Los nombres de los personajes para publicar ese Fanfic son de Stephenie Meyer. La trama es mía.
Sacrifices
Este era mi amor en forma de sacrificio para él.
—¡Edward! ¡Tienen quince años! Por el amor de Dios, se merecen salir de fiesta con sus amigas—murmuré mientras levantaba mis manos al aire después de que él azotara la puerta detrás de mí.
Su oficina empezaba a ser el lugar perfecto para este tipo de discusiones.
—No, Bella. ¡No! —él gruñó pasándose la mano entre los cabellos—, no es solo una fiesta ¡Y tu lo sabes! ¡No creas que pueden engañarme así de fácil!
¿Me estaba llamando mentirosa? ¡Ahora yo soy la mentirosa!
—¡Yo no sé nada! Mía y Alice tienen 15 años y quieren salir, ¡Y yo no le veo el problema!
Mis manos se empuñaron a los costados de mi cuerpo mientras el aire salía violentamente de mis pulmones para formar nubes de frío aire alrededor de mi rostro. Estaba furiosa. Mía era solo una niña ¿Por qué él no podía entenderlo?
Edward miraba alrededor de su oficina, sus ojos fijos en el suelo mientras sus pies giraban sin sentido sobre el brillante suelo de madera pulida. ¿Por qué era tan difícil de entender?
Solté el aire que contenía en mi boca en un sonoro resoplido y me acerqué acentuando mis pasos para llamar su atención.
—Edward, ellas se merecen tener amigas y una vida social normal, como cualquier adolescente. Cuando Emmett quiere salir, ya ni siquiera pregunta o considera tu opinión…
—¡Él es mayor! ¡Es hombre! —su rostro se levantó disparado para encontrarse con el mío y noté el fulgor de sus ojos verdes encendido por la ira. No podía dejar de pensar en la forma en que sus mejillas se arrebolaban cuando estaba enfadado, o como las aletas de su nariz se dilataban y parecía que absorbían todo el aire de la habitación. —¡Tiene 18 años! Es diferente Isabella…
¿Solo porque Emmett era hombre?
—¿Ah sí? ¡Y según tú cuál es la diferencia! —Mi voz se levantó y llenó todo el espacio vacío que su gruñido había dejado. Sabía que estaba siendo intransigente en esto, pero no podía dejarlo salirse con la suya. Las chicas se merecían una vida, amigos, novios, y yo me había prometido a mí misma hacer lo posible para dárselos mientras estuviera aquí. —¡No es como si Emmett fuera jugando a manitas calientes con las chicas! ¡Se las jode, Edward!¿Esa es la diferencia? ¡Qué ya es todo un hombre, macho y por eso no habla contigo!
—¡Vigila lo que sale de tu boca! —Me interrumpió y las palabras sisearon entre sus dientes— Piensa en lo que dices, Isabella.
—Alice y Mía solo quieren salir a bailar, ¡No van a hacer nada malo! Y si consideras que Emmett es más apto para cuidar de sí mismo solo porque es hombre, entonces ¡Eres terriblemente machista! —mi mano se movió antes de que yo lo pudiera advertir y empujó su grande pecho con todas las fuerzas posibles.
— ¡Son mis hermanitas! ¡Mierda, Bella! —Ops, había dicho la palabra. —¡No puedes pretender que las deje ir así de fácil! —sus dedos rodearon mi muñeca en un instante y me jalaron hacia él mientras su voz crecía dentro de su pecho, esperando por ser liberada como un rugido. Mi piel ardió y estuve a punto de detener la discusión, pero sabía que era por causas no justificadas, así que traté de empujar a esa parte de mí en un rincón lejos de él. —¡Y no vuelvas a empujarme!
Oh, genial.
—¿No quiere el señor que lo vuelva a tocar? —Gruñí mientras sacudía mi muñeca en vano tratando de liberarme. Mis pies retrocedían cuantos pasos podían intentando poner distancia de por medio pero su agarre era demasiado poderoso. —¡Suéltame! ¡Machista!
—¡No me llames así! —estaba furioso, lo sabía, pero no podía detener a mi cerebro. Tenía que decirle lo mal que le hacía a las gemelas sus estúpidas reglas—¡Isabella, deja de pelear contra mí!
—¡Deja que las gemelas salgan! —mi cuerpo se sacudió violentamente tratando de liberar mi brazo en vano y casi sentí las lágrimas golpeando mis párpados para salir. Era demasiado fuerte, la manera en la que me sostenía estaba hiriéndome. —¡Suéltame! — mi otra mano salió empujando su cuerpo lejos de mí pero fue inútil. Al contrario, su otra mano atrapó mi muñeca libre y en dos segundos me encontré deslizándome junto a su cuerpo como una segunda piel. —¡Señor Cullen, suélteme!
Los efectos de tener su fragancia a mi alrededor estaban cobrando su buena tanda, pero no podía dejar que las cosas terminaran así. Mía y Alice confiaban en mí y merecían algo mejor que esto.
—¡No vuelvas a empujarme! —Rugió y dejé que mi cuerpo convulsionara de la ira, peleando y pateando sus canillas para tratar de liberarme y en cuánto levanté mi rodilla para jugar mi último recurso él retrocedió dos pasos rápidamente y dejó mi cuerpo flotar en el aire mientras sus manos me sostenían en el espacio. —¡Basta! ¡Ya, Isabella!
—¡Déjame en paz! —lloré tratando de liberar mis muñecas del agarre de hierro que tenía. —¡Suélteme señor Cullen!
Estaba jugando sucio, lo sabía pero no tenía más armas. Quería que me dejara en paz, porque de lo contrario esto no iba a terminar bien.
Mía y Alice tenían muchas explicaciones que darme después de este enfrentamiento con su hermano.
—¡Mierda, Bella! ¡Odio que me llames así y lo sabes! — De golpe estampó su pecho contra el mío y el aire de mis pulmones se escapó. Todo su pecho chocaba contra mi delgado sweater y empecé a sentir la reacción de mi cuerpo. Estaba tensa y mis manos temblaron en vez de retorcerse para ser liberadas, mis puños se relajaron bajo su intensa mirada y la línea de su ceño fruncido se relajó al ver que mi cuerpo se derretía junto al suyo—Deja de pelear contra mí—murmuró suavemente y ese fue el último golpe que necesitaba, porque las terminaciones nerviosas de toda mi piel sintieron el tono ronco de su voz y empecé a necesitar su toque. —Bebé…
Sabía que haría esto.
—No, Edward. Suéltame ahora—murmuré utilizando un intento de voz letal, aunque se rompió a medio camino restándole la mitad a mi dignidad—Ahora. Si quieres que discutamos esto como adultos, suéltame ahora, porque tienes media cena esperando por ti.
Quería llorar al recordar a todas las personas en el gran comedor de la casa, a todos los familiares de su próxima prometida.
Sus manos se alejaron de las mías y lo escuché refunfuñar mientras yo retrocedía la mayor cantidad de pasos posible, hasta que encontré la puerta de cristal y las cortinas malva que la cubrían. Los dedos de mi mano derecha la apresaron rápidamente para tener algo de tierra que me diera fuerzas.
—Vas a dejar a Mía y Alice salir con sus amigas esta noche—lo interrumpí posando mi dedo índice sobre mi propia boca, porque sabía que si me acercaba más de lo normal iba a perder primero—y a cambio, ellas van a regresar temprano, el chófer las va a traer de regreso a la una de la mañana y Emmett puede ir con ellas, o Jasper.
—¿Jasper? —Edward murmuró confuso.
Alice lo amaría, pero iba a tener que cubrirme muchas veces.
—Es su mejor amigo, Señor Cullen. Creo que lo mejor es que designe a alguien de tu confianza para cuidar a las chicas mientras salen y no hay nadie mejor que él—me alcé de hombros tratando de esconder la mentira evidente, porque él era muy bueno leyéndome después de todos estos años juntos.
Mis ojos viajaron hacia el salón por la ventana que no estaba cubierta y vi los rostros expectantes de los niños y la mueca de felicidad en el rostro de Emmett. Él sabía que si Edward me había liberado, yo había ganado al menos un poco de territorio.
—Mírame—murmuró y mi atención volvió hacia él sin pensarlo dos veces. Su voz era siempre tan ronca.
—Puedes pensar que ganaste esta batalla, Isabella, pero no la guerra. Esas niñas son mis hermanas y siempre voy a tener la última palabra, y no porque me hagas estúpidos berrinches siempre vas a triunfar en tus jueguecitos.—Hizo una mueca y yo escondí mis manos detrás de mi espalda para reservar mis emociones de felicidad. Sabía que las iba a dejar ir. — Voy a preguntarle a Jasper si puede salir esta noche con ellas, y ahora depende de él, porque mis hermanas menores, de 15 años…—suspiró y noté el cansancio en sus ojos— las princesas de esta casa… no van a ir a un bar vestidas como las vi ¡Sin alguien detrás de sus espaldas espantando a los perros rabiosos!
Me guardé la sonrisa para luego y asentí en silencio, aunque dentro de mí la felicidad reverberaba.
—Gracias señor Cullen—susurré y junté mis manos detrás de mi espalda, aguantando un chillido al sentir el pinchazo de dolor que me recorrió la piel donde sus manos habían estado. Troya ardería entre nosotros si él se daba cuenta que las marcas púrpura que su agarre había dejado. Mi piel se coloreaba muy rápido con cualquier toque débil y Edward… el señor Cullen casi nunca medía su fuerza.
Tenía que salir de su oficina antes de que las personas en el salón se dieran cuenta de que habíamos dejado de gritarnos tratando de alcanzar la garganta del otro, así que moví mis manos a mi regazo y empujé las puertas del salón lo más rápido que pude antes de sentir sus manos de vuelta en mi cintura.
