Disclaimer: Frozen no me pertenece, es propiedad de Disney.
Hola a todos, recientemente, le dije a uno de mis lectores que el momento en que encontrara un escenario moderadamente creíble en el que Anna pudiera quedarse con Kristoff escribiría un fic, pues bien, finalmente lo logré, así que aquí está mi historia, la cual desde ya les advierto, es mucho más rosa y acorde a lo generalmente suelo escribir.
SILENCIOSO
[ cap 1. Una entrada y una salida]
Se dice que cada uno es dueño de su silencio, y de todo lo que caya. Kristoff sabía mejor que nadie que aquello era verdad, pues él, al igual que muchos, tenía un secreto. El recolector de hielo jamás quiso confesárselo a Anna, pero, para el momento en que se encontró con la princesa en el puesto del errante Oken, la había visto en dos oportunidades anteriores, la primera, durante su infancia, en un episodio que escasamente recordaba y que apenas relacionaba con ella. Pero hubo una segunda vez, una mucho más reciente. ¿Por qué no había querido contárselo? El muchacho no tenía la respuesta, tal vez, porque había algo personal en aquel recuerdo, algo que le pertenecía única y exclusivamente a él, cómo si existiera una parte de Anna que le fuera desconocida incluso a ella misma, pero que estaba a disposición de un simple plebeyo cómo él.
Todo había comenzado el día de la coronación, cuando Kristoff llegó a la capital de Arrandelle vestido con sus mejores ropas y con una carreta completamente cargada de hielo. Al parecer, todo en aquella mañana era promisorio, el cielo era azul y el sol brillaba, por lo que sería el momento perfecto para vender su mercancía en el pueblo.
— Hey muchacho — lo llamó el carnicero desde su puesto mientras cortaba una y otra vez una enorme pierna con su aterrador cuchillo — si te interesa, escuché que el jefe de mayordomos del palacio necesita hielo para la coronación, al parecer no tienen suficiente, si yo fuera tu, iría al castillo, puede que te den dinero por eso que llevas ahí. Mi hija fue a sus cocinas hace un par de horas y le hicieron una gran compra de carne — dijo mientras señalaba con la cabeza hacia su carreta.
— Gracias, iré enseguida — respondió Kristoff de buen humor, quien ya había obtenido la ganancia del día, pero no se molestaría si obtenía un poco más de lo deseado.
Kristoff caminó hacía la muralla del castillo en donde lo detuvo un soldado con cara de pocos amigos.
— ¿Hacía donde cree que va? — preguntó el guardia — a menos que sea un invitado, no puede entrar, y por lo que veo — dijo detallándolo cuidadosamente— y es obvio que usted no es un invitado.
— No, no lo soy— respondió secamente Kristoff — vengo a vender hielo, si es que están interesados— dijo. En ese momento, una de las mucamas de mediana edad que pasaba por el lugar, se acercó a él y al guardia.
— Oh gracias al cielo— dijo la mujer en voz alta — el hielo que compramos no ha sido suficiente. Sí, sí estamos interesados — dijo la mujer.
— Como sea — murmuró el guardia bruscamente — pero tendrá que entrar por la puerta de atrás, con la demás servidumbre— concluyó el guardia.
— "Con la servidumbre" — lo imitó en tono de burla la mujer— que grosero eres. Te crees la gran cosa solo porque estas a cargo de la entrada, que no se te olvide, tú, al igual que nosotros, también eres "servidumbre", así que no intentes pretender que eres "de mejor nivel"¿verdad niño? — le preguntó la mujer dirigiéndose a Kristoff.
— Usted lo ha dicho señora— contestó Kristoff con una enorme sonrisa.
— Estoy perdiendo la paciencia, ya entra de una vez — dijo el guardia de mala manera mientras dejaba pasar a Kristoff con su carreta. En ese momento, el sonido de las campanas alertó al muchacho y a la mucama.
— Oh por dios, tenemos que darnos prisa, la coronación se halla cerca de comenzar, pronto abrirán las puertas — dijo la mujer preocupada, tras lo que Kristoff y Sven aligeraron el paso hacía las cocinas del palacio.
Finalmente, cuando el muchacho obtuvo el permiso del mayordomo en jefe, Kristoff pudo vender su hielo, e incluso logró que le pagaran casi el doble de lo que valía regularmente.
— Que ladrón… — murmuró una cocinera grande y anciana, una vez el mayordomo le entrego el dinero.
— Señora, así son los negocios. Este es un producto de invierno cuya oferta y demanda son un grave problema — respondió Kristoff, por lo que la anciana cocinera le dedicó una sonrisa.
— Oferta y demanda… eres un sinvergüenza — dijo mientras dejaba salir una suave risa — toma una galleta — dijo mientras alargaba su mano entregándole un par de galletas recién salidas del horno.
En ese momento, el sonido de vítores y aplausos llamó la atención de Kristoff.
— Oh no— murmuró la cocinera. — la coronación terminó, no puedes salir chico, debes permanecer aquí mientras ella sale de la abadía, cruza la plaza, y entra nuevamente al palacio, tan solo será media hora cuando mucho — comentó la mujer mientras le ponía una taza de té frente a él.
— Gracias— respondió Kristoff — no hay problema, esperaré— agregó.
El muchacho miró la hora en el viejo reloj del abuelo que colgaba en la pared de la cocina. Rápidamente, el muchacho encontró una mejor forma de pasar el tiempo, hablando con la vieja cocinera del palacio, quien parecía amigable y estaba ansiosa de entablar una buena conversación.
— Y bien… — empezó Kristoff curioso — ¿cómo es trabajar para la reina?
— Es bastante bueno, muchacho. Comida todo el año a tu disposición, vestido, y un techo caliente sobre tu cabeza, sin contar con el buen salario y pocas personas a las que atender— contestó la mujer.
— ¿Solo sirven a las princesas? — preguntó Kristoff aún más curioso.
— De vez en cuando nos visitan un par de nobles rurales y los ministros, pero generalmente, solo atendemos a las princesas — respondió mientras se concentraba en amasar uno de los tantos platos que se servirían aquella noche.
—Y las princesas ¿Cómo son? — preguntó un poco más ansioso de lo que había intentado escucharse.
— Son buenas personas. La reina es algo extraña, si sabes a lo que me refiero — dijo haciendo una señal con el dedo haciéndole entender que estaba loca — todos dicen que será una gran reina.
— Y la princesita… oh… no sé cómo explicarlo, tan solo te diré que le hace falta ver el mundo por fuera de este castillo— concluyó la mujer.
— Es ingenua— afirmó Kristoff
— Mucho — respondió la mujer.
— ¿Es buena persona? — volvió a preguntar Kristoff.
— Mucho — contestó nuevamente la mujer, esta vez, con una brillante sonrisa en sus labios.
— Mala, muy mala combinación — opinó Kristoff.
— Ya lo sé, a veces pienso que la reina cree que la mejor manera de proteger a su hermana es mantenerla aislada del mundo, y separarse ella misma de la niña, pero yo soy madre, tengo un par de muchachos, y te lo digo, lo único que logras al hacer eso es hacerlos más vulnerables — dijo mientras movía se lado a lado la espátula tirando la mezcla de las galletas de un lado a otro.
— ¿Nunca se lo has dicho? — preguntó Kristoff curioso.
— Oh muchacho… es imposible que yo pueda hablar con la reina — dijo la mujer mientras negaba suavemente con la cabeza.
— Tiene razón — reconoció el recolector de hielo. — bien, creo que ha llegado la hora de irme — dijo Kristoff en tanto se levantaba de su asiento — gracias por el té — agradeció a lo que ella respondió con un simple asentimiento.
Kristoff caminó por los pasillos del palacio antes de darse cuenta de que se había perdido en ese interminable laberinto de corredores que no parecían conducir hacía ninguna parte. De repente, al dar un afortunado giro hacia la derecha, el recolector de hielo se encontró con la salida, sin embargo, también se llevó una sorpresa desagradable, que lo hizo dar un paso hacia atrás y esconderse tras una esquina.
Se trataba de la mismísima reina Elsa que cruzaba la puerta, como parte de su desfile por la plaza. Kristoff no pudo observarla por mucho tiempo, ya que ella tan solo pasó con su altiva mirada hacía el frente, seguida por una chica muy joven que debía ser su hermana, la segunda princesa de Arandelle, cuyo nombre no recordaba claramente en ese momento.
— Elsa —la llamó la menor, por lo que la reina detuvo su marcha, pero no se volteo — Yo quería… este… felicidades en el día de tu coronación, sé que serás una gran…
— Gracias— la interrumpió tajantemente Elsa, quien después continuó la marcha sin siquiera dedicarle una mirada a su hermana menor.
