Los personajes de Naruto no son míos, son de Kishimoto... la historia si es de Lorraine Heath
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ACLARACIÓN
Será una adaptación, sin embargo haré algunos cambios, sobretodo con el personaje de Karin, en la historia original es un personaje odioso al ser una Mary Sue que sinceramente aborrecí, y cambiaré un poco el amor del protagonista por Karin, en esta versión sale un poco porque la sustituiré con otro personajes en ciertas ocasiones.
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Espero disfruten esta historia, la cuarta de esta serie de adaptaciones; así como yo lo hice.
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PRÓLOGO
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Del diario de Jugo no Tenpi
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Soy un hombre con un oscuro interior. Todo empezó el día que presencié el ahorcamiento de mi padre. Como fue un ahorcamiento público, las calles se vistieron de fiesta; parecía que yo fuera el único que comprendía lo que significaba aquella pérdida, y que el valor del objeto robado mereciera destruir su vida y la mía.
Solo tenía ocho años, y mi madre se marchó el día que yo llegué al mundo. Así que cuando murió mi padre me convertí en un niño huérfano que no tenía a dónde ir y no conocía a nadie que estuviera dispuesto a acogerme.
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Entre la alegre muchedumbre de curiosos había dos chicos que se percataron de mi dolor; no cabía duda de que las lágrimas que se deslizaban por mis sucias mejillas les contaron mi historia. Mi padre me había dicho que tenía que ser fuerte. Incluso me guiñó el ojo antes de que le taparan la cabeza con aquella capucha negra. Lo hizo como si el hecho de que estuviera ante la horca no fuera más que un chiste, algo divertido, algo de lo que nos reiríamos juntos después.
Pero no era ningún chiste, y si mi padre se está riendo de ello ahora, solo le estará escuchando el diablo.
Aquel día no fui fuerte, pero desde entonces he demostrado muchísima fortaleza.
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Aquellos chicos me consolaron como lo hacen todos los niños, dándome una palmada en el brazo y diciéndome que tenía que ser fuerte. Luego me invitaron a irme con ellos. Suigetsu era el mayor y sus andares denotaban mucha seguridad. Sasuke tenía los ojos abiertos como platos y me dio la sensación de que aquel era el primer ahorcamiento que veía en su vida. Mientras nos deslizábamos por entre la bulliciosa multitud, sus hábiles dedos iban haciéndose con todos los monederos y pañuelos que encontraban a su paso.
Cuando se hizo de noche les seguí por las callejuelas de Konoha hasta la puerta de su mentor, un hombre que respondía al nombre de Orochimaru. Lo cierto es que no me prestó mucha atención hasta que sus trabajadores le entregaron su precioso botín. Todos sus trabajadores eran niños. Solo había una niña entre ellos. Una chica con una salvaje melena de color rojo y unos dulces ojos igual de rojos. Se llamaba Karin. Cuando me di cuenta de que Suigetsu y Sasuke me habían llevado a la guarida de una pandilla de ladrones, perdí el poco interés que tenía por quedarme. No me apetecía estar en un lugar que acabaría llevándome a la horca. Pero el deseo de no perder de vista a aquella niña fue más fuerte. Y por eso me quedé.
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Pronto adquirí mucha habilidad descubriendo información y ayudando al grupo a planear estafas. Sin embargo, yo no tenía tanto talento para robar como los demás. Me detuvieron en más de una ocasión y acepté el castigo tal como me enseñó mi padre, con estoicismo y guiñándole un ojo a la vida.
Enseguida me di cuenta de que el sistema legal no era justo y de que el precio que los niños acostumbraban a pagar por sus delitos era la pérdida de la inocencia. Empecé a prestar especial atención a todo cuanto tenía que ver con la justicia. ¿Cuál era el motivo de que un niño recibiera diez latigazos por robar un pañuelo de seda y sin embargo a otro lo deportaran a una prisión de Sunakagure por cometer exactamente el mismo delito? ¿De dónde sacaban las pruebas? ¿Cómo se determinaba la culpabilidad de cada cual? Y lo más importante, ¿cómo podía alguien demostrar su inocencia?
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Con el tiempo empecé a trabajar en secreto para la policía. No tenía ningún miedo de las sombras ni de las zonas más oscuras de Konoha. Incluso cuando empecé a trabajar para Scotland Yard, yo me aventuraba por lugares donde otros no se atrevían a entrar.
Siempre me he enorgullecido de saber que nunca he arrestado a una persona inocente. Si la severidad del caso lo permite, suelo dejar marchar al culpable limitándome a darle un pequeño golpecito en la espalda y advirtiéndole de que estoy vigilando, que siempre estoy vigilando. ¿Qué importancia puede tener un pequeño trozo de seda cuando un hombre puede perder su vida en la calle? A mí me preocupaban más los crímenes siniestros, y me sentía más fascinado por ellos.
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Esa clase de delitos apelaban a la oscuridad que reinaba en mi interior y por eso atraían toda mi ardiente atención.
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Y así es como llegué hasta ella.
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