Hola a todos! bienvenidos a esta nueva historia que se venía cocinando en mi mente por largo rato. Si llegan a entrar por acá, este capítulo va dedicado a Vale, LilyMasen, Mary021, DarkRyuk, LadyAiTaisho, ginn19 y matocro. Espero que les guste.

P.D. El título y grandes partes de la historia vienen inspiradas por una canción de la que hace poco me enamoré y no puedo dejar de escuchar, interpretada por la banda estadounidense Mr. Big.


TO BE WITH YOU

By Aurum Black

Prólogo

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Si había una persona indicada para decir que conocía lo que era tener una vida perfecta, esa era Ginny Weasley. Salud, un buen trabajo, una hermosa familia, estabilidad económica, buenos amigos, amor, un prometido, el hombre de sus sueños y la promesa de una vida feliz y duradera a su lado. Todo eso lo había tenido un año atrás. Había arañado la superficie de la perfecta vida que siempre imaginó, había esta tan cerca de conseguir su final feliz, que nunca le pasó por la mente que algo podría ir mal. Y entonces estando en la cima de sus fantasías, en unos instantes todo su mundo se derrumbó destrozando sus sueños e ilusiones. Había volado tan alto que la caída fue estrepitosa, e incluso un año después seguía sin poder recomponer los trozos que habían quedado de sí misma.

Ginny Weasley tenía 22 años y a su corta edad era una de las mejores integrantes del cuartel de aurores, estaba comprometida con su trabajo y con sus misiones pues era lo único a lo que podía aferrarse para poder seguir entera. No le quedaba nada más en la vida que entregarse en cuerpo y alma a ser auror. Había perdido el amor, y a causa de eso se había distanciado de sus amigos y de su familia. Nadie sabía lo que había pasado, nadie sabía que cada día al despertar esperaba que un rayo le cayera encima. Sólo su mejor amiga del alma, Luna Lovegood. Pero ella estaba en Francia, trabajando de sanadora, teniendo una vida muy distinta a la de Ginny. Luna estaba siendo feliz.

Salió del edificio donde vivía y se subió a su negro automóvil. Una vez dentro miró su reflejo por el retrovisor haciendo una mueca al darse cuenta de las tremendas ojeras que se formaban bajo sus ojos. Se sobó las sienes con los dedos al sentir una punzada de dolor a causa de la resaca. Se había ido de juerga la noche anterior y ahora lo estaba pagando. Abrió la guantera y buscó en ella unas gafas obscuras que le protegieran la vista de la luz que en esos momentos le causaba dolor con sólo existir. Ahora sí no lo vuelvo hacer, se dijo a sí misma sabiendo que era mentira. ¡Cuántas veces había dicho esa frase y después la había ignorado magistralmente! La noche de anoche había sido una de las peores, tanto que ni siquiera la recordaba. Prendió el motor del coche sintiendo su cabeza reventar y luego tomó rumbo a su trabajo. Por lo general la gente no entendía por qué le gustaba usar aquel aparato muggle pudiendo usar la red flu, trasladores o la aparición para llegar al ministerio, pero ella amaba la adrenalina que le producía manejar a toda velocidad por las calles londinenses. Hermione siempre la regañaba por eso, diciéndole que un día iba a matarse, a pesar de que Ginny era muy buena al volante. Ella suspiró cansada al recordar a su amiga, que le había dejado diez mil llamadas la noche anterior que nunca contestó y seguramente estaba preocupada por ella, lo que significaba que le esperaba un buen sermón. Decidió que debía darle prisa a aquello y pasar a su oficina en cuanto llegara al ministerio.

Hermione trabajaba en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, en el mismo piso en que se encontraba el Cuartel General de Aurores. Cuando llegó a la pequeña oficina tocó pero no encontró a su amiga, así que entró sin permiso. Sonrió al ver en el escritorio de Hermione un portarretratos con la foto de su hermano Ron, vestido con el uniforme de los Chudley Cannons. Era el guardián de su equipo y junto a un grupo de entusiastas jugadores habían devuelto a los Cannons a la gloria después de muchísimos años de sequía. Sintió una inmensa felicidad por su hermano, le alegraba ver que se encontraba cumpliendo sus sueños.

