"TALES FROM THE RED KINGDOM"
"CUENTOS DEL REINO ROJO"
Disclaimer: Ninguno de los personajes que aquí se mencionan de Dragon Ball Z me pertenecen. Son única y exclusivamente del magnánimo Akira Toriyama.
Warning: Ya me conocen así que ya saben a qué atenerse: todas las advertencias que el Ranking M significan.
El título también está en ingles porque dentro de mis proyectos futuros está traducirlo.
Disfruten!
LA REINA ROJA
El joven rey Vegeta sintió frío por primera vez en Veggetasei.
"Solo fue una semana. Solo me ausenté una semana". Pensó lejanamente, recordando que anteriormente se había marchado hasta 3 meses a explorar el universo entero y solo volvía por capricho de su gritona y peliazul mujer.
Entró en lo que alguna vez fue su palacio, ahora totalmente destruido. Los restos ardían tenuemente para que no quedara ningún vestigio de su vida. Su planeta le había sido arrebatado, de nuevo. Su mundo se detuvo. Era como un ente que levitaba sobre las ruinas y en su mente solo escuchaba el crujir de los escombros en llamas y los trozos de techo que caían. Su corazón bombeaba sangre con tanta fuerza que lo sentía en sus oídos.
Todo el recinto olía a metal, a sangre. Era tan intenso que se le pegaba hasta en la lengua. Había tanta sangre y todo era tan rojo como el planeta en sí. ¿Cuántos saiyayins habrían muerto? Su sensible olfato dio un vuelco cuando el hedor a mierda, sangre y peste se colaban con cada inhalación. Olía a muerte.
Siguió andando y sus botas resbalaron con el enorme charco de espesa, roja sangre mezclada con cenizas y tripas. Anteriormente ya había estado acostumbrado a lidiar con una situación así mientras estuvo como mercedario purgando planetas enteros, supuso que el ambiente de Chikyu había limpiado su mente de los olores nauseabundos de la batalla y justo ahora, después de tantos años, le repugnaban. Debería sentirse furioso, pero un estado de letargo lo invadió completamente. Si no dormía ya, su ira saldría disparada de todo su cuerpo como una onda explosiva. Todo lo que había luchado para construir y mantener el nuevo Veggetasei estaba desmoronándose justo en frente de sus ojos.
Un pedazo de viga cayó a su lado, el ruido fue suficientemente fuerte para despertarlo de su aturdimiento. Abrió los ojos y por primera vez, después de muchos años, sintió pánico. Tembló entero y de su boca solo salió un leve gemido. Nuevamente, se llenó los pulmones de aire nauseabundo y como un demente corrió por sobre las ruinas, soltando un grito desde el fondo de su alma.
—¡BUUUULMAAA!—
Estaba tan asustado que no podía concentrarse lo suficiente para buscar el débil ki de su humana. Esto solo hizo que se desesperara aún más. Fue entonces que su pie chocó contra algo lo bastante duro para ser un pedazo de tripa.
Era una pálida y fina mano amputada.
A pesar de la terrible pestilencia, distinguió un perfume que conocía tan bien en estos últimos años. También olía a orina, sangre y lágrimas. Toda la zona olía a ella. Y había distintos olores de rancio sudor que indudablemente no eran femeninos. Eran tantos que ni siquiera podía contarlos.
Negó la cabeza, alarmado. Él muy bien conocía la suerte de las mujeres en las batallas. Su cerebro le jugó una pésima pasada, al imaginarla recostada en el pilar de la derecha pataleando contra sus asaltantes, maldiciéndolos y llorando mientras la violaban una y otra vez, demasiados malnacidos para que su débil cuerpo terrícola pudiera soportarlo.
La ultrajaron de todas formas posibles, hasta finalizar con ella y destriparla.
Soltó un gritillo de terror, cuando al avanzar varios pasos encontró rastros de órganos internos esparcidos a su alrededor y lo que pareció ser un seno de pezón rosado y un pie delgado. Y sobre una pila de inmundicia derretida, estaba el cuerpo casi indetectable de Bulma.
Estaba irreconocible, pero era ella. Solo quedaba el vestigio de lo que alguna vez fue su cabello azul, ahora teñido de rojo bermellón. La golpearon tanto que estaba desfigurada. La habían cortado en pedazos y la habían dejado allí, en su trono real, para que él la encontrara.
Era cruel, incluso para él.
Moviéndose inconscientemente, esperaba en cualquier momento despertar de su horrible sueño. Caminó hasta el trono e ignorando lo ensangrentado que se encontraba el suelo, se arrodilló. Acercó su mano enguantada al cabello y lo tocó. Éste se tiñó automáticamente de rojo y el olor a Bulma lo asaltó nuevamente, casi como si gritara. Su cráneo estaba totalmente destruido.
Sintió cosquillas en la nariz, y por primera vez en Veggetasei – o lo que quedaba de él- se echó a llorar.
La reina de Veggetasei no para de llorar y gritar en medio de la noche. El rey Vegeta se levanta pesadamente y se dirige al lavado para enjuagar su sudoroso rostro. Peina su barba con una mano, y sale de sus aposentos, en busca de su reina.
Su heredero mayor dormía profundamente en su recinto. Con solo 5 años, el príncipe Vegeta era terriblemente fuerte. No debía preocuparse por él, estaba seguro que con ese ímpetu, obstinación y mal temperamento sería el único que sobreviviría a un holocausto.
Sale de palacio y vuela lejos, a ritmo acelerado. Se acerca a un baldío y busca entre los restos pedregosos un sitio bastante conocido por él y que había visitado diariamente en los últimos 4 años. La piedra tallada olía a su reina. Ojeroso, cansado y de mal genio, el rey Vegeta recuesta la espalda en ella.
—Ya ha pasado mucho tiempo, por favor déjame dormir—le susurra a la piedra, mientras imágenes de su reina mutilada en su trono aparecían nuevamente a esa hora de la noche. – No debí irme esa semana, lo sé—dice tenuemente, para por fin caer dormido en su pesado sueño.
El rey siempre la visitaba y le rogaba que detuviera sus gritos, pero eso nunca ayudaba.
