Estaba tratando de sacarle brillo a algo que sabía que se encontraba en perfectas condiciones, pero así me lo había ordenado mi odiosa madrastra. Todavía deseaba tener un espacio, un tiempo libre para mí pero sabía que no lo tendría. Esa mujer no me daba respiro.
Extrañaba tanto a mi padre, las cosas desde que él se había muerto habían cambiado. Mi madrastra había tomado el poder de la casa y sus detestables hijas pretendiendo ser las princesas del reino. En lo que a mi respecta pasé a ser una empleada, fregando todo el día. Entre mis hermanastras y mi madrastra me iban a volver completamente loca.
- ¿Bella terminaste de fregar el piso de la cocina? – me preguntó la chillona voz de mi madrastra desde el piso de arriba– ¡porqué Hillary necesita que le hagas la tarea!
- Si ya voy –le grité. Estaba esperando poder llegar a la universidad para deshacerme de ellas.
Hillary era la mayor de mis hermanastras. Bastaba decir con que era la más popular del instituto, la típica adolescente malcriada que aplasta cabezas a su paso. Rubia, alta, ojos celestes y descomunalmente hermosa. Pero lo que tenía de hermosa le faltaba de inteligencia, siempre pidiéndome que le hiciera las tareas. Claro, como teníamos diferentes apellidos nadie en el instituto sabía que éramos hermanastras. De todas formas ella se encargaba de humillarme tanto como le era posible.
Pauline era mi otra hermanastra, ella era de pelo castaño, ojos color miel, mucho más baja que su hermana y un tanto más gordita. Aunque sea con ella podía intercambiar dos o tres palabras con amabilidad.
¿Qué decir de mi madrastra? El adjetivo insufrible le quedaba demasiado chico. Era totalmente insoportable, pero mucho no podía protestar; ella era la que mandaba. Su nombre era Janet Malone, era completamente de plástico, es decir que estaba repleta de siliconas. Era una mujer de ásperos ojos marrones, cabello rizado rubio, era petisa y gorda. Todavía no entendía que era lo que mi padre le había visto para casarse con ella. Creo que la razón por la que aún estaba bajo este techo era por mi padre, era su casa y no me iba a ir de ella.
Todo había sido duro desde su muerte, ya habían pasado varios años pero creo que no lo había superado aún. Éramos muy unidos, dado que no conocí a mi madre, él lo era absolutamente todo para mí. Pero se había ido. Se había ido y me dejó sola. No sin antes casarse con esta horrible mujer, era ella entonces la que tenía poder sobre mí una vez sepultado mi padre. No había día en que no pensara en él, se me escapaban las lágrimas cada vez que lo hacía. De hecho eso sucedía en este momento. Pero en esta casa de felinas en celo no se podía mostrar debilidad, si lo hacía enseguida se trepaban a la yugular para matarte. Debía mostrarme dura, fuerte, pero la verdad no era esa.
Los únicos que realmente la conocían a la verdadera Bella, eran mis amigos Jacob y Bean. A ambos los conocía desde el jardín de infantes. Hemos sigo amigos desde siempre, estuvieron en mis momentos más difíciles. Ellos sí saben la verdad, pero al igual que yo no pueden hacer mucho más que abrirme la puerta cuando llego llorando y con una cachetada en la cara.
Cuando le contesto mal a mi madrastra o hago algo indebido y es bastante grave según su criterio, me pega cachetadas. Mi vida es insoportable y lo sé, pero no puedo hacer demasiado para cambiarle el rumbo.
La otra tarde en casa de Jacob, Bean mencionó de denunciar a Janet. Pero sería un proceso muy largo el cual no estaba dispuesta a soportar. Simplemente esperaría conseguir una beca universitaria y marcharme. Sabía que Bean estaba en contra de esa decisión, pero yo sabía que era lo correcto. Jacob… él sólo quería lo mejor para mí y confiaba en la poca cordura que me quedara.
Los necesitaba demasiado a cada uno, ellos eran mis soportes. Cuando necesitaba un hombro para llorar, una sonrisa de ánimo, un abrazo, unas palabras de aliento, allí estaban ambos.
Jacob era increíblemente atento conmigo, con su interminable ternura y sus ganas de hacerme reír me trataba como una muñeca de porcelana. Siempre lo vi como algo más que un amigo, pero evidentemente el sentimiento no era compartido, para él sólo era una débil amiga. Ya lo había asumido, pero todavía mantengo esa llamita de esperanza. Él junto con Bean eran los únicos hombres con los que he tenido contacto, y me es fácil confundir la realidad con mi loca imaginación.
¿Qué mas decir de ellos? Jacob era alto, moreno, con unos hermosos ojos cafés y la sonrisa más perfecta que conocía. Últimamente estaba un tanto cambiado, como más grande, musculoso o tal vez sería yo que veía cosas en donde no las había. Tenía 16 años, estaba un curso adelantado, aún no entendía porqué...
-¡Bella, que Hillary necesita que le hagas la tarea! –volvió a gritar Janet desde el piso superior, interrumpiendo así mis pensamientos.
-Sí ya voy –le respondí. Sabía que no dejaría de molestarme hasta que fuera y le hiciera la tarea a su predilecta hija, así que dejé el piso de la cocina como estaba y subí las escaleras encaminándome a la habitación de Hillary.
