Disclaimer: Randall Bennett me pertenece y me reservo su uso.

Advertencia: Este fic es una continuación de Acónito y Verbena. Puede leerse perfectamente sin el anterior, pero spoilea un poco.

Este fic participa en el reto anual "Long Story 6.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black


Capítulo 1: Human

«Maybe I'm foolish, maybe I'm blind

thinking I can see through this

and see what's behind.

Got no way to prove it, so maybe I'm blind,

but I'm only human after all»

Rag'o'Bone


La radio estaba sonando pero nadie le hacía caso.

—La destitución de Potter marca la destrucción del gobierno de la post guerra —decía la voz en el radio—. Esperaron todo este tiempo para hacerlo, claro, porque Potter no es cualquier persona: es un héroe de guerra. Y así le pagan. Pero Potter está a nuestro favor —siguió la voz del radio— y no pueden permitirse tener aliados de las criaturas dentro del ministerio, es demasiado peligroso tener a alguien que intente cambiar el sistema desde…

Tracey resopló.

—Ni siquiera estaba haciendo nada —le espetó al radio.

Estaba sentada en el único sillón que tenía aquel departamento en medio de Londres muggles en el que las cortinas estaban corridas siempre y apenas si había mobiliario. Si lo pensaba, casi como en su casa, que después de dos años seguía sintiéndose vacía, completamente vacía. Randall había vivido con ella hasta que les había explotado todo en la cara: el vampiro había matado a los Carmichael, los reyes del nuevo gobierno y no se lo habían perdonado. Peor había sido que no quedara evidencia de que eran unos monstruos, pensaba Tracey cada que se veía las cicatrices de los brazos. La habían torturado, intentando sacarle lo licántropo de adentro. Desde entonces —o más bien, desde que Tracey lo había sacado de Azkaban en medio de su juicio—, era un fugitivo. Era el rostro de la rebelión, aunque no hubiera rebelión alguna, no aún.

—Era el último «aliado» de las criaturas como nosotros en el ministerio —dijo Randall—. Y uso el término aliado demasiado ampliamente. Tienes razón, no hacía mucho.

Randall Bennett era un vampiro que se estaba acercando peligrosamente a los treinta años sin que se le notaran un poco. Lo habían convertido a los veintiuno y, a pesar de que era cinco años mayor que Tracey —más o menos—, ella empezaba a verse un poco mayor. Tracey tenía ojeras frecuentemente, el cabello castaño siempre amarrado detrás de la nuca, los brazos llenos de cicatrices provocadas por que le habían puesto matalobos —la planta, sin diluir— en las heridas abiertas y algunos rasguños en el cuerpo, prueba de sus transformaciones. Era demasiado complicado conseguir matalobos aquellos días; Tracey suponía que el ministerio reducía la producción de la poción y la venta del ingrediente principal para poder demostrar que los licántropos eran peligrosos.

Si todos tuvieran acceso, no habría ningún peligro.

—Nos van a joder más. —Tracey dejó caer la cabeza hacía atrás. Aquellos dos años la habían dejado agotada—. Todavía más.

Se recargó en Randall. Estaban solos. Seamus trabajaba hasta tarde aquella noche y Sally-Anne había aprovechado para salir a comprar algunas cosas.

—Da igual —le dijo Randall—. Tú y yo sobreviviremos. Estamos hechos para sobrevivir.

Se quedaron juntos pegados.

Tracey pensó en todo lo que había pasado. El registro de vampiros y de licántropos era público. Si ella no hubiera trabajado con Millicent, le habría sido imposible conseguir trabajo. Claro que se suponía que la tienda de antigüedades mágicas era «Bulstrode & Davis' Antiques», pero en el papel la única dueña era Millicent —¿quién querría hacer negocios en la tienda de una mujer lobo?—. Pero no era sólo aquello. A veces fantaseaba, preguntándose en lo que podría haber pasado si Randall no hubiera matado a Gemma Carmichael —Farley, de soltera—, si no hubiera movido los hilos para matar a Eddie Carmichael —su marido—. ¿Se hubiera puesto tan fea la cosa? El ministerio había usado el delito de Randall para demostrar que las criaturas mágicas eran demasiado peligrosas y que nadie estaría seguro mientras no existiera alguna clase de control. Los Carmichael podrían haber sido los que habían empezado todo, con el registro público y los hilos que jalaban en el Winzengamot y sus experimentos secretos en su sótano, pero su legado había demostrado ser un horror para cualquiera.