—No hemos terminado—murmuró en mi oído antes de cerrar la puerta en mis narices y correr la cortina de la pequeña rendija que mostraba a los chicos expectantes afuera del salón de comedor. Me giró de un solo golpe y corrí lejos de su toque hasta llegar al gran sofá color musgo que acentuaba las tonalidades caoba del salón, mis manos siempre detrás de mi espalda.
—Tengo que salir y ver a los niños, señor Cul…
—¡No me llames así! —Gruñó mientras avanzaba en mi dirección—Bella—dijo la palabra como si no supiera la manera en la que mi cuerpo se calentaba desde el centro de mi alma al escucharlo—, tu sabes porque hago esto… —sus ojos se oscurecieron y rabia bullía dentro de ellos mientras sus palabras se extendían a lo largo de toda la habitación. Había estado furioso con mi ultimátum— por favor, déjame decirles a todos.
Suspiré y mis ojos se conectaron con los suyos al instante.
Le amaba tanto.
—No puedo hacer esto, Edward. Los niños no se lo merecen, van a creer que quiero reemplazar a su madre y me odiarán. —Mi voz se rompió al final de la oración pero me recompuse igual de rápido. No quería que él supiera lo mucho que a mí me costaba esto. Era lo mejor para todos. —Y aún si, por un milagro ellos entienden como me siento, todo mundo va a pensar en el testamento de tu padre y yo… no quiero… no quiero tu dinero…
Mis ojos se cerraron de golpe. Dios, tenía que pensar en otras maneras de presentarle esto sin que mi corazón se rompiera.
—Bebé—cuando los abrí lo único que encontré fue su mirada brutal y adolorida. Tenía que dejarle. —yo sé eso. Yo te conozco. Yo te amo.
Negué con mi cabeza y me alejé a pasos rápidos hacia la puerta.
—Isabella…
Eso estaba mejor, podía manejar al señor Cullen.
—Sígame señor, sus invitados lo esperan.
Edward soltó un suspiro pero no dijo nada más. Sus pasos fuertes, casi como truenos me siguieron hasta que llegué al gran comedor donde Edward I había dirigido su familia casi como un rey durante muchos años con su hermosa Elizabeth antes del atentado político que había destruido esta familia al atacar sus más fuertes bases. Cada vez que entraba sentía como el aire de amor y protección de esas dos grandes personas que un día me guardaron en su regazo cubría a los niños, e incluso a Edward.
En silencio caminé hasta la silla mayor pero Edward la removió y se sentó en ella antes de que yo lo hiciera, como estaba supuesto. Estaba furioso y lo podía notar cuando el aire entraba en sus pulmones, porque lo hacía de manera violenta y su caja torácica se expandía más de la cuenta. Conocía cada pequeño detalle de él, y de la manera en la que doblaba la servilleta en su regazo cuando estaba enfadado y quería tumbar la mesa y sentarme en ella para besarme hasta que me ardieran los pulmones y no recordara ni siquiera mi nombre.
Edward estaba temblando y Carlisle lo había notado, mirando con ojos abiertos la rabia correr a través del cuerpo de su hermano mayor, de su héroe.
—Señor—susurré posando mi mano disimuladamente en su rodilla para conseguir su atención—, sería bueno si comienza con un agradecimiento general por la aceptación de la cena.
La furia negra en sus ojos se diluyó al verme y le dio un apretujón a mi mano antes de asentir en silencio y ponerse de pie.
—Buenas noches, señoras y señores…
Y sentada ahí lo vi hablar tan perfectamente como su padre le había enseñado cuando yo tenía 13 años y el 18, ese día en la oficina que ahora era de él.
Cuando tenía 12 años mi madre decidió que no podía vivir en Londres más tiempo porque los recuerdos del apasionado y perdido amor que tenía con mi padre la rodeaban, casi carcomiendo sus ganas de vivir y sus esperanzas. Los pocos recuerdos que tengo de ella están nublados por lágrimas, porque cada uno de mis pequeños gestos era un reflejo vivo de Charles. Renné veía en mi algo que yo nunca pude encontrar, porque no tenía la sonrisa cautivadora de mi padre, ni la facilidad suya para relacionarse con las personas. Ni siquiera los atractivos rasgos de él estaban en mí, pero rechazo era el único sentimiento generado por mí en mi madre en cada uno de mis cumpleaños. Así que apenas tuvo la oportunidad de dejarme a cargo de su hermana, lo hizo.
Acababa de cumplir 12 años cuando me depositó en las puertas de esta hermosa casa y me empujó con una mochila floreada a las piernas de una mujer regordeta y con el cabello oscuro y lleno de rizos como el de Charles.
Intercambiaron pocas palabras, Renné le dijo que yo era capaz de cuidar de mi misma y que pocas veces le iba a dar problema, que en cuanto tuviera un lugar estable en América se iba a contactar con ella para darle un número de teléfono. Yo no le creí, sabía que ella me estaba dejando, y tampoco le creí a mi tía cuando asintió en silencio y me tomó del brazo y me llevó dentro de la casa en silencio.
Louise era la niñera oficial de los niños Cullen y a pesar de ser poco apreciada por los niños en ese tiempo, Edward, Emmett y las gemelas Mía y Alice en pañales, era esencial y le permitieron quedarse conmigo mientras ella me entrenada para ser la futura niñera de los hijos de Edward, o eso fue lo que ella me dijo en un inicio. Durante una semana me desperté a las seis de la mañana para cocinar el mejor de los desayunos, comida de la que yo nunca había soñado y planchar uniformes, cambiar pañales, llenar mochilas con frutas para el receso, etc. Sin embargo, el siguiente Lunes la voz de Edward I bombardeó mis oídos a manera de un molesto rugido.
Mi tía Louise fue reprendida por mantenerme escondida y hacerme trabajar como si yo fuera una esclava y una habitación fue asignada para mí en la misma planta que el resto de los niños.
Aún recuerdo las noches en las que lloraba sin sentido, pensando que había de malo en mí para que mi madre me abandonara y Elizabeth venía por mí, pensando al inicio que era Edward o Emmett, y me abrazaba hasta que mi nariz no estaba húmeda y no había lágrimas en mi almohada. Sus brazos me protegieron como los de una madre deberían hacer con sus hijos, y me cubrieron como si fuera una de las niñas que aún no podían dormir sin leche caliente. Edward I, por su parte, se encargó de que fuera a la escuela como cualquier otra niña que viviera bajo su techo y vestí el mismo uniforme que Edward y Emmett durante todos los años necesarios para que finalizara la escuela secundaria.
Ellos me amaron como su hija y yo siempre los voy a amar como si fueran mis padres.
Es por eso que no puedo dejar que Edward arruine todo lo que ellos construyeron para el resto de sus hijos e incluso para él y sus futuros hijos. Amo a Edwar Elizabeth demasiado como para no cumplir sus deseos.
Edward I no dejó que mi vida se terminara siendo solamente una niñera. Yo amaba a Mía y a Alice como si fueran mis propias hermanas y adoraba cuidarlas, Emmett era tres años menor a mí pero requería la misma atención que las gemelas. Cuando nació Alexander y posteriormente Carlisle, yo no pude dejar de amarlos, tal vez como un reflejo de todo el amor que sus padres me habían dado, así que jamás dejé que nadie cuidara de ellos. Los consideraba míos, mis niños y conforme iba a creciendo y estudiando para convertirme en una dama, como Elizabeth quería, los cuidaba cada vez mejor.
Mi tía Louise murió cuando yo tenía 15 años, pero nadie habló de conseguir otra niñera. Yo estaba ahí para los niños y ellos solo me querían a mí, decían que yo los entendía así que su reemplazo nunca fue solicitado. Emmett era considerado otro de los niños a mi cargo a pesar de que nuestra diferencia de edad era mínima, pero Edward siempre me miraba sobre los hombros y nunca aceptaba ninguno de los cuidados que le ofrecía. Había días en los que prefería no comer a aceptar algo que yo había preparado, y así la hipótesis de que él me odiaba y no me quería como parte de su familia se fue formando. Durante noches, cuando tenía 16 y después de la muerte de mi tía, Elizabeth volvió a mi cama después de un largo tiempo para abrazarme a su pecho y decirme que todo lo malo se iría.
Ella no sabía que durante todos esos años, mientras yo aprendía a ser una dama y Edward aprendía a manejar su lenguaje y la manera en la que se expresaría en un futuro como cabeza de su familia al retiro de su padre, yo me había enamorado perdidamente de él.
Tenía 13 años cuando lo escuché decir su primer discurso, acerca del valor de la familia en la sociedad y de la importancia de los lazos familiares a través de la distancia. Él mismo lo había escrito y cada semana tenía que exponer un tema diferente y convencer a su padre mientras yo intentaba aprender a tocar el piano de fondo, con Elizabeth como mi profesora. Me había enamorado con el acento y la primera palabra que salió de su boca y desde entonces yo era un caso perdido. Cuando él estaba alrededor, yo prefería cocinar su plato preferido, tocaba sus piezas favoritas en el piano si Edward entraba en el salón y dejaba de hablar para escuchar solo su voz.
Emmett era el único miembro en toda la familia que lo había notado y se burlaba incesantemente de mí pero Edward no tenía la mínima sospecha y yo lo llevaba bien, aceptando que jamás se iba a fijar en mí hasta pocos días después de mi cumpleaños 16. Salí caminando a comprar algo especial para Mía por su primer diente caído y Michael, un chico de mi clase de geografía, me abordó con una flor, susurrando lo mucho que sentía la perdida de mi tía, lo cual era gracioso porque ella jamás me había tratado como una sobrina. Cuando tenía el pastel de chocolate en la bolsa había seguido caminando, pero él no se detuvo.