Kristoff vio claramente como los hombros de la chica descendieron y su rostro se tornó ligeramente pálido. A decir verdad, aquella escena no hablaba muy bien de la reina, todo lo contrario, Elsa parecía encajar en la imagen snob y petulante que siempre había tenido de los aristócratas cómo ella. Nuevamente, el chico se centró en la figura de la princesa, esperando que se moviera de la entrada para que él pudiera salir, sin embargo, ella tan solo permaneció inmóvil, cómo si no supiera hacía donde ir ni qué hacer, y por un momento, al recolector de hielo pensó que la pobre princesa parecía estar a punto de romperse en mil pedazos como una de las tantas figuras de cristal que decoraban el palacio.
De repente, la chica se volteó, y miró detenidamente la salida. ¿Estaría pensando en escapar? Se preguntó Kristoff, quien tuvo un ligero ataque de pánico, ya que sabía que sí ese era el caso debía detenerla, pues podrían acusarlo de traición, o algo parecido, por haberla dejado huir. Puede que en teoría la muchacha no fuere una reclusa, pero era un hecho abiertamente conocido que una mujer nacida en la clase alta no podía simplemente dejar la casa de sus padres permanentemente ( o en este caso la de su guardiana) a menos que estuviera casada, peor aún, cuando era una de las dos princesas. Además, si está loca chica decidía hacer algo como esto, no lo tendría fácil, sería aprendida rápidamente y traída de vuelta junto a su hermana, quien, por lo que había visto, no sería nada piadosa con ella.
Justo cuando la princesa se preparó para dar un paso adelante en dirección a la salida, Kristoff también se alistó para detenerla. Pero, antes de que cualquiera de los dos moviera un músculo, una figura masculina entró por la puerta y la sostuvo por los hombros.
— Princesa — llamó el sujeto, quien también parecía ser un aristócrata, a considerar por su impecable uniforme y finas botas de cuero, que dejaban claro que no solo era miembro de la nobleza, sino que además debería ser un oficial de alto rango de un ejército extranjero — pensé que el gran salón se encontraba en dirección contraria a la que usted se dirige — dijo galantemente el hombre mientras que la tomaba con delicadeza por el codo y la conducía hacía el castillo.
— Príncipe Hans… — murmuró la chica con la voz entrecortada — por favor disculpe, nos encontraremos durante el baile, por ahora tengo que… tengo algo importante que hacer — se disculpó la princesa mientras se libraba suavemente de su agarre y emprendía camino hacia la dirección en la que se hallaba Kristoff, por lo que este se escondió al otro lado de la esquina, esperando que ella no lo viera.
— Uff… lo siento mucho, lo lamento— murmuró la princesa, quien había chocado contra él.
— No hay problema — respondió rápidamente Kristoff, pero antes de que hubiera podido terminar su frase, ella ya había desaparecido por el pasillo.
El recolector de hielo se quedó paralizado por un momento mientras observaba a la princesa avanzar por el largo pasillo. Se notaba que ella no lo había mirado, ni siquiera pareció prestarle mucha atención al joven aristócrata, quien, a juzgar por sus movimientos y galantería, obviamente, tenía la intención de cortejarla, pero, estaba claro que lo único que quería aquella chica era dejar el lugar lo más rápido posible.
Kristoff no quiso dedicarle demasiado tiempo a pensar en la princesa , la verdad era que toda la escena lo confundía, no podía dejar de sentir lástima por la hermana menor, al parecer, la cocinera estaba en lo cierto, ella parecía demasiado sensible para el difícil mundo de la corte. No obstante, esa niña no sabía lo afortunada que era, tenía un techo sobre su cabeza y un plato de comida caliente encima de su mesa todas las noches, sin tener que trabajar 19 o 18 horas al día para ganarlo cómo lo hacían la mayoría de personas a las que él conocía, incluyéndolo a él, por su puesto.
Lejos estaba de imaginarse que se la encontraría un par de horas más tarde, y que cuando lo hiciera no la reconocería….
…
Habían pasado cerca de ocho meses desde el famoso deshielo, y la mayoría de los recolectores de hielo volvían de las montañas a descansar durante una temporada con sus familias, ya que aquella estación no era la más indicada para trabajar en el negocio.
Normalmente, Kristoff no hubiera sentido ningún deseo de volver a la capital del reino, después de todo, no tenía a nadie que lo esperase allí, y la ciudad era mucho más costosa que aquellas villas rurales en medio de la nada, las cuales ofrecían un plato de sopa y una habitación por la mitad de precio. Sin embargo, este año, las cosas eran diferentes, había una persona a la que sí quería ver.
Kristoff caminó cansadamente hacía las adustas murallas medievales que rodeaban la parte externa de la ciudad, en donde tuvo que pasar todos los controles de rigor para poder entrar. A decir verdad, en medio del frio invernal y del cansancio por horas de caminata, él no se hallaba de humor para soportar las preguntas de los guardias, y de haber sido el mismo hombre de meses antes, probablemente habría preferido marcharse antes que soportar aquella tortura, pero ya nada era igual, nunca lo sería, mucho menos después de haberla conocido a ella.
Anna había llegado a su vida y la había puesto de cabeza sin ningún permiso, y por más que él quisiera regresar a su rutina, sabía que no podía hacerlo, un hilo transparente e irrompible lo unía a esta mujer.
— Papeles de viaje — le pidió un osco soldado en la entrada, por lo que Kristoff sacó de su maleta el arrugado papel, acompañado con el certificado que Elsa le había dado, en donde estaba el título honorario que recibió de la reina.
— Oh… Señor, veo que es funcionario de la corona, por favor disculpe los inconvenientes, pase, pase— le dijo el guardia indicándole que debía evadir la larga línea y seguir directamente a la parte interna de la muralla.
— Gracias, y buenos días — respondió Kristoff sin emoción en su voz. A decir verdad, el muchacho no sabía cómo sentirse respecto a este trato tan formal, ya que él no se consideraba un "señor", tan solo era "Kristoff", un don nadie que sólo quería reunir lo suficiente para tener una comida decente y un techo sobre su cabeza, y una parte de él despreciaba el cambio de aquellos que en otra época lo hubieran tratado como un poco más que basura.
Precisamente, la anterior, era la razón por la que Kristoff tuviera que volver a aquella ciudad después de haber permanecido casi dos meses y medio fuera de ella. Desde el deshielo, Kristoff vivió en el castillo cómo un invitado personal de la reina y de la princesa, para ser honesto, despreció la experiencia, ya que él no se adaptó a vivir en aquella gigantesca caja de concreto que Anna llamaba hogar, todo en aquel lugar estaba diseñado para que sus habitantes se apartaran completamente del mundo real, era cómo una pequeña tierra de fantasía, un oasis en medio de la realidad.
Allí dentro, sus escasos habitantes no tenían la menor idea de cómo vivían sus súbditos, de los retos a los que se enfrentaban día tras día, y para Kristoff aquello era demasiado. A menudo, las personas admiraban y ansiaban entrar a este mundo, pero el muchacho no podía contarse entre estos sujetos, probablemente, era por su desprecio innato a las reglas estrictas o ese sentimiento de no estar a la altura, lo que había llevado a escapar cómo lo hizo.
De repente, el rostro de Anna saltó a su mente, y la confusión se apoderó de él, no sabía cómo reaccionaría la chica al verlo nuevamente. Las verdaderas circunstancias en las que Kristoff salió de Arandelle eran mucho más vergonzosas de lo que a él le hubiera gustado admitir. Dos meses y medio antes, cuando aún se encontraban a finales del verano, el montañés le dijo a Anna que iría a recolectar hielo por un corto fin de semana, después de todo, a pesar de su nueva y cómoda posición, él se resistía a ser tan solo el "inadecuado" novio de la princesa, pues, seguía siendo un hombre trabajador.
Por supuesto, Anna acepto, después de todo, sólo se trataba de un fin de semana, tan solo eso. Él día en el que Kristoff dejó Arandelle, la chica salió a despedirlo a las cuatro de la mañana a los cobertizos del castillo, en donde compartieron un beso que fue capaz de calentar el corazón de aquel hombre de la montaña que se resistía a abrirse a cualquier persona. Kristoff casi pudo sentir nuevamente su tacto sobre la dulce piel de la chica y el cadencioso ritmo de sus labios bailar en medio de la oscuridad de aquella madrugada.
El recolector sonrió al recordar la sensualidad de aquel momento, no podía dejar de preguntarse qué habría sentido Anna ante esto, ya que aquel beso estuvo muy lejos de los castos cuentos románticos medievales acerca de un príncipe y una princesa. El problema, es que él no era un príncipe, tan solo era un plebeyo trabajador de carne y hueso, con sangre en las venas, y sus besos se resistían aquella imagen casi idílica que ella se hallaba esperando. Por su puesto; Kristoff sabía que tras su traición tendría que conformarse con el recuerdo, ya que no tendría uno de verdad en mucho tiempo.
Nuevamente, el recolector de hielo se encontró en la puerta del castillo, en donde un guardia lo miró de reojo y le dedicó una desagradable sonrisa.
—Le informaré a la princesa acerca de su llegada — dijo el hombre, haciéndolo entender que todo dependía de si ella se hallaba dispuesta a recibirlo o no.