Pero Tracey sabía que las cosas no podían haber pasado de otra manera y que los dos estuvieran vivos.

Si no la hubieran secuestrado. Si no la hubieran convertido en un número, en un sujeto de experimentación. Si no la hubieran torturado y no le hubieran llenado los brazos de cicatrices. Si no… Pero no tenía caso pensar en aquello. Randall había ido tras ella y había hecho lo que tenía que hacer.

De eso ya habían pasado dos años y todavía estaban aprendiendo a vivir con las consecuencias de sus actos.

La radio siguió sonando.

—Por otro lado, se reporta una masacre a una manada de hombres lobo cerca de Kent —siguió el locutor—; los cadáveres aparecieron esta mañana en los campos. Al parecer llevaban cazándolos varios días y aprovecharon que aún faltaban dos semanas para la siguiente luna llena. El ministerio ha dicho que perseguirá a los cazadores, pero… todos sabemos que… —La voz se cortó súbitamente—. Un minuto de silencio.

—No dejan de matarnos —se horrorizó Tracey— y el ministerio no hace nada.

—Sólo fingen, es su trabajo —espetó Randall—. Les gusta decir que todavía somos ciudadanos mágicos. Pero no le importamos. Seguro alientan las cazas, aunque estas sean ilegales…

Sacudió la cabeza. En aquellos dos años de cautiverio, de vivir como forajido, había perdido parte de su buen humor, de su sonrisa, de su todo. Lo que había pasado los había dejado un poco rotos por dentro.

»Cabrones —siguió Randall—. ¡Cabrones! —Apretó los puños. Tracey sabía que, si hubiera habido un plato o algo de vajilla cerca, hubiera acabado rota y estrellada contra la pared. Randall respiró hondo—. Por cierto, oí que nombraron a tu ex parte del Winzengamot. Muy joven, ¿no? Tiene veinticinco, creo.

Tracey frunció el ceño.

—¿A Terence?

Randall asintió.

—Él mismo —dijo—. No tengo el placer de conocerlo, claro, salvo lo que dice Adrian de él. Porque tú, desde luego, sigues sin decir nada. Nunca hablas de él, como si su relación jamás hubiera existido.

Tracey subió las piernas al sofá, separándose un poco de Randall y las abrazó, quedando en posición fetal.

—A veces prefiero creer que esa relación no existió nunca —dijo Tracey—. Lo sabes. Adrian lo sabe también, pero no para de hablarme de él. «Terence esto, Terence lo otro» —dijo imitando el tono de Adrian Pucey—. Pero a mí no se me olvida cómo me vio cuando Gemma le dijo que yo era una licántropo, como si no me conociera, como si le diera asco. Me dijo que no podía tener una novia como yo. —Tracey sacudió la cabeza—. Así que sí, prefiero creer que no existió.

—Bueno, pues ahora es parte del Winzengamot —dijo Randall.

Tracey dejó escapar otro resoplido.

—No me extraña.

Iba a decir algo más, sobre Terence, cuando golpearon la puerta con ganas. Pareciera que fueran a tirarla. Tracey sacó inmediatamente la varita y Randall se puso en pie.

»¡¿Quién va?! —gritó Tracey.

—¡Soy yo! —La voz de Sally-Anne—. ¡Traigo un herido!

Tracey se apresuró a abrir la puerta para encontrarse a Sally-Anne Perks, que cargaba a un chico castaño, ayudado de otra chica, chaparrita y que se veía medio escuálida. Los dejó pasar en un momento y después cerró la puerta con un movimiento de varita.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—Herido —dijo Sally-Anne—. Ella… ella dice que… que… —Le costaba hablar, parecía cansada agotada—. Fue en el Callejón Diagon.

La chica pelirroja la interrumpió.

—¡Lo mordieron! ¡Lo mordieron! —gritó—. ¡Se está muriendo! ¡Lo mordieron!

—¡Rápido! —exclamó Randall—. ¡A la mesa! ¡Tracey! —gritó.

Travey, acostumbrada a hacerle de ayudante cada que pasaba aquello, movió la varita para despejar la mesa de todo lo que estaba allí. Sally-Anne y la chica cargaron al chico inconsciente hasta la mesa y lo dejaron allí. Era un chico joven, cabello castaño, medio largo, con flequillo, tenía todos los brazos llenos de tatuajes. Tenía una herida medio fea en el cuello, como si le hubieran clavado dos colmillos y, en la cara, le faltaba el ojo izquierdo, como si se lo hubiera arrancado. Randall frunció el ceño, viendo que también estaba perdiendo sangre por un par de heridas en el vientre esas su bastante profundas.

