Capítulo 1

Willis

¿Qué harías si murieras mañana? ¿Te lo has preguntado alguna vez? Yo jamás lo he hecho, pero creo que la mayoría de las personas responderían algo sobre pasar el día entero con las personas que aman. A mí ni siquiera me ha pasado por la cabeza que moriré tan pronto como "mañana", tengo 27 años, ¡nadie muere a los 27! ¿Cierto?

OoOoO

Estoy recostada en este frío lugar, parece tener el aire acondicionado encendido y programado para mantener la habitación a 1°C. Todo es blanco, la camilla, las paredes, las sábanas, incluso la bata de hospital que tengo puesta.

La enfermera me mira con una sonrisa, ha intentado hallar mi vena en tres ocasiones, espero que la siguiente al fin logre colocar el catéter. Siento un pinchazo en el brazo y ella casi parece querer dar un grito de alegría. Lo logró. La observo sonreírme aún más, he sido paciente todo este tiempo y he devuelto cada sonrisa que ella me da. Parece joven, quizá una practicante, lo que hace que recuerde mis días en servicio y ser más tolerante que cualquiera.

—Sentirás una pequeña molestia cuando el líquido comience a pasar —dice, mientras conecta el suero al catéter que al fin logró ponerme.

Asiento con la cabeza.

Entonces, apenas un par de segundos después, siento que algo parecido a un ardor combinado con dolor y frío recorre mi brazo hasta llegar a mi hombro, en donde el dolor es más molesto aún.

—Ahora colocaré el medio de contraste. Quizá esto arda un poco —vuelve a hablar.

El ardor aumenta, pero pasa casi de inmediato, no así el dolor que aún persiste.

—Te colocaremos aquí dentro. Necesito que permanezcas quieta todo el tiempo hasta que te indiquemos que puedes moverte. Respira con normalidad y mantente tranquila. Estaremos del otro lado del vidrio, ¿de acuerdo?

Vuelvo a asentir.

Escucho que la enfermera se aleja después de sus claras instrucciones y mi casi inaudible respuesta positiva.

Respiro profundo. Por primera vez en todo el día tengo miedo.

El tomógrafo comienza a funcionar. Escucho cómo el movimiento giratorio que hace el aro que está prácticamente escaneando mi cabeza, suena como si estuviera a punto de enviarme a otro planeta. Cierro los ojos e intento imaginar que estoy en una nave espacial, que pronto veré a los marcianos, y solo así es como consigo olvidarme del miedo.

OoOoO

La sala de espera está llena, parece haber muchos enfermos hoy.

Escucho mi nombre y voy hacia el consultorio. Camino despacio, no quiero parecer ansiosa. Otra enfermera se encarga de tomar mis signos vitales y, cuando termina, me hace pasar con el médico.

El lugar es amplio, nada distinto a cualquier consultorio que haya visitado con anterioridad. El doctor está sentado detrás de su escritorio, está serio, parece estresado y cansado. Me siento frente a él. Él no me mira en ningún momento.

—Buenas tardes, señorita Granger. Soy el doctor Malfoy. Entiendo que fue enviada aquí por su médico particular debido a una migraña de difícil control —dice, mientras revisa la hoja que mi médico le envió.

Asiento con la cabeza, en silencio. Él me mira por primera vez, de manera muy breve.

Lo observo. Mirada profunda color gris, cabello rubio, labios delgados, parece alto, aunque es difícil decir considerando que está sentado, su voz es profesional y su piel blanca y pálida parece fría y suave al mismo tiempo.

—Cuénteme cómo comenzó todo —me pide, mientras se prepara para comenzar a escribir en su computadora.

Suelto un suspiro. Odio esta historia.

—Comenzó hace dos meses. Primero se trataba de un ligero dolor de cabeza. Tengo un trabajo muy demandante...

—¿A qué se dedica? —interrumpe, sin dejar de escribir.

—Soy asistente personal de un ejecutivo importante —respondo y continúo—. Debido a mi trabajo, supuse que el dolor de cabeza era causado por estrés laboral, por lo que consideré sencillo evitarme el médico y tomar un par de pastillas para el dolor, la idea funcionó por unas semanas y después era necesaria una dosis más alta —respiro, sé que debí ir al médico, pero jamás pensé que sería necesario. Tenía mucho trabajo—. El dolor comenzó a ser más fuerte cada día y la dosis que usaba era cada vez menos efectiva, por lo que investigué un poco, llegué a la conclusión de que mis síntomas eran compatibles con migraña y comencé un tratamiento para eso.

