Comenzó a llover antes de que pudiéramos alcanzar a resguardarnos. Grises nubes cubrían el cielo prácticamente en su totalidad, pero algunos rebeldes rayos de sol lograban atravesarlas de vez en cuando, sacando suaves destellos de las tersas aguas del lago, hogar del Calamar Gigante –y de cientos de Aquavirius Maggots, según lo que Luna me dijo esa misma tarde. Pequeñas olas reventaban en la orilla y una fría brisa acariciaba sus rubios cabellos.
Desde el comienzo de curso, solíamos gastar las horas en ese lugar, las dos solas, mirando a la nada, imaginando que la guerra no había traspasado los impenetrables muros de Hogwarts, convenciéndonos de que todo saldría bien, que finalmente resultaríamos vencedores. Jamás comentábamos las muertes que nos eran informadas cada día, los nombre de Harry, de Ron y de Hermione nunca eran mencionados entre nosotras, preferíamos hacer como si nada ocurriera. Dejando los problemas dentro del castillo, a veces incluso lográbamos sonreír.
Así estábamos, sentadas sobre unas rocas, al igual que todos los días, lanzando piedras al agua, compitiendo por quién las hacía rebotar más veces, cuando un relámpago partió el cielo y un gran trueno retumbó en nuestros oídos. La miré, medio asustada, y ella me devolvió la mirada con esos ojos saltones suyos, extrañada de mi repentino temor, y ambas estallamos en carcajadas, interrumpidas por el asombro de oírnos al fin así, despreocupadas, sinceramente felices de tenernos la una a la otra.
Las nubes estallaron en llanto sobre nosotras y corrimos, tomadas de la mano, aún riendo, hacia el castillo, aunque ya no tenía sentido buscar resguardo, estábamos empapadas de pies a cabeza. Yo iba por delante de ella, tan sólo unas cuantas zancadas faltaban para estar bajo techo, cuando ella frenó, tirando de mí y haciendo que resbaláramos y cayéramos sobre el césped, una encima de la otra.
-No entremos, la felicidad está aquí afuera –me dijo, sonriendo, con su cara tan sólo a centímetros de la mía. Le devolví la sonrisa y acercó sus labios a los míos, rozándolos a penas unos cuantos segundos, mientras la lluvia caía cada vez más fuerte sobre nuestros cuerpos. –Carrera de vuelta al lago, ¿te atreves, Weasley? –me dijo, poniéndose de pie y echando a correr.
-No te tengo miedo, Lunática –le contesté, riendo, mientras seguía sus pasos.
