Resumen: Bastones de caramelos. O la historia de cómo este desagradable dulce fue el responsable de brindarle el mejor regalo de Navidad posible. DRARRY.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rowling y Warner Bro.
Notas de autora: ¡Hola! ¡Muy feliz Navidad a todos! Sí, señoras y señores, no están viendo mal, he llegado a tiempo para traer el característico fic navideño. Este año la historia surgió al escuchar la canción Candy Cane Lane de Sia. Así que, si disfrutan de leer escuchando música, se las recomiendo.
Ahora sí, espero que lo disfruten tanto como disfruté escribiéndolo.
Candy Cane Lane
23 de diciembre de 2005
Es un día de diciembre como cualquier otro. En el aire se respira esa característica esencia festiva y alborotada. El ajetreo en las concurridas calles de todo el mundo y las ostentosas decoraciones sólo terminan de delatar lo que a leguas es posible ver, la Navidad está llegando; y junto a ella, trae consigo el calvario de quien les habla.
No, no estoy exagerando. Sin duda no se trata de otros de mis "olímpicos ataques de dramatismo", como muy amablemente suele recordármelo seguido quien dice llamarse mi mejor amigo. No, esto sin lugar a réplicas es algo que todos los años consigue quitarme el sueño y provoca situaciones completamente desagradables para mi ser y reputación. Pero quizás sea mejor comenzar por el principio de esta historia, o, mejor dicho, con aquel nombramiento que puso mi perfectamente organizado mundo patas arriba.
Después de que la guerra terminara, y cuando digo "terminara" me refiero también a toda la seguidilla de juicios y acusaciones que recayó sobre mi persona y la de mis padres, decidí que jamás volvería a seguir con los vanos y retrógrados ideales que tantas desgracias nos habían traído. Supe en ese mismo momento que si quería alguna vez volver a ver el nombre de mi familia entre las más respetadas y poderosas del mundo mágico, perseverar la creencia de una raza superior de magos sólo haría que mis fantasías terminaran siendo eso… simples fantasías.
Luego de cientos de acaloradas discusiones con mi progenitor, sumado a la infinidad de horas que ocupé de mi vida en intentar hacerle comprender que mi plan era la única forma de restaurar aquello que habíamos perdido por sus arcaicos pensares, decidí dar un paso al costado y recuperar el prestigio por mi cuenta con la única ayuda de mi encanto e inteligencia como principales pilares de mi fuerza, los cuales, modestia aparte, poseo de sobra.
Decir que el camino que se presentó frente a mí fue difícil es un simple eufemismo. No obstante, supe recomponerme ante cada prejuicio que la "no tan tolerante" sociedad demostró tener ante mis intentos por insertarme dentro de su mundo. Al parecer, el perdón y el olvido sólo están reservados para el círculo interno de héroes del lado ganador, o como suelo llamarlos, los lame botas oficiales de San Potter.
A pesar de haber tenido posiblemente al noventa y nueve por ciento del mundo mágico en mi contra, logré alcanzar uno de los primeros objetivos que me propuse. Como era de esperarse, obtener un puesto dentro del Departamento de Cooperación Mágica Internacional no fue difícil, después de todo, ninguno de los magos y brujas que han pasado por allí han tenido mi astucia e inteligencia para firmar tratados con el resto de países. El hecho de que sea capaz de hablar fluidamente siete idiomas sólo contribuyó a que nadie pusiera en duda mi capacidad. Sin embargo, mi natural talento estaba siendo desperdiciado allí, es por ello que fui rápidamente promovido a asesor económico del ministro de magia en persona.
Lo reconozco, me equivoqué. Kingsley Shackelbot no es el inútil que en un principio creí que era. Por el contrario, supo ver de inmediato que mis habilidades para entablar acuerdos financieros con países aliados podían llevar al ministerio a una nueva era dorada. Es por ello que ni siquiera pestañeó para ofrecerme ser parte de sus asesores de mayor confianza y poder. Y yo, que jamás hubiera pensado siquiera llegar tan alto, no hice más que lo que, por ese entonces, parecía ser una obviedad. ¡Cuán equivocado estaba!
Claro que no puedo culparme, porque cualquier persona en mi situación hubiera acepado el empleo sin dudar, ¿verdad? ¡Vamos! ¿Cuántas son las probabilidades de que sólo en siete años alguien con un pasado como el mío pueda estar codeándose entre la más respetable jerarquía de la sociedad mágica, y que, además, sea absolutamente bienvenido por sus pares? La respuesta es simple, nulas. Nadie podría haber logrado jamás aquello que he conseguido.
Pero como esto no es un cuento de hadas, y al parecer en mi vida jamás podrá escucharse el "y vivió feliz y sin problemas para siempre", el destino se encargó presuroso de traerme a la realidad con un simple y totalmente impensado objeto, demostrándome una vez más que todo en esta vida tiene un precio y que no me sería tan sencillo librarme de los errores que cometí en el pasado. No importa cuánto mi trabajo haya beneficiado al mundo mágico, ni las generosas donaciones que puedo permitirme dar en nombre de la familia Malfoy. Al parecer, nada es suficiente para librarme de mi calvario.
Un sonido a húmeda succión me trae de vuelta a la realidad, mientras pienso que éste sería un buen momento para lanzarme el maleficio asesino a mí mismo. Al menos así evitaría tener que seguir presenciando este panorama que se ha convertido en mi principal suplicio. El ruido de una puerta al abrirse logra abrir mis ojos, los cuales debo haber cerrado en algún momento de mi sesión de tortura semanal. Por ella entra quien ha pasado a encabezar la lista de personas a las que deseo enviarles un doloroso hechizo punzante en sus partes íntimas.