— Bien— se limitó a responder Kristoff quien no se hallaba dispuesto a darle la satisfacción a ese guardia de verlo molesto.
Tras unos diez minutos, que a Kristoff le parecieron eternos, apareció Anna por la puerta, y para su sorpresa, ella se veía tan sonriente y hermosa cómo el día en el que la había dejado.
— ¡Kristoff— exclamó Anna — bienvenido. Ven, entra, has de estar helado, y cansado, supongo que has tenido un largo viaje debes comer algo — dijo la chica con una amable sonrisa y sin la menor señal de enojo.
— Hola, Anna yo…
— Ven, ven, hablaremos adentro, aquí hace un frio mortal — comentó la chica mientras tomaba su mano y lo conducía hacía el recibidor.
— Daniele— dijo Anna refiriéndose a una mucama muy joven, de 14 o 15 años, quien se veía entre encantada y estupefacta porque Anna se dirigiera a ella, y además, supiera su nombre.
— S- su alteza— respondió la chica mientras hacía una ligera reverencia.
— Por favor, llévales algo caliente a los guardias de la entrada, deben estar muertos de frio, y cuando estés en la cocina, dile a la señora Malthus que tenemos un invitado, que envié sopa y comida para él— indicó Anna amablemente.
— Si su alteza— dijo la chica antes de partir.
— Veo que no has cambiado, sigues siendo la misma persona dulce — comentó Kristoff, por lo que ella rio muy suavemente, pero no contestó.
— Anna yo… — volvió a empezar Kristoff.
— ¿Cómo estuvo tu viaje?, ¿Fue agradable?, ¿Viste muchas cosas nuevas?— preguntó alegremente Anna, tan rápido, que Kristoff casi que no atina a responderle.
— Pues… recogí mucho hielo y reuní bastante dinero, me preguntaba si quisieras salir conmigo, tal vez podríamos darle un buen uso— respondió Kristoff emocionado en tanto tomaba la mano de Anna.
— No tienes que hacer eso, tú ganaste tu dinero con mucho esfuerzo, debió ser realmente difícil reunirlo, yo tengo todo lo que deseo, no necesito nada más — afirmó Anna en un tono amable que estaba comenzando a ponerle los pelos de punta a Kristoff. A decir verdad, él había esperado llanto y reproches, pero esto lo asustaba.
— Si… pero a mí me gustaría compartirlo contigo— rebatió Kristoff quien estaba completamente decidido a obtener una reacción de su parte.
— No es necesario— respondió Anna en un tono algo más firme de lo que el chico nunca la hubiese escuchado utilizar.
— Anna yo… — volvió a empezar Kristoff
— Espérame aquí, iré a informarle a Elsa que llegaste, se alegrará de saberlo— dijo Anna a toda velocidad, con su linda y amable sonrisa, la cual, en aquel momento, lo aterraba más que cualquier grito o llanto.
Rápidamente, la mucama joven puso una fuente de sopa en el centro de la mesa, así como cubiertos y puestos para dos personas.
— ¿Alguien más va a comer? — preguntó Kristoff sorprendido.
— No señor, solo la princesa y usted— respondió la chica.
— Por favor, no me digas señor— dijo Kristoff — no soy un "señor" solo soy un recolector de hielo— se quejó, mientras recordaba nuevamente las razones por las que había dejado Arandelle dos meses atrás.
— Lo siento se… lo siento— murmuró la chica mientras terminaba de poner la mesa.
— No entiendo, ya es tarde, pensé que Anna ya había almorzado — comentó Kristoff, por lo que la chica le dedicó una leve mirada nerviosa.
— No señor, ella no ha almorzado, a decir verdad, el jefe de mayordomos fue quien solicitó que le sirviéramos la comida para que tome el almuerzo con usted — dijo la chica haciéndole entender que contaban con su ayuda, para que de alguna manera, obligara a Anna a comer con él.
— ¿Y la reina? ¿Qué opina ella acerca de esto? — preguntó Kristoff, por lo que la chica se mordió el labio.
— La reina no se encuentra disponible— respondió la niña.
— ¿Qué? ¿Por qué? — preguntó Kristoff alarmado.
—Oh señor…. Por favor, si se lo digo, no se lo cuente a la princesa, se supone que lo debemos mantener en secreto— empezó la chica nerviosa.
— Por su puesto, lo prometo — respondió Kristoff sin pensarlo dos veces.
— La reina tuvo un desliz hace un mes, al parecer ella y la princesa tuvieron una discusión, y accidentalmente la reina hizo que su hermana se resbalara en el suelo. La princesa duró inconsciente un par de horas. Desde entonces, su majestad no quiere dejar su habitación— dijo la chica tristemente, cómo alguien que lleva conteniéndose mucho tiempo.
— Y la princesa no ha estado mejor, ella pasó la primera semana durmiendo frente a la puerta de la reina , ella le rogó que saliera, pero, de un momento a otro, dejó de hacerlo, ya ni si quiera se acerca a su habitación — dijo la niña.
— ¿Y el clima? ¿El invierno ha empeorado? — preguntó Kristoff.
— No señor, creo que la reina tiene controlada esa parte, pero aún así, tiene miedo de salir. Pero eso no es todo— continuó la chica.
— ¿No? — preguntó Kristoff alarmado.
— La princesa, ella está muy extraña, no parece ella misma, ella…— en ese momento el rechinar de la puerta los alarmó por lo que la niña se cayó y se enfocó en servirle la sopa.
— Ya informé a Elsa que estás de vuelta, pero no creo que ella nos acompañe— afirmó la chica mientras se sentaba en la silla junto a Kristoff.
— ¿Y esto? — preguntó al ver su propio plato.
— Su alteza, es su comida, usted no tomó el almuerzo y el mayordomo pensó que querría hacerlo ahora que tiene compañía — dijo con una ligera sonrisa.
— Bien, qué más da— respondió Anna mientras tomaba la servilleta y la ponía sobre su regazo. Después, la chica cogió la cuchara y bebió un sorbo de sopa.
— Está buena, ¿la hiciste tú Daniele? — Preguntó alegremente Anna, con su tono habitual — Sí su alteza, mamá me enseñó a hacerla, además, sé que a usted le gustan las zanahorias así que pensé que le agradaría — respondió la niña muy emocionada .
— Cocinas muy bien, eres muy atenta y amable. Pero, si deseas tener éxito en el palacio, sería muy bueno que aprendieras a ser más discreta, esa es una cualidad que valoramos mucho aquí. A mi no me gustan las chismosas— dijo Anna suavemente.
Kristoff soltó su cuchara por la impresión, causando un gran estruendo al chocar con la porcelana del plato, pues nunca, ni en mil años, se imaginó que escucharía aquellas palabras salir de la boca de Anna, a decir verdad, por un breve instante, el recolector de hielo se resistió a creer que esta persona a su derecha fuera la misma joven que meses antes hubiese cruzado las montañas con él en busca de su hermana, simplemente, había algo que no encajaba en toda aquella imagen.
— S-si s-su a-alteza — respondió la niña con la voz quebrada — l-lo lame-lamento mucho, no volverá a pasar— se disculpó antes de salir lo más rápido que pudo.
— Anna eso no era necesario, tan solo es una niña — dijo Kristoff mientras negaba con la cabeza.
— Supongo que ya estás al tanto de lo que sucede aquí— empezó nuevamente Anna ignorando su último comentario.
— Sí. Y quería decirte que sí necesitas mi ayuda o mi compañía yo…
— No es necesario, yo puedo valerme por mi misma. Elsa controla todos los asuntos de gobierno desde su habitación, y aunque yo no crea que sea una buena idea gobernar de esta forma, el país está bien, yo estoy bien, el castillo está muy bien, y todo es genial— dijo Anna en su tono de siempre, por lo que Kristoff tan solo pudo contener el aliento horrorizado.
— Por favor, deja de decir que todo es genial, porque es obvio que no lo es, sé que tan solo nos conocemos desde hace ocho meses, pero yo…— empezó Kristoff algo molesto.
— Cinco — lo interrumpió Anna — nos conocemos desde hace cinco meses, tu estuviste fuera tres meses, durante ese tiempo no tuvimos contacto alguno — balbuceó Anna mientras se metía todo un panecillo a la boca de un solo mordisco.
— Anna por favor perdóname — dijo Kristoff en tanto alargaba su mano para tomar la que la princesa tenía sobre la mesa, pero ella la movió antes de que él pudiera tocarla.
— Kristoff— empezó Anna aterradoramente sonriente — no hay nada que perdonar, pero creo que tenías razón — agregó.
— ¿E-en qué?— tartamudeó el muchacho nervioso.
— No es muy buena idea comprometerse con alguien a quien acabo de conocer, y probablemente, tu y yo fuimos demasiado…. rápido— dijo Anna en su habitual tono— Definitivamente, tú tenías razón, hay que tomarse más tiempo, y probablemente tu y yo necesitamos mucho, mucho, mucho más tiempo — dijo la princesa de una manera tan serena, que bien parecía que no estuviera terminado con él. Mientras que Kristoff sentía nauseas, sabía que esto podía pasar, pero nunca se imaginó que doliera tanto.