—Vampiros, ¿eh?

La pelirroja chaparrita asintió.

—Tracey, un cuchillo de la cocina —dijo Randall.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Tracey.

—¡Tracey!

—¡Accio cuchillo! —dijo ella y uno de los cuchillos de la cocina apareció en su mano. Se lo pasó a Randall—. ¿Qué vas a hacer? —repitió—. ¿No llamaras a Turpin?

—Turpin no puede resolver esto. Lo único que se puede hacer en estos casos, joder, Tracey —dijo él—. La herida del cuello. No es problema. ¿Las del vientre? Están hechas para que pierda sangre, demasiado profundas. No puedo detener la hemorragia y la magia tampoco puede porque son heridas que hizo un vampiro. Como las mordidas de un licántropo —explicó—. Lo único en lo que un vampiro supera a un mago: su mordida. —Suspiró y después miró a la chica pelirroja. Randall tenía el cuchillo en la mano—. Te diría que lo siento, pero es lo único que puedo hacer.

Pasó el cuchillo por su mano, abriéndose una herida a sí mismo y luego la acercó a los labios del chico. Apenas si estaba consciente y le costaba trabajo respirar.

»Bebe —le dijo—. Bebe. —Y el chico inconsciente le hizo caso. Bebió de su sangre.

Tracey lo comprendió en un momento.

Sally-Anne sólo frunció el ceño, sin entender demasiado.

Pero la pelirroja también lo entendió.

—¡NO! —gritó—. ¡No puedes convertirlo! ¡No puedes! ¡No tienes derecho! ¡No!

Randall se volvió hacia ella, sin apartar su mano de la boca del chico.

—¡¿Y que hago?! —le espetó, a gritos—. ¡¿Dejarlo morir sólo porque lo mordieron vampiros?! ¡Eso harían en San Mungo! ¡Esta es su única oportunidad! ¡No hay manera de detener la hemorragia de esas heridas! ¡No existe! —Tracey agradeció que hubiera un encantamiento silenciador alrededor de todo el departamento, que no dejaba que el ruido se escuchara afuera—. ¡Esta es su única oportunidad!

La pelirroja se quedó callada ante los gritos.

Aquella escena no era especialmente común, pensó Tracey. Pero los heridos sí. Al menos, desde que había aparecido Sally-Anne en sus vidas. Sally-Anne, una licántropo que Tracey se había encontrado un día y a la que le había dado asilo. Que apenas si había llegado al tercer año en Hogwarts y que sólo conocía encantamientos básicos. Sus padres la habían dado por muerta cuando había desaparecido, todo el mundo la había dado por muerta, aunque en realidad sólo la había secuestrado una manada de licántropos que la había convertido. Sally-Anne tenía la ventaja de no tener un registro como mujer-lobo, porque nadie sabía que seguía viva, que existía o que la habían convertido. Se movía con más libertad que Tracey por el mundo. Trabajaba con Seamus, buscaba ingredientes para preparar matalobos allá donde podía y, muchas veces, llevaba heridos a los que no atenderían en San Mungo. Especialmente otras criaturas. Entonces llamaban a Lisa Turpin, que era sanadora y novia de Adrian y usualmente es ayudaba a curar a todo el mundo. Sobre todo cuando no sabían que hacer.

Aquello, lo de un chico mordido por un vampiro, era nuevo.

Randall tenía razón, ni siquiera Lisa podría curar aquellas heridas.

Cuando el chico terminó de beber, las heridas aún no se habían curado. Randall podría drenarse completamente y las heridas aún no se habrían curado. Los dientes de vampiro siempre dejaban marca y, cuando era sólo una pequeña mordida, no había problema. ¿Pero las heridas del vientre? Imposible.

Tracey sabía que Randall tenía razón.

Tenía que convertirlo.

Randall apartó su mano de la boca del chico, que seguía consiente a duras penas.

—Sally-Anne… —dijo Randall—. Sújetala —dijo, dirigiendo su mirada hasta la chica.

—¡¿Qué?! —se quejó la chica pelirroja.

—Él tiene que morir —dijo Randall—. Y dejarlo morir naturalmente por las heridas que tiene… eso es inhumano. Y doloroso.