Aunque mi letal mirada no parece intimidar al sujeto en lo absoluto. Por el contrario, el traidor número uno me dirige una divertida sonrisa y se sienta a mi derecha con un despliegue de elegancia casi superior al mío, porque, seamos completamente honestos, jamás podrá igualarme; pero mejor me detengo de inmediato, desviarme del asunto que me compete no es lo que deseo. Entrecerrando los ojos con frialdad y empleando el tono más gélido de mi repertorio, me dirijo al atractivo moreno que está observándome divertido.
─ Llegas tarde. Otra vez.
─ Lo siento. Me entretuve con otras… cosas. ─ Responde evasivo, pero sin dejar de sonreír. Es como si la Navidad se hubiera adelantado para él. ─ En verdad lo lamento, no volveré a hacerlo. ¡Lo prometo!
No le respondo. No lo merece. En especial, porque sé perfectamente que no podrá mantener esa promesa. Coloco mis manos en los bolsillos de mi túnica y evito a toda costa mirar hacia el frente, de donde aún provienen esos perturbadores ruidos de succiones. Y como a mi derecha tengo sentado al traidor con el que estoy molesto, sólo me queda mirar a mi izquierda y rogar porque el resto de participantes de la reunión llegue pronto.
─ Ya te dije que lo siento. No fue mi intención.
Sigo aplicándole la ley del hielo, porque sé lo mucho que detesta verme enfadado con él. Es su debilidad, nunca fue capaz de soportar que lo ignore. Así que continúo estoico, pero disfrutando cada segundo de sufrimiento que le estoy infligiendo. Claro que mi interno regodeo no dura demasiado, ya que lo oigo suspirar y colocar una de sus grandes manos sobre mi pálido cuello, a la vez que utiliza la otra para alborotarme fraternalmente el cabello.
─ ¡Oh, vamos, Draco! Ya cambia esa cara. Sabes que odio que hagas esto.
─ ¿Hacer qué? ─ Pregunto con fingida confusión, como si no estuviera al tanto de lo mucho que le fastidia que lo ignore.
─ Sabes muy bien a lo que me refiero. No intentes jugar al distraído conmigo. ─ Un fastidiado bufido escapa de mis labios y de un manotazo lo alejo de mi cabello, lamentando al instante el estropicio que ha dejado en él. Sin embargo, Blaise parece no brindarle atención a este hecho y retoma su penosa explicación. ─ Y sólo para que lo sepas, deberías estar más que agradecido de que haya llegado tarde.
─ ¿Si? ¿Y por qué? ¿Cuál es tu tan increíble explicación? ─ Pregunto con marcado sarcasmo, no creyendo un ápice de lo dice.
─ Porque encontré el movimiento del que te he estado hablando. ─ Replica con una pícara sonrisa, llamando mi completa atención. ─ ¿Y adivina qué? Estoy libre esta noche. Podemos ponerlo en práctica, si quieres.
La presumida sonrisa que se apodera de sus facciones sólo deja entrevisto el hecho de que por mi rostro ha vislumbrado la derrota. El muy maldito ha conseguido dar vuelta la contienda con una simple y llana explicación. Ante este hecho, no tengo forma de refutar nada, porque fui precisamente yo quién le encomendó la misión de hallar un nuevo movimiento o posición. Completamente enfadado conmigo mismo por no haber siquiera pensado en este hecho antes de exponerme de tal manera, suelto una especie de gruñido y poso mi vista al frente.
─ Te odio. ─ Dejo salir con irritación, aunque no estoy seguro de que mi odio sea dirigido a él o a mí mismo.
─ No lo haces.
─ Sí lo hago.
─ No es cierto. Utilizas esa gruñona máscara para evitar dejar en claro que, en realidad, me amas.
Suelto otro irritado suspiro, a la vez que ruedo los ojos y decido ignorar a mi molesto amigo. Mi vista aún no se ha apartado del bajito hombre frente a mí, sin embargo, sólo ahora soy capaz de percibir el indomable fulgor en esas brillantes esmeraldas. Un leve escalofrío recorre todo mi ser al percibir la intensidad de esa letal mirada que tantos problemas me ha traído en el pasado.
No entiendo el motivo del enfado que recorre a Potter, pero de lo que sí puedo estar seguro es que no está dirigido hacia mi persona, por muy extraño que parezca. Por el contrario, su feroz vista parece querer pulverizar en millones de pequeños pedazos a Blaise. Sin embargo, mi moreno amigo no presenta indicios de notar la perturbadora situación en la que se encuentra.
En mi mente trato de hallar alguna explicación al motivo por el cual Potter sienta tal odio hacia alguien tan agradable como Blaise, el cual es el único Slytherin que jamás se ha metido con él o sus amigos; pero por más que lo intento, no encuentro una coherente explicación que encaje en esta interrogante. Lo único que tengo claro es que Blaise ha hecho o dicho algo lo suficientemente terrible como para hacer que le brinde esa preocupante mirada. Y realmente debe haber sido algo muy malo, porque Potter ha dejado de lado esa inquietante costumbre suya de realizar extrañas succiones sobre el olvidado bastón de caramelo, sólo para fulminar al moreno junto a mí con nada más que su vista.
─ ¡Genial, bastones de caramelo!
Totalmente ajeno a la forma en que Potter desea asesinarlo con la mirada como si de un basilisco se tratase, Blaise toma uno de los bastones de caramelo del pequeño plato con dulces sobre la mesa y comienza a masticarlo. Algo dentro mío me permite dudar y pensar que quizás todo esto no es más que un producto de mi imaginación. Quizás sólo estoy soñando y despertaré en cualquier momento en la habitación de mi departamento.