— Así que no te preocupes, sí llegas a necesitar un trineo nuevamente, yo te ayudaré. Verte cruzar el fiordo por mí de aquella manera fue conmovedor, y aún estoy en deuda contigo por eso, por lo que no dudes en acudir a mi si vuelves a necesitar otra cosa, no quiero deberle nada a nadie — concluyó la chica. En ese momento, toda la tristeza de Kristoff se trasformó en indignación.
— ¿Estás insinuando que yo sólo te quiero, porque puedo obtener cosas de ti? — preguntó Kristoff molesto— Eso no es cierto Anna, yo, yo realmente… tú me gustas mucho, eres la persona más especial que he conocido, sé que lo que hice estuvo mal, y parecería que te rechacé, pero yo jamás te rechazaría… — suspiró Kristoff mientras tomaba su mano suavemente. Esta vez, ella no la retiró, en cambio, Anna se quedó atónita, y lo miró de frente con los ojos abiertos de par en par, por lo que el recolector creyó que finalmente había hecho algo bien.
— "Yo jamás te rechazaría" — lo imitó Anna en un tono muy extraño, que Kristoff no alcanzó a comprender. De repente, ella comenzó a reír, pero esta risa le heló la sangre al muchacho, ya que no parecía feliz en lo absoluto.
— "Yo jamás te rechazaría" — repitió— ¡Vaya! Eres el segundo hombre que me dice eso. ¿Es que acaso ustedes los hombres se ponen de acuerdo para repetir de memoria las mismas frases? — preguntó Anna de una manera que a Kristoff le pareció completamente sarcástica.
— Y-Yo n-no… no, por favor Anna, realmente no quise ofenderte, por favor perdóname — trató de disculparse Kristoff, pero cuando terminó de decir aquellas palabras ella ya se había librado de su agarre y se encontraba frente a la puerta, dándole la espalda al recolector de hielo.
— Por favor, en cuanto termines de comer, puedes tomar todo aquello que necesites, después, te agradecería que me dejarás en paz — concluyó Anna, quien por primera vez en aquella tarde mostró algún signo de enojo, y salió del comedor cerrando con un fuerte golpe.
Kristoff se quedó solo en aquel elegante comedor, ese lugar le producía claustrofobia, parecía un enorme anaquel de cosas finas, en el que estaría cometiendo algún tipo de "pecado" si tocaba algo con sus manos de plebeyo. De repente, el recolector de hielo se acordó que Anna también comía ahí, debía ser completamente desolador almorzar a solas en aquella gigantesca mesa. Esta vez, los ojos del muchacho se enfocaron en el plato de a su derecha, pues ella apenas había tocado su sopa.
— Kristoff — lo llamó una voz desde la puerta.
— Su majestad — respondió el muchacho en tanto se paraba y hacía una leve reverencia ante la reina Elsa.
— Anna pasó por mi habitación, me dijo que llegaste hace un par de minutos, quería verlo por mí misma— comentó la mujer, quien al igual que su hermana, parecía estar conteniendo un complejo y convulso mundo interior debajo de su apariencia apacible.
— Sí señora, volví por Anna, quería hablar con ella — se explicó Kristoff.
— Y ella, ¿Quiso hablar contigo? — preguntó Elsa evidentemente curiosa.
— Bien… algo así, fue muy extraño, me invitó a almorzar, y me dijo que cuando terminara me fuera. En realidad creo que me echó de aquí — comentó Kristoff nervioso.
— Siéntate— le indicó Elsa mientras que ella también tomaba asiento en la silla que había ocupado su hermana minutos antes.
— No es de extrañarse que te haya echado — comenzó Elsa en tono de reproche — después de lo que hiciste, ¿Cómo te atreviste a irte de semejante manera? Le causaste mucho sufrimiento — preguntó la reina quien ahora sí se veía molesta
— Su majestad, usted sabe bien porque me fui — dijo Kristoff parcamente.
— Te dije que no iba a ser fácil tener una relación con Anna, te dije que la sociedad y los miembros de la corte lo reprobarían, y tú me contestaste que serías fuerte, que podías soportarlo, y que no le romperías el corazón, y yo te creí — se quejó Elsa, mientras golpeaba la mesa con ambas manos. A lo que Kristoff no supo que contestar, por lo que un incómodo silencio se impuso entre los dos.
— Pensé que no regresarías — dijo nuevamente Elsa.
— Claro que no, yo jamás habría dejado Arandelle permanentemente— intervino el muchacho.
— Eso es lo que tú dices, pero, a mi me dio la impresión contraria. Dentro de un mes es el baile de invierno, yo traté de convencer a Anna y le dije que debía comenzar a buscar otros prospectos en él, por supuesto, ella se negó. Por tu culpa, tuvimos una discusión horrible, jamás habíamos peleado así— le comentó Elsa muy molesta.
— ¡Su majestad! ¿Cómo pudo hacerme eso? Pensé que estaba de mi parte— dijo Kristoff indignado.
— Estoy de tu lado, pero debes entender que Anna es una princesa, ya era lo suficientemente "controversial", por no decir escandaloso, que dejara que tú la cortejaras, y como pensé que te habías olvidado de ella, la animé para que buscara a alguien más.
— Alguien de su propia clase, supongo — murmuró irónicamente Kristoff, por lo que Elsa lo fulminó con la mirada.
— Sí, sí quieres decirlo así — respondió Elsa casi arrogantemente— tú no tienes idea de las obligaciones que tiene Anna, al ser una princesa.
— Cómo ser una maquina de producir herederos al trono, por ejemplo — replicó Kristoff con el mayor descaro.
— Podría mandarte a los calabozos por contestarme así, pero desgraciadamente, tienes razón— reconoció Elsa.
— ¿Y esta comida? — preguntó Elsa al ver el plato frente a ella.
— Es de Anna, o mejor, era de ella — respondió Kristoff, quien se acababa de dar cuenta de que en realidad Elsa no tenía la menor idea de lo que sucedía con su hermana.
— ¿Qué? Pero si ya son cerca de las cinco, es muy tarde para almorzar, y ciertamente, muy temprano para cenar— comentó Elsa contrariada.
— Al parecer Anna no había almorzado, y el jefe de mayordomos pensó que si me encontraba con ella, no tendría más opción que comer — dijo Kristoff— realmente, ¿desde hace cuanto que no habla con su hermana?
— ¡Cómo te atreves! — exclamó Elsa indignada, pero el recolector de hielo no bajó su mirada ni se arrepintió, por lo que a la reina no le quedó más opción que reconocer la verdad.
— Desde que discutimos, por tu culpa, no hemos hablado, es más, ahora que lo dices, es la primera vez que ella toca a mi puerta en casi dos o tres semanas — murmuró Elsa contrariada.
— Una mucama me dijo que ella se ha portado muy diferente, y yo lo vi con mis propios ojos, Anna parece poseída por otra persona— comentó Kristoff.
— ¿Qué? — preguntó la reina.
— Eso no es todo, debiste ver cómo trató a una de las empleadas, simplemente no parecía ella misma— comentó el recolector de hielo.
— ¿Fue grosera? — Preguntó Elsa molesta — porque de ser así, hablaré con ella.
— En teoría, no, pero fue muy fría, jamás pensé verla así. Y por supuesto, después me echo y me dijo que sí quería algo más, que no dudara en pedírselo, pues se sentía en deuda conmigo, y no deseaba deberme nada. Así, que si yo no necesitaba nada más, debía irme y dejarla en paz— le contó Kristoff a la reina
— ¿Ella te dijo eso? — preguntó Elsa extrañada — pensé que lloraría o que te diría que estaba preocupada por ti, nunca imaginé que ella pensaría que tu también la estabas utilizando.
— ¿También? — la interrogó el muchacho.
— Hans— respondió Elsa sencillamente, pero Kristoff no necesitó mayor explicación.
— Pues no, ella solo me dio a entender que lo pensaba, y quería que desapareciera — dijo Kristoff completamente desanimado.
— Y tu ¿Qué piensas? — preguntó Elsa quien ya no se veía furiosa, más bien curiosa.
— Yo sólo quiero que me perdone, sé que lo arruiné todo, pero yo estoy dispuesto a esperar sí es necesario, por favor, su majestad, hable con ella — dijo Kristoff sintiéndose desesperado.
—Oh Kristoff… — suspiró Elsa — tu no conoces a Anna, ella tiene una maravillosa capacidad para perdonar, sí ella hubiera sido otra persona, estaría completamente resentida conmigo, aunque lo único que he querido siempre es protegerla — lo animó la chica.
— No lo sé… ella se veía muy extraña — dudó el muchacho mientras se frotaba las sienes.
— No, ya verás, yo la conozco muy bien, ella te perdonará, y en una semana o dos volverá a ser la de siempre— comentó Elsa casi alegremente.