—Bella, estaba pensando ¿No te gustaría salir conmigo al cine o algo? —murmuró y mi corazón saltó dentro de mi pecho de la impresión.
—Eh…
—Me gustas mucho—él susurró y sus labios chocaron con los míos sin que yo me diera cuenta.
Cinco segundos después Michael fue retirado de mi vista y lo primero que me encontré fueron los furiosos ojos verdes de Edward hasta ahora son la mejor vista de todas. Michael estaba atrapado entre una llave en los brazos de Emmett, sufriendo mientras Edward me empujaba a mí y a mi pequeña bolsa dentro del auto en el que su hermano y yo éramos transportados hasta la escuela.
Emmett cerró la puerta trasera después de entrar y Edward condujo hasta la mansión. Estaba en la universidad, en segundo año y yo saltaba y brincaba del orgullo al verlo dedicarse tanto a estudiar y obtener las mejores notas. Debí haber dejado de amarlo cuando tenía la oportunidad, concluyo ahora que veo los acontecimientos desde afuera, porque solo estaba caminando hacia mi propia destrucción.
Cuando llegamos a casa fui empujada casi a volandas hasta mi habitación y Edward presionó el cerrojo mientras yo veía las aletas de su nariz dilatarse brutalmente.
Esperé en silencio su reacción pero nunca llegó. Lo miré mientras su respiración se controlaba, pero cada vez que sus ojos se clavaban en los míos el ritmo aceleraba rápidamente y yo terminaba soltando respingos asustada al ver una sombra negra en sus ojos expandirse.
Media hora después, yo estaba recostada a la cama mirando al techo y haciendo círculos en el centro de mi estómago y sobre mí uniforme, pensando que no había podido darle el regalo a Mía y que tampoco había preparado la cena de Emmett. Esas fueron las razones que me empujaron a sacar mi trasero de la cama y caminar hacia la puerta.
Edward estaba sentado en una esquina de mi habitación, su cabeza echada para atrás mientras su respiración luchaba por normalizarse. Su cuerpo ahora era alto, sus brazos eran fuertes y sus piernas ágiles. Su cabello era una masa entre rubia oscura y rojiza y gritaba porque lo tocaran. Mis dedos siempre picaban pensando en las formas en las que quería acariciarle el cuello hasta que se durmiera. Él era hermoso, y su cuerpo había crecido con él y su don de la palabra. Por donde lo viera, yo siempre lo iba a amar.
Suspiré y empujé el seguro fuera de su lugar consiguiendo su atención inmediata.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Gruñó empujando mi mano fuera de la puerta. Su mano se cerró alrededor de mi muñeca y me empujó detrás de su cuerpo mientras presionaba el seguro una vez más y me lanzaba contra la cama. —¡No sales!
¿Me estaba gritando?
—Edward, tengo que darle de comer a Mía y Alice—murmuré furiosa porque me gritaba—, necesito salir.
—¡No! ¡Te quedas aquí hasta que aclaremos esto! —Rugió y su respiración otra vez se aceleró mientras cerraba sus ojos—¡Mierda, Edward sé el adulto!
—Edward—susurré de nuevo porque quería dejar este patético episodio en el que había perdido mi primer beso sin darme cuenta.
—¡Silencio! —Ordenó y me miró furioso.
—¡Deja de gritarme! —Chillé y lo empujé con todas mis fuerzas tratando de apartarlo de la puerta. —¡Muévete!
—¡Quieta! —sus dos manos capturaron mis muñecas y me sacudieron en el aire mientras yo luchaba por liberarme. Sus ojos se clavaron en los míos y los vi más furiosos y oscuros que nunca. Él estaba brutalmente enfadado y ni siquiera sabía que había hecho mal.—¡Mierda, Bella! ¡Deja de luchar contra mí!
—¡Déjame salir! —Lloré sintiendo como mi pecho se agitaba y mi cuerpo temblaba por la cercanía de su contacto. Oh, Dios. Él iba a hacerme daño. —¡Aunque me odies tengo que darle de comer a tus hermanas! ¡Por favor!
Seguí moviéndome de un lado para el otro, tratando de ser liberada pero solo conseguí patearlo en las canillas y contrario a lo que pensé, Edward empujó su pecho contra el mío y levantó mis muñecas sobre mi cabeza hasta que nuestras miradas estuvieron a la misma altura. La rabia estaba dibujada en todo su rostro.
—¡No me odies más! ¡No me odies más, por favor! —Le rogué entre llantos y me sentí débil porque solo quería abrazarlo y que me abrazara, y que la rabia se fuera de sus ojos—¡No me hagas daño!
—¡YA! Deja de luchar contra mí—susurró y sus manos se deslizaron hasta mi cintura para mantenerme junto a su cuerpo mientras mis manos caían débilmente en sus hombros—, Bella deja de luchar contra mí.
Mi respiración se calmó poco a poco y me sentí más que avergonzaba al ver la culpa en sus ojos. Ya no estaba solo la rabia, sino la culpa y me sentí confundida.
—Yo…—quise moverme para hacerle saber que estaba bien, pero solo conseguí que me apretara más contra su pecho.
—Yo nunca voy a hacerte daño, nunca—volvió a susurrar suavemente y juntó nuestras frentes. Mi piel comenzó a arder debajo de su toque, mi cuerpo entero estaba en llamas por primera vez. Le creía, pero la rabia en sus ojos había sido mortal. —Pero no…
—¿Por qué estabas tan enojado? —Pregunté sin filtro. Necesitaba saber que había hecho mal.
—No dejes que te besen—ordenó y su mandíbula se encajó aumentando la fuerza de su estructura ósea—nunca más.
Eso era fácil. Yo solo quería ser besada por él.
—No quiero que nadie me bese—concedí en silencio parpadeando y disfrutando del contacto de su piel contra la mía, aunque fuera solo nuestras frentes. Si toda la rabia servía para que él me tuviera junto a él por siempre…
—¿Nadie, Bella? —Se rió sarcásticamente y sentí el toque de sus labios en los míos tan lento como una pluma. Delicado pero caliente, haciendo arder mi piel por todos lados. — ¿Nadie?
Mis ojos se cerraron y mis manos se empuñaron en el cabello de su nuca. ¿Estaba él besándome?
—¿Nadie? —volvió a preguntar y esta vez sentí todo el impacto de su boca sobre la mía. Sus labios chocaron contra los míos y me derretí bajo su toque, apretando fuerte su cabello y disfrutando del tacto de sus labios contra los míos. Sentí su lengua empujar mi dentro de mi boca y la abrí inmediatamente, sin saber exactamente qué hacer, pero él se detuvo y volvió a hablar: —Responde.
—Tu—susurré sin aire en los pulmones. —Solo tú.
El gimió y clavó sus ojos en los míos, pero esta vez tenían algo diferente. Había un brillo que casi convertía el verde en dorado y una sonrisa fulgurante le remarcaba los labios.
—Mi amor, vas a ser mi perdición.
Me aplastó contra la pared y su lengua se adentró en mi boca consiguiendo que gimiera por el contacto. Mis manos estaban sobre todo su cabeza, tocándole las mejillas, los ojos, nuestros labios unidos en un beso y luego volvían a empuñarse sobre su cabello.
—Tenemos que ir lento—susurró y sus labios cayeron sobre mis mejillas, depositando pequeños besos hasta que llegó a mi cuello. Mi respiración se aceleró y mis manos se congelaron en su cabello, él me estaba tocando. ¡A mí! —Pero no puedo dejar de tocarte—su mano se escabulló debajo de la falda del uniforme de la escuela y levantó mis piernas alrededor de su cintura. Mis ojos se abrieron de golpe al sentir algo duro contra mi muslo interno y lo miré sonrojada, sintiendo la sangre llenar mis mejillas.
Edward se rió.
—Vas a acostumbrarte a esto, bebé. Te amo demasiado—volvió a besarme y no pude dejar de responder aunque no entendía lo que pasaba.
¿Él me amaba?
—Tu… me odias—murmuré dubitativamente separándome de su beso. Él volvió a reírse y empujó su cuerpo sobre el mío otra vez contra la pared. No había espacio entre nosotros y yo apenas y podía respirar.
—Te amo—corrigió acariciando mis mejillas con sus pulgares, sus ojos estaban brillando bajo las luces débiles de la habitación—, pero no sabía cómo enfrentarlo—su frente chocó contra la mía y me robó un beso rápido antes de volver a hablar. —Bella, no soy un adolescente asustado, quiero mucho de ti porque te amo demasiado, pero estoy tan feliz de al fin habértelo dicho. —Suspiró y me besó la punta de la nariz— No hay mejor mujer para mí que tú, y no hay forma en que te odie.
Exploté en lágrimas en sus brazos, pero él rió y me sostuvo hasta que mi llanto y respiración se calmaron. Lo amaba tanto, y ¿Él también a mí?
—Te amo—susurré y tímida rocé sus labios con los míos.
Mi cuerpo entero estaba en llamas.
Y fui su novia en secreto por dos meses, evitando a sus padres y a sus hermanos y a sus amigos. Yo era una niña y no quería que nadie supiera en lo que él se había metido. Después de las respectivas declaraciones Edward me explicó que en realidad estaba furioso consigo mismo por enamorarse de mí, porque era una niña, pero ver a Michael besándome había iniciado una llama dentro de él. Yo no creí que me amara, pero disfrutaba tanto estar con él, aun cuando fuera a escondidas. No me importaba ocultarlo, aunque él siempre se ponía furioso cuando yo mentía diciendo que no tenía a nadie en mi vida para ese aspecto. Yo estaba muy segura de que sus padres no estarían de acuerdo con nuestra relación si se enteraban y nos separarían y yo jamás podría verlo. Pensaba que él se cansaría de mí después de un par de meses, y yo tendría mis recuerdos para guardar. Él seguiría con su vida, tal vez algún día yo sería la niñera de sus hijos y la mirada de odio volvería, pero realmente no me importaba.
