Los personajes de Naruto no me pertenecen, evidentemente.
Se encontraba en la cama con los ojos totalmente cerrados, su respiración era apaciguada, su cara estaba completamente relajada, la piel blanca y los brazos debajo de su melena mostraban una expresión casi inocente, pese a ser Uchiha.
Me acerqué con el sigilo que siempre me ha caracterizado hasta encontrarme a escasos milímetros. Nuestra respiración se sincronizó de una forma perfecta, simbiótica.
Desenvainé cortando el aire, ambos percibimos el minúsculo sonido del acero.
¡Mierda! Sus ojos se habían abierto y su iris rojo me miraba con sorpresa, incluso con confusión. Hubiese preferido hacerlo de otra forma, una incluso más humana a pesar de ser Uchiha.
La sangre goteó, podía oír las gotas manchando las sábanas y el suelo. Sabía que su mirada de tristeza me perseguiría para siempre.
Salté por la ventana manteniendo el porte sereno, sin embargo, sentía la sangre palpitar por mis venas y un calor en el pecho.
Ojalá todo hubiese sido diferente, pero sus ojos debían ser míos, habían alcanzado tal poder que podía sentirlo cada vez que pasaba por su lado.
Lo siento, mamá.
Fue lo único que pensé, de todas formas Sasuke Uchiha nunca fue un buen padre para mí.