Pero yo no despierto, y Potter aún continúa dirigiéndole letales miradas a Blaise. Tratando de despejar mi mente de este indescifrable acertijo, sacudo la cabeza y observo con fastidio los pequeños bastones de color rojo y blanco sobre la mesa.
─ No sé cómo pueden gustarte estas cosas, Blaise. ─ Digo con desprecio, tomando uno de los ofensivos dulces entre mis manos. ─ Son asquerosas.
─ No, Draco. Soy yo quien no comprende por qué no te agradan los bastones de caramelo. ¿Acaso eres como ese ogro verde que detestaba la Navidad? ¿Cómo era su nombre? ¿Grunch? ¿Granch?
─ Grinch. Y no, no detesto la Navidad. Simplemente no me gusta el sabor de los bastones de caramelo.
Es cierto, nunca me ha gustado en demasía el sabor de los bastones de caramelo, aunque eso no significa que no deseo tomar a Potter del cuello y besarlo hasta quitarle de la boca cualquier vestigio de ese dulce que haya quedado impregnado allí. ¡No, detente! No pienses en eso. No quieres adentrarte en esos pagos que sólo te traerán decepción. Afortunadamente, el sonido de la puerta al abrirse me saca a tiempo de cualquier deprimente idea que comenzaba a formarse.
Varios magos toman asiento en los lugares restantes. La abultada e indomable cabellera de Granger se ubica junto a Potter, a la vez que nos dirige un cordial saludo con la cabeza. Asiento distraído y me preparo para escuchar dos ininterrumpidas horas de discusiones inútiles entre Granger y Zacharias Smith, quien parece estar siempre en desacuerdo con todo lo que la ex Gryffindor propone.
Comprendiendo que la reunión no será más que otro gran y aburrido fiasco, observo a mi alrededor para encontrar algo con qué entretenerme. A mi lado, Blaise lee una revista de Quidditch que ha logrado colocar sobre su falda sin que nadie se percate. En el cabezal de la meza, presidiendo la reunión, se encuentra el ministro de magia. Kingsley presenta un atento semblante, pero una pequeña vena sobre su oscura frente delata lo mucho que comienza a irritarle la disputa que, nuevamente, se ha creado alrededor de Granger y Smith. El resto de participantes de la reunión escucha con diferentes grados de atención la acalorada discusión. El único que parece estar la misma situación de aburrimiento que en la me encuentro es Potter.
Harry James Potter, el jefe de aurores más joven que ha existido. El héroe de todo el mundo mágico… y mi mayor debilidad. ¿En qué momento ocurrió? ¿Cómo pasé de odiar hasta la última fibra de su ser, a querer hacerle infinidad de perversiones? Quizás he perdido la cordura por completo. Es la única explicación que encuentro a ese extraño revoloteo que percibo en lo más profundo de mis entrañas cuando poso la vista en él. Aunque, si debo ser honesto conmigo mismo, siempre sentí algo distinto por este irritable Gryffindor.
La forma en que deseaba que me notara, incluso si sólo era para que discutiéramos, es un claro indicativo de lo que de a poco se convertiría en un fuerte enamoramiento. Si me hubiera percatado muchos años atrás de lo que esos sentimientos significaban, quizás los habría podido detener a tiempo y ahora no estaría en esta deplorable situación, suspirando por un amor que nunca será correspondido.
Y el hecho de que la homosexualidad de Potter saliera a la luz, sin duda no ayuda en lo absoluto a que mis esperanzas mueran por completo y logre seguir adelante con mi vida. Por el contrario, y por muy tonto que suene, sólo se han incrementado. Todo era mucho más sencillo cuando permanecía en la bendita ignorancia sobre las preferencias sexuales de Potter. Al menos por ese entonces tenía la certeza de que jamás podría tener siquiera una chance, pero desde que una de las aventuras nocturnas de Potter publicó toda su noche de lujuria con el auror estrella en Corazón de Bruja, no he podido evitar instaurar falsas esperanzas dentro de mi ser.
¿A quién quiero engañar? Potter jamás me vería de esa forma, por más cordial que sea nuestro trato ahora. Entonces, si sé que esto es un imposible… ¿por qué no puedo sacarlo de mi cabeza? ¿Qué tengo que hacer para que desaparezca de mis fantasías?
No quedármele viendo como un hombre deshidratado frente a un oasis en el medio del desierto quizás sea un muy buen comienzo. ¡Pero es imposible no crear cientos de pervertidas fantasías cuando el maldito ha retomado su labor con ese condenado dulce! ¡Y frente a todo el resto de los presentes! ¿No tiene pudor alguno? Claramente no, porque de lo contrario no estaría lamiendo ese bastón de caramelo con tanto ahínco. ¡Es como si quisiera realizarle sexo oral al pequeño dulce!
¡Oh, no, Draco! Mal ejemplo. Muy mal ejemplo. Ahora no vas a poder quitarte de tu cabeza la imagen de ese bastardo lamiendo tu miembro. ¿Qué diablos está mal contigo? ¿Acaso eres un maldito masoquista? ¿Y cómo es posible que Potter pueda enroscar la lengua de esa forma? ¡Maldición, cómo desearía ser ese jodido dulce!
─ ¡OH, YA BASTA!
