Hola a todos, en primera he tardado más de un mes de actualizar pero es que estuve leyendo la historia y la verdad no tenía pies ni cabeza así que decidí volver a escribirla y ponerla en orden, además de que era muy confusa.
Y la verdad puse tantos personajes inventados que ni yo se quien es quien
y
se supone deber ser de los personajes de beyblade
así que ahí va .
Espero les guste la nueva versión del fic.
Capitulo 1: Black Dranzer.
El viento se deslizaba entre todos los lugares posibles y una figura de altura media estaba parada enfrente de un corredizo en donde las personas esperaban sus respectivos trenes, sin dudar era vieja aquella estación.
La figura, un joven de no más de diecisiete años se cubría con un abrigo blanco dejando sólo verse una parte de su pantalón de color negro al igual que sus tenis y no eran los únicos, su cabello y ojos de mirada penetrante tenían el mismo tono, miraba de vez en cuando su reloj, impaciente a que viniera el tren que lo llevaría a San Petersburgo, no tenía mucha ilusión de viajar a Rusia y a pesar de eso, hoy estaba parado en la estación.
No recordaba cuanto tiempo había pasado desde que decidió nunca más regresar a ese "infernal lugar" pero si era necesario para el cometido de su grupo lo haría con decisión, aún si debía recordar de mala gana recuerdos terribles que sólo empañaban los pocos buenos que tenía.
Por fin había llegado el tren y a pesar de los años se le veía bien cuidado con su toque antiquísimo, esperó un rato, agarró su mochila y se encaminó a entrar, el lugar se veía enrarecido, el tapiz de un color café dejaba entrever lo viejo que estaba, la alfombra, de un rojo vivo, le daba una calidez que acompañaba al viajero a caminar entre sus suaves hebras, así que el joven caminó sobre ella unos cuantos metros quedando enfrente de uno de los compartimientos, miró su reloj una vez más comprobando que no faltaba un buen rato antes de emprender el viaje, deslizó la puerta y entró dejando su mochila a un lado, no llevaba mucho, sólo lo indispensable, no tenía pensado quedarse más de la cuenta, iría por lo que buscaba y se esfumaría lo más pronto posible.
El motor de tren poco a poco empezaba a rechinar y al cabo de unos cuantos minutos el sonido del tren y el movimiento de las ruedan que cargaban el gran peso se hizo uno con el viento para llegar a su destino.
El chico contempló por un rato la ventana donde pasaban a una velocidad constante el paisaje que con el tiempo se volvía de unos calidos colores a unos más fríos, ya los animales y plantas de los alrededores se convirtieron en montículos de nieve y una que otra ave sobrevolaba el lugar, estaba completamente blanco, algunas ramas de árboles cercanos a las vías golpeaban las ventanas dejándolos mojados, después de ese rato se dispuso a leer un rato, realmente no quería ya ver hacía el exterior y esa era una manera de evadir sus cuestiones personales pero poco a poco como si su instinto le advirtiera se empezó a tensar y el libro se arrugó por la fuerza que emanaba de sus manos, estaba nervioso.
Sin poder controlarse, el chico no tuvo más remedio que devolver el libro a la mochila, miró desinteresadamente todos los rincones del compartimiento, realmente estaba bien cuidado, ni siquiera un chicle se veía a la redonda, ni un cabello, menos mal, así no podría criticarlo. El tren había parado, el chico dio un respingo y se levantó, agarrando sus cosas, salió del tren y se dirigió a las congeladas calles de San Petersburgo. Al principio tuvo que observar a su alrededor para poder orientarse pero al igual que anteriormente su instinto lo guió. Entre aquellas frías paredes y lozas se podían escuchar sonidos de los beyblades chocando unos a otros. Por un instante el chico quiso descargarse con algunos de los novatos de los alrededores, pero se resistió.
No quiso subir a un taxi para llegar a ese infernar lugar, tenía que hacer todo con discreción, así que optó por irse caminando, descansando por intervalos de tiempo.