Un día él me había dicho que me amaba y eso le bastaba a mi corazón.
Así que cuando me dijo que tenía que estudiar los dos siguientes años en Alemania, mientras estábamos almorzando escondidos en su habitación, no me sorprendí.
Mi pecho se incendió del dolor, pero mantuve una sonrisa firme porque había predicho que algo así pasaría.
—Está bien, Edward—murmuré sin mirarlo, aguantando las lágrimas dentro de mi pecho mientras recogía los platos de la comida de su escritorio y caminaba hacia la puerta.
Antes de abrirla, sin embargo, sus manos me jalaron de vuelta en su cuerpo y los platos salieron volando.
—¿Qué te está pasando? —Murmuró mientras me giraba para encararlo y las lágrimas corrían libres por mis mejillas. —Bebé, me voy dos años. No sé…—se rascó la cabeza y vi la duda en sus ojos—no sé si…
—No sabes si va a funcionar—murmuré sonriendo aunque sentía las lágrimas mojando mis labios—, y está bien si quieres terminarlo aquí. —Mi voz se rompió y mi pecho se quebró en mil pedazos mientras me alejaba de su toque y su confusa expresión.
¿Quién quiere a una niña tonta si puedes tener a una mujer? ¿Quién quiere a la niñera de sus hermanos para una relación que no tiene futuro? ¿A una huérfana?
Salí corriendo de la habitación y me encerré en la mía, pensando en que había durado dos meses y que fueron los más felices de mi vida. Dejé que las lágrimas llenaran mis ojos y me eché a dormir abrazando la única almohada en la que Edward alguna vez había dormido una noche en mi habitación.
Mía y Alice habían cenado y Emmett había salido. Los niños estaban en perfecta condición y yo podía dormir. Mi tarea de Algebra podía esperar, decidí mientras mis párpados se cerraban, mi corazón no.
Entre sueños escuché la puerta ser bombardeada, risitas traviesas y luego silencio otra vez. Me volví a dormir y desperté cuando unos labios tocaban los míos.
Abrí mis ojos como pude y me encontré de nuevo con su mirada verde, furiosa sobre mí.
—Tú y yo vamos a aclarar un par de puntos, señorita—susurró mientras dejaba caer su cuerpo sobre el mío, sus labios besaron mis ojos y mi cuello hasta que su cabeza quedó encajada en el hueco de mi hombro. —Me muero de ganas de hacerte el amor.
Me tensé y conseguí sentarme contra el cabecero de la cama, alejándome con los ojos como platos ante su declaración.
—Bella, vuelve aquí—se quejó atrapándome entre sus brazos y besando mi cabello—déjame abrazarte.
Se sentía tan bien entre sus brazos. Abrazada y amándolo. ¿Cómo iba a vivir sin él?
—Se terminó—susurré empujándolo fuera de mi cuerpo. Dolía—Edward…
—Tú estás loca si crees que voy a dejarte por un par de años. Tu lugar es en esta casa por siempre, y yo voy a volver aquí y un día te voy a hacer mi mujer—juró mientras me besaba lentamente—, Alemania no va a hacer que deje de amarte. Te amo hoy y estoy seguro que te voy a amar mañana. Punto final.
Él se fue y regresó diferente. Seguía amándome pero los años que estuvo fuera no fueron dos, sino cinco. Cuando se graduó de su primer título en negocios internacionales toda la familia viajó a verlo, incluso yo. Tenía 18 años y él 23 y jamás se había visto más esplendoroso ni triunfador. Me sentía más orgullosa que nunca de lo mucho que lo amaba y de cuanto él había logrado por sí mismo.
Hubo una fiesta general en una de las casas que los Cullen tenían en Alemania y yo estaba encargada de cuidar a Mía y Alice que ahora tenían 12 años y se ganaban las miradas de quién estaba en su camino, sin embargo tenían que dormir a horas normales y tener cenas decentes. Elizabeth y Edward I no sabían de la conexión extraña que teníamos con Edward y que él se empeñaba en llamar relación y habían tenido a Alexander hace dos años. Durante todo el acto de graduación el pequeño había dormido en brazos de su madre, pero ahora que ella tenía que desenvolverse socialmente y era mi turno para cuidar al pedacito de cielo.
—Pequeñito—murmuré mientras le besaba la nariz y lo recostaba sobre la cuna que sus padres habían preparado en una habitación cercana a la de Emmett—, eres la personita más adorable del mundo. Te amo.
—¿Y a mí?
Un escalofrío me atravesó la espina mientras sentía sus manos alrededor de mi cintura y sus labios en mi cuello. Mi cuerpo era un charco imaginario a sus pies.
—¿Me amas a mí?
Durante esos dos años lo había visto en su cumpleaños y en fiestas como Navidad. Apenas habíamos tenido tiempo de estar juntos porque su familia lo reclamaba y yo tenía que cuidar a Alexander y evitar las travesuras de las gemelas. Sin embargo, él había creado tiempo para aplastarme contra puertas y besarme hasta que el aire se consumiera dentro de mis pulmones.
No hacíamos nada más allá de tocarnos hasta que yo salía corriendo semi desnuda de la habitación para evitar algún error. Yo sabía que lo amaba hasta el fin de mis días y que si me descuidaba le regalaría mi alma envuelta en papel de regalo, si es que no la tenía ya en su bolsillo.
—Te amo a ti—suspiré cepillando mis labios contra los suyos y consiguiendo una sonrisa descarada de respuesta. Me separó de su cuerpo para hacer que girara en mi propio lugar y corrí a abrazarlo con fuerza con lágrimas en mis ojos. Él era todo un hombre.
—Estás hermosa hoy—susurró contra mi oído besando el lugar que había descubierto una noche, cuando sus padres nos habían dejado a cargo de los niños en Navidad—tan perfecta.
—Estoy muy orgullosa de ti—murmuré limpiando las lágrimas fuera de mis ojos y sorbiendo mis mocos—, te amo y estoy tan orgullosa de ti.
Tenía que dejar de llorar.
—Lo sé—me besó la frente y los labios en un rápido movimiento y me guió fuera de la suite de sus hermanos hasta que llegamos a su habitación. Me sonrió descaradamente y empujó las puertas para que yo pasara.
Adentro, me sentí una extraña.
Sus libros estaban por todos lados y abiertos en distintas páginas. Había chaquetas y sellos de su universidad en Alemania en un sofá y platos de su última cena. Sin embargo, hubo algo que me sorprendió. En una esquina de su desordenado escritorio había una foto mía rodeada por los brazos de Emmett, con las gemelas y con Alexander en brazos junto al inmenso árbol de Navidad de la mansión en Londres. Sus padres estaban flanqueando la fotografía con sonrisas serias.
Estaba totalmente despeinada en esa fotografía. Tenía las mejillas sonrojadas por las bromas de Emmett y los pucheros de las gemelas para conseguir lo que querían. Alexander estaba jugando con mi cabello y Edward tenía sus ojos en mí mientras una sonrisa brillaba perfecta en sus labios.
—¿La foto? —murmuré maravillada de que tuviera algo de mí en este país.
—Te amo tanto—me abrazó hasta conseguir que lo encarara—, necesitaba un poco de ti en mi desastrosa vida en este país. —Suspiró y cuando sus ojos se conectaron a los míos sentí una corriente eléctrica recorrerme de pies a cabeza. —Bella, te amo por la forma en que cuidas a mis hermanos, tan sacrificadamente. Le has dedicado tu vida a ellos y mi corazón no puede dejar de amarte al ver la forma valiente en la que has tomado tu vida en tus manos y la construiste desde los cimientos, sin nadie ahí sino tu fuerza y tu amor por la vida. Te amo por la forma en la que tocas mis canciones favoritas cada vez que entro en el salón y porque me miras como si fuera a desaparecer cada vez que quiero besar la vida y el miedo fuera de tus ojos. —Sollocé y hundí mi rostro en su cuello por unos segundos antes de mirarlo aspirar aire, como tomando valentía—. No puedo dejar de amarte, estos dos años han sido un infierno sin ti aquí y yo…
Sabía lo que él diría. Quería volver a Londres porque no aguantaba estar solo en este sitio, pero eso no era lo correcto.
Tenía que decirle.
—Te amo también—le susurré besando sus labios delicadamente, deseando ser más valiente—, te amo hasta el cielo. Hasta las estrellas. Eres mi vida, Edward. Tú y tus hermanos son la cosa que más amo en este mundo—sorbí mis mocos y le besé la mejilla mientras le sonreía en disculpa—, solo quería que supieras que no importa cuánto tiempo tienes que quedarte aquí. —Tomé aire e intenté separarme de su cuerpo pero no pude porque su agarre se intensificó. — Sé que tu padre te propuso hacer el postgrado de ciencias políticas y economía aquí, lo oí la otra noche—tenía mi corazón a toda velocidad corriendo en mi mano mientras hablaba. Sabía que esto solo aceleraría la furia dentro de su cuerpo—, me pidió que lo escuchara como si fuera una más de sus hijas y me dijo que la única oportunidad para que pudieras seguir sus pasos era esta. Me dijo que deberías tomarla, pero que por algún motivo no parecías abierto a la idea de quedarte unos años más en Berlín.
Yo y él sabíamos que la única cosa que lo ataba a Londres era nuestra relación. Él amaba a su familia y sus hermanos lo adoraban, pero si no fuera por mí Edward podría estar tranquilo en Berlín terminando sus estudios. Yo no podía dejar que él arruinara su futuro de esta manera. Era su vida y yo quería darle todo de mí para que él lograra las metas más altas que se había propuesto.
