del día, del sol, las lindas chicas… ¡Hey! ¡Mira a Dora Cravenport, la linda guardadora de Ravenclaw! ¿No está genial? ¡Y sí que tiene su buen cortejo de admiradores!
—Lo lamento, Canuto, pero todo lo que quieras hacer para distraerme, no te servirá de nada.
¡Que muchacho! Siendo franco consigo mismo, Sirius Black jamás en la vida había conocido a alguien cómo Remus Lupin. Siempre creyó que el único que podía con su paciencia, era Regulus, su hermano menor. Pero, al estar en Gryffindor, había conocido a alguien que tenía todos los requisitos para convertirse en un monje o ermitaño. Y cómo a él, le encantaba encontrar maneras divertidas para desconcentrar a las personas, se le ocurrió una idea… O más bien una broma.
—¿Lunático? —lo llamó suavemente.
—¿Sucede algo, Canuto?
—Mírame, tengo algo que quiero enseñarte.
Esta vez, Remus le hizo caso y lo miró, Encontrándose repentinamente con los labios de Sirius, fundiéndose con los suyos. Fue tal la impresión del chico de cabello castaño, que en cuestión de segundos dejó caer el libro que tenía en sus manos; todo en cuestión de segundos. Al terminar el beso, Sirius, después de respirar profundamente, se levantó con una sonrisa maliciosa y un cierto aire de triunfo.
—¡Sí! ¡Logré desconcentrarte, Lunático! Sabía que de alguna manera lograría que perdieras la concentración en los estudios ¡Sí! ¡Soy el mejor!
Radiante por el triunfo un tanto bizarro que había obtenido, Sirius caminó por la orilla del lago a encontrarse con sus otros amigos. Mientras tanto, Remus, sin saber muy bien cómo reaccionar, se quedó sentado en el mismo lugar tratando de sobreponerse a lo sorpresivo de aquel beso. Después de algunos minutos, movió la cabeza de un lado a otro y recogió el libro de Encantamientos, al mismo tiempo que una extraña sonrisa se reflejaba en sus labios.
Reconocía la derrota, aún cuando sin saber por qué sentía que era una derrota con gusto a triunfo.