No me doy cuenta de que el grito abandona mi reproche mental y se transforma en verdaderas palabras hasta que escucho el mortal silencio en el que cae la habitación. A mi lado, Blaise ha tirado al suelo la revista por el sobresalto que le ocasionó mi exclamación, mientras me observa con gran sorpresa. En las caras del resto aprecio asombro y algo de temor por mi arrebato. Los únicos que no parecen inmutarse son Shacklebolt y Potter. El primero luce agradecido por no tener que ser él quien detenga la interminable riña entre Granger y Smith. Por el contrario, Potter tiene una inocente sonrisa plasmada en su semblante, pero el malicioso brillo en sus ojos verdes delata que tiene pleno conocimiento de lo que ocasionó mi violenta reacción.
No tiene sentido alguno que me regañe mentalmente por mi error, ya que eso no volverá el tiempo atrás ni evitará el mal trago que estoy pasando en estos momentos. Obligándome a hacer retroceder el leve rubor que cubre mis afiladas facciones, observo con enfado hacia los dos molestos individuos que desean resaltar ante el ministro, y descargo en ellos el enfado que siento hacia mí mismo por permitir que Potter logre afectarme de esta forma.
─ ¿Acaso todas las reuniones serán iguales? ¿Nos sentaremos aquí a escuchar cómo ustedes dos discuten por si debemos colocar o no adornos de color rojo en el árbol de Navidad, mientras el resto de nosotros nos morimos del aburrimiento? ¿Qué no pueden ver que a ninguno de nosotros nos importan sus infantiles riñas? ¡Merlín! Potter y yo, con todo nuestro historial detrás, estamos sentados en la misma habitación, ¿y acaso nos ven haciendo un gran escándalo por ello? ¡Absolutamente no! ¡Nos comportamos como los adultos que somos! Entonces, ¿qué esperan ustedes dos para seguir nuestro ejemplo?
Termino mi descargo con un fuerte golpe sobre la mesa para infligir aún más dramatismo, y también porque quiero quitar de mi ser cualquier vestigio de fastidio que aún me quede en el interior. Un fuerte aplauso resuena en la habitación, y al elevar la cabeza observo que el ministro de magia es el responsable. Al instante, el resto de presentes se eleva de su asiento y comienzan a aplaudir. Los únicos que no dicen nada y permanecen avergonzados en sus asientos son Granger y Smith.
Cuando los aplausos cesan, el ministro toma la palabra, por primera vez en el día, y dice:
─ Gracias, Draco. Has expresado lo que todos pensamos. Por lo visto, hemos perdido las dos horas de reunión y no hemos podido decidir quién será el encargado de organizar la decoración para la fiesta anual de cierre de año. Y como ya es hora del almuerzo, vamos a tener que posponer esto para mañana. Espero que lo ocurrido hoy sirva como ejemplo para que esta situación no se repita. ¿Estoy siendo claro?
Todos asentimos, aunque es claro que el mensaje sólo es dirigido hacia Granger y Smith. Sin esperar a nadie, me apresuro a salir de la habitación y me dirijo con rapidez hacia el comedor del ministerio. Siento una leve presión en mi cabeza, mas no le doy importancia. Una vez que estoy sentado en una apartada mesa, junto a un caliente y reconfortante plato de estofado, me percato de la penetrante mirada que me observa desde el otro lado del amplio recinto.
Creí que mi clavario terminaría al salir de esa reunión, pero estaba equivocado. Potter me ha seguido como si de una sombra se tratara y ha vuelto a colocarse en un lugar donde tengo pleno panorama de lo que su lengua hace con ese jodido bastón de caramelo. Y en verdad no lo comprendo. No entiendo hacia dónde quiere llegar con ese accionar. ¿Qué es lo que pretende?
Una esperanzadora respuesta asalta mi subconsciente, mas no le brindo la debida atención que requiere, porque sin dudas es sólo un producto de mis desesperadas ilusiones por hacer realidad mi más oculto deseo. No queriendo terminar de arruinar mi día, tomo con enfado el tenedor y llevo hacia mi boca un poco de ese apetecible estofado que he dejado olvidado. No obstante, el mismo queda elevado a unos centímetros de mi boca. ¿El motivo? Potter lo ha vuelto a hacer. Ha cerrado sus ojos en ese rictus de extremo placer que es capaz de excitar hasta al hombre más heterosexual del mundo, a la vez que continúa practicándole sexo oral al largo y delgado bastoncito.
─ ¿Acaso te has quedado petrificado?
El divertido tono de esa voz gruesa me genera un sobresalto tal, que el tenedor escapa de mis manos y vuelca todo su contenido en el blanco mantel que recubre la mesa.
─ ¿Era necesario que hicieras eso? ─ Replico con fastidio, mientras me apresuro a limpiar con un pase de mi varita el desastre que he causado; todo esto lo realizo al mismo tiempo que me convenzo de que el calor que percibo en mis mejillas es producto de los hechizos calefactores en la sala, no por mi torpeza al ser encontrado in fraganti.
─ Sí, sí lo era. ─ Deja salir con una ronca risita y se sienta frente a mí, lo cual agradezco infinitamente, porque al menos así Blaise bloqueará mi vista del impúdico espectáculo que yace a unos metros delante. ─ Entonces… ¿vas a decirme qué te ha puesto así? ─ Pregunta de inmediato, a la vez que toma el olvidado tenedor entre sus dedos y, sin permiso, toma un poco de mi estofado y lo lleva a su boca.
─ ¿Cuándo vas a dejar esa horrible costumbre de lado y pedirás un plato para ti mismo?