El amor no era acerca de tener el uno junto al otro. Era acerca de sacrificios. De pensar en el otro. De desear lo mejor y hacer todo lo posible para que la otra persona consiguiera sus sueños.
Podía esperar, yo tenía la leve sospecha cuando tenía 18 años de que mi amor por él duraría lo que la vida dentro de mí se quedara. Lo amaría hasta volverme cenizas, así que no me importaba perder un par de años. Él tenía que crecer y yo no lo iba a atar a mí.
El cuerpo de Edward se congeló debajo de mis manos y pude por fin moverme fuera de su tacto.
—Tu padre quiere que hagas esto, Edward.
El silencio inundó la habitación y sentí como su respiración aumentaba brutalmente y las aletas de su nariz se dilataban. La sombra oscura de rabia se había dibujado en sus ojos pero nada me haría dar marcha atrás. Este era todo mi amor en forma de sacrificio y quería que él lo tuviera, de cuántas formas fuera posible.
—Te amo con toda mi alma, eres mi vida—repetí aguantando las lágrimas—pero no quiero que regreses a Londres. Necesitas quedarte aquí y terminar lo que comenzaste. Tienes que ser tan grande como puedes, yo sé eso y tú lo sabes.
Aguanté el aire cuando, repentinamente su mano voló hasta su escritorio y todos sus libros cayeron sobre pedazos de porcelana quebrados en el suelo. Un trueno resonó en toda la casa y noté el rayo brillante entre las cortinas de su habitación. Edward tenía los ojos dilatados y sus mejillas estaban rojas, arreboladas de sangre.
—Bella, no sabes lo que estás diciendo—murmuró letalmente, tratando de conectar sus ojos con los míos a pesar de mi resistencia— tú no sabes lo que me pides.
Pero yo sabía.
Si él volvía a Londres sus esperanzas por ser un líder político tan grande como su padre terminarían. Yo quería que él triunfara, que todos sus sueños se cumplieran y no iba a dejar que nada le pasara a su futuro.
Él era brillante, yo lo sabía desde entonces y ahora cuando lo veo estoy más que segura de eso.
—Mi amor nunca va a irse—susurré y lentamente me acerqué, extendiendo mi mano para tocarlo. Él no esperó para apretar nuestros cuerpos hasta que nuestras frentes y narices se rozaran. Sabía qué hacía un esfuerzo por no gritarme porque sentía la contracción de su caja torácica cuando inhalaba y exhalaba. Le toqué las mejillas con las puntas de mis dedos mientras hablaba—, siempre voy a ser tuya. Tu amor. Yo no voy a amar a nadie más jamás, Edward— acepté tragándome toda mi dignidad y orgullo— así que un par de años no harán diferencia…
Él se rió pero el sonido fue demasiado doloroso para mis oídos. Se estaba burlando.
—No sabes lo que dices—murmuró después de soltar una risita—, tú no sabes lo que esta separación va a hacerle a este estúpido y frágil intento de relación que tenemos. ¡Tengo que decirles a mis padres! ¡A mis amigos! ¡Mierda, Bella! —Me soltó como si tocarme le quemara las manos. Caminó en círculos en el espacio de su habitación y levantó sus ojos de golpe— ¡Quiero que todos sepan! No me importa que piensen, no me importa si me quieren separar de ti… ¡Estoy graduado ahora! Puedo trabajar como cualquier ser humano ¡Y nos largamos! Por favor, Bella…
Negué con la cabeza mientras las lágrimas me mojaban los labios. Sabía que él no iba a entender.
—Dejar todo no es lo correcto, Edward—susurré mirando cómo se removía el cabello nerviosamente—, tu familia ha sido demasiado buena conmigo. Yo amo a tus hermanos, a tus padres… no puedo dejarles. No podemos abandonar lo que tenemos por un arrebato. Tal vez…—sabía que tenía que decirle pero este no era el momento correcto. Mi corazón se quebró mientras las palabras salían de mi boca—, Edward tal vez no deberíamos estar juntos…
—¡Cierra la maldita boca! —Rugió atrapando mis muñecas y supe que había perdido el control de esta pelea. No podría hacerle entrar en razón si entrábamos en este ciclo. Sus brazos me sacudieron mientras pegaba nuestros cuerpos violentamente y me dolían las muñecas por su agarre de hierro. Esto no iba a terminar bien. —¡No vuelvas a decir eso, jamás! ¡Mierda, Bella! ¡No repitas eso! ¡Jodida niña!
Él respiraba y sus ojos brillaban en la luz tenue del dormitorio.
—Suéltame—murmuré retorciendo mis brazos para ser liberada. —Ahora, Edward. Suéltame.
Sabía que esto podía pasar, pero quería mantener la calma.
—Retira lo que dijiste—respondió y su voz ronca se transformó en un gruñido bajo—Ahora, Bella.
Tomé aire hasta que sentí a mis pulmones explotar de tanta presión. Tenía que hacer esto y no sabía cómo iba a terminar completa después.
—No.
—¿Qué has dicho? —Chilló sacudiendo mi cuerpo hasta que los latidos de mi corazón se volvieron erráticos. Era el único sonido que podía escuchar en toda la habitación—¡Repítelo!
—No, Edward. No voy a retirar lo que dije. Tal vez no tenemos que estar juntos—mi voz se quebró y comencé a llorar en silencio mientras veía el dolor mezclarse con la rabia, formando una angustia poderosa en su mirada—, yo no… es demasiado complicado… No podemos decepcionar a tu familia…
Él se mantuvo en silencio hasta que mi llanto se detuvo y sorbí mis mocos tratando de mirarlo con fuerza.
—Vamos a aclarar algo—susurró y sentí las palabras salir de entre sus dientes mientras lo veía furioso, aumentar la fuerza de su agarre en mis manos—ellos también son tu familia, y no… no vamos a terminar. Eres mía, vas a ser mía el resto de mi vida y voy a comprobártelo justo ahora.
Sus manos me levantaron desde mi trasero levantando mis piernas y sentí su boca sobre la mía consumirme violentamente. Todo fue demasiado rápido, y sus manos no eran gentiles y calientes como todas las noches que me había tocado en la mansión de Londres. Esta vez Edward estaba furioso y sus movimientos repetían exactamente la manera en la que su mente se sentía. Eran inestables y bruscos y no buscaban el placer del amor, sino el carnal.
Su lengua estaba dentro de mi boca cuando fui consciente de la superficie blanda debajo de mi espalda. Sus manos estaban por todos, empujando los tirantes del vestido fuera de mis hombros, abriendo el zipper del vestido a mi costado, empujando la tela de la falda sobre mis muslos hasta que pudo ver mi ropa interior. Él estaba sobre mí, sus piernas separaron las mías y sentí su erección debajo del pantalón de tela del traje empujar mi entrepierna.
Me besó de nuevo tratando de hacerme reaccionar, sus dientes se clavaron en mi labio inferior hasta que sintió la sangre y se retiró cuando por fin encontré fuerzas para empujarlo fuera de mí.
No así. Él iba a arrepentirse el resto de su vida por tomarme de esta manera. Habíamos acordado tantas cosas y él las estaba olvidando tan fácilmente.
—NO—murmuré empujándolo y sentí su lengua en mi garganta y por toda la piel libre de mi escote—No. Edward, así no.
Sus manos apretaron más mi vestido hasta que levantó toda la tela que cubría mis piernas y las acomodó en su cintura rápidamente, empujando contra mi entrepierna hasta que ambos gemimos al unísono. Sus manos, furiosas empujaron los tirantes del vestido completamente hasta que pudo ver mi sujetador y sin mirarme empezó a lamer la piel que veía.
Él no era mi amor. Mi gentil amor que había prometido tiempo y paciencia.
—No—lloré empujándolo con todas mis fuerzas aunque su agarre era cada vez más fuerte para poder abrir mis piernas. Sufrí cuando sentí sus dedos deslizarse por la banda elástica de mi ropa interior. Él me había tocado reverendamente, con amor, aún en sus momentos tan intensos había sido rudo pero su toque solo tenía amor.
Esta vez él estaba furioso, quería pelear conmigo y sabía que solo podía ganarle a mi cuerpo.
—¡Edward, así no! —Chillé y levanté su rostro de mi escote con mis manos para encontrar sus ojos llenos de rabia mientras dos lágrimas le recorrían las mejillas—Edward…—rogué sosteniendo mechones de su cabello mientras lo sentía empujar fuertemente contra mí, sin sentido. Sin amor. —No así…
—No vas a dejarme—gruñó y casi sentí las lágrimas en su voz. Él estaba desesperado—no vas a dejarme. ¡No vas a dejarme!
Me besó y sentí mi alma consumirse en ese beso. Sus labios estaban furiosos y luchaban contra los míos y entre el llanto de los dos y mi desesperación por detenerlo no pude hacer nada más que recordarle como éramos. Como nos besábamos, como nos tocábamos él y yo. Como encontrábamos placer en pequeños gestos.
Le besé lentamente, disminuyendo el ritmo y empujé mis manos en su cabello despacio, tratando de acariciarlo. Tenía que hacerle recordar cuanto le amaba. No así.
—Pelea—susurró cuando no pudo continuar besándome violento— pelea, Bella. Pelea conmigo.
Suspiré, porque sabía que lo había calmado.
—No así—le respondí temblorosa y le empujé. Él se movió sin restricciones y me dejó salir fuera de su cuerpo y obligando a mis piernas, me alejé a la esquina contraria a la cama. Mis dedos temblorosos arreglaron la falda sobre mi regazo y cerraron el zipper rápidamente. —No así, Edward…prometiste esperar a cuando estuviera lista… teníamos un plan…
Estaba llorando como un bebé otra vez. Tenía que ser más fuerte para hablar con él.