-¿Dónde mierda estuviste ayer? –dijo la voz de Hermione desde la puerta. Ginny se encogió de hombros a modo de respuesta mientras su amiga entraba como un torbellino y le quitaba las gafas con un movimiento de varita. -¡Merlín! Pero qué cara traes Ginny… ¿Otra vez te fuiste de juerga? No lo puedo creer – dijo sin esperar la contestación que era obvia - ¿Cómo puedes seguir siendo tan irresponsable? Recuerda que el sábado van a darte el premio del auror con futuro más prometedor y con tus borracheras puedes echar a perder todo por lo que has luchado… - Ginny se sentó, dejando la verborrea de Hermione ir y venir. Volvió a sobarse las sienes con los dedos como si con eso pudiera remediar el dolor que sentía, pero era inútil. Entonces Hermione se sentó frente a ella ofreciéndole un vaso con un remedio para la resaca –Toma, pero de verdad espero que lo que te digo no te entre por un oído y te salga por el otro eh.

Ginny tomó la poción sintiendo enseguida un alivio y un gran cariño por Hermione.

-Gracias – le dijo con una sonrisa triste – No tengo excusa, soy un desas… - Pero no pudo seguir hablando, pues en ese momento apareció una figura en la puerta de la oficina de Hermione. Y no era cualquier persona, era ni más ni menos quien había destruido su felicidad, era quien la había arrojado a esa vida de mierda que ahora llevaba, era la persona que más odiaba en el mundo y a la vez era la persona que la mantenía respirando con sólo existir, porque a pesar de lo que le había hecho no podía dejar de amarlo.

-Ho… Hola Harry – saludó Hermione nerviosa

-Hola – contestó él claramente decepcionado de ver a Ginny ahí – veo que estás ocupada, vengo luego – pero antes de dar la vuelta para irse, volteó hacia Ginny y con voz seca le dijo- Tonks quiere los reportes para estar tarde – y entonces se fue dejándola con el corazón estrujado por su fría manera de hablarle. Se quedó con la mirada perdida hacia la puerta, con los ojos aguados por el dolor que le producía que Harry, el amor de su vida, la tratara como una desconocida.

-¿Ginny? – dijo Hermione con dulzura, pero ella no estaba dispuesta a dejar que nadie viera su dolor. Ella era Ginny Weasley, una de las aurors más temidas por su dureza y frialdad. Ginny Weasley no lloraba, no podía permitirse que nadie la viera vulnerable. Así que controló sus sentimientos y con un movimiento de varita volvió a hacerse de sus gafas y se las puso para cubrir sus ojos.

-Tengo trabajo –dijo con voz firme dispuesta a levantarse, pero Hermione la tomó de las manos y se lo impidió.

-¿Todavía te afecta verdad? – Ginny resopló a modo de respuesta – Vamos, no puedes engañarme. No sé por qué razón nunca me has querido contar lo que pasó entre ustedes, pero yo te conozco Ginny, en el fondo sigues queriendo a Harry… Puedes acostarte cada semana con un tipo diferente y embriagarte y hacer como si nada pasara…

-No me acuesto con ellos – musitó Ginny a la defensiva, pero la mirada de Hermione presionaba demasiado – Bueno sí, pero no con todos…

-¿Y piensas que con eso encontrarás paz?

-No es paz lo que estoy buscando – murmuró por lo bajo sin querer, pero Hermione no pasó su comentario por alto.

-¿Y qué es lo que buscas entonces?

-Nada – contestó levantándose y dándole un beso en la mejilla como despedida – Debo irme. Gracias por el remedio - Y caminó hacia la puerta.

-Ginny… - la voz de Hermione hizo que se detuviera unos segundos - ¿Cuánto tiempo tiene que rompieron su compromiso? ¿Cuánto tiene que terminaste con Harry?

-El sábado se cumple un año – contestó ella sin voltear

-¿El día del baile de aurores? Mira, tal vez sea la ocasión perfecta para que tú y él arreglen…

-No hay nada que arreglar Hermione – le dijo con voz fría para después salir de ahí.

