ATENCIÓN. Estoy re-publicando todos los capítulos. Alguien asiduo al tema ha podido leerla con el título de "Sangre Sucia". Pero habrá cambios a lo largo de los capítulos y demás.
Todos los personajes pertenecen a JKR, y no gano nada con esto. Habrá nuevos añadidos, profesores y alumnos, pero no creo que sean excesivamente desarrollados. El fanfic transcurre después del séptimo libro, la batalla y demás. Para mí, los "19 años después" todavía no han pasado. Quiero avisar, no se lo que habrá en el fanfic, pero pueden esperar de todo...
Gracias por estar aquí, y por leer.
FIRST
La muerte que peor sentó al trío de oro fue la de Fred. No es que no esperaran que nadie muriera en aquella peleas, demonios, era una guerra... Sino que, más bien, esperaba que fuera otro. Otro quizás no tan cercano a ellos pero, después de todo, ¿quién no lo querría?, la muerte, cuanto más lejos, mejor... Pero aquello no fue lo que los separó durante el verano. Ron, recluido en su propio mundo por el duelo, decidió internarse en La Madriguera. Ya no sentía la necesidad de acercarse a Hermione, ni siquiera de besarla. La había amado durante muchos años, quizás aquel desprecio por su sabiduría era la forma de decirle que la quería, la necesitaba. Pero ya no. Aquella muerte cambió muchas cosas. La familia Weasley estaba totalmente unida, pero a penas se sabía de ellos.
El ministerio de magia se recompuso, un nuevo ministro se encargó de recomponer todo lo que los mortífagos y sus creencias habían destrozado en tan poco tiempo. Los muggles volvieron a estar "protegidos" del mundo de la magia. Las penas endurecidas, para aquellos que se habían estado aliados con el señor oscuro, y peores, para todos aquellos que, aunque muerto, seguían tratando de imponer sus docrinas. Los juicios después de la pelea se llevaron a cabo. La mayor parte de los mortífagos que habían peleado, acabaron muertos, miles de maldiciones imperdonables que investigar. Pero también, miles de muertos que enterrar. Muchos de aquellos mortífagos que no habían entrado en la pelea final, se entregaron voluntariamente. Pero solo el nombre de una familia resonó en los juicios. Los demás habían pasado sin pena ni gloria... Pero los Malfoy siempre estaban en el punto de mira.
Hermione ya no tenía donde ir. Después de aquel hechizo que había borrado todos los recuerdos de sus padres, McGonagall le ofreció el castillo como su segunda casa. Pero alguien intervino. Un callado y algo oscuro Harry se ofreció para que viviera con él hasta que todo pudiera fluir por si solo. Ella, quizás pensando en que Harry necesitaría un hombro sobre el que llorar, aceptó. El chico sentía que parte de su vida había perdido el sentido. Ya no solo era el-niño-que-vivió, sino que ahora era el-niño-que-los-salvó-a-todos. Aquello no era más que una innecesaria carga para un niño de diecisiete años, el cual sufría más por dentro que por fuera. No, ninguno de los dos estaban heridos físicamente, pero ninguno de los dos habló en la primera semana en el número doce de Grimmauld Place. La casa, protegida bajo el hechizo Fidelio que en muchas ocasiones les había salvado de miradas indiscretas, ahora era un refugio. Harry se deshizo del elfo doméstico que allí habitaba, y Hermione, a pesar de que no estar amenazados, conjuró todo tipo de hechizos de protección, a la espera de que nadie los molestara. Él la escucho llorar, como ella a él. Ambos lloraron, por separado, juntos. Ambos limpiaron la casa de hechizos que allí había dejado la familia Black. Ambos, mostraron la casa a los muggles, que actuaban como si siempre hubiera estado allí, habitada.
La luz entraba por la ventana aquel día de verano, que no parecía un verdadero día de verano, pues la luz mortecina que se filtraba bajo las nubes, anunciaba lluvia. La casa estaba limpia de polvo. Las paredes, pintadas de color blanco. No había muebles destrozados. Aquella biblioteca que había pertenecido a los Black, le había servido a Hermione como vía de escape, y a Harry como refugio para sus próximos planes. Quería ser auror, y aquel verano, se dedicó a ser todo lo bueno en pociones, como pudiera ser. Ella fue su maestro. Mientras ellos estudiaban, la casa permanecía en silencio, ya no se tenían que esconder, retiraron los hechizos de protección. Ambos se sentían cómodos, pero sabían, que volver a Hogwarts el año siguiente sería complicado. Algo, los sacó de su ensoñación, un leve picoteo en la ventana.