Él se levantó de golpe y me empujó contra la pared. Sus ojos atormentados me cautivaron mientras sus manos volvían de nuevo a mis muñecas.
—Pelea conmigo por nosotros—me pidió y jamás lo había sentido tan fuerte y serio. No había rabia ni miedo, solo determinación en su voz. —Por ese plan que dices que tenemos, por ese amor que juras tenerme. Pelea por nosotros. No nos separes. No me hagas esto. No nos hagas esto.
Un sollozo profundo salió desde mi pecho y dejé mi cabeza caer contra la pared.
—Edward… esto es lo mejor para ti…
—¡No! ¡Tu no me amas! —Rugió y empujó mi cuerpo contra la pared antes de soltarme bruscamente. Se alejó de nuevo como si tocarme le quemara, le hiciera daño. Su dedo índice me acusaba en la oscuridad mientras él hablaba—No quieres estar conmigo, y eres solamente una cobarde ¡Porque no quieres luchar conmigo! No quieres luchar por este remedo de relación que tenemos ¡Por tu culpa! Porque no entiendes… —se acercó a mí y me besó hasta que el aire se fue de mis pulmones—… pelea por mí. Olvídate de mi familia… bebé—su voz sonó dolorida mientras me miraba directamente en los ojos—… por favor… pídeme ir contigo a Londres… dime que no puedes estar sin mí… Bella…
Lo miré y entendí lo dependientes que éramos el uno del otro. Yo siempre lo iba a amar pero no podía dejarlo todo y seguirlo por un arrebato.
—No—murmuré y se quebró mi alma de nuevo al ver su rostro contraerse de dolor—eso no es lo correcto.
—A la mierda lo correcto, Isabella—su voz fue dura mientras su postura se volvía rígida. Sus ojos se vaciaron cuando su dedo señaló la puerta de su habitación, la distancia entre nuestros cuerpos era inmensa aunque en realidad solo fueran un par de pasos—, lo correcto es que te ame, que me ames… pero si en realidad crees que no podemos estar juntos no puedo hacer nada por eso…
—¿Quieres que me vaya? —susurré después de evitar su mirada en el silencio incómodo de la habitación. No sabía que decir y el frío me quemaba los huesos porque su toque me faltaba.
El inhaló rápidamente antes de hablar, su voz ronca explotó en la habitación.
—Si.
Solo quise llorar, y entre lágrimas recogí los pedazos de mi dignidad en esa habitación y salí corriendo mientras escuchaba como él gritaba y lanzaba más libros al suelo.
—¡Bella! ¡Mierda! ¡Bella!
No quería escucharlo y corrí tanto como pude hasta salir de la mansión. Había un laberinto oscuro que era un sello característico de todas las casas de la familia Cullen y sabía que si entraba ahí saldría directo a la zona del parqueadero para los invitados. Necesitaba tiempo para componerme y ese era el lugar perfecto para recopilar mis trocitos y hornearme de nuevo como si fuera una galleta.
Dos horas después regresaba a la mansión cantando la misma canción de Grease que mi cerebro repetía cada vez que tenía miedo. No había pensado en lo absoluto en Edward o en lo que me esperaba en esa casa, pero estaba más relajada y tenía fuerzas para enfrentarlo.
Tal vez podíamos hablar como dos personas civilizadas.
Entré sonriendo mentalmente porque la calefacción funcionaba a la perfección y la primera imagen que me golpeó saqueó el aire de mis pulmones. El frío regresó a mis músculos y me congeló en mi sitio.
¿Había sido tan fácil?
Elizabeth llegó corriendo y me apretó entre sus brazos antes de brindarme una de sus sonrisas más brillantes.
—¡Cariño! Estuve tan preocupada, no sabía dónde estabas—murmuró mientras me cubría con su chal—, Edward salió corriendo detrás de ti pero no pudo llegar muy lejos porque su novia lo interceptó.
¿Su novia?
¡Yo era su novia! ¿Aún lo era?
Mi corazón palpitó con fuerza y pudo morir en esos instantes.
—Edward y yo siempre pensamos que mi hijo estaba enamorado de alguien desde su último año de colegio—la madre murmuró mientras empujaba una copa de champagne en mis manos y me arrastraba hasta la pista de baile—, pero nunca pensamos que pudiera ser ella. Ya sabes, Scarlett siempre vivió aquí en Berlín y ellos no tenían tanto contacto cuando chicos, pero como el amor todo lo puede…
Como el amor todo lo puede…
Me convertí en una estatua mientras veía a Edward bailar majestuosamente con Scarlett, la hermosa chica rubia que siempre lo acompañaba en sus clases o en reuniones familiares con la rama alemana de los Cullen. Se movían rápidamente y el cuerpo de ella rozaba el de él descaradamente.
—¿No son hermosos? ¡Oh, Bella! Estoy tan feliz de que Edward consiguiera alguien que cuidara su corazón…
El mío, quise decirle, se estaba rompiendo en pedacitos poco a poco.
Edward clavó sus ojos en los míos y noté que había bebido porque estaban inflamados y rojizos. Tenía las pupilas dilatadas y sus manos temblaron cuando empujó una copa más en su boca antes de que su rostro descendiera y besara a una ansiosa Scarlett. Él nunca dejó de mirarme mientras le regalaba a ella algo que siempre había sido mío. Nunca retiró nuestra conexión y sentí lágrimas humedecer mis mejillas en silencio mientras él la tocaba, la apretaba contra su pecho en medio del beso.
Cuando Scarlett se separó para tomar aire los ojos de Edward me abandonaron y se cerraron en silencio y apuró otro trago antes de besarla sin verme.
¿Por qué lo hacía?
Quería llorar hasta que mis pulmones se consumieran del dolor, y antes de que pudiera salir corriendo hacia el laberinto, la cálida mano de Elizabeth me arrastró hasta que ambas nos encontramos encerradas en la oficina central de la mansión.
Edward había hecho eso de adrede. De repente el pensamiento me noqueó mientras sentía la mirada de Elizabeth quemar mi piel.
—Estás enamorada de mi hijo—murmuró con el semblante serio—, siempre lo has estado.
Tomé aire antes de hablar. Tenía que hacer esto correctamente. No iba a perder a los niños.
—Él no me quiere—respondí abruptamente mientras me ponía de pie—y no tienes que preocuparte por eso. Yo y él nunca vamos a estar juntos.
Salí de la oficina corriendo y sentí la mirada de Edward seguirme mientras ascendía las escaleras.
Esa noche lloré más de lo que jamás pensé posible, pero Elizabeth nunca más volvió a preguntarme acerca de lo que vio esa noche en la graduación de Edward y Edward I nunca sospechó algo similar. Al día siguiente me subí en el primer avión que la familia Cullen consiguió con las gemelas, Emmett y Alexander porque tenían clases y yo era la niñera. Los padres de Edward se encargaron de que lo recordara a toda velocidad, porque salí de Berlín antes de que pudiera verlo besar a Scarlett una vez más. No le dije adiós y no lo volví a ver sino hasta dentro de tres años, unos meses atrás y jamás intercambiamos palabra alguna.
Había decidido estudiar enfermería, porque lo que más amaba en mi vida eran los niños Cullen y mi decisión se había reafirmado cuando Elizabeth había anunciado que tendría un bebé más casi después de nuestra última visita a Berlín. Quería ayudar al resto de personas y mi amor por las ciencias de la vida me habían casi empujado a esa decisión. Edward I había asegurado que podía pagar mi carrera universitaria, pero yo no lo podía permitir, así que decidí aceptar una beca por la que había aplicado durante mi último año de A levels y todo marchó a la perfección.
Carlisle vino al mundo cuando yo cursaba mi primer año de enfermería y King's College London y me sentía poderosa y viva. Amaba a ese niño y con mis nuevos conocimientos estaba en la capacidad de cuidar de todos ellos y entender los cambios que ocurrían en su cuerpo, en su mente y en sus berrinches. Además, mi tiempo en el hospital era la cosa más divertida del mundo. Tenía un pequeño grupo de amigas que conformaban el club de chisme mejor informado de toda el área pediátrica y los días de práctica con ellas eran los más divertidos.
No dejaba de ser la niñera de mis pequeños, pero ahora estudiaba, tenía prácticas y esa era una excusa para pasar menos tiempo en casa cuando Edward venía.
Todas las navidades o vacaciones, yo solamente me escabullía y dedicaba horas de mi trabajo a cada paciente que llegaba y no podía ser reconocido o no tenía a alguien que lo cuidara. No solo en el área pediátrica sino en todo el hospital que me asignaban en el semestre y me sentía increíble ayudando con el conocimiento que adquiría poco a poco. Edward pasaba lo mejor de sus vacaciones con toda su familia y yo jamás lo veía ni lo disgustaba. Salía temprano al hospital y regresaba cuando todos dormían plácidamente.
Luego, él regresaba a Berlín y yo podía volver a mi rutina, cuidando a Alexander y Carlisle mientras estudiaba mis grandes libros y escuchando las quejas de las gemelas porque Emmett siempre espantaba a sus pretendientes. Cuando cumplí veinte años decidí que no podía seguir viviendo en la mansión de los Cullen si tenía dinero para cubrir un lugar propio porque algunas de las prácticas eran pagadas, así que terminé viviendo en un pequeño departamento donde las gemelas siempre se escabullían para evitar los regaños de sus padres. Emmett a veces me pedía las llaves pero le tenía prohibido usar mi cama para sus actividades nocturnas.