Sally-Anne sujetó a la chica, por detrás.

Randall alzó el cuchillo.

—¡No! —gritó la chica.

—No va a morir, no realmente —dijo Randall—. ¿Cómo se llama? —preguntó, intentando distraer a la chica—. ¿Cómo te llamas?

—Vaisey —respondió ella—. Neil Vaisey. Yo soy Hestia.

Hubo un momento de silencio que pareció durar una eternidad antes de que Randall le clavara el cuchillo al chico en el corazón. Tracey dejó escapar el aliento. Cuando vio lo que había pasado, la chica, Hestia, gritó. El pecho del chico, Vaisey, dejó de moverse.

—Ahora esperamos —dijo Randall.


Cuando despertó estaba en una cama a medio hacer y le dolía todo. Sentía todo el cuerpo ardiendo, como si le hubieran echado ácido en las venas. Intentó incorporarse y entonces fue cuando lo vio, al otro, sentado en una silla el lado de la cama, en una posición bastante incómoda, como si llevara allí horas. Reconoció su cara al inspirante. Era el vampiro que había matado a los Carmichael. Su rostro estaba por todos lados. Todo el Callejón Diagon y el Callejón Knocturn estaba empapelado con carteles que tenían su rostro y un «SE BUSCA» en letras enormes. La fotografía que Vaisey había visto era de dos años atrás, donde sostenía el número de preso en Azkaban, de la primera vez que lo habían detenido y miraba a la cámara sin expresión alguna, con el uniforme a rayas.

Ahí, frente a él, se veía diferente. El mismo cabello rizado en la cabeza, el mismo rostro, los mismos ojos claros. Pero llevaba una camisa blanca desfajada y unos pantalones viejos.

—¡Randall Bennett! —exclamó, intentando incorporarse. Pero el dolor era demasiado.

—Yo que tú no intentaría pararme —le dijo el vampiro. Había imaginado que su voz era más profunda, porque nunca lo había oído hablar, pero todavía parecía que tenía la voz de un adolescente malcriado—. Las heridas cerraron hace poco…

Vaisey entonces dirigió su cara hasta su vientre, donde recordaba que lo habían mordido, como si quisiera abrirlo en canal, poco antes de que hubiera caído inconsciente en los brazos de Hestia. Sus recuerdos estaban un poco desordenados. Pero allí ya no había herida. Sólo unas cicatrices medio plateadas, como si las heridas hubieran sido de años atrás. Frunció el ceño y llevó sus manos a su torso desnudo. Después notó algo. Veía… menos. S es que podía explicar eso. Como si no viera de un lado… Entonces recordó el ojo y la cuenca vacía. No tenía el ojo izquierdo.

—¿Qué…? —musitó.

—Te quitamos la camisa. Bonitos tatuajes, por cierto —dijo Randall.

Vaisey tenía tatuados todos los brazos, los hombros, una pequeña parte del pecho y unas alas en la espalda. Él siempre decía que no se iba a detener hasta tener todo el pecho lleno, pero ya llevaba más de un año desde que se había hecho el último tatuaje.

—Gracias —dijo Vaisey. Estaba confundido y seguía sintiendo como si le hubieran echado ácido en las venas—. ¿Cómo llegué aquí?

—Te trajo Sally-Anne —respondió el vampiro—. Y tu novia. La pelirroja.

—Hestia no es mi novia… —respondió Vaisey. Alzó las manos. Estaba mucho más pálido de lo normal, como si su piel se hubiera hecho blanca—. No recuerdo nada. Casi nada. Recuerdo haber bebido algo y luego… no sé… dolor… en mi pecho… como si… como si me hubieran clavado algo. Recuerdo… —Se talló los ojos, incapaz de hacer sentido de lo que había pasado—. Como… como si me hubiera muerto.

—Para ser justos —le respondió Randall, cruzando los brazos, aún sentado en la silla—, moriste.

—¿Qué…?

Vaisey tardó en comprender por qué se sentía como se sentía. Por qué sentía como si una clase de veneno le estuviera recorriendo las venas, por qué estaba tan pálido. Y le costó un poco más darse cuenta de que su corazón no latía, que no había nada bombeando sangre a través de sus venas.

»¡No!

—Lo siento —dijo Randall y parecía sentirlo de verdad.

Lo había convertido.

Vaisey se llevó las manos a la cara.

—Joder —murmuró.