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Elsa dejó el comedor, y con él, a Kristoff, a quien le indicó que debía permanecer en el palacio. A decir verdad, Elsa sabía que no debía encariñarse tanto con el recolector de hielo, como lo había hecho, ya que se suponía que él no era "conveniente" para los intereses del reino, pero no podía dejar de sentir que él era una buena influencia para su hermana menor. Lo que más quería Elsa era hacerla feliz, y nunca la había visto tan contenta como los meses en los que estuvo junto a Kristoff.
— Anna — llamó Elsa mientras tocaba la puerta de su hermana.
— Pase— respondió Anna apaciblemente. Elsa abrió la puerta y se encontró a la princesa dibujando en su escritorio.
— ¿Qué haces? — preguntó Elsa nerviosa, tratando de entablar una conversación con ella, tras casi un mes de no haberle dirigido la palabra.
— Un pájaro, lo vi en la ventana y me pareció buena idea dibujarlo— contestó Anna sin soltar su carboncillo, ni levantar la mirada del papel.
— Anna — la llamó Elsa algo frustrada porque no había logrado obtener la atención de su hermana.
— ¿Si? — preguntó Anna, quien aún no despegaba sus ojos del papel.
— Mírame, por favor— le pidió Elsa por lo que Anna soltó el carboncillo y volteó hacia ella. En ese momento, la reina entendió porque Kristoff le dijo que la princesa se comportaba diferente, pues había algo que estaba fuera de lugar.
— ¿Qué te sucede? — preguntó Elsa acercándose lentamente y tomándole la barbilla.
— Nada — respondió Anna casualmente.
— No es cierto, lamento mucho lo que pasó las semanas pasadas. Me es muy difícil adaptarme, he vivido recluida toda mi vida y a veces sigo sintiendo miedo — se disculpó Elsa, mientras se frotaba las manos con nerviosismo.
— Lo sé… — murmuró Anna, quien por primera vez en aquella conversación, pareció prestarle atención, o tomarla en serio de alguna manera— yo te entiendo más de lo qué te imaginas. Desde que me enteré de que tienes tus poderes no he podido dejar de pensar, ni de imaginar cómo ha debido ser tu vida, sin poder gritar o dejar salir cualquier emoción, y cada vez que lo hago, te quiero más y más — afirmó la menor suavemente. Elsa tomo una silla y se sentó junto al escritorio de Anna.
— También ha debido ser difícil para ti, ¿no es verdad? — Preguntó mientras acariciaba suavemente la cabeza de su hermana — debiste haberte sentido muy sola. Yo jamás te di una verdadera explicación, tan solo me alejé.
— Supuse que lo hacías porque yo no era la heredera al trono y tu sí, supuse que no era lo suficientemente buena para ti — explicó Anna, por lo que Elsa tomó la mano de su hermana menor y la acercó a su pecho.
— Por supuesto que no, nunca pensaría algo cómo eso, yo solo quería protegerte, es lo único que siempre he querido — le explico Elsa, a lo que Anna respondió con una suave sonrisa.
— Anna — comenzó nuevamente Elsa mientras se recomponía en su elegante posición con las manos entrecruzadas sobre su regazo — hace un par de minutos hablé con Kristoff, él me contó todo lo que pasó— prosiguió la reina, pero al escuchar aquellas palabras, Anna reasumió esa extraña actitud con la que se había encontrado en el momento en que entró a la habitación, por lo que la princesa tomó nuevamente el carboncillo y dirigió su atención a su dibujo.
— ¿Ya terminó de comer? — preguntó Anna amablemente.
— Sí, y le indiqué que debía permanecer en el castillo hasta que yo le ordenara lo contrario — confesó Elsa al tiempo que vio cómo sutilmente Anna perdió el control de su carboncillo por un par de segundos, pero, la princesa tan solo permaneció en silencio, se notaba que estaba furiosa por la decisión de la reina.
— ¿Qué opinas? — preguntó Elsa al ver que Anna parecía un tempano de hielo al que las palabras golpeaban sin producir el menor efecto.
— Pensé que no querías que siguiera con él — comentó Anna casualmente.
— Eso no es verdad. Tan solo pensé que él no regresaría, pero me equivoque— dijo la reina sonriendo nerviosamente — ¿lo ves? Yo estaba mal, y tú estabas en lo correcto— añadió Elsa, quien trataba de animar a su hermana y lograr que esta por lo menos se dignara a verla a los ojos.
— No, yo estaba equivocada, siempre lo estuve — contestó Anna. En ese momento, la reina se quedó sin palabras, por lo que por un breve lapso de tiempo el silencio reinó entre las dos hermanas, tan solo interrumpido por el siseo del carboncillo de Anna sobre el papel.
— Él se veía muy arrepentido — comentó Elsa — Kristoff dijo que no se volverá a ir de aquella manera — agregó, pero la reina se asustó al escuchar una suave e irónica risa salir de los labios de su hermana.
— La gente dice no hará muchas cosas, y resulta ser cierto, hasta que, de un momento a otro, sencillamente lo hacen. Kristoff es igual a todos, ahora te dijo aquello, pero, probablemente, en un par de meses se volverá a ir. Personalmente, yo no tengo la intención de perder tiempo con él— afirmó Anna molesta.
— Anna… — suspiró Elsa descorazonada, pero la princesa no le prestó atención, tan sólo, se puso de pié y comenzó a buscar entre los papeles de su anaquel un cuadernillo de dibujo.
— Voy a estar afuera, vuelvo dentro de una o dos horas — dijo Anna.
— ¡Espera! — la llamó Elsa mientras se paraba de su asiento — dime la verdad, ¿es que acaso encontraste a otra persona? ¿Conociste a alguien en este último mes? — preguntó la reina llena de curiosidad.
— No, ¿cómo habría de hacerlo? Las puertas del castillo han permanecido cerradas durante casi un mes, yo no habría podido salir de aquí ni aunque hubiera querido — comentó casualmente. Elsa tan solo se mordió el labio y sintió una fuerte punzada de culpa en el pecho.
— Sí, tienes razón, eso fue mi culpa, no volverá a pasar, ahora están abiertas y "nunca más las cerraremos, Anna" — prometió Elsa emotivamente, cómo lo hizo en aquel feliz día después del deshielo. Por su parte, Anna sonrió suavemente mientras tomaba el pomo de la puerta.
— "Nunca" es un largo tiempo, mejor no utilices esa palabra— dijo la chica antes de dejar la habitación.
Elsa se quedó estupefacta, no tenía ni la menor idea de que Anna pudiese llegar a aquel nivel de enfado. De repente, un incómodo pensamiento llegó a la mente de la reina, pues, la verdad era que no sabía nada acerca de hermana, ella no la conocía, después de todo, había pasado casi 13 años alejada de ella. Tal vez, la princesa se iba a tomar un poco más de tiempo en perdonar a Kristoff de lo que la mayor inicialmente había planeado.
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Los días se volvieron semanas en el palacio de Arandelle, a tal punto, que ya casi se completaría un mes, mientras que Kristoff permanecía viviendo en él, tal y cómo se lo había prometido a la reina. Normalmente, el muchacho hubiese vivido en los bosques durante aquella temporada invernal, y probablemente, habría encontrado algún pequeño trabajo ayudando a los leñadores de la zona, ya que aquella estación no era la más adecuada para recolectar hielo, pero ese año, todo sería muy diferente.
A diferencia de las temporadas anteriores, Kristoff ya sabía que el dinero que logró recolectar durante el verano le alcanzaría para sobrevivir, ese era un cambio positivo, ya que normalmente, ni siquiera le era suficiente para tener tres comidas al día. Pero, a pesar de lo bueno, era más miserable de lo que nunca había sido.
Con rapidez, el chico ensilló y preparó su trineo para dejar el palacio en busca de su habitual trabajo con los leñadores. Después, salió de los establos, y pasó por el jardín en donde se detuvo a mirar hacía una ventana del castillo, cómo lo hacía todas las mañanas desde su llegada. De repente, la suerte le sonrió, pues la dueña de aquel cuarto se asomó a través del cristal.
— Hola… — murmuró Kristoff para sí mismo, ya que sabía que Anna no alcanzaría a oírlo, mientras que levantaba su mano para saludarla y le dirigía una sonrisa algo estúpida. Ella se quedó mirándolo por unos breves instantes, tras los cuales volvió a cerrar la cortina rápidamente.
— Vamos Sven — dijo casi tristemente Kristoff mientras tomaba las riendas de su reno y lo empujaba hacía la entrada del castillo. Sabía a la perfección que muchos lo clasificarían de tonto por haber permanecido fijado a Anna durante tanto tiempo, pero simplemente no podía olvidarse de ella, y muy en el fondo, él sabía que ella aún lo quería.