—Deberías hacerte con una lechuza Harry, si nos queremos comunicar con el resto, deberíamos ir poniéndonos al día...— le dijo Hermione. Harry no había sido capaz de comprar otra lechuza, la muerte de la última, protegiéndole, fue demasiado duro para él.
El muchacho tomó el animal, cogiendo así la carta que portaba.
—¿Y bien? ¿Qué dice?— le preguntó a Hermione, mientras él pasaba los ojos por el papel. Se mantuvo callado, meditando. Se decía que "la defensa" de los Malfoy le había llamado a testificar. Él se lo debía, ella le había salvado la vida. Nadie en Hogwarts había matado a Draco aun sabiendo que se trataba de un mortífago. Era un chico que se había rodeado de gente que no quería, que le habían obligado a hacer cosas que no deseaba hacer... Un acusado por sus circunstancias.
—Testificar para los Malfoy— determinó él—, quizás...
—Narcissa Malfoy no te delató como vivo ante Voldemort, ¿no?— preguntó Hermione. Él le había contado ya cientos de veces aquel relato. Como ella le había preguntado si su hijo estaba seguro, y como él, con las pocas energías de su cuerpo había asentido... Como ella se había puesto en pie, y había anunciado que estaba muerto. Dándole una segunda oportunidad.
—Voy a ir— determinó Harry, mientras dejaba aquel pergamino sobre la mesa. Observó las cartas de Hogwarts que había al lado, cerrando el libro. En ellas decía que, el castillo, completamente reconstruido, abriría sus puertas para todos aquellos que habían pasado el trato de la ley. Muchos Slytherin habían sido juzgados hasta el momento, pero la mayor parte de los hijos de los "sangre puras" habían sido absueltos. Se decía que era una segunda oportunidad para ellos. El chico miró a Hermione, observando lo que habían cambiado. Ellos ya eran adultos para la comunidad mágica, y con la comunidad no mágica no tendrían problema... Su pelo, antes alborotado por unos rizos deshechos, ahora se sostenían en suaves bucles, casi se podría decir que ordenados. Un pelo castaño claro, así como los ojos. Harry no tuvo más que observarse en el espejo cercano: Unos grandes ojos verdes, ya sin gafas, así como un pelo corto y negro, desordenado, pero bastante corto. Había, días atrás, decidido ir a una peluquería muggle... y se había encontrado con que le gustaba el resultado.
Unos vaqueros oscuros y unas deportivas en los pies. Una camisa de un importante equipo de Quidditch azul oscuro.
—¿Qué ocurre Harry?— preguntó Hermione, poniéndose en pie, tomando aquel par de tazas de té que había sobre la mesa, bajando a la cocina.
—Pensaba en que ya casi somos adultos— susurró él, pero ella ya, bajando las escaleras, no había podido escucharle—, que creo que, Hermione, deberíamos ir al callejón Diagon para comprar las cosas que necesitaremos para nuestro último año— dijo el chico, gritando desde la primera planta. Hermione se asomó por las escaleras, Harry podía escuchar el ruido de los platos al ser lavados por aquel hechizo que ella solía utilizar.
—Harry, sabes que yo no tengo...— susurró ella.
—Vas a ser la próxima Premio Anual Hermione, no te preocupes, yo pagaré lo que necesites para este año... Incluso McGonagall se ofreció a que Hogwarts pagara todo lo que necesitaras este año...— le dijo él. Y ella, a sabiendas de que Harry tenía razón, simplemente aceptó.
Subió las escaleras a paso lento, debería vestirse para ir a aquel lugar. No se sentía del todo bien, dejando que sus amigos la mantuvieran pero, no le quedaba otra opción. Cuando hizo aquel hechizo, se olvidó de que no tenía nada con lo que sustentarse, y que las cosa mágicas también costaban dinero. Gringotts había sido totalmente reconstruído y, la mayoría de las tiendas que había en aquel y en los callejones colindantes, habían vuelto a abrir. Incluso Olivander. Harry necesitaba una nueva varita.
No tardaron demasiado en llegar. Muchos los observaron. Los murmullos corrían a su alrededor, pero Harry estaba contento, observando a los más pequeños, nerviosos por su primer año en Hogwarts. Su primera parada fue, sin duda, la tienda de varitas, donde Harry pudo encontrar una idéntica, que no gemela, a la suya. El hombre que hacía las varitas la había vuelto a hacer, en busca de que el chico pudiera empuñar algo familiar... Olivander casi le insistió en que no le pagara, pero Harry rehusó de toda invitación. Pagó lo que debía. Compraron todos los tomos necesarios para aquel año, algunas túnicas nuevas, y algunas distinciones más. Harry sería prefecto de Gryffindor aquel año, y Hermione sería Premio Anual, aquel encargado de hacer que los prefectos conocieran sus funciones y hacer que todo estuviera correcto...
