Las manos de Alec sudaban a más no poder mientras esperaba en el Instituto la llegada de su madre, a su lado estaba Magnus, que estaba más emocionado aquel día que cualquier otro día que haya vivido en sus 800 años.

Hacia tres días se habían enterado que Elizabeth Branwell, gran amiga de la familia Lightwood y del brujo, había muerto luego de dar a luz a su hija y al estar muerto su esposo, Stefan, no había nadie que pudiera cuidar a la pequeña. Hacia tres días también, Marysee llegó del entierro con una carta para Magnus y Alec, donde Elizabeth les pedía si por favor podían hacerse cargo de su pequeña hija, que ella estaría muy feliz de que la niña creciera con dos padres como ellos. Ni siquiera tuvieron que pensarlo demasiado, habían aceptado de inmediato, y ahora, tres días después, estaban en la puerta del Instituto, esperando la llegada de quien sería su hija, desde hacia una hora.

Marysee llegó quince minutos después con un pequeño bulto envuelto en mantas, hacia frío en Nueva York y ella entró rápidamente al Instituto, con Alec y Magnus pisándole los talones. Se dirigieron hacia el comedor, no había nadie más en el lugar, Clary y Jace estaban en su casa, aprendiendo como vivir con su hijo, el pequeño William de apenas un mes e Isabelle y Simón estaban de viaje por Europa.

- Vengan, acérquense -susurró Marysee con una sonrisa plasmada en el rostro. La pareja se acercó al sillón, donde la pequeña dormía, su cara mostraba tranquilidad absoluta, era de tez blanca y nariz pequeña, su cabello era marrón claro, casi rubio.

- Es... es preciosa -dijo Magnus, que no podía parar de admirar a la bebé. Alec estaba igual, sólo que no podía expresar lo que sentía, los sentimientos lo estaban desbordando. Era su hija. Esa niña era hija de él y Magnus. De él y el hombre que amaba. Ellos iban a cuidar de ella.

- Es nuestra, Magnus -susurró tan bajito que casi no se le escuchó. Su madre sonrió y comprendió que era momento de dejar a los muchachos solos, así que salió rápidamente de allí, sin hacer ruido. El brujo abrazó a su novio.

- Lo sé -la pequeña

- Es tan pequeñita -murmuró, Magnus se acercó a él y tomó la mano de la pequeña-. Hola, bebé. Hola, Nicole, somos...

- Tus papás -dijo el brujo, que no podía parar de sonreír. La bebé los miró a ambos, como si pudiera entender quien era quien y, como puede una niña de apenas días, sonrió. La pareja sintió un vuelco en el corazón, tenían una hija, tenía a una pequeña personita a la cual cuidar. Ambos comprendieron, aquel día, que nunca iban a amar a nadie tanto como a Nicole, su hija.