Historia basada en una de mis películas favoritas japonesas: Koizora. No será idéntica a la película, tendrá un poco de ella y bastante de mi cosecha. Es la primera historia "original" que escribo en años, así que espero que no sean muy duros conmigo.

Como siempre, Saint Seiya y sus personajes no me pertenecen, solamente los utilizo para mi entretenimiento.

Cap. I. Dónde todo comenzó.

A los dieciséis, uno no cree ni piensa en encontrar un amor fuerte, duradero, el tan famoso "amor de tu vida". Los chicos de nuestra edad piensan en fiestas, en salir con mucha gente, en disfrutar su juventud y equivocarse, mucho, después de todo, solamente nos quedará un par de años antes de pensar en la universidad, en encontrar buenos trabajos y esas cosas de adultos. Yo solamente pensaba en mis estudios, aun así, el amor me encontró y ésta es mi historia.

Cuatro años atrás.

Era el fin de curso, el verano estaba cerca y solamente le quedaba ese día antes de disfrutar de sus muy ansiadas vacaciones. Se miró en el espejo del baño de mujeres, sus brillantes ojos verde-azules recorrieron la forma redondeada de su rostro, peinó su flequillo y arregló un poco el cuello de su camisa, la corbata y el saco del uniforme; sonrió.

Al salir del baño, se encontró con su mejor amiga, una preciosa pelirroja de ojos de un color azul profundo y piel muy blanca que llamaba la atención a dónde quiera que fuera, se conocían desde el jardín de niños, eran como hermanas.

-¿Estás lista? –Preguntó la pelirroja observando con detenimiento a su amiga, como buscando una pequeña señal que le indicara que algo estaba mal con ella, pero su rostro seguía tan jovial y tranquilo como siempre.

-Estoy lista, vamos –Esbozó una diminuta sonrisa y caminó hacia el auditorio. La ceremonia de clausura estaba a punto de iniciar y debían estar todos reunidos y listos, no se admitían los retrasos.

Ese día, mi vida cambió para siempre, pero en ese momento, yo no tenía idea de que eso sucedería.

La ceremonia finalizó una hora después, sus compañeros reían a carcajadas y buscaban con desesperación lugares para ir a festejar que las clases habían terminado y por fin tendrían esa libertad que tanto habían buscado durante meses. Ella se despidió de su amiga y fue a la biblioteca, ese era su lugar preferido en toda la escuela. El aroma de los libros viejos, el agradable calor que había en el lugar gracias a que el Sol golpeaba directo a la pequeña aula, pero especialmente, el silencio infinito pero muy cómodo que había ahí siempre le ayudaban a calmar su mente cuando se sentía agobiada por algo. Estuvo ahí cerca de hora y media, después se marchó a casa.

Su familia constaba de cuatro personas: su padre, su madre, su hermano y ella. Eran una familia modesta, su padre trabajaba en una compañía de autos y su madre se dedicaba enteramente a ella y a su hermano. Eran muy unidos, planeaban las vacaciones de verano e invierno todos juntos y tenían gavetas llenas de fotos de todos esos viajes. Amaba a su familia por sobre todas las cosas y eso jamás cambiaría.

Subió a su habitación, se dispuso a llamarle a su amiga así que comenzó a buscar el móvil, no lo tenía en el bolsillo de la falda, así que, antes de entrar en pánico, buscó en su mochila. Se tomó su tiempo, buscó entre sus libros y cuadernos, buscó en cada bolsillo y empezó a desesperarse. Corrió a la sala, buscó entre los cojines del sofá, en la cocina, en el piso, bajo la mesita de centro, en el baño y entró en pánico. Tomó el teléfono inalámbrico, sus dedos presionaron los números correctos y esperó.

-¿Diga?

-¿No viste mi móvil? –Su voz salió un poco más aguda y desesperada de lo que hubiera deseado –No lo encuentro por ningún lado –Apresuró a decir para disimular un poco.

-No lo vi, voy a llamar, tal vez alguien lo encontró.

Esperó con algo de impaciencia a que su amiga le diera buenas noticias.

-Nadie responde. Vayamos a la escuela mañana temprano y buscamos ahí, tal vez lo dejaste en el baño.

-Pero… -Quiso replicar pero sabía que no podía ir a la escuela a esa hora. –De acuerdo, iremos a primera hora –Se despidió y cortó la llamada.

Tomó un baño relajante, sabía que su mundo no iba a terminarse por perder el móvil pero ese cacharro realmente era bonito. Suspiró, nada podía arreglar preocupándose así que se alistó para irse a la cama.

Al día siguiente, a primera hora, ambas chicas fueron a la escuela, la pelirroja no dejaba de marcar el número mientras ella buscaba en cada rincón del edificio. No dejó lugar sin recorrer, estaba cansada pero quería agotar todas las posibilidades.

-Tal vez se te cayó camino a casa –Dijo la muy exhausta pelirroja con el móvil aún pegado a la oreja y el pulgar sobre el botón de llamar –Deberíamos irnos ya a casa.

-Un poco más, por favor –Pidió ella, sus ojos brillaron con tristeza y la pelirroja bufó a modo de asentimiento –Gracias.

En ese instante recordó su visita a la biblioteca y corrió hacia el aula, esa era su última oportunidad y esperaba que, por un milagro, su móvil estuviera ahí. Llegó y de inmediato guardó silencio, debía estar lo más callada posible si deseaba tener oportunidad de escuchar el timbre. Apenas respiraba, caminaba de puntitas, se movía lo menos posible y lo escuchó.

Corrió hacia una de las estanterías y buscó entre los libros, al final halló el móvil y sonrió, contestó la llamada.

-Ya lo encontré, muchas gracias –Dijo con mucho entusiasmo.

-Me alegra que lo hayas encontrado, espero que tengas más cuidado la próxima vez –Una voz masculina que ella jamás había escuchado fue la que respondió. Se quedó paralizada. Algo raro estaba sucediendo y no le gustaba nada.