Y era verdad, no se puede arreglar lo que no se quiere arreglar. Ella estaba dispuesta, pero no así él. Caminó por los pasillos del segundo piso con la pregunta de Hermione retumbando en la cabeza ¿Y qué es lo que buscas entonces? Resopló con frustración. Como si fuera difícil adivinarlo. Ginny salía cada noche que le permitía el trabajo esperando que al llegar al bar de turno encontrara a alguien que pudiera hacerla sentir, a alguien que pudiera hacerla olvidar. Deseaba con todo su corazón que aunque fuera sólo momentáneo, alguien la ayudara a sacar a Harry de su corazón y su mente… pero era inútil. Con el tiempo lo único que la ayudaba era beber hasta perderse y sólo así podía olvidar lo patética y miserable que se había convertido su vida. Le desesperaba darse cuenta que nadie la ayudaría, pues Harry estaba tan metido debajo de su piel que ninguno de aquellos hombres ni mujeres con los que había estado le habían hecho sentir ni la mínima cantidad de ansiedad, ni emoción, ni placer y mucho menos algo como cariño o amor.

Nadie, salvo una persona. Se detuvo en seco al recordarlo. Sólo ÉL y nadie más había logrado que Ginny Weasley olvidara a Harry Potter por completo durante un breve periodo. Pero eso había sido mucho tiempo atrás, antes de que Harry y ella terminaran, antes de que siquiera se hubieran comprometido, incluso antes de que Harry y ella fueran novios. Para ella esa época le parecía como de otra vida. Cerró los ojos al recordar el cabello castaño del hombre del cual no quería decir el nombre ni en pensamientos. No, pensó sacudiendo la cabeza, eso era cosa del pasado. Una historia que había terminado antes de empezar. Maldijo al destino mil veces, por el futuro, por el pasado, por el presente.

-Vete al diablo destino –musitó al llegar a su escritorio, en la oficina llena de cubículos del cuartel de aurores.

-¿Qué dices Weasley? – dijo Harry acercándose seductoramente hacia ella.

-Que te vayas al diablo – espetó ella tratando de no caer en sus encantos y fallando colosalmente.

-No dijiste eso la otra noche – le susurró acercándose, pero antes de que Ginny pudiera pensar en algo que contestar, la voz de Tonks resonó por toda la oficina.

-¡A trabajar! ¡Dejen de holgazanear! Quiero los reportes de todos y cada uno de ustedes en mi oficina para las 5 ¿entendieron? No a las 6, no a las 7, no mañana. ¡Hoy a las 5! – y entró por la puerta que daba a la oficina del jefe de aurores, en este caso jefa.

Afortunadamente los gritos de Tonks hicieron que Harry se marchara a su propio cubículo, unos cuántos cubículos separado del de ella. Lo vio marcharse con la respiración aún acelerada. Lo odiaba. Odiaba que supiera los efectos que aún causaba en ella. Odiaba que un par de meses atrás la hubiera encontrado en un bar y se la hubiera llevado a la cama de un motel barato. Odiaba que ella se había hecho ilusiones de que las cosas podían recuperarse. Odiaba que Harry no quisiera volver a estar con ella, salvo en uno que otro encuentro casual. Odiaba que a veces le hablara y que en otras la ignorara. Pero sobre todo odiaba estar tan dispuesta y disponible para él, se odiaba a sí misma por correr a sus brazos en cuanto él le tronaba los dedos y odiaba su estúpida ilusión. Odiaba seguir llorando cada que él la mandaba a la mierda. Odiaba que a pesar de lo que él le había hecho un año atrás, estaría dispuesta a regresar con él, si tan sólo lo pidiera.

Se dio unas palmaditas en los cachetes y se dispuso a empezar con los reportes de sus misiones o Tonks la colgaría de un árbol. Sin embargo no podía despejar su mente del sábado. En el baile de aurores le darían el premio a auror con futuro más prometedor, y lo recibiría del ganador del año anterior, nada más y nada menos que Harry. En sus más estúpidas fantasías se veía recibiendo el premio de él con un efusivo beso, tras el cual le pedía que volvieran a estar juntos. Era una flama de esperanza que por más que trataba de exterminar seguía con vida, igual que ella.

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Cedric Diggory era según la revista mágica Corazón de Bruja, uno de los solteros más codiciados del mundo mágico. Con 26 años recién cumplidos, era uno de los sanadores más prestigiosos y de confianza. Con una carrera de grandes logros, descubrimientos y éxitos podía decirse que estaba en la cúspide de su vida laboral. Su vocación de sanador le exprimía todo su tiempo, por lo que pasaba día tras día en el único lugar que sentía como su hogar, el hospital mágico. Su vida era ser sanador. Y así fue desde que estuvo estudiando en la Academia Francesa de Sanadores, nada ni nadie lo pudo distraer del objetivo que se había planteado al salir de Hogwarts. Objetivo que se volvió más fuerte en él una vez que la segunda guerra mágica terminó, dejando a su padre entre la lista de muertos oficiales a causa de los mortífagos y el señor tenebroso.