—¿En ningún momento tuvo asesoría médica?

—No, jamás.

Espero un segundo. Este siempre es el momento en el que el médico me da un sermón sobre la automedicación y sus repercusiones para la salud. Me sorprende notar que él ni siquiera se inmuta.

—¿Cuáles eran los síntomas acompañantes?

—Presentaba molestias con la luz, náusea, a veces ceguera o visión borrosa, con el medicamento para la migraña estuve bien por un par de semanas más, pero después fue imposible controlarlo.

—Ese fue el momento en el que asistió con su médico.

—Sí. Su tratamiento fue acertado por un par de semanas más... y henos aquí —concluyo.

Él se levanta y me pide pasar a la mesa de exploración. Compruebo que es alto y además que huele bien. Realiza su exploración minuciosamente, cuando sus manos me tocan compruebo que están frías, hace un par de preguntas más a lo largo de su examen y me hace realizar ejercicios extraños.

En el momento que termina, suelta un suspiro.

—Revisaremos la tomografía que le realizaron hace un momento —menciona, mientras camina nuevamente hacia su asiento y escribe más cosas con su teclado—. Sinceramente, no creo que haya mayor problema, todo parece estar en orden con la exploración —dice, con la expresión en la cara que claramente parece un "otro caso innecesario que debo ver hoy".

Respiro, sus palabras son reconfortantes.

Entonces la expresión en su cara cambia, parece sorprendido. Mueve un par de cosas en la pantalla, clickea y vuelve a teclear. Lo veo revisar mis papeles y mirar el monitor de nuevo. El miedo regresa.

—Vuelvo en un momento —se levanta de su asiento y sale disparado por la puerta.

Mi corazón comienza a latir con fuerza. Me pregunto qué lo hizo salir volando del consultorio, dejándome sin alguna explicación de a dónde iba. Quizá recibió un mensaje urgente u olvidó hacer algo. Me asomo a la pantalla y veo que no hay nada más que el resultado de mi estudio en ella. No entiendo lo que veo, mi padre es dentista y conozco un par de cosas médicas, pero esa imagen es por completo desconocida para mí. Solo puedo ver lo que parece mi cerebro y nada más. El simple hecho hace que el miedo no desaparezca.

Cuando el doctor vuelve, lo hace con un médico más, quien me pide pasar de nuevo a la mesa de exploración, repite todos los pasos que el doctor Malfoy había realizado ya y me hace más preguntas sobre mi historia familiar y personal.

Hablan un poco y después me miran. El doctor Malfoy parece preocupado.

Él vuelve a tomar asiento detrás de su escritorio, está pensativo y suelta un suspiro muy distinto al primero que escuché hace ya un rato.

—¿Sucede algo? —pregunto, cuando el otro doctor desaparece del consultorio. Sé que pasa algo, pero no se me ocurre algo más que decir.

El doctor luce acongojado.

—Todo parece estar en orden, pero quiero hacer más estudios.

—¿Por qué?

Siento como si un balde de agua fría recorriera mi espalda, cuando un médico dice "Hacer más estudios" es porque sospecha algo más o algo en definitiva no está bien.

—Hay un pequeño problema con el estudio tomográfico. Aparece una imagen sugerente a un tumor.

El mundo se detiene por un segundo. El doctor sigue hablando sobre estudios, origen, síntomas y otras cosas que no comprendo. Mi corazón late fuerte, lo escucho en los oídos. Mis manos ahora están frías, un poco más que las del doctor. Mi respiración no está llevando mucho oxígeno a mis pulmones. De pronto todo parece un sueño.

OoOoO

El doctor Malfoy decide que me quede todo el día y la noche en el hospital para concluir todos los estudios que quería realizar, así que paso la mayor parte del día de un lado a otro, siendo pinchada mil veces en los brazos y manos, dentro de máquinas extrañas, grandes y que hacen ruidos interesantes, y recostada en una incómoda cama. Por la noche, cuando nadie más me molesta, busco mi celular e intento hacer una búsqueda diligente.

Con rapidez, tecleo "Tumor cerebral" en el buscador. Aparecen cerca de 6 millones de resultados. Leo lo más rápido que puedo cada una de las páginas que parecen serias. No sé qué tipo de tumor tengo, solo sé que tenía dolores de cabeza y eso es tan específico como decir que vivo en el planeta tierra. Todos los casos parecen con cura, eso me da ánimos, aunque no aleja el miedo que permanece constante desde la tarde.