La divertida mirada que Blaise me dirige es respuesta más que suficiente para hacerme ver que, diga lo que diga, él seguirá comiendo de mi plato. Es casi una costumbre en él. Desde que éramos pequeños, Blaise ha robado un pequeño bocado de lo que hubiera en mi plato, sin importar que en el suyo tuviera los mismos alimentos.
Entendiendo que no podré cambiarlo, por mucho que me enfade y despotrique su plebeyo accionar, ruedo los ojos y lo dejo hacer. Durante unos minutos, en la mesa sólo se oye el ruido del tenedor al chocar contra el plato cada vez que Blaise rebusca en el estofado, apartando a un lado los pequeños trozos de zanahorias, las cuales no son de su agrado.
─ Oye, Blaise.
─ Mmm… ─ Deja salir a modo de pregunta, mientras mastica un gran trozo de carne.
─ Olvídalo.
No sé qué es lo que pretendía decirle. No, en realidad sí sé qué es lo que quiero preguntarle, pero estoy seguro de que él jamás lo entendería y sólo lo utilizaría para molestarme.
─ No, no lo olvidaré. Querías decirme algo. Bien, hazlo.
─ No lo haré.
─ ¿Por qué no?
─ Porque no vas a tomarlo seriamente. ─ Replico con el ceño fruncido. Sin embargo, Blaise parece dispuesto a no dejar el asunto de lado y eleva una mano en señal de promesa.
─ Juro por mi honor que no voy a reírme, por muy tonto que sea lo que tengas que decir.
─ ¿Estás seguro de tener honor por el cual jurar?
Ante esto, Blaise me propina un amistoso empujón y yo simplemente río por sus indignados gestos. Sin embargo, mi mente se encuentra completamente ocupada en tomar la decisión de contarle o no sobre mis sospechas. Al parecer, mi cerebro ha elegido y envía las señales necesarias para que de mi boca salgan las palabras que han estado retenidas en mi garganta.
─ ¿Acaso… acaso no has notado algo raro en Potter?
─ ¿Raro? ¿En qué sentido?
─ Míralo por ti mismo. ─ Sin esperar respuesta alguna, lanzo disimuladamente un hechizo hacia la copa sobre la mesa, volviéndola más espejada de lo debido, pero no lo suficiente como para llamar la atención del resto. Al tener a Potter detrás, Blaise será capaz de ver el obsceno despliegue a la perfección.
─ ¡Tienes razón! ─ La exclamación de Blaise me tranquiliza, por lo visto no era un producto de mi imaginación. ─ Potter parece querer hacer un agujero en mi espalda por la forma en la que me observa. Ahora que lo pienso… ¡Es la misma forma en la que me observó en la reunión de hoy!
¿Qué? No, no era eso a lo que me refería. Es decir, sí, fue curiosa la actitud que presentó el Gryffindor por Blaise, pero sin duda no es eso lo que pretendía que viera. Disimuladamente, muevo un poco el asiento hacia la derecha y es allí donde descubro que está en lo cierto. Nuevamente, Potter parece a punto de querer lanzarle una banshee enardecida a Blaise.
─ ¿Por qué crees que será? No le he hecho nada malo, ¿o sí? ─ Pregunta Blaise con desconcierto.
─ No lo sé. Eso también me ha llamado la atención. ─ Dejo salir ensimismado, tratando de hallar alguna explicación ante este curioso hecho. ─ Aunque eso no es a lo que me refería, sino a la forma en que siempre se las ingenia para comer los bastones de caramelo de una forma algo… ─ Me detengo durante unos segundos, tratando de hallar una palabra que no sea demasiado explícita. ─ …peculiar.
─ ¿Peculiar? ¿Cómo? No estoy comprendiendo. ─ Pregunta Blaise con desconcierto, pero algo en su tono me dice que sabe más de lo que expresa.
─ Sabes bien a lo que me refiero. Es imposible que haya sido el único en notar la forma gráfica y explícita en la que Potter succiona ese dulce en particular.
Termino mi explicación con una ceja en alto, dándole a entender que sé que él también lo ha notado. Al instante, Blaise suelta una sonora carcajada, la cual llama la atención de algunos comensales cercanos a nuestra mesa, entre ellos la de Potter, que aún continúa fulminándolo con la mirada.
Cuando Blaise recompone un poco la compostura, me observa con diversión y dice aquello que una parte perversa de mi mente ha estado incitándome a creer.
─ ¡Ya comenzabas a preocuparme! Creí que no lo habías notado, pero estaba equivocado.
─ Es imposible no notar algo como eso, Blaise. ─ Replico con aburrimiento, dándole un sorbo a la copa con agua.
─ Y si lo has notado, ¿a qué esperas para hacer que ponga en práctica sus habilidades contigo?
Un sorbo demasiado grande de agua pasa por la parte incorrecta de mi garganta, provocándome una rasposa toz para nada elegante. Blaise sonríe con suficiencia, a la vez que me lanza un hechizo para relajarla. Sin embargo, eso no evita que le regale una venenosa mirada.
─ ¿Has perdido la cabeza?
─ ¿Por qué? Lo has notado. Él está dispuesto. ¿Qué es lo que te detiene? ─ Pregunta despreocupado Blaise, sin dejar de sonreír maliciosamente. ─ Además, eres un dominante nato, Draco. Y si tenemos en cuenta la historia que contó el tipo con el que Potter se acostó en la fiesta de Halloween… a él le encanta que lo dominen en la cama.
Blaise termina su explicación con una ceja en alto, como incitándome a refutarle algo. Sin embargo, no puedo encontrar ninguna falla en su explicación. Todo lo que ha dicho referente a mi persona tiene sentido y es cierto, soy quien toma el papel dominante en la relación. Y por lo que hasta ahora he visto, Potter no parece tener problema alguno al dejarse guiar. Entonces, si todo parece encajar a la perfección… ¿Qué es lo que está deteniéndome?