Se encontraba en su nuevo departamento y con un par de hechizos estaba terminando de acomodar todas sus pertenencias. Estaba terminando de mudarse a Londres, pues le habían ofrecido una plaza en San Mungo, siendo trasladado desde el hospital San Louis de Francia. A pesar de haber vivido varios años en aquel país, extrañaba su hogar y sobre todo extrañaba a su madre. Una mujer fuerte y excepcional, que había aprendido a superar la muerte de su esposo y había continuado con su vida. La admiraba demasiado. Como sanador había vivido muchas experiencias en que la gente se derrumbaba por una pérdida así y sabía lo difícil que era levantarse. A él mismo le costó en demasía recuperarse de la partida de su padre.

Dio un par de vueltas por su nuevo hogar admirando las pertenencias que había adquirido con su esfuerzo, trabajo y dedicación. Tenía bastante dinero como para darse una buena vida, pero no le gustaba vivir entre tantos lujos y prefería las cosas sencillas. Se sentó en el sillón a ver la tele pero después de cambiar de canal una y otra vez decidió apagarla con un resoplido de desesperación. No importaba qué tantas cosas materiales tuviera o qué tan exitoso fuera como sanador, en ese momento se sentía infinitamente solo. Miren cómo pasa el gran sanador Cedric Diggory su sábado por la noche, pensó angustiado. A la revista Corazón de Bruja le gustaba recalcar en cada nota en que salía, que a pesar del gran éxito laboral que tenía, le hacía falta encontrar la estabilidad sentimental y animaba a las lectoras a luchar por su corazón y conquistarlo. Como si pudiera hacerse cargo de una novia, pensó.

La única novia que tendría en su vida, era su vocación. Había tenido varias relaciones mientras era estudiante a sanador, algunas resultaron mejor que otras, pero se dio por vencido cuando descubrió que su última pareja le había sido infiel. Sabía que todos y cada uno de sus noviazgos habían terminado por la misma razón: su falta de tiempo. Tiempo que en esos momentos sentía estar desperdiciando, ya que debería estar en San Mungo, atendiendo gente y salvando vidas. Sin embargo el hospital le había dado unos días libres para que se instalara y se acoplara al lugar, cosa que él no necesitaba hacer. Lo que quería era ir a trabajar. Se levantó del sillón abatido dispuesto a darse una ducha para perder el tiempo. Mientras dejaba que el agua cayera por su cuerpo, estuvo pensando en lo que decían los de la revista, sintiendo que tal vez debía darse otra oportunidad y dejar de dedicarle tanto tiempo a su carrera. Después de todo ser sanador no estaba peleado con tener una familia o simplemente una buena vida amorosa. Tenía como ejemplo a su mejor amiga de la Academia de Sanadores, Luna Lovegood, quien había encontrado el amor en uno de sus pacientes franceses y con el que mantenía una muy estable relación. Hizo una nota mental para abrir más los ojos y estar al pendiente, pues tal vez su destino se encontrara en una de sus pacientes, aunque lo dudaba mucho.

Mientras se vestía estuvo repasando en su mente todas las chicas con las que había salido desde su época de estudiante en Francia y se preguntó si no habría algo mal con él, pues ninguna le había causado la suficiente impresión como para ser recordada. Tenía mejores recuerdos de sus novias de Hogwarts, pero eso había sido cuando era joven y enamoradizo. Desde que estuvo en la Academia de Sanadores y hasta el presente, ninguna mujer que había conocido lo había desafiado a dejar momentáneamente sus labores de sanador, ninguna le había despertado la suficiente curiosidad como para querer conocerla a fondo, ninguna lo había hecho enamorarse total y completamente… Y entonces la recordó. Claro que se había enamorado como un loco, o eso creía que había pasado. Pero había sido por un tiempo tan corto que no había podido asimilar todo aquello que había sentido. Recordó el encendido color de su cabello y la sensación de su suave piel, recordó la hermosa sonrisa que siempre tenía en el rostro y que iluminaba todo a su alrededor, al mismo tiempo que hacía que el mundo se opacara con su presencia. Había estado con muchas mujeres, pero los efectos que causaba ELLA en específico no se comparaban con nada más. No podía ser que después de tres años aún recordara a la perfección el aroma floral de su cabello. Sacudió su cabeza intentando alejarla de su mente. Ella era cosa del pasado, y el destino se había encargado de mal formar todo para que sus vidas siguieran caminos diferentes. Sin poder evitarlo se preguntó si ella habría encontrado la felicidad que tanto anhelaba, se preguntó qué habría sido de su vida. Un pensamiento que había evadido durante mucho tiempo y que le había causado unas cuantas discusiones con Luna, pues él no quería que le informara de nada concerniente a ella. Y es que Luna era la mejor amiga de aquella mujer en quien había estaba pensando, y fue por Luna que se conocieron hacía tres años. Pero no, no debía pensar en ella en esos momentos en que se sentía tan solo porque entonces lo haría sentir peor.