—La sed todavía tardará en llegar —dijo Randall—, pero es cabrona cuando eres un vampiro neófito, recién convertido. Lo siento. De verdad.

—¿Y mi varita?

Randall sacó algo del bolsillo de su pantalón. Era la varita de Vaisey. Se la lanzó.

—No te servirá de mucho —dijo Randall—. El vampirismo es una maldición. No estás vivo, entonces… no tienes núcleo mágico. No te va a reconocer. —Suspiró—. Lo siento. —Vaisey agarró la varita y le dio algunas vueltas entre sus dedos, pero fue como si no estuviera allí. No sintió aquel pequeño torrente de magia, apenas perceptible—. De todos modos, la sed tardará en llegar un poco. ¿Qué pasó? —preguntó Randall—. Para que hicieras enojar a un grupo de vampiros…Se excedieron contigo.

Vaisey intentó ordenar sus ideas. Pensar en todo lo que había pasado. Había sido un año muy largo, se dijo.

—Fue… creo que fue por Flora —dijo, finalmente—. Era la hermana de Hestia, Flora Carrow —explicó—, su gemela. La mataron hace ocho meses. Poco más, creo, nunca llevo bien las cuentas. Estaba investigando sobre vampiros. No sabemos para qué, no nos dijo y sólo existe un pedazo de su investigación. Suponemos que a alguien no le hizo gracia o que se topó con un vampiro que no podía controlarse y… —Vaisey se encogió de hombros: de todos modos no sabía cómo había pasado, sólo podía hacer conjeturas—. Encontramos su cadáver casi quince días después de su desaparición. Sin sangre, con la mordida en el cuello.

»Fue una mala época —dijo Vaisey—. Hestia intentó que se investigara su muerte y al principio, el ministerio colaboró. Obviamente, era un vampiro al que había que atrapar, podían hacer toda la propaganda que querían, decir que los vampiros eran peligrosos, todo aquello. Pero… hace unos meses, tres o cuatro, la investigación se congeló —dijo Vaisey—. Encontraron un pedazo de la investigación de Flora. Hestia y yo no lo vimos. Nunca lo vimos. Lo confiscaron y entonces cambió el discurso del ministerio sobre la muerte de Flora. Empezaron a decir que era su culpa. Por meterse con vampiros, que no debió de acercarse tanto a ellos. Así que la investigación se congeló por completo.

»Hestia lo intentó todo, por todos los medios, para que no la congelaran. Intenté ayudarle —siguió Vaisey. Casi estaba llegando al presente—. Con el ministerio no logramos nada, nos amenazaron, nos dijeron que dejáramos de meter las narices en donde no nos importaba. Pero Hestia no dejó de hacerlo. Intentó preguntar en todos los lugares equivocados, con los vampiros. Y henos aquí. Alguien se enteró, quien sabe, creemos que el asesino de Flora y fue tras nosotros. No sabíamos, no estábamos preparados, de otro modo…

—Los vampiros son fáciles de vencer —dijo Randall. Era cierto, no tenían magia y eran extremadamente vulnerables a ella.

—Exacto —dijo Vaisey—. Pero nos tomó por sorpresa. Habíamos salido de compras cuando nos agarraron. No pudimos hacer nada. Despertamos horas… días, no sé, después, en un sótano o en un cuarto oscuro… Oh, joder, no lo recuerdo, Hestia me sacó de allí. —Suspiró—. El caso es que le hablaron de Flora, de cómo se había metido en lo que no le importaba. Le dijeron que no podían dejarla que siguiera haciendo indagaciones, que tenía que morir. —Vaisey se llevó la mano al vientre, como si aún estuviera buscando las heridas—. Me cambié por ella. Les cambié su vida por la mía.

Randall alzó mucho las cejas.

»Me hubieran matado si no hubiera empezado una redada en ese momento —siguió Vaisey, ignorando la expresión que Randall tenía en ese momento—. No sé qué pasó, no realmente. Hestia me sacó de allí, creo. —Se llevó las manos a la cara y se talló los ojos; más bien, se talló un ojo y el lugar donde había estado el otro—. Recuerdo que… me sacaron un ojo. No sé por qué, supongo que simple diversión o sadismo para ellos. Recuerdo que me mordieron y recuerdo los gritos de Hestia y luego… —Vaisey sacudió la cabeza. No recordaba absolutamente nada más—. Recuerdo que Hestia me arrastró y recuerdo gritos de ayuda y luego nada. Me quedé inconsciente.