Temor. Eso es lo que me detiene. Temor a haber interpretado mal las intenciones de Potter y terminar haciendo el ridículo frente a él, una vez más. Y sin dudas eso es algo por lo que no deseo volver a pasar. Al parecer, la decisión está tomada.
─ Te veré esta noche para practicar el movimiento.
─ Espera, Draco…
No queriendo escuchar ni una sola explicación que Blaise tenga sobre lo mucho que debería dejar de lado mis inseguridades y sólo arriesgarme, me levanto de la mesa y apresuro mis pasos hasta el elevador, con la clara intención de tomarme el resto del día libre. Automáticamente, mi vista observa de reojo que Potter también se ha retirado del lugar en el que se encontraba.
El trayecto hasta el elevador es corto y consigo llegar a tiempo para detener las puertas de uno que está a punto de cerrarse. No obstante, me arrepiento al instante de haberlo hecho, porque en él aprecio la bajita figura de aquel que ha estado quitándome el sueño cada noche por los últimos diez años.
─ Potter.
─ Malfoy.
El silencio es incómodo. Demasiado. La tensión puede cortarse con una daga, aunque ninguno de los dos parece dispuesto a hacer algo por revertir esta situación. Después de todo, ¿qué podríamos hacer para cambiarla?
En realidad, sé muy bien lo que podría hacer para modificarla de una vez y para siempre, pero la verdadera pregunta aquí es, ¿en verdad estoy dispuesto a arriesgarlo todo por unos pocos segundos de felicidad? La respuesta, que unos minutos atrás parecía no cambiar la rotunda negativa por nada del mundo, ha conseguido tambalearse lo suficiente como para tirar cualquier vestigio de incertidumbre que me quedara, para pasar a realizar aquello que tanto he imaginado en mis más secretas fantasías.
El sonido característico del ascensor abriendo sus puertas me despierta de mi ensoñación, y allí descubro que Potter apresura sus pasos en dirección a las chimeneas del atrio. Sin perder un segundo más, corro para alcanzarlo. Llegar hasta allí en dos grandes zancadas no me resulta difícil, en especial porque la amplia estancia se encuentra completamente desierta a esta hora.
Una vez que estoy lo suficientemente cerca, estiro mi brazo y lo tomo de su túnica azul eléctrico, y lo beso. Lo beso como si la vida se me fuera en ello. Lo primero que noto, además de la clara sorpresa de Potter, es el inconfundible sabor a menta que impregna cada resquicio de su pecaminosa boca. El mismo no hace más que recordarme inequívocamente a las perversiones le ha prodigado esa lengua al pequeño bastón de caramelo.
No tengo muy en claro cómo me las ingenio para meternos dentro de la chimenea, ni tampoco comprendo cómo logro, entre besos y jadeos, espetar claramente la dirección de mi apartamento. De lo único que estoy seguro es de guiarnos a los tumbos hasta el amplio sofá frente a la chimenea. Una vez allí, tomo asiento en él y atraigo al maldito que me ha robado el sueño y la cordura durante todo el jodido mes. Potter, por su parte, no parece quejarse en lo absoluto y presuroso se coloca a horcajadas sobre mi regazo, sin despegarse un segundo de mi boca. Al parecer, no soy el único que ha estado desesperado porque esto ocurriera.
El sonido de una prenda al rasgarse me despierta un poco de la excitante bruma en la que me encuentro, mas no hallo palabras para regañar a Potter por destrozar una de mis costosas túnicas en su prisa por desvestirme, porque inmediatamente redime su accionar al serpentear una mano por el gran bulto formado entre mis piernas y comienza a desabrochar mi pantalón.
Ahogo un jadeo contra la aún mentolada boca del auror cuando éste toma entre sus rasposas manos mi erección, a la vez que comienza a masturbarme con desesperante lentitud. No queriendo quedarme sentado aquí sin hacer nada, en especial cuando mi instinto dominante me exige que ponga a este provocador Gryffindor en su lugar, lo aparto con un fuerte mordisco en su labio inferior, y digo:
─ ¿Y bien? ¿no piensas demostrarme la gran habilidad que posee esa lengua? ─ Pregunto con una seductora ceja en alto, a la vez que elevo mi entrepierna para que haga fricción con la de mi acompañante. ─ A menos que prefieras uno de esos condenados bastones de caramelo, porque si es así, creo recordar que aún quedan algunos en la sala de reunión. ¡Oh, mierda!
Mi perorata es interrumpida al instante por una fuerte succión en mi erecto miembro. ¿En qué momento Potter se bajó de mi regazo y llegó a colocarse de rodillas entre mis piernas? No lo sé, pero tampoco es como si me importara. No cuando esa boca está logrando hacerme ver estrellas por doquier. ¡Merlín, es como si ésta hubiera sido creada únicamente para brindarme la mejor mamada de la vida!
Lo siento ahuecar sus mejillas para generar mayor contacto entre mi pene y su perfecta boca, a la vez que imprime mayor fuerza en la succión. La sensación no se compara a nada que haya experimentado en el pasado y tengo la sospecha de que podría correrme sólo con ello. Sin embargo, esa experiencia tendrá que esperar, porque lo único que deseo ahora es descargar toda mi contenida frustración dentro del cuerpo de Potter.