No sé en qué momento me quedo dormida.

Por la mañana, mis ojos se abren casi por instinto, como si estuvieran programados para abrirse a cierta hora y todo el sistema comenzara a funcionar. De golpe, recuerdo todo del día anterior. El miedo aparece de nuevo.

Me paso un rato preocupada por todos los estudios hechos el día anterior, también algo estresada debido a mi trabajo, puesto que mi jefe me ha mandado un texto exigiendo que me presente en la oficina lo más pronto posible. Me sorprende cómo es que no se inmuta cuando le hablo de que estoy en el hospital y solo me exige llegar temprano mañana.

El doctor Malfoy aparece en mi habitación un par de horas después de que abriera los ojos. Su porte profesional y todo él hacen que me sienta segura por un momento.

—Estuve revisando los estudios que se le practicaron ayer —dice. No hay un saludo ni alguna palabra amigable o tranquilizante de inicio, eso me desconcierta—. Los analicé con mucho cuidado y le pedí apoyo como segunda opinión al médico que la revisó ayer—Hace una pausa.

Odio las introducciones, parecen solo una manera de hacer que lo que viene después suene menos feo de lo que ya es, aunque claro, eso nunca funciona. Lo sé, lo he practicado con mi jefe más veces de las que podría recordar.

—Su tumor es del tipo primario —comienza. Bien, leí sobre eso anoche—, es decir, su tumor se originó en el cerebro y no en algún otro lado como pensamos de inicio el doctor y yo. La causa es idiopática, es decir, desconocida.

Es una linda introducción: "Su tumor es raro".

—El problema es que —hace una pausa para tomar aire. Yo, en cambio, dejo de respirar. Hay un problema—, su tumor es inoperable. De hecho es intratable.

¿Qué? ¿Intratable? ¿Cuántos tipos de tumores leí ayer que eran intratables? ¿Uno? ¡Ninguno!

—Quiero darle seguimiento a su caso. Probablemente haya algo que no vimos o que aún no es visible.

Y así sin más quiere atenuar todo con un simple seguimiento a mi caso. ¡Genial!

—¿Estamos hablando de que ese tumor no puede irse con ninguna clase de tratamiento? —pregunto, buscando alguna esperanza o que me diga que todo es una broma, pero el doctor niega—. ¿Ninguno? —vuelve a negar.

¿En dónde está el doctor Shepherd que tanto veo en la serie que me gusta? ¿No está al menos su hermana? No puedo tener un tumor "inoperable" sin que alguno de ellos aparezca. Aunque claro, solo es ficción. En realidad no creo que Patrick Dempsey o Caterina Scorsone aparezcan y salven mi vida en un capítulo.

Todo suena divertido después de pensar en mi abandonada serie que aún no logro terminar de ver, pero no deja de ser aterrador. Intento procesar la información. Mi miedo más profundo se hace verdadero. Tengo una enfermedad intratable y, aparentemente, terminal.

—Y eso, ¿cuánto tiempo de vida me deja? —pregunto, arrepintiéndome al primer segundo de terminar. No estoy segura si quiero saber cuándo es que mi vida terminará.

—Es difícil de decir —el doctor se acomoda el cabello y parece pensativo—. Con los estudios posteriores tendré una visión más clara de las cosas.

—¿Aproximadamente? —insisto, a pesar de todo.

—No lo sé. Un año, probablemente.

Un año no suena mal, incluso parece exagerado.

—Hablamos de una vida plena —intento afirmar, aunque mi afirmación suena más a una pregunta.

—Una vida plena es muy ambiguo.

—Me refiero a una vida sin síntomas más allá del dolor de cabeza, el cual espero que sea tratado.

Leí tanto sobre síntomas tan extraños y molestos que solo espero que no aparezcan pronto y limiten mi vida, llevándome a vivir un año miserable.

—Por supuesto que será tratado —por un momento suena ofendido—. Y poniéndolo de esa forma, depende del crecimiento del tumor... seis meses, tal vez.

Respiro de nuevo. Todo parece un sueño y quiero despertar pronto.

El doctor Malfoy ordena el alta, prescribe medicamentos muy fuertes para el dolor y se despide de mí con un estrechamiento de mano y una cita en un mes para seguimiento.

Cuando llego a mi casa todo está en tranquilidad y justo como lo había dejado en la mañana del día anterior.

Preparo algo de comer. La comida del hospital es terrible y no pude comer demasiado, así que ahora mismo estoy hambrienta. Me siento en la mesa y comienzo a masticar lo que acabo de preparar.