Se acercó a la ventana de su dormitorio, observando el inmenso cielo estrellado que cubría a la ciudad y se preguntó dónde estaría ella en esos momentos. Siendo ese el último pensamiento que le dedicara, tomó su bata de sanador esperando que en San Mungo aceptaran que empezara a trabajar esa misma noche.

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Ginny se encontraba preparándose con nerviosismo para el baile anual de aurores, a sabiendas de que esa noche podría marcar la diferencia entre la compostura de su vida o el hundimiento de ella. Estuvo dándole vueltas a todo desde el día en que había hablado con Hermione en su oficina, considerando los pros y los contras de arreglar las cosas con Harry, pero al final terminó desechando su desequilibrada lista sabiendo que no importaba lo que estaba bien o mal, lo único que importaba era que no podría pasar más tiempo lejos de él. Tal vez ya era momento de dar un salto de fe y arriesgarse por esa relación. Fue por eso que puso mucho esmero en su arreglo, quería dejar a Harry con la boca abierta y así lograr que se arrepintiera de todo el tiempo desperdiciado. Traía puesto un vestido color vino con un escote que llegaba a la mitad de su abdomen y se ceñía a su figura, acentuando su cintura y su cadera para caer en una amplia falda hasta los tobillos. Esa falda tenía una abertura que dejaba mostrar la longitud de su pierna izquierda. Se calzó unas sandalias de tacón color dorado con un poco de inseguridad pues no estaba acostumbrada a andar en tacones. Dejó su cabello suelto y se colocó unos aretes dorados bastante grandes. Se miró al espejo y se dedicó una sonrisa animándose a recuperar su vida.

Salió de su departamento y de su edificio con dificultad al caminar, pero una vez que estuvo dentro de su auto, decidió quitarse las sandalias pues no podría pisar bien el pedal a causa de ellos. Manejó con cuidado hasta el salón donde se llevaría a cabo el baile y al entrar al lugar sonrió al darse cuenta de la cantidad de miradas que acaparaba.

-Estás increíble –le dijo Hermione acercándose a abrazarla – Parece que por fin me escuchase, ¿estás dispuesta a…?

-A todo – interrumpió Ginny con determinación – No quiero pasar otro año en el desasosiego. Estoy harta de pasarme de fiesta en fiesta buscando algo que sólo voy a encontrar en Harry.

-Estupendo Ginny, me alegra que te hayas decidido, ¿pero qué vas a hacer?

-Ya no voy a esperar que él dé el primer paso. Ya que fui yo quien terminó con él, voy a pedirle que volvamos – Y de esa forma olvidaré y perdonaré lo que me hizo hace un año pensó no muy convencida.

-¡Perfecto! –Chilló Hermione emocionada –Por fin entraste en razón, me alegro tanto… Bueno, te dejo que iré a ver si ya llegó Ron.

Y entonces la dejó ahí sola parada a orillas de aquel abarrotado salón. Estaba pensando en ir por algo de beber cuando apareció Harry frente a ella.

-Estás hecha una hermosura –le murmuró acercándose sigilosamente.

-Gracias –le sonrió con timidez – Tú te ves muy guapo -añadió al verlo en un elegante traje negro.

Y entonces tomándola del brazo y dando un par de pasos, la llevo hacia la esquina escondiéndola tras una columna de mármol.

-Yo creo que deberíamos escaparnos unos minutos, antes de que empiece la ceremonia ¿qué opinas? –le dijo con voz seductora acorralándola.

-Harry… necesito hablar contigo –murmuró ella haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad.

-Claro, después de que vayamos algún lugar donde estemos solos y… -dejó la frase inconclusa al mismo tiempo que metía la mano por la abertura de la falda de Ginny acariciándole la pierna y haciéndola cerrar los ojos suspirando de placer.

