α. - De mundos alternativos, tiempos olvidados y vidas paralelas - .α
0. Introducción
"En 5 minutos cumpliría 17 años, gran edad.
En 5 minutos empezaría a perder la fe, otra vez.
En 5 minutos desearía un mundo alternativo. "
Era un 18 de octubre, en pleno otoño, aunque en un estado como Colorado era casi imposible diferenciar el otoño del invierno, en fin, la típica monotonía que redunda e invade cada rincón de aquel pueblito montañes.
El chico que alguna vez fue el niño del pompón rojo cerró los ojos y fingió pedir un deseo pues en realidad no tenía ni una sombre de idea ingeniosa o capricho adolescente, estaba demasiado cansado como para celebrar un día tan efímero como su propio cumpleaños, la razón… unos bonitos ojitos apatita, el color del error.
Sentía que estaba repitiendo la misma lista de acciones, saluda y sonríe.
Pero el tiempo ha acabado, y tal cenicienta a medianoche, había terminado por salir de la supuesta fiesta, "A respirar" en palabras textuales.
La nieve que invadía sus converse desgastadas le ofrecía un tacto bastante agradable que junto a los diminutos rastros de granizo que golpeaban su rostro ofrecían una atmósfera perfecta para retroceder el tiempo, y poco a poco sumergirse en sus propios recuerdos, hace más de 13 años.
"Había una vez un niño de pompón rojo que confundió la apatita con la esmeralda…"
-¿Stan? ¿Qué demonios haces aquí? – ¨Preguntó el chico de las esmeraldas.
-No es nada.
"Y el brillo engañoso lo llevó a un sueño interminable"
El silencio era incómodo entre ambos, sin nada más que nimias exhalaciones nubosas que se desvanecían entre castañeos, sí, el frío había dejado de ser una bonita atmósfera para volverse en una cuneta de tensiones, esta a su vez, invitaba a continuar una discusión a medias.
"Pero el niño de pompón rojo se negó a entender…"
-Tío, debemos hablar.
- Hoy no, joder, ky. No es el jodido momento.
"Que cuando todo está perdido"
Frente a sí, se elevaba un huesudo dedo corazón adornado con pequeñas pecas y una mueca de disgusto.
"Lo mejor es dejarlo ir"
Stanley Andrew Marsh se encontraba observando los copos de nieve caer en las huellas que el judío dejó hace algunos segundos. Para ese entonces, ya tenía 17 años.