—¿Qué te pasa?— le preguntó Harry a Hermione, casi sobresaltado por la quietud de su amiga, que se había quedado parada de golpe.
—Ron está allí— susurró ella. Allí estaba la persona de la que estuvo enamorada tanto tiempo, mirándola, casi suplicante para que no se acercara. Pero Harry no comprendía aquellas miradas. Rápidamente se acercó a grandes zancadas a su amigo, y lo abrazó. Ron correspondió el abrazo. Pronto, pudo ver a Ginny, a la cual observó también más lejana. Con la cual había quedado que era mejor no mantener una relación. Vieron al resto de la familia Weasley, Molly se preocupó porque ninguno había ido a verlos... Pero casi, comprendió su situación. Sin embargo, el trío de oro ya no era más un grupo. Ahora solo eran una serie de conocidos de la misma casa, que habían pasado por una guerra juntos. ¿Que aquello unía?, sí, pero los separaba la muerte.
—¿Dónde estás viviendo, Hermione?— le preguntó Ron a la chica, ella señaló a Harry con la cabeza, mientras Molly le acariciaba el pelo.
—En Grimmauld Place, con Harry— contestó ella—, se ofreció también Minerva, para que me quedara en el castillo pero... Necesitaba pensar.
—Ahora la casa parece otra— intervino Harry al notar la tensión—, ya no tiene el hechizo Fidelio, todas las paredes han sido pintadas, no hay mota de polvo, ni hechizos que asusten... Todas las cosas de los Black, todas las malas que no queríamos recordar, ya no están allí— finalizó Harry.
—Me alegro, hijo, a aquel lugar le hacía falta algo así...— dijo Molly.
—Debería verla, parece una casa diferente— terminó Hermione.
Pero no se quedaron mucho más. La conversación duró poco, al final, todos se despidieron, diciendo que el día que salía el expresso, se verían. Pero Harry tenía que hacer unas cosas antes, tenía que ayudar a alguien que lo ayudó a él. No se sentía mal, seguramente, saldría en todos los periódicos al hacer pública aquella historia, pero... El deber era el deber. No era un juramento inquebrantable, pero casi.
—o—o—o—o—o—
Cuando se aparecieron en la casa de Harry, algo les pareció raro. Una presencia más, no mala, sino conocida. Alguien había entrado en aquella casa sin su permiso. Casi, llegaron a pensar que sería mejor volver a poner todo tipo de protección, pero... No, sería una casa lo más normal que pudieran.
—Señor Potter, Señorita Granger, siento la intromisión— la seria voz femenina resonó por todo el pasillo. Procedía de la sala de estar, del recibidor. Hermione y él entraron, observando a la Señora McGonagall sentada, tomando té en una pequeña taza blanca—, espero que no les moleste que me sirviera algo de su té— finalizó ella. Dejaron todas las cosas compradas allí, en la puerta, y pasaron a la estancia.
—No se preocupe, profesora...— susurró Hermione—, ¿qué le trae por aquí?
—Dos de mis alumnos más jóvenes y prometedores se encuentran viviendo solos en una casa que podría crear suicidas con solo pisarla— determinó la antigua profesora rápidamente—, ¿qué cree usted que hago aquí?
—Ya ve que hemos... remodelado un poco esto— intervino Harry, mostrando el tono ocre de las paredes. Los sofás blancos hacían juego con las cortinas y, la pequeña alfonbra que cubría la tarima, sobre la cual también se encontraba la mesa, hacía juego con los cojines y sí, el color de las paredes.
—Ya me he paseado por la casa, joven Potter... Tengo que decir que hicieron un excelente trabajo con ella— determinó—, pero si bien venía, a parte de a ver cual era su estado, a hablarles de... Dos temas importantes: uno que concierne a la señorita Granger, y otro que le concierne a usted, Potter.
—Si lo desea, puedo dejarles tiempo, tendría que ir a colocar algunas cosas en los baúles para el este año...— susurró Hermione, Minerva, asintió. La joven, con un asentimiento, se marchó de la estancia durante unos segundos. Harry se sentó frente a la nueva directora de Hogwarts.
—Usted dirá— comenzó el chico.
