Escribí este one-shot porque necesitaba expresar de alguna manera mi amor obsesivo por este anime que cada día me atrapa más y más. Y también, mi amor obsesivo por esta pareja (cofcofyporkougamicofcof) No sé si me gusta como quedó, pero por lo menos estoy conforme :3

Gracias por darse el tiempo de leer c:

Disclaimer: Ni Psycho-Pass ni sus personajes me pertenecen.


Estaba parada en una esquina de la habitación, sacando de quicio al enfermo con sus movimientos. Se alejaba del florero, se acercaba, una y otra vez; luego de mirarlo por todos los ángulos posibles comenzaba a manosear los pétalos de las frágiles flores y los acomodaba, al centro, a la izquierda, incansablemente.

Kougami suspiró.

—¿Qué hace, inspectora?

—¿Eh? Nada, sólo ponía las flores en agua —respondió alejándose, para consuelo de él, del florero—. Me pregunto porqué soy la única que te trae.

—Es una costumbre ya perdida. A mí siempre me ha parecido un preámbulo del funeral.

Se hubiera reído de su alma haberlo soportado. Pero con las paredes grises de la sala del hospital alzándose como un recordatorio, resultaba realmente difícil disfrutar del buen humor.

—Es que como últimamente pasas la mitad del tiempo hospitalizado, pensé en darle a la sala un toque más hogareño.

—Tiene razón, ya debería empezar a mudarme. Supongo que podríamos considerar como un buen comienzo el haber traído un par de libros.

Akane volvió a intentar reír, sin resultados. Acercó una silla a la cama de su subordinado y comenzó a repasar con la vista los títulos de los volúmenes que cubrían la mesita de noche que acompañaba fielmente a la cama.

—También nosotros —dijo Kougami, interrumpiendo la rápida lectura de la inspectora Tsunemori—. La mitad de las veces que nos detenemos a conversar es cuando estoy aquí. Quizá es mucho pedir, pero deberíamos ser más normales y hacerlo en lugares menos deprimentes, como un Café, tal vez.

Sintió la sangre invadiendo sus mejillas y se odió por ello. Levantó sus ojos con timidez para tratar de interpretar la sonrisa dulce, protectora y casi paternal que se dibujaba en el rostro del detective.

—Si… —respondió con un hilo de voz— Deberíamos.

Bajó la vista otra vez cuando notó que el rubor se intensificaba, temiendo que él pudiera adivinar sus pensamientos. Pero es que todo lo que podía pensar en ese momento era preguntarse cómo y cuándo habían comenzado a cambiar el yo por el nosotros.

Y tampoco podía parar de repetirse: "no es una cita, no es una cita, no es una cita, no lo es, ¿cierto?"