Aquel día fue uno de los más fríos que hubiera visto Arandelle en aquel invierno, por lo que los leñadores decidieron que sería mejor retirarse antes de que anocheciera, ya que muchos comenzaban a sentir los primeros síntomas de hipotermia. A decir verdad, lo último que deseaba Kristoff era volver temprano al castillo y rencontrarse con aquellas caras poco amables de los nobles que visitaban a la reina, y le recordaban con cada mirada que él era un poco menos que basura para ellos.
No obstante, la perspectiva de encontrarse con Anna sí lo llenaba de ilusión, en realidad, él no había tenido muchas oportunidades para verla desde su llegada a la ciudad. De alguna manera, ella se las había ingeniado para no cruzarse con él, y en las contadas ocasiones en las que lo hacían, él tan solo obtenía un amable "Hola Kristoff" seguido de un "¿necesitas algo?".
Kristoff siguió caminando por las densas arboledas que ahora se hallaban cubiertas de una espesa capa de nieve, y se dio cuenta de que no llegaría al castillo a menos que cambiara de camino. En ese momento, el chico recordó la existencia de una colina cercana, en la que de seguro el hielo sería menos abundante , y aunque era una zona desértica y escarpada, estaría mejor que aquel camino sepultado.
Tal y cómo Kristoff lo anticipó, le fue mucho más fácil caminar por aquel sendero. Sin embargo, al llegar a la cima de la colina, se encontró con algo que llamó su atención, se trataba de un carruaje, y a considerar por su elegante apariencia, debía tratarse de alguien importante. De repente, una mujer se acercó al vehículo, en tanto que los dos guardias que lo custodiaban hacían una leve reverencia.
— ¡Anna! — gritó Kristoff sin poderse contener. Anna, quien estaba a medio camino de subirse al carruaje, se detuvo y bajó del vehículo, mientras que el recolector de hielo corría a gran velocidad hacía ella.
— Espera, por favor, no te vayas— exhaló Kristoff casi sin aliento, por haber trepado a la cumbre tan rápidamente.
— Hola Kristoff — lo saludó Anna en el mismo tono frio y mortalmente formal que había usado desde su llegada.
— Hola… Anna— Tartamudeó Kristoff. Mientras se maldecía a sí mismo por no ser un poco más hábil con las palabras.
— ¿Necesitas algo? — preguntó la chica.
— Yo… Y-yo… yo — balbuceo Kristoff sin saber exactamente qué decir.
— Si no necesitas nada, será mejor que me vaya, hace frio — se le adelantó Anna mientras que se daba media vuelta para subirse al carruaje.
— ¡Espera! — exclamó Kristoff mientras daba un paso hacia adelante y la tomaba por la muñeca para evitar que se fuera. Pero, al mismo tiempo que él hizo aquello, los guardias también alistaron sus bayonetas para alejarlo de la princesa.
— Bajen sus armas, por favor — les indicó la princesa — ¿Qué sucede Kristoff? ¿Qué más quieres de mí? — preguntó la princesa evidentemente irritada.
— Solo un par de minutos, por favor, sólo dame un par de minutos— le rogó el recolector de hielo. Anna tomó una gran bocanada de aire y pareció meditarlo por unos segundos.
— Bien, sígueme— le indicó la princesa suavemente, después, se dirigió a los soldados — por favor, quédense aquí, les haré saber si los necesito — ordenó la chica, quien comenzó su marcha hacia una arboleda en la parte baja de la colina. Kristoff la siguió en silencio por casi cinco minutos hasta que llegaron a un pequeño estanque.
— Esto es hermoso— murmuró Kristoff en tanto miraba a su alrededor.
— Lo es— afirmó Anna — este era unos de los sitios favoritos de mis padres para cabalgar, cuando Elsa y yo éramos pequeñas nos traían a jugar aquí. Después, nos traían por separado, pero nunca dejamos de venir. Fue por eso que decidí enterrarlos en aquella colina — explicó.
— Quienes están en esas rocas ¿son tus padres? — preguntó Kristoff sorprendido, ya que aunque había pasado por aquel lugar muchas veces, nunca se dio cuenta de que esa era la tumba del rey y la reina de Arandelle.
— Sí — respondió Anna sin despegar su vista del estanque.
— ¿Y Elsa? ¿Ella no tomó parte en la decisión? — preguntó Kristoff curioso.
— No, ella estaba en su habitación— contestó Anna casualmente.
— Debió haber sido difícil — comentó Kristoff.
— Lo fue, pero en comparación a tú propia historia debe parecerte un cuento de Hadas — comentó Anna con una leve sonrisa. Después, estiró su mano, y aunque vaciló por unos instantes, finalmente, se decidió por tomar la mejilla de Kristoff, quien permaneció estático, como una roca, por miedo a que ella se alejara de él, y rompiera aquel hechizo. Por primera vez, desde su llegada, el recolector de hielo vio nuevamente a la misma mujer que había dejado unos meses atrás.
— Si… quiero decir, no. Es decir, por supuesto que lo mío fue difícil, mentiría si dijera lo contrario, pero, a pesar de todo, creo que yo siempre tuve mi libertad— balbuceó Kristoff mientras miraba el hielo flotar en el estanque.
— ¿Tú crees que no soy libre? — preguntó Anna.
— ¿Tú lo crees? — preguntó a su vez Kristoff, quien hubiera dado todo por saber que cruzaba por la mente de Anna.
— No te voy a responder — dijo finalmente la chica, mientras retiraba su mano y se volteaba, dándole la espalda — tú no eres una persona digna de confianza.
— Anna... — suspiró Kristoff, quien había sentido que ese comentario le había golpeado como la peor de las bofetadas.
— Lo único que no entiendo es porque sigues aquí — murmuró Anna mientras daba un par de pasos hacía el estanque.
— ¿Qué no es obvio? — dijo Kristoff mientras se acercaba a ella y la volteaba tomándola por los hombros. Anna no respondió, solo sé quedó callada, mirándolo a los ojos. Esta era una de las características que más le atraían al recolector de hielo acerca de la princesa, pues, de alguna manera, se las arreglaba para mantener la frente en alto incluso en las situaciones más difíciles. Anna no era una persona de emociones débiles, todo lo contrario, se entregaba toda en cada una de sus acciones, probablemente, por eso le había sido tan fácil lastimarla.
— Que puedo hacer para que me perdones… — susurro Kristoff mientras pegaba su frente a la de Anna.
— Nada — contestó ella — yo ya te perdoné.
— ¿Qué? Entonces porque… — murmuró Kristoff confundido, pero antes de que él pudiera decir una palabra más, Anna lo besó en los labios y le quitó el aliento. El recolector de hielo se apartó momentáneamente de ella, después, la abrazó a su cuerpo lo más fuerte que pudo, y se dio cuenta de cuánto había ansiado aquel instante. Lentamente, y en medio del estupor que le había dejado su cercanía, el muchacho intentó llegar a su boca nuevamente, pero un par de manos firmes se detuvieron en su pecho.
— Te perdoné, pero, eso no significa que esté dispuesta a dejar que te burles de mi nuevamente— dijo firmemente Anna quien lo empujó con un poco más de fuerza apartándolo de ella.
— Anna, por favor… — le pidió Kristoff.
— ¿Por favor? — repitió Anna con veneno en su voz — Kristoff, sé que no soy la persona más inteligente, tampoco soy talentosa, ni especialmente hermosa, no tengo absolutamente nada extraordinario que ofrecer. Pero, también sé, que he permitido que las personas se aprovechen de ello, tú incluido.
— Anna…
— Pero me niego a seguir siendo blanco de mentiras y burlas. Las personas no cambian, y no creo que yo lo haya hecho, pero sí creo que he aprendido a saber exactamente que esperar de aquellos que me rodean, y sé que llegará un momento en el que tu pensarás que estar conmigo es demasiado irritante cómo para tomarse la molestia— dijo Anna serenamente antes de irse
— "Detenla, haz algo, ¡muévete!, ¡grita!" — le dijo a Kristoff una voz en su cabeza desafortunadamente parecida a la que él utilizaba para Sven. Pero era demasiado tarde, Anna ya se encontraba subiendo por la colina.
— ¡Espera Anna! — gritó Kristoff mientras que la seguía a toda velocidad. Sin embargo, él no pudo continuar, pues uno de los guardias se interpuso en su camino, y cuando pudo librarse de él ella ya había desaparecido.
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En cuanto llegó al palacio Kristoff vio una gran conmoción, hasta que recordó, con gran pesar, que aquella noche tendría lugar un baile. Por su puesto, cómo el aún no estaba en buenos términos con Anna, no fue invitado, por lo que decidió ahorrarse la humillación de enfrentarse con el guardia de la entrada principal, y seguir por la puerta de atrás.
Kristoff entró por el estrecho pasillo que conducía a la cocina, después de haber dejado su trineo y a Sven en las caballerizas. El recolector de hielo aspiró el delicioso aroma de la comida, mientras escuchaba el tintineo de las ollas y los platos que eran manipulados por docenas de empleados frenéticos. Lentamente, el muchacho se aproximó a la estación de su cocinera preferida, la misma, que ya lo conocía, y lo esperaba para darle un plato de estofado recién hecho. En ese momento, vio una figura que destacaba entre los demás, se trataba de Anna, quien parecía estar muy concentrada escuchando a un par de cocineras de mediana edad mientras que miraba una olla con agua hirviendo.
