Cambiar el mundo

Prólogo

Jamás se había sentido tan sola como en aquel momento, con las manos manchadas y el cuerpo inerte de su padre recostado en sus piernas. El reloj seguía su curso, inmune al pesar y los temblores de sus sollozos. ¿Cuántos minutos habían pasado desde que lo vio desplomarse? ¿Cuántos desde que salió de la cocina, dejando de lado el postre que estaba preparando, para recibirlo como cada día?

En su mente seguía grabada, como un tatuaje, esa sonrisa plácida al entrar en casa, esos ojos que de repente se tornaron asustados y agónicos, sus dedos arrugando la camisa por encima del corazón, y después… después silencio. Nada.

Se había quedado paralizada y atónita unos momentos, para luego abalanzarse en ayuda de su progenitor, y resultando en un esfuerzo inútil. Había gritado su nombre, llorando sobre su rostro pálido y sin vida, rezando porque aquello fuese una pesadilla. Los vecinos en seguidas habían venido en su socorro al oír sus lloros y observar la puerta medio abierta, apartándola prácticamente a la fuerza del cuerpo. La policía había llegado poco tiempo más tarde tras la llamada junto a una ambulancia, disparándole miradas de pena y condolencias, de algún modo ya demasiado acostumbrados, y tomando testimonio en un gesto de pura rutina.

Con una taza caliente de valeriana y una manta encima, observaba con la mirada perdida a los agentes moviéndose de un lado a otro, fotografiando y hablando entre ellos, ignorando por ahora su presencia hasta que fuera necesaria. De soslayo, escuchó como dos agentes mantenían una conversación a murmullos, que podía fácilmente escuchar debido a la poca distancia a la que se encontraban.

-¿Se sabe si fue un ataque al corazón normal o…?-

-Al parecer, d normal no tuvo nada- contestó temeroso su compañero, los nervios evidente en su voz- El hombre apenas tenía cuarenta y tres años, y salvo una lesión antigua en la pierna izquierda, no sufría de otras secuelas o enfermedades-

-¿Entonces…?- insistía uno, mirando de reojo en su dirección.

-Tenía antecedentes- bajó en tono, ocultando su boca para que nadie leyera sus labios- La mayoría por hurtos pequeños, salvo uno… un ataque violento con otros dos individuos a un banco importante. Lo soltaron porque no había pruebas concretas que lo vincularan con aquel asunto.

-Vaya…-suspiró el policía, entrecerrando los ojos en admiración y miedo- Kira no deja escapar a ninguno ¿eh?-

Kira… repitió en sus pensamientos, escupiendo la palabra como si de veneno se tratase. El castigador de criminales, el infame asesino que tenía en vilo al mundo entero, la pesadilla de los sueños de su querido padre desde que hizo aparición. Apretó los puños llena de rabia, enfurecida y frustrada. Y juró, por todo lo que le había sido arrebatado en un segundo, que nunca lo perdonaría y que haría lo que estuviese en su mano para que fuera apresado y ajusticiado.

Agarrando con dolor y decisión la cruz alrededor de su cuello, lo prometió. Aunque le costase la vida en ello…