¿Qué harías si murieras mañana?

Me hago la pregunta por primera vez en la vida. Podría morir mañana si tuviera un accidente, por lo demás parece imposible... Error, ahora hay algo en mi cabeza que es como una granada de fragmentación y podría hacerme morir: un tumor cerebral extraño, primario, idiopático, inoperable, intratable, asesino.

No quiero llamar a mi nuevo problema "Tumor", suena fatalista, terminal y miserable. Estuve leyendo sobre tumores toda la noche anterior, aprendí demasiado sobre ellos y sobre el cerebro, todos eran terribles a simple vista, el mío se comporta de manera decente. Aprendí también que una estructura era llamada Polígono de Willis, gracias a quien lo describió en una de sus obras en el siglo XVII. Recordar ese nombre me pone a pensar mejor la situación. Ese nombre en particular me había parecido intelectual y muy apropiado. Decido al instante que mi problema merece un nombre intelectual, después de todo, él logró tener la inteligencia suficiente como para crecer de manera que es inoperable e intratable. Desde ahora debo llamarlo Willis.

Sonrío con mi loca idea. Me parece que estoy tomando demasiado a la ligera las cosas, quizá es mi manera de negar que están sucediendo.

Como un poco más y vuelvo a hacerme la no muy hermosa pregunta.

¿Qué harías si mueres mañana?

Iría con mis padres, les diría que los amo y estaría con ellos el resto de mi vida.

Sonrío, satisfecha. Me gusta mi respuesta. He estado lejos de mis padres durante mucho tiempo y parece justo hacer eso, pero yo no moriré mañana, al menos eso no fue lo que el doctor dijo. Voy a morir en un año, aunque prácticamente estaré consciente de mi vida por seis meses más o menos.

¿Qué harías si mueres en seis meses?

La mayoría de las personas responderían que irían de viaje y disfrutarían de la playa o algún hermoso lugar por el resto de sus días.

¿Yo quiero estar seis meses de viaje? No. Pero entonces, ¿qué quiero hacer el resto de mis días?

Cuando termino de comer me voy a la cama. Estoy exhausta. Tomo una de las pastillas que el doctor Malfoy me recetó, esperando que me quite el dolor de cabeza y pueda dormir decentemente unas cuantas horas. Antes de que el sueño me atrape, pienso detenidamente qué hacer en seis meses, pero nada se me ocurre.

OoOoO

La mañana me abruma de nuevo. Debo ir a trabajar y prepararme para todo el trabajo que estoy segura que mi jefe no hizo. Básicamente soy yo quien hace todo y él solo se sienta en su escritorio a jugar Candy Crush o algo por el estilo y es quien termina poniendo la sonrisa ante toda la mesa directiva sobre su excelente desempeño, que en realidad es mío. Nunca me he quejado. La paga siempre ha sido buena, por lo cual mantengo la boca cerrada y trabajo como es debido. Mis padres me han dicho que renuncie, lo he considerado demasiado, pero con ese sueldo mantengo el estilo de vida que me gusta y no quiero alejarme de él, aunque eso ya me haya costado no ver a mis padres y perder contacto con todos mis amigos.

Mi vida es rutinaria. Me levanto, me ducho, me arreglo, salgo de casa, lucho con el tráfico, compro café para mí y para mi jefe, trabajo hasta que no queda nadie en la oficina, regreso a casa, ceno algo comprado, duermo y vuelvo a empezar.

Mientras conduzco hacia el trabajo, lidiando con todos los coches que no me permiten el paso, recuerdo a Willis. Pienso en todo lo que significa agregarlo a mi vida. ¿Cuándo perderé la habilidad para conducir? ¿Cuándo dejaré de trabajar?

Un claxon suena y avanzo.

Al llegar a la oficina mi jefe se ve abrumado, preocupado, estresado y enojado.

—Pensé que no llegarías hoy tampoco —dice, mientras me entrega una pila de papeles—. Ya estaba buscando a tu reemplazo.

—Lo lamento mucho —respondo—, tuve un problema muy grande y...

—Sí, bueno, eso no es importante. Necesito que termines todo este trabajo hoy. Estamos demasiado atrasados con todo y la entrega es el viernes.

Mi jefe entra a su oficina dando un portazo. No espero que entienda mis razones, si nunca lo ha hecho no creo que lo haga ahora. Además no me agrada para nada la idea de que alguien sienta lástima o compasión por la estrecha relación entre Willis y yo.