El recolector de hielo dio un paso hacia adelante para tratar de llamar su atención, pero alguien se le adelantó.
— Buenas Noches — saludó la firme voz de la reina quien entró en aquel instante. De inmediato, el frenético ritmo de la cocina paró, y fue reemplazado por un silencio sepulcral, mientras que los empleados dejaban sus puestos de trabajo, y enfocaban sus miradas hacía la reina, quien no podía parecer más fuera de lugar con su elegante y brillante vestido azul claro, propio de una aristócrata, haciéndola parecer aún más distante.
— Majestad, majestad — respondieron disonantemente los trabajadores mientras hacían una leve reverencia.
— Anna… — llamó la reina mientras que Kristoff pudo sentir la tensión en el ambiente — ¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó gentilmente, su hermana, pero, dejando en claro que la princesa se encontraba en problemas.
— Aprendo a cocinar, y reviso que todo esté listo para esta noche— respondió amigablemente.
— Por favor, vuelvan a sus tareas — indicó Elsa a los empleados, por lo que todos comenzaron a reasumir sus posiciones muy lentamente. Sin embargo, Kristoff no despegó su atención de las dos hermanas.
— Si… eso está muy bien, pero eso es tarea de la ama de llaves, no de una princesa, además, no te has vestido, y el baile comienza en dos horas — rebatió Elsa quien obviamente estaba estresada.
— Oh, lo había olvidado — comentó Anna. Mientras que un par de murmullos comenzaban a escucharse ya que, obviamente, aquella era una mentira — Daniele, ¿alistaste mi vestido rosa de seda? — dijo refiriéndose a la chica.
— Si su alteza — respondió la joven.
— ¿Qué? — preguntó Elsa bajando la voz, pero evidentemente molesta — hace un mes te di dinero para que le mandarás hacer un vestido al atelier de monsieur Durmat, ¿Por qué no lo hiciste?
— Lo olvidé— dijo Anna sencillamente — pero no te preocupes, te devolveré el dinero mañana.
— Sabes bien que el problema no es el dinero, pero quería que esta noche lucieras muy bien — dijo Elsa, y Kristoff hubiera podido jurar que se escuchaba nerviosa
— Ahh… si, lo había olvidado— murmuró Anna en un tono casi sarcástico— ¡Kristoff! — lo llamó, por lo que el muchacho sintió sus piernas tornarse pesadas. ¿Desde hacía cuanto se había dado cuenta de que él estaba allí?
— ¡llegaste! — Exclamó Anna casi contenta— pensé que te tardarías horas en hacerlo. ¿Recuerdas mi vestido rosa? ¿El que usé para el festival de primavera? — preguntó la princesa, mientras que el recolector de hielo se preguntaba a donde quería llegar con todo aquello.
— Sí, te veías muy bien aquel día—mintió Kristoff, quien a decir vedad no tenía ni la menor idea acerca de vestidos y ese tipo de cosas.
— Oh gracias… — respondió dulcemente Anna — ¿no crees que es suficiente para esta noche? Yo lo creo así, pero Elsa insistió en que comprara uno nuevo para esta noche, ella está muy interesada en que luzca lo mejor de lo mejor porque…
— No Anna por favor… — rogó Elsa pero ella la ignoró.
— Porque el príncipe Florian de Malengrad está interesado en mi, y ella cree que podría ser una excelente alianza — comentó casualmente Anna sin perder un ligero toque venenoso en su voz.
— Que…— comenzó Kristoff mientras miraba a los ojos a la reina. Nunca se había sentido tan traicionado como en aquella ocasión, se suponía que Elsa estaba de su parte, pero, por supuesto era estúpido pensar que una aristócrata cómo ella prefiriera a un plebeyo antes que al dinero de un príncipe extranjero. "estúpido Kristoff" murmuró la voz en su cabeza que hablaba como Sven.
— Oh sí, por supuesto, yo no tengo muchas ganas de impresionarlo— siguió Anna en su inocente pero a la vez mordaz tono —él podría ser mi padre y se rumorea que es adicto al opio, pero, será una gran alianza ¿no lo crees Kristoff? — preguntó.
Por unos breves instantes, ninguno supo que decir. Kristoff tan solo se quedó mirando a la reina, quien había palidecido considerablemente y tenía los labios temblorosos, como alguien que parecía a punto de echarse a llorar.
— Anna, solo fue una sugerencia, yo nunca pensé en que tú… — comenzó Elsa.
— Upss… hora de alistarse para el baile— dijo Anna contenta mientras señalaba el reloj del abuelo — Daniele, ven conmigo, necesito tu ayuda.
— Si su alteza — dijo la niña mientras corría tras Anna.
Kristoff se quedó solo con Elsa, pero ninguno de los dos se atrevió a decir palabra alguna. En realidad, todo el asunto era indignante, pero lo que más lo extrañaba, fue la mala intención con la que actuó Anna, ella deliberadamente los confrontó al uno con el otro, probablemente, para que a Elsa no le quedara más opción que decir la verdad. Y respecto a él, ella quería herirlo y humillarlo de la misma manera en que el chico lo hizo al abandonarla de aquella manera. Sencillamente, no podía creer que esta persona fuera la princesa de Arandelle a la que conoció meses atrás, pues podría decirse que era casi cruel.
— ¿Un adicto al opio?, tiene que ser una broma— dijo Kristoff en tanto se cruzaba de brazos.
— Nunca lo dije en serio. Cuando Malengrad envió la primera proposición se suponía que se trataría del hermano menor del príncipe regente. Ellos nos visitaron un par de semanas después de que tú te fuiste, y el segundo príncipe parecía una buena persona, algo quejumbroso y enfermizo, pero no estaba mal, y cómo pensé que tú no volverías…— dijo la reina en tono de reproche — le sugerí a Anna que le diera una oportunidad, el problema fue que el príncipe mayor la encontró… ¿cómo decía la carta? "agradable y encantadora" — comentó Elsa sarcásticamente, mientras se frotaba las sienes.
— ¿Realmente estás pensando en aceptar su oferta? — preguntó Kristoff molesto.
— Yo no, jamás, deberías verlo, es un cerdo, aunque eso sería ofender a esos pobres animales — comentó Elsa enfadada — pero todos nuestros ministros piensan que sería magnífico, pues Florian es el regente, prácticamente el rey, ya que su padre está demasiado senil cómo para gobernar, y sí su padre muere…
— Anna será reina — completó Kristoff desanimado. — Increíble, sencillamente, increíble. ¿Qué opina Anna?
— Ya la viste, ella lo odia. Pero me preocupa que Anna esté pensando en aceptar por la presión que todos ejercen sobre ella— dijo Elsa preocupada. — no debería decirte esto, pero necesitamos una alianza con Malengrad, tu sabes que compartimos frontera con ellos, y con las Islas del Sur. Desde mucho antes de mi coronación, el ejercito de las Islas del Sur se ha hecho más y más grande y si no llegamos a un acuerdo rápidamente, todos nos iremos al infierno. Pero, a pesar de que quiero lograr un trato, no estoy dispuesta a sacrificar a mi hermana. — concluyó la reina seriamente.
— Entonces, ¿Por qué no se lo dices? — preguntó Kristoff.
— Porque no quiero que todos piensen que ni siquiera estoy contemplando la posibilidad de un matrimonio, necesito que todos, incluida Anna, piensen que la alianza será un hecho, espero que guardarás el secreto— le advirtió Elsa.
— Anna no es estúpida Elsa, ella debe saber que no tienes la intención de aceptar su proposición, de lo contrario sólo conseguirás que ella se resienta más y más, mira nada más cómo está ahora, tienes que hacer algo — le aconsejó Kristoff.
— Ya veremos…— murmuró Elsa indicándole que después tomaría una decisión.
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Kristoff no pudo dormir durante aquella noche, así que se quedó en los establos tocando su laúd y perdiendo tiempo con Sven hasta bien entrada la noche. Cuando el muchacho sintió que ya no podía mantenerse despierto, por lo que decidió caminar hacía su habitación. Mientras pasaba por el jardín, el recolector de hielo se detuvo al escuchar el sonido de música y de personas hablar, seguramente, ya pronto todo aquello llegaría a su fin.
El muchacho subió lentamente las escaleras y atravesó los pasillos hasta que escuchó gritos de mujer. Él no entendió lo que decían, pero no pudo evitar sentir curiosidad ya que provenían de la misma dirección en la que se encontraba la oficina de la reina.
— ¡Anna! — escuchó gritar a Elsa, al tiempo que el sonido de pasos inundaba el pasillo.
De repente, una figura femenina se aproximó hacía él. Por supuesto, se trataba de Anna, por lo que el muchacho se quedó en su lugar esperando a que ella pasara por su lado para detenerla.