Había llegado al parque, donde la gente de diferentes edades se divertía sin importarles nada más, se le hacía irónica esa faceta de la vida, nadie le importaba nada.
Dejando al lado sus pensamientos caminó varias cuadradas más, ni se inmutó en contarlas pero por fin había llegado, ahí estaba, sin ningún resplandor, la abadía que de antaño era el peor lugar para un crío, él lo sabía por experiencia y a veces disfrutaba que haya caído su tan preciado laboratorio. Con decisión, el joven vislumbró el lugar y meditando, se inclinó un poco dejando que en las plantas de sus pies se acumulara la energía, se cerró su ojos para luego abrirlos consiguiendo su objetivo, brincó la gran muralla con la que se resguardaba la abadía, no quiso entrar como la gente normal, si no estaba en lo incorrecto, habría una que otra trampa en aquel lugar, así que fue muy sigiloso. Parecía que no había problema, caminó por un buen rato, entre varios escombros, llegó a unas de las puertas enormes donde sabía que existía un bey-estadio, en apariencia se veía como una capilla, abrió la puerta y se adentró, disimuló que no veía nada y llegó a la siguiente puerta la cual estaba firmemente cerrada, sacó de entre sus bolsillos un beyblade de un todo plateado con líneas azuladas que recorrían los afilados entornos del mismo, lo puso en su propulsor y con fuerzas lo hizo girar, sin decir nada, el beyblade fue directo al portón y la cortó en varios pedacitos, se le hizo raro que no hubiese ruido alguno por aquel desastre, tal vez no había seguridad.
Pudo divisar unas escaleras que iban hacía el fondo, caminó hacía ella y de la mochila sacó una linterna que encendió enseguida, al principio pensó que iba a tardar un buen rato en llegar hasta abajo pero no fue así, tal vez porque cuando era niño se le hacía más largo aquel recorrido.
Demasiados cachivaches había regados por los pasillo lúgubres del lugar lo que hacía más difícil la caminata, a veces se veía pasar a alguna rata y en otras cucarachas enormes, de seguro así debían crecer cuando uno no las pisoteaba, realmente le costaba trabajo seguir caminando y con ayuda de su beyblade logró despejar el lugar; cuando conseguía llegar a algún cuarto lo abría pero no estaba lo que buscaba, ya había encontrado los cuartos de los niños internados, algunos lugares donde ponían los beyblades inservibles y hasta supo donde estaban los baño, pero nada del bendito beyblade.
Así se la pasó varias horas, hasta que llegó a un pasillo en cual había una masacre de beyblades, se notaba que alguien había peleado ahí, el chico observó el lugar intentado ver si a él también le iba pasar los mismo pero en cuanto empezó a caminar no hubo reacción alguna, siguió caminando unos minutos más y después de girar en una de las esquinas encontró una puerta, volvió a utilizar su beyblade y la destruyó completamente, entró y en medio de aquel cuarto había un pequeña columna donde estaba un beybalde de un negro intenso con líneas rojas y verdes asegurada con cadenas, llegó a ella, la contempló y se fijó que no estaba el bit, sabía a la perfección que ese era el beyblade que buscaba pero si no contenía el bit, sólo significaba una cosa, Black Dranzer no estaba en Rusia, se lo habían llevado.
No dudo ningún momento y salió corriendo de lugar, no le importó para nada atravesar el laboratorio donde a los animales les sacaban su espíritus ni lo aparatos donde manipulaban el ADN de los niños para hacerlos perfectas máquinas de combate, tenía que avisar a sus compañeros, necesitaban encontrar a la bestia bit lo más pronto posible ya que otros podían hacer lo mismo.
Subió al primer tren que lo llevase a Alemania, estaba nervioso y por un instante creyó ver un ave de gran tamaño, blanco como la nieve, sobrevolar el cielo…