Descuidadamente, jalo con fuerza los indomables cabellos azabaches, regodeándome en la suavidad que presentan cada una de las gruesas hebras. Una vez que logro tener su rostro cerca del mío, vuelvo a asaltar su boca con fiereza, mientras rebusco como puedo mi varita en el bolsillo de la rasgada túnica. Cuando tomo la fina madera de espino entre mis dedos, conjuro de forma no verbal un hechizo hacia las vestimentas de ambos.
Las prendas desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, dejándonos la maravillosa sensación de nuestras pieles al entrar en contacto. Ante eso, Potter no pierde el tiempo y vuelve a colocarse a horcajadas sobre mí, mientras junta nuestros cuerpos lo más que puede. Es como si quisiera fundirse contra mi piel, y quizás esa sea su intención. Su erección golpea contra mi plano abdomen, dejando pequeños rastros de humedad, y no puedo evitar pensar que esto se asemeja mucho a la gloria.
Un necesitado gemido proveniente del inquieto Gryffindor sentado en mi regazo me dice que ya han sido suficientes divagaciones por un día. Es hora de entrar en acción. Nuevamente, tomo mi varita y la dirijo hacia la apretada entrada de Potter para prepararlo. El sorprendido jadeo que suelta me hace dudar. Quizás él no pretendía que esto llegara tan lejos. No obstante, el auror parece tener pleno conocimiento sobe mi incertidumbre, y se asegura de dejarme en claro que todo está bien, que es exactamente esto lo que desea. Con renovada confianza, tomo mi pene y lo dirijo hacia el lubricado agujerito. Desde su posición, Potter se eleva lo suficiente como para alinearse, y una vez que esto ocurre, se deja caer sobre mi miembro hasta que éste lo llena por completo.
El impúdico jadeo que escapa de la pecaminosa boca de Potter es la melodía más excitante que he oído, pero lo que consigue dejarme sin palabras es la imagen que se presenta frente a mí, porque Potter ha cerrado sus ojos y plasmado en sus facciones una mueca de infinito placer que no tiene punto de comparación con aquella que se vislumbra cada vez que tiene un bastón de caramelo en la boca.
Una presumida sonrisa desea plasmarse en mi rostro al ser el responsable de provocar estas reacciones en él, pero lo único que consigo hacer es sostenerlo con firmeza de las delgadas caderas para impulsarlo hacia arriba hasta un punto en el que casi consigo salirme de él, para luego volverlo a dejar caer. El cadencioso sube y baja arranca sensuales sonidos de esa impúdica boca, y no estoy seguro de querer atraparlos entre mis labios o exigirle que los suelte con mayor ímpeto.
La intensidad de nuestro movimiento se incrementa cuando Potter coloca sus manos sobre mis hombros para propulsarse y dejarse caer con mayor fuerza. Rozar su próstata no resulta complicado en lo absoluto con esta variación de intensidad, lo cual se traduce en un cambio en los jadeos del auror. Los mismos pasan a convertirse en los más adorables y pervertidos ronroneos que alguien sea capaz de realizar, y eso sólo comprueba con vehemencia que realmente esto es la gloria. En algún momento del día he muerto y terminado en este paraíso del que no quiero irme.
Desafortunadamente, nuestro despliegue de lujuria no dura para siempre y luego de unas estocadas más, siento a Potter soltar un último y carnal gemido antes de teñir todo mi abdomen con una blanquecina y pegajosa sustancia. El placer que lo recorre es tanto, que colapsa contra mi cuerpo, mientras pequeños temblores aún lo recorren. Y eso es todo lo que necesito para alcanzar el clímax. Otro pequeño ronroneo escapa de los entreabiertos labios del joven entre mis brazos al sentir mi semen en su interior, y yo no puedo hacer más que apretarle con fuerza las caderas.
Nos quedamos inmóviles por unos cuantos segundos, sólo disfrutando la manera en que nuestros acelerados corazones retoman un normal latir. Distraídamente, comienzo a dibujar inentendibles patrones sobre la sudada espalda de Potter, arrancándole algún que otro suspiro. La perfecta quietud en la que hemos caído termina cuando lo siento removerse de entre mis brazos para observarme.
Nuestras miradas se cruzan durante lo que parecen ser horas, buscando en ellas algo que ninguno de los dos tiene muy en claro qué es. El intenso escrutinio al que estoy siendo sometido me provoca incomodidad, y algo de ésta debe haberse hecho presente en algún gesto o movimiento, porque de inmediato Potter deja un delicado beso en la comisura de mi boca. Es casi como si quisiera decirme con ello que todo está bien, que no hay nada que temer. Y le creo. Maldita sea, por supuesto que le creo. ¿Por qué no habría de hacerlo? Después de todo, él siempre ha sido el estandarte de la verdad y la justicia, ¿no? Alguien como él jamás jugaría con las emociones de una persona.
─ Draco.
Oírlo llamarme por mi nombre de pila genera en mi estómago una sensación similar a la de enardecidos dragones luchando por una presa, mas no le presto demasiada importancia y simplemente obligo a mis cuerdas vocales a funcionar.
─ Harry.
El rostro del auror se ilumina como si la Navidad hubiera llegado antes, y quizás sí lo haya hecho, teniendo en cuenta lo que acaba de ocurrir entre los dos.
Continuamos observándonos por un tiempo, no sabiendo muy bien qué hacer a continuación. Sin embargo, el cambio en el semblante de Potter me dice que algo no anda bien.
─ ¿Ocurre algo? ─ Pregunto con recelo, mientras trato de hallar el motivo del cambio en la actitud del otro. ─ ¿Acaso ya te has arrepentido de esto?