— Espera — dijo Kristoff mientras que la tomaba firmemente por los hombros.
— ¡Déjame! ¡Déjame en paz! — gritó Anna mientras trataba de librarse de él.
— Cálmate— la tranquilizó Kristoff quien nunca había visto a Anna tan furiosa. — Por favor Anna, ven conmigo — dijo mientras lograba calmarla y llevarla lejos de aquel pasillo.
— ¡Anna! — volvió a escuchar gritar a Elsa
— Vámonos, por favor — le pidió Anna mientras lo tomaba por la camisa— no quiero hablar con ella justamente ahora.
— Esta bien — asintió Kristoff quien no habría podido negarse a una de las peticiones de Anna ni aunque hubiera querido.
— Por aquí — le indicó el muchacho mientras abría la puerta de uno de los tantos salones de música del palacio, el cual se hallaba completamente vacío e iluminado por la tenue luz de la luna.
— ¿Qué fue lo que sucedió? — preguntó Kristoff, pero Anna no le contestó, tan solo se acercó al enorme ventanal con los brazos cruzados y observó a través del cristal.
— Mañana se volverán a cerrar las puertas, después de que los invitados se hayan ido — dijo Anna sin dedicarle una segunda mirada— y yo volveré a quedar encerrada en este lugar.
— ¿Por qué Elsa decidió hacer tal cosa? — preguntó Kristoff. Pero nuevamente Anna se quedó en silencio.
— ¿Por qué decidiste volver? — preguntó Anna de repente.
— Ya te dije que lo hice por ti — contestó Kristoff.
— No te creo — respondió Anna furiosa.
— Anna — comenzó Kristoff quien ya se estaba hartando de la situación, de alguna manera quería herirla tanto o más de lo que ella lo hizo en los últimos días, si ella creía que podía ser cruel, él podía serlo aún más y se lo iba a demostrar — sé que tú piensas lo peor de mí, pero afrontémoslo, si alguien utilizó a otra persona, esa fuiste tú. Me utilizaste cuando me conociste, siempre quisiste algo de mí. Primero, que te llevara a la dichosa montaña del norte; y después, tan solo querías que te salvara de morir, pero estoy seguro de que no sentías nada por mí. Pequeña princesa tonta y egoísta, es mejor para ti que Elsa te tenga aquí, para que no cometas tonterías, no sabes todo lo que perdí por tu culpa, tienes razón, tu no vales la pena cómo para tomarse la molestia… — dijo el recolector de hielo con veneno en su voz, pero se detuvo al darse cuenta de que Anna ahora lo miraba aterrada, con sus grandes ojos abiertos de par en par, era obvio que esta vez había ido demasiado lejos.
— No, no es cierto, realmente creo que me comencé a enamorar de ti durante nuestro viaje. Honestamente, yo quería reprimir aquellos sentimientos, pues, se suponía que me casaría con Hans, pensé que no estaba bien traicionarlo, desafortunadamente, él tenía algo muy diferente en mente. Pero, después, realmente yo… yo creo que te amé, y lo que más duele es que pienso que aún lo hago — respondió Anna sin bajar su fría mirada pero con la voz temblorosa. De repente. La chica estiró su mano y tomó el fino brazalete que colgaba de su muñeca.
— Kristoff, si alguna vez te lastimé, me disculpo por eso, nunca fue mi intención hacerlo — murmuró nuevamente mientras terminaba de desabrochar la joya.
— Anna, lo siento, yo solo dije eso porque estaba molesto…
— Sé que te he hecho perder mucho tiempo, que he sido una carga para ti. Por ahora, solo puedo darte esto, era de mi abuela, vale mucho, más que una docena de trineos. Llévatelo, y no vuelvas — dijo Anna en tanto estiraba su mano, pasándole el brazalete.
— No, yo no quiero eso… — murmuró Kristoff mientras que la acercaba para besarla nuevamente, pero ella se alejó rápidamente y le dio una fuerte bofetada, tras lo que tiró el brazalete contra el suelo, y salió dando un fuerte portazo.
El montañés se agachó y recogió la joya, había llegado muy lejos, demasiado, y de alguna manera sentía que finalmente había logrado lo que años de encierro no habían podido hacer con Anna: romperla en mil pedazos, quebrantarla completamente. Kristoff salió de la habitación con el brazalete en la mano, sintiéndose cómo la peor basura, ahora no solo la había abandonado, sino que en realidad se había ido la mano. A pesar de todo, el recolector de hielo decidió que sería mejor hablar con ella al día siguiente, pues ahora ella estaría furiosa y sería imposible entablar una conversación.
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— Kristoff, Kristoff — lo llamó una insistente voz, en tanto lo empujaba suavemente para lograr que se despertara
— ¿Qué sucede? — preguntó el muchacho aún soñoliento mientras se sentaba en su cama con dificultad. De repente, abrió los ojos y se dio cuenta de quien se trataba
— ¡Su majestad! — exclamó Kristoff al ver a la reina sentada a un lado de su cama, lo cual era completamente inadecuado según cualquier regla del protocolo. En ese instante, el recolector de hielo se detuvo a inspeccionar a Elsa detalladamente, y se dio cuenta de que ella estaba mortalmente pálida, sus ojos se encontraban hinchados y enrojecidos, definitivamente, había pasado algo muy, muy malo. Después movió su vista hacía la derecha en donde encontró a Daniele, una de las mucamas personales de Anna.
— Anna, es Anna. Por favor Kristoff, por favor, dime que tú la has visto — le pidió la voz entrecortada.
— La vi anoche, después de la fiesta, pero no, esta mañana no la he visto — dijo el muchacho quien estaba comenzando a entrar en pánico, ya que en el instante en que dijo aquellas palabras, la reina comenzó a sollozar descontroladamente.
— ¿Qué sucedió? — preguntó Kristoff a Daniele quien también se veía asustada, pero mucho más controlada que la reina.
— Nadie encuentra a su alteza, no está en su cuarto, ni en ningún otro lugar del palacio, la hemos buscado durante tres horas, lo más probable es que se haya…
— ¡No! — la interrumpió firmemente Elsa — ella no se fue, debe estar en algún lugar, ella no puede irse— gritó. Después, su atención se dirigió nuevamente al muchacho— oh Kristoff, yo no quería… yo, yo le grité cosas horribles, pero solo quería asustarla. Ella quería marcharse de Arandelle, y le dije que lo hiciera, pero perdí el control y la ofendí una y otra vez. No fue mi intención, sólo quería que ella pensara que no se adaptaría a vivir por fuera del palacio— lloró la reina, quien había perdido el poco control que le quedaba, y ahora lloraba abiertamente mientras que sostenía firmemente al recolector de hielo.
— Por favor, dile que no fue mi intención, yo debí… — lloró la reina, pero sus quejidos se ahogaron en una serie de sollozos incontrolables, mientras pequeños copos de nieve comenzaban a caer dentro de la habitación.
— Cálmate Elsa— dijo Kristoff mientras la tomaba por los hombros— yo iré a buscarla — dijo el muchacho en tanto se levantaba de la cama y tomaba sus pieles.
Kristoff sintió el aire invernal golpearle como nunca antes, aún así, caminó por los jardines del palacio cubiertos por la nieve, hasta que llegó a la plazoleta que daba contra la entrada principal, en donde las puertas aún se encontraban abiertas de par en par, por lo que el recolector miró hacia afuera, en tanto sentía que perdía toda esperanza.
— Anna… — murmuró.
Uff… nunca, jamás, había escrito un capitulo tan largo, espero que les haya gustado ( he puesto sudor y lagrimas TT_TT en esto) nuevamente, quiero agradecerles a los que leyeron mi anterior fic, les prometo que pronto tendré listo el siguiente capítulo, ya casi lo termino, y gracias por sus concejos, créanme que los tendré en cuenta. Pero basta de hablar de ese fic, hablemos de este, primero, cómo les había advertido es mucho más rosa que los anteriores que he escrito para esta sección, pero, para ser honesta, creo que es más parecido a lo que tradicionalmente escribo.
Por ahora, les cuento, que el próximo capítulo les contaré un poco más sobre la versión de los hechos según Anna, ya que esto fue todo contado según Kristoff, y él no tiene mucha claridad acerca que fue lo que realmente le pasó a Anna. En realidad esta idea surgió de varias cosas: en primera, de un comentario que leí en Tumbrl, alguien dijo que le sorprendía que Anna no hubiera quedado un poco más resentida o herida por todo el asunto de Hans, y yo pensé "tiene razón, voy a hacer algo con ese punto de referencia". Otra cosa que me dio la idea fue un fic en inglés que leí hace tiempo, la verdad es que poco o nada tenía que ver con este, pero había una parte en la que la autora hablaba de Elsa, y cómo ella al ser la responsable de Anna podía cometer errores en su crianza a pesar de tener las mejores intenciones. Bien, eso es todo por ahora, los dejo, y no duden en dejarse sus comentarios, flamers o amenazas de muerte, me encanta leerlos, adiós :D