Antes de entrar golpeé, no sabía porqué lo hacía si estaba en mi propia casa, de todas formas me obligaban a hacerlo.
- Adelante –me contestó una arrogante voz desde adentro.
Giré el picaporte de la puerta y entré. A decir verdad su habitación me causaba náuseas. Estaba toda pintada de un rosa chillón, la cama matrimonial en el centro con su correspondiente edredón blanco con flores rosas, en la cabecera de ésta reposaba un cartel que decía "Princesa", fotos de ella por todas partes, y más de lo mismo. ¿Acaso se podía esperar más de una malcriada como ella? No lo creo, su habitación reflejaba lo que ella misma era: egocéntrica, egoísta, malcriada, maleducada pero hermosa.
- Necesito que me hagas la tarea –me dijo de forma indiferente desde la cama. Era tan poco inteligente, al menos que me dijese algo que no sabía.
- Pues dime qué tengo que hacer y listo –le espeté de golpe. Siempre trataba de retenerme el mayor tiempo posible para humillarme más.
- Oye, cuidadito con el tono sino le digo a mi madre –me dijo con una maliciosa sonrisa en la cara. Siempre me tenía bajo amenazas. A veces me sentía tan desdichada, tan infeliz.
- ¿Entonces? Sólo dime que debo hacer –le volví a preguntar pero mejorando mi tono de voz. Debía cuidar mi vocabulario, cualquier error acarrearía una cachetada o con mucha suerte sólo un insulto.
- Tengo tarea de matemáticas con ese tema de los arreglos, de química con no se qué cosa de la conmustión y de biología algo de mitosis – me dijo como si de verdad supiera de qué hablaba, ¡era tan idiota! Todavía no sabía cómo hacía para salvar sus exámenes si todas sus tareas se las hacía yo.
- Combustión –le corregí con suficiencia. Me dirigió una mirada asesina mientras se dirigía hacía mí.
- ¿Oye me estas retando? –me preguntó entrecerrando los ojos. ¿Encima lo preguntaba? Ay mejor me contenía o me ganaría un par de gritos.
- Sabes que nunca lo haría –le contesté casi en un susurro y bajando la mirada. Era tan penoso verme de esta forma, humillada, sintiéndome tan poco. Ojalá estuviera mi padre, todo sería tan diferente en ese caso.
- Así me gusta –me contestó con una leve risita de triunfo. Se dirigió a su escritorio, tomó una pila de libros y cuadernos, se acercó hacía mí y las puso en mis brazos – ahora me voy a la casa de Rosaline –me avisó, ¿a mi qué me importaba aquello? – cuando vuelva quiero toda la tarea finalizada. Adiós –me dijo pasando a mi lado y con un leve movimiento tiró lo que llevaba en brazos.
- Imbécil - murmuré mientras me agachaba a recogerlos. Admiraba mi paciencia, ¡todavía no sabía como las soportaba! Las odiaba con todas mis fuerzas, pero era la única familia que tenía. A mi madre nunca la conocí, mi padre me contó una vez que murió en mi parto, y bueno mi padre había fallecido. Por mucho que me pesen, ellas eran todo lo que tenía.
Me dirigí con esa pila de libros y cuadernos hacía mi habitación, me senté en mi escritorio y comencé a hacer su tarea. Pero por suerte eran cosas que requerían poca atención, así que mientras las hacía podía pensar en otra cosa perfectamente.
Rosaline era la mejor amiga de Hillary, era tan o más hermosa que ésta última. Ambas eran la realeza en el instituto: crueles, viles y totalmente populares. Cuando se juntaban eran explosivas, y me tenían como blanco predilecto de sus burlas. He pasado unas cuantas de las suyas.
Pero retomando el hilo de pensamientos anteriores, les cuento un poco de Bean. Era opuesto a Jacob. Rubio, ojos verdes, alto y bastante apuesto, tenía una linda sonrisa aunque no comparable con la de Jacob. Todavía no entendía porqué no había tenido siquiera una novia. Siempre respondía que era muy tímido y que nadie se enamoraría de alguien como él. ¿Que era tímido? Sí, lo era pero no por eso estaba destinado al desamor.
¿Qué decir de mí? Era "común, sin nada destacable" como me recordaba cada día Janet. De pelo castaño oscuro ondeado por la mitad de la espalda, ojos chocolates, piel muy blanca, y de estatura media. Ya ven mi vida es insufrible y apesta.
Pero contra lo que decía mi madrastra tenía un contra-argumento, sí tenía algo destacable y raro a la vez. Un precioso tatuaje en la parte baja de la espalda, parecía trivial o algo así, la cosa es que era realmente magnífico; digno de alguien importante. Por eso no entendía qué hacía con él, si yo no lo era.
Antes de morir mi padre me dijo que era muy importante para mí y que no debía mostrárselo a nadie. Algunas noches esas palabras rondaban mi mente, por descontado Jacob y Bean conocían la existencia del mismo, ambos pensaban que era espectacular, y Bean agregó que era muy sexy.
Lo más raro de todo es que no recordaba habérmelo hecho, se supone que un dolor semejante genera recuerdos, pero no los tenía. ¿Acaso había nacido con él? Sería algo que nunca sabría...