─ ¡No! ¡Merlín, no! ─ Rápidamente Harry me besa, como si quisiera asegurarse con ello de demostrarme que no está arrepentido. ─ No es eso.
─ Entonces, ¿qué es?
Harry permanece en silencio unos segundos mordiendo su labio inferior de manera distraída, pero ese gesto termina siendo completamente excitante para mí, porque no puedo esperar a verlo así mientras me entierro en las profundidades su cuerpo. Aunque mis fantasías no van más demasiado lejos, ya que Potter eleva la vista y dice con determinación:
─ No quiero ser sólo una aventura pasajera para ti.
─ ¿Y quién ha dicho que lo serías? ─ Cuestiono con desconcierto, no comprendiendo de dónde salen estas tontas ideas. Sin embargo, Harry no parece creer que así lo sean.
─ No juegues conmigo, Draco.
─ ¡No estoy jugando! ─ Replico con impaciencia, sin poder comprender a dónde quiere llegar con esto. ─ Sólo no comprendo qué es eso que tanto te preocupa.
─ ¿En verdad vas a negarlo?
─ Negar, ¿qué?
─ ¡Que aún estás saliendo con Zabini!
El molesto grito resuena por toda la amplia sala de mi apartamento, pero no le brindo atención alguna. Mi mente sólo parece ser capaz de repetir una y otra vez la exclamación de Harry, volviendo todo aún más delirante. Y sin poder evitarlo, suelto una sonora carcajada ante el hilarante cuestionamiento. Por su parte, Potter interpreta erróneamente mi reacción y se apresura a quitarse de mi regazo.
Sin embargo, no dejo que se aleje demasiado, porque al instante lo tomo con fuerza y lo devuelvo al lugar del que se ha ido. No dándole tiempo a que comience con un nuevo reproche, lo atraigo hacia mi cuerpo y lo beso hasta quitarle esas infundadas ideas de sí. Permanecemos unos segundos así, aunque él no parece relajarse por completo, por lo que rápidamente me apresuro a tranquilizarlo.
─ No estoy saliendo con él.
─ Pero él…
─ Él es para mí lo que la comadreja es para ti. ─ Replico con una sonrisa en mi rostro, mientras trazo dibujos sobre su pecho. ─ Sólo es el hermano que nunca tuve.
─ En el hipotético caso de que te creyera, ¿cómo explicas lo que dijo hoy?
─ ¿A qué te refieres? ─ Pregunto con genuino desconcierto.
─ A lo que dijo sobre "practicar un nuevo movimiento". ─ Replica con un enfurruñado mohín, el cual no puedo evitar encontrar adorable, por muy cursi que eso suene.
─ ¡Ah, eso! ─ Quiero reír por el absurdo de la situación, pero sé que eso sólo hará que Harry se enfade aún más. No queriendo estirar esta inútil discusión, en especial cuando podríamos estar realizando cosas más interesantes, me apresuro a despejar cualquier rastro de duda de su mente. ─ Con Blaise solemos practicar piruetas poco comunes en los partidos de Quidditch interdepartamentales que realiza el ministerio, porque es la forma más efectiva de sorprender a algunos equipos. A eso se refería cuando habló del nuevo movimiento, jodido malpensado.
Un fuerte rubor se extiende por todo el rostro de Harry, haciéndolo lucir aún más apetecible de lo que ya es. Sin siquiera perder un segundo, lo tomo del cuello y entrelazo nuestras bocas en una apasionada danza que aún sabe a bastones de caramelo, recordándome al instante de todas las veces en las que su lengua me ha hecho delirar de excitación y frustración.
─ Eres perverso.
─ ¿Por qué? ─ Pregunta distraído, comenzando a mordisquear mi cuello.
─ Porque has hecho que, a partir de ahora, no pueda ver un bastón de caramelo sin recordar la forma en que me provocabas con éstos.
Harry suelta una risita contra mi cuello, mientras aprovecho para tomar con fuerza ese firme trasero que convertirá en mi perdición.
─ Vele el lado positivo… siempre y cuando tengas uno cerca, te será muy sencillo obtener lo que quieras de mí. ─ Replica con un seductor murmullo contra mi boca. ─ Soy capaz de hacer lo que sea por un bastón de caramelo.
─ ¿Lo que sea?
─ Lo que sea. ─ Suspira contra mis labios, a la vez que cuela una de sus manos por entre los dos y vuelve juguetear con mi pene.
─ Entonces, creo que es una fortuna que la familia Malfoy sea dueña de una empresa muggle que fabrica bastones de caramelo. ─ Pregunto con una ceja en alto, teniendo pleno conocimiento de lo que esto provocará en el excitado joven sobre mi regazo. ─ ¿No crees?
Y eso es todo lo que necesito decir, para que la acción se reanude y continuemos saciando nuestros deseos. Nuestros cuerpos se pegan y restriegan en una contienda por abarcar más y más del otro. Lo último que atino a hacer antes de entregarme al infinito placer, es a cerrar mi chimenea con un pase de varita y crear una nota mental de recoger una caja entera de bastones de caramelo. Después de todo, no son tan desagradables como creía. En especial, si puedo saborearlos directamente de la pecaminosa boca de Harry.
oOoOoOo
Notas finales: les agradezco que se hayan tomado la molestia de leer. En verdad espero que les gustara. Si todo sale bien y mi musa se inspira, quizás, sólo quizás, escriba el POV de Harry. Todo dependerá de las ganas e inspiración que mi musa tenga.
Les deseo que terminen de pasar una Navidad hermosa, llena de amor y felicidad.
Con suerte, nos leeremos muy pronto. Besitos.