»Hasta que bebí algo.

—Mi sangre —dijo Randall, asintiendo.

Vaisey asintió. Sentía que cada vez le dolía menos el cuerpo y entonces pudo detectar algo que no había detectado antes con la nariz. Un olor como dulzón, medio azucarado. Y luego olor como a perro recién bañado. Y después, algo que olía salado y Vaisey podría haber jurado qué…

»Ah —siguió Randall, al notar como se había incorporado Vaisey—. Eso es la sed. Eres un neófito. Así que es más difícil de controlar. Es un impulso. —Se agachó, recogió algo y se lo lanzó, una bolsa de sangre—. Nunca muerdas a Tracey o a Sally-Anne —dijo—, no voy a poder salvarte de esa. La sangre de licántropo es letal para los vampiros. Lo mismo si te muerde un licántropo convertido —espetó—. Lección uno de supervivencia.

»Lección dos de supervivencia: evita el registro de criaturas tanto como puedas —espetó Randall—. Una vez que estés allí, serás blanco del ministerio.

Vaisey apenas si lo escuchó. Ni siquiera abrió la bolsa de sangre: la desgarró y bebió de ella. Era espesa, salada.

Se asombró al descubrir que le sabía bien.


Al principio fue difícil controlarlo. Con Tracey y Sally-Anne no había demasiado problema porque apestaban a licántropo, especialmente para un neófito, así que Neil Vaisey ni siquiera se les acercaba. Pero cuando iba Seamus, el novio de Tracey, tenían problemas. Eso y que a Randall no le hacía demasiada gracia que tanta gente supiera del escondite. Tracey y él habían hablado de aquello desde el día que había aparecido el nombre de Vaisey en el registro. «Neil Vaisey, veintidós años, desempleado, vampiro», una semana después de la transformación. No habían podido evitar al registro por mucho. Se estaban haciendo mejores para rastrear a la gente.

Y la luna llena se estaba acercando. Sería en unos pocos días.

Llamaron a la puerta. Randall tenía la costumbre de olfatear quién era —o qué era quien llegaba— porque Vaisey estaba allí y era peligroso cerca de humanos comunes y corrientes. Era Tracey, supuso, por el olor a perro apestoso —«lobo», lo corregiría ella— y Hestia o Seamus. Supuso; alguno de los dos o los dos. Fue a abrir.

—Sally-Anne —dijo, señalando con la cabeza a Vaisey, que estaba sentado, leyendo algo. Tenía un parche que le había hecho Sally-Anne en el ojo izquierdo, para que no se le viera la cuenca vacía.

Era un problema que no tuvieran magia. Bueno, Sally-Anne tenía, pero era demasiado básica y no servía. Tracey y Seamus eran los que hacían todo lo que tenía que ver con magia por allí. Tracey había sido la que había puesto los grilletes en la pared, diciéndole a Vaisey que estaban hechos para no dejarlo libre. Era los mismos que Randall usaba para mantenerla a raya cuando no tenían suficiente matalobos.

Sally-Anne se acercó y le puso los grilletes en las muñecas, para que no pudiera soltarse. Ya habían tenido unos cuantos sustos, cuando había ido Seamus. Con Hestia supuso que estaría más tranquilo, pero Randall no quería correr ningún peligro. No los habían dejado solos, prácticamente ni siquiera verse, desde que Vaisey era vampiro.

Entonces, Randall abrió la puerta.

No se había equivocado. Era Tracey, que llevaba a Hestia con ella.

Había estado dándole asilo en el departamento que tenía en Knocturn, donde había vivido con Randall antes de que Randall fuera un criminal buscado. Hestia no había vuelto a su casa desde que habían convertido a Vaisey y lo único que sabían era que era una casa en las afueras del condado de Dorset.

—Pasen —dijo Randall.

Las dos entraron.

—Quería… —empezó Tracey, intentando explicar por qué estaba allí con Hestia—. Creo que es tiempo, Randall —dijo, finalmente.

Randall asintió. Había perdido un poco la costumbre de llevarle la contraria a Tracey. Habían pasado tantas cosas en sus vidas en aquellos dos años, que ni siquiera tenía ganas de hacerlo. Suspiró.