Al inicio fue difícil para la familia Cullen aceptar mi decisión de mudarme, la casa Cullen había sido mi hogar demasiado tiempo y no podían dejar que me marchara, pero yo nunca los iba a dejar por completo y eso lo entendieron lentamente. Había noches en las que cuidaba a Alexander y Carlisle y estudiaba hasta verlos dormidos así que no podía regresar a mi departamento, pero los fines de semana usualmente podía dormir en mi pequeña cama hasta que las gemelas atacaban mi puerta para que fuéramos de compras. Emmett y los pequeños salían con nosotras y luego había una noche de películas y dulces asegurada para todos. Cocinaba y los cuidaba hasta que todos se quedaban dormidos y el hermano mayor terminaba dormido en el sofá de mi estrecho departamento.
Hace unos meses todo había comenzado de nuevo y en aquel momento no pude imaginar si quiera la magnitud de lo que estaba pasando cuando Edward volvió.
Yo estaba terminando el último año de enfermería en pediatría y tenía más tiempo para ver a los niños y adorarlos, así que habían estado conmigo desde que salieron del colegio ese viernes.
Los ojitos verdes de Alexander se conectaron con los míos mientras su hermano dormitaba a su lado en mi cama. Las gemelas estaban durmiendo abrazadas en el colchón inflable que tenía, lleno de cobijas y almohadones para ellas.
—Bella, te quiero—murmuró y sus bracitos rodearon mi cuello fuertemente. Su nariz estaba húmeda por lágrimas que no había visto toda la noche. —Te quiero, por favor vuelve a casa.
Se me rompió el corazón al escuchar su vocecita hablarme.
—Mi amor—le susurré apretando su cuerpo contra el mío—, yo siempre voy a estar ahí. Solamente necesito un espacio para mí solita, pero siempre voy a ir a casa y te voy a cuidar.
—Es que… Edward—respondió y se separó para poder mirarme con los ojitos llenos de lágrimas—, él no va a venir a casa esta navidad…
Elizabeth me había dicho que su hijo no tenía ánimos para venir, y que se quedaría a pasar las fiestas con la familia de su novia. Su mirada había sido suspicaz y en ese momento supe que ella quería ver una reacción de mi parte para comprobar que lo que había dicho esa noche, tres años atrás era verdad.
¿No había mentido lo suficiente?
—Pequeño, tu hermano tiene que cuidar a su novia—murmuré besándole las mejillas y la punta de la nariz con amor. —Ed siempre viene todas las veces que puede para verte, pero ahora tiene que cuidarla a ella.
—¿Puedes tu venir a casa esta navidad? —lloriqueó y sus regordetes deditos se mezclaron entre mi cabello mientras me hablaba—. Por favooor.
Carlisle se levantó entonces y me miró con los mismos ojos de todos sus hermanos, rogando con un puchero.
—Bella viene con nosotros—pidió abrazando la otra mitad de mi cuerpo que no estaba ocupada por su hermano—Bella viene, pod favod.
—Vamos, Bells. Estos niños van a rogarte hasta que cedas—Emmett se burló y mis ojos se posaron en su mirada pícara y en la de las gemelas.
—Ustedes planearon todo ¿verdad? —Los regañé aunque sonreía.
—Queremos verte esta navidad—Alice susurró con su voz cantarina, Era ahora toda una mujer y yo no podía dejar de mirarla, porque poseía la misma belleza de su madre—, eres más que nuestra niñera y mucho más importante que la supuesta novia de Edward…
Mía codeó a su hermana pidiéndole que cerrara la boca y me miró con los ojos brillantes.
—No queremos estar solos. Mis padres están molestos porque Ed no vendrá este año y queremos que hornees la tarta de manzana.
El dulce favorito de Edward en navidad.
Suspiré.
Él no iba a estar. No tenía que verlo, que escuchar a su novia.
Podía hacerlo.
—Está bien, tramposos—susurré y enseguida estuve envuelta en pequeños bracitos—, pero ahora van a dormirse todos, porque los quiero listos para mañana. ¡Tenemos que comprar los ingredientes para toda la cena!
—¡Voy a reventar! —Emmett chilló como niña levantando a Mía y dándole vueltas en el aire hasta que el rostro de su hermana se puso morada de la risa. —¡Va a ser la mejor navidad!
Alice tacleó al hermano mayor para liberar a su gemela, pero pronto Alexander y Carlisle fueron contra ella, jugando a niños contra niñas y terminé viendo una masa de niños haciéndose cosquillas entre ellos y riéndose hasta que el aire les faltaba.
Solté una risita y entonces Emmett posó sus malévolos ojos en los míos antes de lanzar el grito de guerra: —¡Ataque a Bella!
Carlisle y Alexander se lanzaron a mi rostro y me llenaron las mejillas de besitos mientras Mía y Alice atacaban mis cosquillas en mi estómago y costados. Emmett me lanzó contra el colchón inflable de sus hermanas y colaboró con la tarea de sus hermanas de jugar a las cosquillas.
Me reí tanto y me sentí más que amada esa noche.
Esos niños eran mi vida.
Dos días después yo tenía una canasta llena de comida y tres tartas horneadas, aunque Emmett se estaba comiendo la última.
Alice entró corriendo en la cocina detrás de Alexander que sostenía una plancha rosa de cabello entre sus manitas regordetas.
—¡Alex! ¡Dame eso ahora! —Chilló Mía apoyando a su hermana mientras Carlisle se colgaba de su pierna.
—¡Alex!
Carlisle mordió la canilla de su hermana y Mía se rindió gritando del dolor mientras Emmett levantaba a su hermano y chocaba su palma con la de él.
—Así se hace compañero.
—¡Emmett! —me reí— No lo alientes a morder a las personas.
—¡Alex! ¡Dame mi plancha! —Alice tenía las mejillas infladas del cansancio por correr detrás de su hermano y su flequillo flotaba sobre sus perfectas cejas oscuras.
Las gemelas eran las únicas que tenían el cabello oscuro de toda la familia, al igual que su madre.
—Alexander, colega—Emmett estiró la mano para recibir la plancha de su hermano después de guiñarle el ojo—, hay mejores maneras de hacer sufrir a las señoras.
Emmett enredó el cable de la plancha hasta que no se podía encontrar el final ni el inicio del mismo y luego se lo entregó a Mía. Carlisle y su hermano comenzaron a reírse abrazando las piernas de su hermano mayor y la carcajada de Emmett se detuvo al instante cuando Mía y Alice lo atacaron colgándose de su espalda y mordiendo cada una, una oreja.
Empecé a reírme más fuerte mientras ponía crema en la última tarta y veía a los cinco hermanos pelear en medio de la cocina, como Emmett de esqueleto.
—Ya, ya—susurré entre risitas—dejen a su hermano en paz.
—¡No! —Chilló Mía y comenzó a morder la oreja y el cuello de su hermano mientras su gemela atacaba al mayor con cosquillas.
—Deja a Emmett—ordenó Alexander entre balbuceos sacándole un zapato a su hermana mayor y empezando a rascarlo para conseguir que se rindiera de la risa.
Carlisle le lamió la mano a Mía y ella hizo un gesto de asco antes de aplastarla en el rostro de Emmett.
—Ya—murmuré levantando mi voz aunque no podía dejar de reírme, —Niños—me estiré con la lata de crema amenazándolos para que se movieran. —Dejen a Emmett moverse.
—¡No! —Alice clavó sus dientes en el hombro de su hermano—Vas a comprarme una nueva plancha, grandote. ¡No puedo creer que le hayas arruinado el cable!
Emmett se reía tan fuerte que perdió el equilibrio y su inmensa figura cayó sobre el suelo limpio de la cocina, pero antes de que su última carcajada se detuviera su inmensa mano jaló mi tobillo y caí encima de ellos, aplastando el aerosol de la crema de leche sobre todos ellos del susto.
—¡Es tu culpa, enano molestoso!
—Alice, ¿Qué me voy a poner para Demetri? ¡Mi cabello es un desastre!
—¡Auch! Alex, deja de morderme.
Carlisle y Alexander estaban llenos de crema y las gemelas tenían el cabello arruinado, pero todos en el suelo no podían parar de reír al verse el uno al otro. Deje que mi cabeza se cayera sobre el pecho del hermano mayor y me reí contra su vientre. Extrañaba tanto vivir con estos niños.
—Sigues siendo pésima niñera.
Su voz congeló todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Sentí un escalofrío recorrerme de pies a cabeza mientras mis ojos encontraban su figura alta e imponente en el marco de la puerta, con los brazos tensos a los lados de su cuerpo y la mirada fría y oscura.
—¡Ed!
Alexander y Carlisle corrieron y encontraron los brazos de su hermano, quién los apretó hasta que la falta de aire les causó risa.
Alice y Mía se limpiaron la crema del cabello y corrieron a llenar de besos el rostro de Edward, y Emmett al final se acercó y lo apretó en sus brazos mientras se unía a las risas de sus hermanos menores.
—¡Ed! ¡Te extrañé tanto!
—¡Sabía que vendrías! —Mía le besó la punta de la nariz a su hermano y se ganó una sonrisa del mayor. —Alice lo predijo la noche en la que convencimos a Bella…
—Hombre, estoy tan feliz de verte—Emmett tomó en sus brazos al pequeño Carlisle, que miraba a su hermano con admiración—, todos hubiéramos muerto de aburrimiento sin ti.
¿Y qué se supone que haga yo entonces? ¿Habían planeado esto los niños?
Me levanté del suelo sacudiendo la crema de mis pantalones jean, pero no pude hacer nada por la mancha inmensa de grasa en el centro de mi suéter flojo. Me recogí el cabello en un moño en lo alto de mi cabeza mientras los niños arrastraban a su hermano hasta la mesa de desayuno en la cocina y le llenaban los oídos de chismes y nuevas historias.
Carlisle vino corriendo y me miró con ojitos de borrego antes de estirar sus manitas regordetas.