Realizo el trabajo con toda la rapidez que las circunstancias me permiten, pero a medio día es difícil controlar el intenso dolor de cabeza que Willis me provoca.

—¿Quieres dejarme trabajar? —grito, mirando hacia arriba, tratando de fingir ver a Willis y reprenderlo.

Respiro. Necesito un descanso.

Busco en mi bolsillo la pastilla que el doctor me recetó y la tomo lo más rápido que puedo. Cierro los ojos y espero que haga efecto. Simplemente es imposible continuar hasta que todo pase.

—Creí que te pagaba por trabajar y no por dormir.

La voz de mi jefe resuena en mis oídos, pero para mí tranquilidad, descubro que el dolor ha desaparecido.

—Lo siento, solo fue un breve descanso —intento justificar—. Ya estoy por la mitad del trabajo y creí que podía tomarme un...

—No me interesan tus razones. Trabaja, quiero verte. ¡AHORA!

Vuelvo a lo mío sin mirarlo. Se queda parado junto a mí por un rato y después vuelve a encerrarse en su oficina. Estoy acostumbrada a este trato, siempre ha sido así. Lo cierto es que Willis está interfiriendo demasiado en mi desempeño.

OoOoO

Cuando vuelvo a casa las piernas me están matando, al igual que mi cabeza. Tomo la efectiva pastilla para el dolor y me siento en el inmenso sillón de la sala.

Terminé el trabajo. Todo está en orden ahora, aunque eso me haya costado estar en casa casi a medianoche.

Observo el rededor. Mi casa es grande, muy grande para una persona, la decoración es impecable, toda pieza que se vea es perfecta. Trato de animarme así cada día desde que trabajo en esa horrible oficina. Puedo mantenerme así de bien con ese sueldo. Puedo hacerlo.

Cuando voy al comedor para comer lo que traje me encuentro con los papeles del hospital y parte de los resultados de las pruebas que me hicieron. Voy a morir. Aunque Willis ha estado interfiriendo en mi trabajo todo el día, no me había preocupado demasiado y no había tenido el tiempo para pensar en él con detenimiento. Voy a morir.

Como con un solo pensamiento en la mente: Si muero mañana, ¿moriría feliz?

Odio mi trabajo. Odio a mi jefe. Odio no tener amigos. Odio estar cansada todo el tiempo. Odio no ver a mis padres. Odio no tener tiempo para mí. Odio mi vida, ¿qué más da si me la quitan?

—No puedo morir, no con esta vida —me digo en voz alta.

Rápidamente me levanto de la silla y voy en busca de un cuaderno y un bolígrafo.

En la primera hoja escribo:

"Las cosas que planeo hacer antes de morir"

Por Hermione Granger

Pienso detenidamente en todas las cosas que quiero hacer pero solo vienen a mi mente dos: ver a mis padres y viajar a la playa a pasar mis últimos días.

—No puede ser solo eso —me digo, diez minutos después—. Willis, ¿qué vamos a hacer antes de morir?

Suspiro, no se me ocurre nada.

Miro la libreta y hoja con los dos recuadros antelando las dos frases de las únicas dos cosas que planeo hacer antes de morir. Mi teléfono vibra. Mi jefe está pidiendo que me presente temprano mañana otra vez para terminar todo el trabajo de la semana. Mi cerebro se enciende y decido agregar un recuadro más poniendo delante la frase "Renunciar a mi asqueroso trabajo".

Sonrío. Eso es el perfecto inicio.

Aprovechando que el celular está ahí, hago una búsqueda en internet con la frase "Qué hacer antes de morir". Aparecen cerca de ocho millones de resultados, pero solo me limito a darme algunas ideas con las listas que dicen "48 cosas que hacer antes de morir" y "100 cosas que hacer antes de morir". Ambas listas se parecen en algunos puntos, muchos de ellos serán imposibles de cumplir para mí como ir a las olimpiadas o aprender 3 idiomas a la perfección, pero me dan miles de ideas.

Paso el resto de la noche escribiendo el resto de la lista y preparándome para comenzar a cumplirla de inmediato. No tengo tiempo que perder. Escribo también mi carta de renuncia, anuncio mi auto en internet al igual que la mayoría de mis cosas. Planeo quedarme solo con lo indispensable para vivir, conocer mi ciudad, caminar más y de paso así también consigo algo más de dinero para mantenerme en lo que resta de mi tiempo.

Mi vida está por comenzar.