—Yo también fui llamada a la defensa de los Malfoy... Quería saber si mañana asistirá al juicio, o simplemente se desentenderá de aquella carta que le llegó— dijo Minerva, directa. Harry entrecerró los ojos, observando la blanquecina piel de aquella mujer.
—Creía que las listas de testigos eran privadas— respondió Potter.
—No para la nueva directora de Hogwarts, quería saber si tendría que pensar en ir admitiendo a Draco o...— se detuvo. Minerva no quería pensar en lo que podría ocurrirle a aquel chico.
—Mi testimonio será favorable para él— susurró Harry, algo compungido.
—Espero que sepa lo que hace, señor Potter...— pronunció la profesora—, el mío también lo será.
—Entonces, pasará seguramente lo que ha pasado con los demás hijos de las casas "oscuras"— determinó Potter—, por muy mal que me caiga, no se merece el beso de dementor, por algo que no hizo...
—Si Malfoy vuelve a Hogwarts, será prefecto de su casa— le informó McGonagall—, imagino que tendrá muchos problemas por la "Traición a la sangre" de su familia, así que, esa será una forma de reinsertarle en el ciclo normal...
—No creo que él pueda convivir con los demás prefectos. Hufflepuff y Ravenclaw tendrán muchos problemas— susurró Harry.
—Por ello, usted estará en la misma torre con ambos prefectos. Dos chicos bastante sensatos, he de añadir, creo que usted se llevará bien con ellos Potter...— determinó. Sabía que los prefectos y el Premio Anual convivían en la misma torre. No obstante, Minerva solo había nombrado a tres.
—¿Eso quiere decir que Hermione convivirá con Malfoy un año?— susurró Harry.
—Eso es justo lo que he querido decir— determinó Minerva.
—Pero... Hermione...— tentó Harry.
—Eso es lo que hablaré con ella ahora. Es una mujer inteligente, creo que sabrá aceptar a su compañero y todas las travas que le pondrá. A demás, ella es una Gryffindor, sabe plantarle cara seguro— determinó la profesora. Harry se rascó la nuca, encogiéndose de hombros. No tardó demasiado en llegar Hermione, y el joven se puso en pie.
—Bueno, creo que es hora de que prepare algo de comer, ¿se quedará con nosotros?— preguntó Harry.
—No, joven Potter, tengo más obligaciones que atender, muchas gracias...— determinó la mujer. Harry asintió, saliendo de aquella habitación—, Hermione, espero que me perdone.
—Minerva, no se preocupe— susurró ella. El trato cercano de aquella profesora le hacía parecer más su abuela o madre, que una profesora—, dígame lo que ocurre.
—Usted será el nuevo Premio Anual, premio a la excelencia académica... Premio, en el que organizará a los prefectos tanto en el expresso a Hogwarts, como dentro del castillo— dijo la profesora, algo solemne.
—Soy consciente— susurró la joven castaña.
—Como sabe, el Premio Anual y los prefectos conviven en la misma torre— siguió Minerva— pero, este año, puede que sea diferente.
—¿Qué quieres decir?— contestó Hermione.
—Si el señor Malfoy sale indemne de su juicio, deberá convivir con él durante este año— determinó la directora.
—¿No hay más salida?— preguntó ella, tornando su gesto en un serio.
—Por el momento, no. Si la hay, crea que seré la primera en pronunciar el cambio... ¿Estará usted dispuesta a ello?— dijo la profesora.
—Si no hay más remedio, cuente con ello— determinó la joven.
Minerva se puso en pie, asintiendo y agradeciendo la consideración de la joven. Sabía que aquello era un paso que pocos podrían dar. Minerva era consciente de que el joven Malfoy había estado martirizando a Granger durante toda su estancia en la escuela, con un repulsivo apodo. Pero aquello debía cambiar, y seguramente, aquel sería uno de los castigos del joven "sangre pura". La profesora se despidió, mientras que Hermione volvía a la cocina.
—No me gusta— determinó ella, sentándose en la mesa blanca que tenían allí para comer. Habían sustituido aquel gran banco y mesa larga, por algo más normal para un pequeño número de personas.
—Quizás acabemos todos en la misma torre, no se lo que es peor— le contestó Harry, tendiéndole un jugoso plato. Una ingente cantidad de patatas fritas, se agolpaban sobre un filete.
—Yo si se algo peor. Tu juicio de mañana... ¿Querrás que vaya contigo?— susurró ella.
—No, creo que podré con ello yo solo— terminó, tendiéndole los vasos y algo de hidromiel. Ambos comieron en silencio, roto finalmente por la radio mágica al activarse. Al final, acabaron bromeando con todo aquello. No era más que otra manera de tomárselo.