—Está bien —dijo. Después miró a Hestia, que era una chica flacucha, apenas con pecho, más chaparrita que Tracey, que no era muy alta y mucho más pequeña que él. Pelirroja, con el cabello casi color caoba, con el cabello lacio y escurrido y algunas pocas pecas—. No te acerques demasiado —le dijo con voz seca—. No quiero hacer de niñera de nadie. Y los neófitos son peligrosos.

Eran incontrolables. Randall no recordaba aquella época suya con demasiada claridad. Había sido en medio de la guerra. En pleno 1997. Poco después de que tomaran el ministerio. Recordaba que su padre le había dicho que había que mantener la cabeza baja y no llamar la atención, esperando quizá que otros resolvieran el problema por él. Randall no había hecho demasiado. Por aquel entonces ya no tenía amigos —todos estaban más preocupados por otras cosas y él seguía instalado en una extraña adolescencia perpetua—, no tenía trabajo y no entendía que estaba pasando. A veces vendía pociones a gente que las necesitaba para curaciones y que no podían ir a San Mungo. Pero no hacía más.

Había perdido toda la consciencia de la guerra cuando lo había mordido una vampiresa que no se había quedado el tiempo suficiente como para explicarle lo que había pasado. Lo había dejado solo, tirado en medio de la calle y él había despertado horas después, sin ser consiente que acababa de morir con la sangre de un vampiro en su sistema. Se había despertado con el cuerpo ardiendo y después la sed lo había hecho cobrarse a la primera víctima que había encontrado. Después de eso, recordaba sólo un extraño trance del que no había acabado de salir hasta unos meses después.

Conoció a Tracey ya con dos años de experiencia a sus espaldas en lo de ser un vampiro, en lo de no matar gente al azar. Y eligió su casa porque olía a lobo y supo, de alguna manera, que no le haría daño.

No planeaba quedarse.

Pero se había quedado. Y así les iba. Tracey era su única familia y por ella era capaz de cosas que antes no habría podido imaginar. La suya era una lealtad férrea, capaz de los más grandes horrores con tal de protegerla. Ya había matado por ella —aunque había matado muchas veces, ser un vampiro no era algo gratuito—, ya había ido a prisión por ella. ¿Qué más sería capaz de hacer por ella?

Nunca entendió realmente cuando el sombrero seleccionador a los once años, le dijo que le iría bien en Hufflepuff. Siempre había sido flojo, no realmente perseverante, ¿pero leal? Leal hasta las últimas consecuencias. No encajaba en ninguna otra parte. Era un poco astuto, pero no tenía ambición. No era valiente, ni osado, ni nada. Y definitivamente, viendo su historial académico no era ni inteligente ni con curiosidad por el saber. Nunca había encajado en ningún otro lado.

Había ido a Hufflepuff porque era leal. Y así le iba.

Dejó los recuerdos para volverse a concentrar en la escena delante de él.

—Voy a hacer té —anunció Tracey, sin decir nada más, haciéndole una seña con la cabeza a Sally-Anne, que fue a la cocina tras ella. Después, le dirigió a Randall una mirada de circunstancias, como diciéndole que era la niñera de los otros dos.

Randall se sentó en uno de los extremos del sillón. Vaisey estaba en el otro extremo, brazos encadenados a la pared.

Hestia se acercó lentamente.

—Neil —dijo.

—Es Vaisey, Hestia —corrigió el otro—. Vaisey es nombre de… cantante pop. —Sonrió un poco. Parecía no saber cómo dirigirse a ella. No la había visto desde que había cambiado su vida por la de ella.

—Vine a… darte las gracias —musitó ella, dando otro paso hacia adelante—. Gracias por… salvarme.

Vaisey sonrió. Sonrisa de lado, medio chueca, no realmente feliz, pero sonrisa al fin y al cabo. Randall volteó para otro lado, intentando darles la mayor intimidad que podía. Aquel estado de Vaisey no duraría mucho. Randall sabía que los vampiros podían aprender a controlarse relativamente rápido; pero caer en la tentación era demasiado fuerte los primeros días y eso podía llevarlos a un trance como el de Randall los primeros meses.

Después, podrían hablar con normalidad.

Los vio. Parecían pareja, aunque los dos habían jurado que no lo eran. Había algo en la manera en la que se miraban.

—No hay de qué —musitó Vaisey—. Lo haría cualquier día.

Hestia dio otro paso en su dirección.

—Creo que no puedo darte un abrazo —dijo y se sentó en el piso, donde Vaisey no podía alcanzarla—. Pero puedes imaginar que te doy un abrazo. Nadie nunca había hecho eso que tú hiciste por mí.