-Ha… Harry, por favor. Necesito hablar.

-No – dijo con voz ronca mientras acercaba los labios a su cuello y la hacía jadear de deseo. Estaba a punto de sucumbir ante él y dejar que la llevara a donde quisiera, pero un estrepitoso ruido de vidrios rotos la sacó del ensueño. De alguna forma Tonks se las había arreglado para tirar a un mesero con las copas de vino que cargaba. Ginny aprovechó el momento para salir de las garras de Harry quien resopló a manera de desaprobación.

-Te daré lo que quieres –dijo ella intentando- Sólo si me escuchas ¿puedes hacerlo? –Él se quedó viéndola de arriba abajo como intentando convencerse.

-Está bien –dijo de mala gana – Hablaremos al final de la ceremonia, y luego…

-Lo que tú quieras –susurró Ginny para después dar la vuelta y dirigirse al baño de mujeres, invadida por una hermosa sensación de tranquilidad. Era el momento ideal para limar asperezas. No habría nada en el mundo que pudiera evitar que Harry y ella volvieran a estar juntos.

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Para fortuna de Cedric, en San Mungo lo habían aceptado gustosos de que renunciara a sus días de descanso, ya que al ser noche de Halloween estaban llenos de pacientes provenientes de accidentes. Era ya bien entrada la noche cuando la actividad en el hospital se calmó un poco y se pudo sentar a tomar un café en la sala de descanso para los sanadores. Escuchó a varias enfermeras cotillear alrededor de una revista y señalarlo sin descaro. Cuando se fueron se acercó a la mesa en donde habían dejado la revista y la tomó con una mano, sorprendiéndose de ver su foto en la portada de Corazón de Bruja. Le habían dado el premio a la sonrisa más encantadora. Arqueó las cejas asombrado, esa sí que era una sorpresa. Por lo general su amiga Luna lo mantenía informado de lo que publicaban en la revistucha esa, pero parecía que ahora se le había olvidado avisarle de aquello. Pasó las hojas esperando encontrar el artículo en que hablaran de su miserable y solitaria vida sentimental pero en lugar de eso sólo encontró la gráfica con los resultados que le daban la victoria. Había competido con un par de jugadores de quidditch que no conocía y había ganado por mucho. Aliviado dio la vuelta a la página y entonces vio un artículo que lo descolocó por completo, haciendo que dejara su vaso de café en la mesa y tomará la revista con ambas manos. Era ella, posando para la foto oficial del cuartel de aurores. Vaya, entonces lo había logrado. Sonrió alegrándose como un tonto mientras pasaba un dedo por la foto como si así pudiera acercarse a ella. Tras unos segundos de observarla reparó de pronto en el artículo y no pudo evitar leerlo. Hablaba del baile de aurores que se llevaba a cabo esa misma noche y de la historia del baile y otras cosas que a él no le importaban. Buscó su nombre en las letras impresas hasta que dio con un breve párrafo dedicado a ella.

A un año de la separación de la pareja de aurores más famosa, Harry Potter y Ginevra Weasley parecen no haber encontrado la reconciliación. Esta noche en el baile él le hará entrega del premio a auror con futuro más prometedor y el mundo mágico tiene los ojos puestos en ellos. Recordemos que esta joven pareja estuvo en la mira al formalizar su relación y comprometerse apenas unos meses después de haber iniciado. Se habló durante un tiempo de ellos como la pareja del momento pues a donde quiera que fueran, daban la imagen de la pareja perfecta. Sin embargo no todo era miel sobre hojuelas ya que repentinamente hace un año exactamente ellos rompieron el compromiso. Fuentes cercanas dicen que fue ella quien le puso fin a la relación pero se desconocen sus razones. Aunque no son muy difíciles de adivinar, ya que de ese momento a la actualidad se ha visto a Ginevra salir con infinidad de personas del mundo mágico y muggle. Parece que la ganadora del premio al futuro prometedor se vio espantada del futuro y decidió romper con el salvador del mundo mágico dejándolo destrozado, lo que le ha valido un gran conjunto de club de fans en su contra. Por otra parte a Harry no se le ha visto con mujeres tan regularmente, lo que parece indicar que sigue devastado por todo lo acontecido.