—¿Puede Ed tener paztel? —Preguntó jalando mi pantalón—Es zu favorito…quiero darle algo…
Asentí en silencio y le besé la mejilla mientras le estiraba una rebanada del postre en su plato favorito de Batman y Spiderman juntos.
—Graziaz Bella—susurró embadurnando mi mejilla de saliva en su intento de beso. —Eres la mejor.
Le sonreí de nuevo y terminé de embadurnar el último postre antes de guardar los tres en la refrigeradora. Los niños estaban tan entusiasmados por la presencia de su hermano que ni siquiera notaron mi salida de la cocina.
Eso era lo mejor. Ahora que su hermano estaba aquí no tenía que quedarme en la casa por Navidad. Iba a extrañar verlos, pero no quería ver a Edward más de lo necesario.
Mi corazón solo no iba a resistirlo.
Subí las escaleras y guardé los dos libros que había sacado en mi mochila. Iba a regresar ahora que tenía la oportunidad. No quería escuchar a los pequeños quejarse de que los dejaba, los amaba con todo mi corazón pero no estaba lista para ver a Edward, o escuchar de su novia. No tenía 16 años y ahora sabía lo que significaba ser la niñera de sus hijos, si esos niños no eran míos.
Significaba ver a mi corazón quemarse y consumirse mientras él superaba lo que sea que hubiéramos tenido.
Salí de la habitación sin ponerle seguro a la puerta, Mía y Alice disfrutaban entrar y salir de vez en cuando si necesitaban espacio. Chequeé mi teléfono y noté que tenía una llamada perdida del hospital, pero si no habían insistido entonces no era tan importante.
Abrí y cerré los ojos y lo primero que encontré en ese parpadeo fue la camisa negra de Edward frente a mí. Levanté mi rostro y encontré a sus ojos, igual de furiosos y vacíos que la última vez que nos vimos. Cuando besaba a Scarlett y mi inocencia se perdía lentamente.
—Tengo que hablar contigo—no preguntó, empujó la puerta con mi cuerpo de apoyo y la cerró detrás de él después de soltarme como si mi piel le quemara. —No puedes irte hoy, ni las siguientes noches hasta navidad.
Su voz estaba tan vacía. Quise llorar cuando lo vi y noté que su amor por mí se había esfumado.
—Tu…—me aclaré la garganta, tenía que hablar—tu puedes cuidarlos hasta que tus padres vuelvan.
Él se cruzó de brazos y una ráfaga de dolor le cruzó el rostro tan rápido que dude haber visto la expresión.
—Mis padres… estaban en un tren que sufrió un atentado mientras viajaban a verme en Berlín—mi corazón se detuvo por unos segundos. Su expresión era blanca, ni siquiera la furia estaba ahí para decirme algo—, están en un hospital en Alemania y no puedo… trasladar sus cuerpos porque su estado es muy grave.
Dejé de respirar y sentí las lágrimas acumularse en mis ojos mientras lo miraba.
¿Por qué estaba tan tranquilo? Oh, Dios mío.
—¿Hospital? —Susurré sin entender del todo lo que decía. —¿Elizabeth…?
—Voy a tener que viajar varias veces entre Berlín y Londres hasta que su estado de saludo se estabilice, así que te voy a pedir que como la niñera oficial de la familia, te comportes como tal y no abandones a mis hermanos. —Me congelé al escuchar el hielo en su voz y me tensé.
¿Por qué me decía eso? ¿No sabía lo mucho que amaba a los niños?´
—Yo jamás los abandonaría—espeté tragándome las lágrimas—, y tú sabes eso.
Se rió sardónicamente y me retorcí de rabia al verlo burlarse de mí.
—Yo solo sé que tú no puedes pelear por amor. Pero espero que puedas pelear por el amor que dices tener por mis hermanos, porque ellos jamás te van a necesitar como lo hacen ahora.
Sentí el aire dejar mi pecho al escuchar sus palabras.
Él aún tenía esa noche en su memoria tan clara como estaba en la mía.
—No vas a decirme que no amo a tus hermanos, Edward Cullen—gruñí y mi dedo índice viajó hasta atacar su pecho con fuerza. —¡No vas a dudar eso!
—Cállate, Isabella—atrapó mi mano y me empujó hacia atrás mientras la rabia cegaba sus sentidos—, solo cállate y aléjate de mí.
—Voy a cuidar a tus hermanos porque los amo, ¡No pongas en duda eso, bastardo!—lloré porque eran demasiadas emociones juntas. Elizabeth y Edward I en el hospital, los niños solos, el desamparo que no podía dejar que sintieran y el odio repentino del único hombre que había amado en toda mi vida.
—Cuida lo que sale de tu boca, Isabella. Vas a empezar a guardarme respeto, como Señor Cullen—y sin embargo, contrario a sus palabras, me apretó contra su pecho ahogando mi llanto hasta que me calmé. Solamente después de que dejara de sollozar él me liberó como si mi tacto le quemará y me sentó en el borde de la que había sido mi cama como si tuviera cinco años de nuevo. —Quiero que traigas tus cosas porque no… no sé cuánto tiempo voy a necesitar que te quedes. No les digas nada a los niños y solo… quédate por ellos… no voy a cruzarme en tu camino.
Abría la boca como si fuera un pez para atrapar aire. Dios santo, ¿Qué iban a hacer esos niños sin Elizabeth y sin Edward I? Amaban a sus padres.
Solté un sollozo que sacudió todo mi pecho y él regresó desde el umbral de la puerta para hablarme antes de cerrarla. Un brillo de dolor los cubrió antes de que me mirara por última vez.
—Isabella, pelea por mis hermanos.
Luego me dejó fría y sola, llorando ahí porque nada podía ser peor que esto.
Él me odiaba…aún creía que no había peleado por él, cuando lo único que había hecho era darle la fuerza para enfrentar justo lo que le estaba pasando ahora.
Fue difícil explicarles a los niños que sus padres estaban en un hospital y que no iban a venir para Navidad, aún en contra de la voluntad de Edward. Pasé el resto del mes de Diciembre y gran parte de Enero entre mis turnos del hospital, las pocas clases que tenía por ser último año y siendo la niñera de todos los pequeños. Ahuyentando sus miedos y abrazándolos fuerte cada noche mientras lloraban pensando en sus padres.
Edward cenaba con ellos cuando yo estaba en el hospital y cuando él viajaba yo intercambiaba turnos para cuidarlos tanto como era posible. Carlisle y Alexander a veces se quedaban en la guardería del hospital porque no podía cuidarlos si no tenían clases. Edward viajaba casi dos veces a la semana para controlar el estado de salud de sus padres, pero en Navidad hizo una excepción y yo un esfuerzo y ambos cenamos con los niños y les dimos todos los regalos que habían pedido ese año.
No hubo felicidad, aunque me vestí de Santa Claus por ellos. Sus caritas estaban asustadas y llenas de miedo por lo que podía pasarle a sus padres. Incluso el rendimiento de las gemelas en el colegio se había visto afectado. Emmett estaba en primer año de universidad, pero se saltaba demasiadas clases para ayudarme con los niños cuando yo o Edward no podíamos cuidarlos y mucho me temía que podía perderlo solo por asistencia.
Una noche, estaba demasiado cansada porque no había dormido tres días seguidos entre turnos del hospital y llantos de las gemelas y después de la cena caí sobre mi cama como pude. Mis pies empujaron los zapatos fuera y deslicé los jeans fuera de mi cuerpo antes de quedarme dormida sobre las cobijas.
Me desperté cuando una mano me tocaba la cintura y pensé que era Alexander o Carlisle, así que me giré frotando mis ojos, lista para hablar con los niños pero encontré a Edward, con los ojos rojos y lágrimas rodeándole las mejillas y las sienes mientras sus manos me tocaban la cintura hasta llegar a mi espalda.
Mi reacción inmediata fue pelear, alejarme de su toque como siempre pero una de sus manos fue más rápida y apresó ambas muñecas sobre su cabeza mientras su boca se abría.
—No—negó con su cabeza y escuché como se rompía su voz mientras me recostaba de vuelta en la cama con su cuerpo sobre el mío—no hoy, Bella. No hoy.
Su cabeza se quedó en el hueco de mi hombro y silenciosamente su cuerpo comenzó a convulsionarse. Yo pude escuchar los sollozos débiles que salían de sus labios y a mi cabeza vinieron los peores pensamientos.
Dios.
—No—susurré y mi cabeza se sacudió tan rápido como pudo alejando el pensamiento—No… Oh, Dios.
—Se fueron—él sollozó contra la piel de mi cuello—se fueron….
Oh, Dios. Se oía tan perdido.
—Edward… suéltame—tenía que tocarlo, tenía que sentir que ambos podíamos contra eso o moe iba a morir. Él no liberó mis muñecas y yo me moví hasta su oído—¡Por el amor de Dios! Edward… suéltame… quiero… tocarte…
Él suspiró y mis muñecas fueron liberadas para clavarse alrededor de sus hombros y atraerlo a mí. Él siguió llorando pero ahora al menos podía sostenerlo.
Oh, Dios. Qué pesadilla era esta.
— Murieron ayer… y yo ni siquiera estaba ahí, Bella—levanté su cabeza con mis manos hasta que su frente pudo descansar contra la mía mientras nuestros alientos y lágrimas se mezclaban—, yo estaba en un avión tratando de verlos y llegué para encontrarlos muertos.
Solté un sollozo y apreté su cuerpo contra el mío tanto como pude.
¿Cómo iba a hacer esto? ¿Cómo iba a sobrevivir sin sus padres?
Two-shot! Si les gustó y quieren un adelanto del último y segundo capítulo dejen un review, para recibir un preview! Have a good day beautiful people! :) X Valhe