—Nadie nunca había tenido la oportunidad —dijo Vaisey. Randall notó que estaba intentando, por todos los medios, ignorar la distancia que se abría entre los dos. Él no dijo nada, él sólo era la niñera, sólo estaba ahí para asegurarse de que nadie saliera herido, de que no ocurriera ninguna catástrofe. Volteó de nuevo cuando sintió el silencio y vio a Vaisey desviando la mirada de Hestia—. Lo haría cualquier día, realmente.

Randall sabía que uno no se sacrificaba así por nadie.

Uno lo hacía por aquellos a los que elegía como familia. Al menos tenía algo en común con Neil Vaisey.

Hestia sonrió. La suya era una sonrisa débil, medio insegura.

—Vaisey… lo siento —dijo, finalmente—. No debí de arrastrarte a esto. Perdona. Por favor.

Vaisey ladeó la cabeza,

—No importa —dijo.

Hestia parecía al borde del llanto. Randall volvió a desviar la mirada. Sentía que, después de todo lo que les estaba ocurriendo, había visto suficientes lágrimas para el resto de su vida. Ya no se dijeron nada más porque Tracey y Sally-Anne volvieron con té. Tracey llevaba las tazas levitando con un movimiento de varita e hizo que cada una se acercara a donde correspondía. Sally-Anne fue a sentarse con Hestia y, finalmente, Tracey se sentó al lado de Randall. Le pasó la mano por los hombros y apoyó en el su cabeza.

—¿Y tu novio? —preguntó Randall—. ¿Nos va a dar el honor de poder contar con su presencia hoy? Hace una semana que no se para por aquí.

—Trabajando —dijo Tracey—. Tuvieron que despedir a alguien más del bar. Las ventas bajaron y volvieron a pintarle el local. Sobre… ya sabes. —Randall asintió. Sobre Tracey. Al principio nadie le había prestado suficiente atención a la relación entre Seamus y Tracey, pero después habían empezado las pintas en el bar y habían empezado a perder clientela—. Así que no creo que venga. ¿Hay matalobos para este mes? —preguntó Tracey.

—De milagro —respondió Randall—. Alcanza para las dos.

Desde que eran dos licántropos, la cosa era más difícil para conseguir los ingredientes y tenerle echa a tiempo. Pero se las habían arreglado.

Tracey volteó a ver a los otros dos chicos.

—Ey, ustedes —dijo—, quiten las caras largas. Están vivos. No todos pueden decir eso el día de hoy. No todos pueden decir eso el día de hoy. —Parecía que vivían en medio de una guerra, pero sin guerra. No se peleaban batallas, en realidad había persecuciones sistemáticas; no había enfrentamientos, había masacres. Los vampiros se escondían aún más, los hombres lobo eran linchados. No era una buena época para ser una criatura—. Los ayudaremos.

—Gracias —musitó Hestia.

No sonó muy convencida. Tracey tampoco se hubiera creído sus propias palabras. Habían sido años muy largos.


Notas de este capítulo:

1) Iba a escribir esta historia en 2016. Estamos en 2018 y eso hace unos dos años de retraso. Pero a los dos años de retraso le agradezco, infinitamente, que haya refinado un poco la historia de Sally-Anne Perks (pueden leerla en «¿Qué ocurrió con Sally-Anne Perks?»), que Hestia y Vaisey sean los otros protagonistas y que la historia vaya a donde quiero que vaya.

2) Estos Hestia y Vaisey son diferentes a las otras dos versiones que tengo: Astarté (y sus fics relacionados) y El país de las pesadillas. Son nuevos. Pero son los mismos. Vaisey está todo tatuado y no tiene un ojo (en Astarté lo tiene, pero esta blanco y ciego) y dice que «Neil es nombre de cantante pop».

3) La historia está ambientada en lo que mi perfil llamo el Anticreatureverse que va más o menos así: «Hay una luz que nunca se apaga» (oneshot), «Acónito y Verbena» (longfic), «Sí, no, quizá» (oneshot) y «¿Qué le ocurrió a Sally-Anne Perks?» (oneshot). No es necesario que las lean, este fic puede leerse como standalone. Pero spoilea un poco al resto.

4) Finamente espero que esta sea la nota más larga del fic, bienvenidos al Long Story 6.0.

Andrea Poulain

a 5 de septiembre de 2018