Cedric cerró la revista de golpe al finalizar de leer el artículo. Resopló con ironía, pensando que había evitado por años enterarse de lo que había pasado con ella para que en un tonto artículo hubiera tenido un resumen detallado. Maldijo por lo bajo a la estúpida revista y salió de la sala de descanso, buscando un paciente en quien poder despejar su mente.

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Había salido del baño sólo para darse cuenta que el destino la odiaba. Justo cuando había albergado en su corazón la certeza de que Harry volvería a su lado, era cuando ocurría aquello. Se encontraba paralizada viendo a Harry Potter platicar amenamente con un grupo de funcionarios del ministerio abrazando a una mujer por la cintura. Se acercó como en cámara lenta con los latidos de su corazón perforando su cabeza para cerciorarse de que aquello era verdad.

-Weasley acompáñanos –le dijo uno de los hombres que hablaban con Harry y entonces al dar la vuelta pudo ver su cara. Era Cho Chang, con la sonrisa más falsa que había visto en su vida.

-¿Qué hace ella aquí? – susurró Ginny sin querer creerlo.

-¿Acaso los aurores no pueden traer a sus novias? –preguntó Cho con voz venenosa y soltando una risita malévola.

A sus novias. A sus novias. A sus novias.

Las palabras repicaron en el cerebro de Ginny pero ella no las entendía, o no quería entenderlas. Buscó la mirada de Harry esperando que él lo negara, pero sólo se limitó a asentir levemente con la cabeza, con una expresión de suficiencia en el rostro que Ginny jamás olvidaría. No dijo nada más y con el corazón destrozado y el rostro anegado en lágrimas salió corriendo del salón hasta llegar a su automóvil. Se encerró en él esperando tontamente que Harry hubiera corrido detrás de ella para explicarle que todo era mentira, pero estaba sola y nadie había ido tras ella. Intentó serenarse pero era imposible. Harry tenía novia. No una cita casual como las que sabía que tenía, sino una novia a la que llevaba a un baile oficial. Y no era cualquier novia, era Cho Chang ¡precisamente ella! Ginny no pudo soportarlo más y prendió el motor de su coche, saliendo del estacionamiento del lugar a toda velocidad. No le quedaba nada para vivir. Pisó el acelerador con rabia y dolor mientras la visión se le nublaba a causa de las lágrimas. Su vida era la peor mierda que existiera, ya no quería seguir en ese mundo de sufrimiento y humillación. ¡Había estado a punto de irse por ahí con él, mientras él había llevado a su novia!

-¡Maldito seas! –gritó con odio pisando el acelerador aún más fuerte viendo la muerte frente a ella.

¿La muerte? Sí, aunque se veía muy pequeña. No era así como se la había imaginado. De pronto entró en razón, recordando que era noche de Halloween y dándose cuenta que la muerte frente a ella era tan solo un pequeño niño, o niña, disfrazado. Quiso frenar con un movimiento rápido pero su tacón se había atorado en el acelerador haciendo que su coche avanzara con más fuerza y rapidez. Intentó zafarse la sandalia pero no pudo. Cuando estuvo a unos escasos metros de la pequeña muerte sacó su varita lanzando un par de hechizos para evitar que ocurriera una catástrofe, pero al final no tuvo otra opción más que girar el volante hacia la muerte verdadera. Y entonces el mundo dio vueltas, golpeándola y zarandeándola con fuerza sin parar. Ahora el dolor físico acompañaba al dolor que sentía por dentro. Sintió todo su cuerpo romperse sin poder evitarlo. Sintió de pronto un fuerte golpe en la cabeza que la hizo gritar y sumirse en la obscuridad.

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Había atendido a varios chicos provenientes de fiestas de Halloween con cortes leves, golpes suaves y uno que otro desmayo pero nada grave. Aún seguía teniendo en su mente a Ginny Weasley por más que había intentado distraerse. Se sentía triste pero no sabía bien por qué. No sabía si era por enterarse de que no le había ido tan bien como hubiera deseado o porque el destino lo había separado de ella. De pronto escuchó ruido proveniente del pasillo, así que salió a ver qué sucedía. Eran un par de personas, víctimas de algún tipo de aparatoso accidente. Cedric decidió hacerse cargo de alguno para así poder distraerse, pero cuando se acercó a la camilla para evaluar el estado del paciente pudo ver quién era la mujer en el vestido de gala, quedando paralizado al reconocerla y dándose cuenta que estaba al borde de la muerte.