Esta es una saga de historias independientes, cada una narrada en primera persona desde el punto de vista de un personaje de Life is Strange diferente.
Se basa en el los hechos del universo alternativo de mi anterior fanfiction: La Otra Max. Si no lo habéis leído todavía, recomiendo encarecidamente leerlo en primer lugar.
¡Que lo disfrutéis!
Como respuesta a la pregunta que le hice, mi amiga Dana empezó a reírse como si hubiera contado un chiste buenísimo, dejándome ahí pasmada, de pie, con cara de idiota y la ceja levantada. Mi brazo todavía permanecía extendido, sujetando en mi mano derecha una vieja grabadora de audio en pleno funcionamiento.
—¡Ja, ja, ja! —Dana se llevaba la mano a la boca y agachaba la cabeza mientras se seguía carcajeando— Perdóname, Juliet, pero es que… ¡me hace tanta gracia verte así de profesional de repente, con lo que somos tú y yo! Venga, va. ¿Me puedes repetir la pregunta?
—Te he preguntado qué sabes acerca del Club Vortex —no cejé en mi empeño de realizar un trabajo impecable y reformulé la pregunta a mi risueña amiga y compañera de clase con el semblante más serio que pude.
—Pues… ¡que todo aquel que va a sus fiestas sale colocado y pillando cacho fijo! —Dana no pudo mantener la compostura durante su respuesta ni medio segundo, y acabó volviéndose a tronchar.
—¡Dana, esto es serio! Me estoy jugando la nota del cuatrimestre. Cuando te pedí que si me podías echar un cable siendo entrevistada, no lo decía de cachondeo.
Tenía encima un marrón tremendo: desde mis inicios en la academia Blackwell hasta hoy, y ante la ausencia de más voluntarios, me comprometí a mantener vivo el periódico oficial de la academia: El Tótem de Blackwell. Realmente me encanta el mundo del periodismo y disfruto mucho haciendo de reportera, pero ahora que me encuentro cursando el último año y mi graduación es inminente, se me hace cuesta arriba el seguir escribiendo artículos a la vez que lo compagino con mi habitual abultada agenda de estudiante. Maldigo el día que decidí emprender esta tarea, pero ya es tarde, y ahora la brillantez de mi expediente académico está directamente ligada al desempeño que logre con ello. Necesitaba un reportaje diferente, rompedor, atrevido… finalmente, en una noche de inspiración, decidí abrir una investigación acerca de uno de los iconos más controvertidos de nuestro centro educativo: el Club Vortex. Así que ahí me encontraba: enfrente del edificio central de Blackwell, sintiendo en mis carnes un clima de mediados de noviembre que comenzaba a ser más frío que templado, y comenzando la ronda de entrevistas con mi inseparable amiga: la animadora más querida y alegre del equipo de fútbol americano de la academia.
Si le pregunto a cualquier estudiante que pase por aquí, y como bien me estaba corroborando ahora mismo Dana, el Club Vortex no es más que un grupo de estudiantes elitistas que organizan frecuentemente fiestas en el recinto de la academia con el beneplácito del director. Niños de papá y alumnos que buscan ser populares poniéndose hasta arriba de todo un fin de semana sí, y el otro también. Debo reconocer que no soy ajena a todo ello porque he asistido a varios de sus eventos: incluso yo misma me dejado llevar por las habladurías de que parece que si no asistes nunca eres un fracasado sin amigos. Pero últimamente prefiero contemplar sus diversiones desde la barrera y no involucrarme demasiado en ese desfasado estilo de vida.
—Pues siendo sincera, Juliet —mi amiga me contestó formalmente por primera vez—, no creo que te pueda contar mucho que no sepas tú ya. Además, hace tiempo que no me paso por ninguna de sus fiestas: recuerda que, con este rollo del embarazo, no puedo meterme nada ni beber alcohol. Para mí ese mundo se terminó ya.
—¿Has oído algo de aquellos rumores sobre "leyendas oscuras" dentro del Club Vortex llevadas a cabo supuestamente por algunos de sus miembros más influyentes? —la grabadora de sonido seguía recogiendo toda nuestra conversación.
—Sí, claro, como todo el mundo… y mucho más desde que desapareció Nathan. Lo último que oí cuchichear por ahí es que el club estuvo implicado directamente con el caso del profesor Jefferson y las alumnas secuestradas. Por supuesto, yo creo que todo eso no son más que cuentos inventados por frikis con demasiado tiempo libre.
—Bueno, es cierto que Nathan desapareció justo unos pocos días antes de que el caso Jefferson saliera a la luz. Aunque de momento no se ha establecido una relación entre ambos hechos, es licito que haya gente que piense que es sospechoso. ¿Conociste a Nathan mientras fue alumno de Blackwell?
—Por supuesto. Todo el instituto le conocía, al igual que todos saben que su impecable expediente está comprado con el dinero de la adinerada familia Prescott. Nathan era un chaval problemático, y muy ido de la cabeza. Él y el estúpido de mi ex novio se llevaban bien, pero lo poco que conocía de Nathan era suficiente para saber que no le quiero ver ni en pintura.
—Ajá. Y, ¿qué me puedes contar acerca de Victoria Chase? Parece ser que es otra de las cabezas más visibles del club.
—¿Se pueden decir tacos…? Sabes perfectamente lo que opino de ella, Juliet. Nos llevábamos bien hasta que demostró ser una gilipollas acusándome de escribir guarradas a tu novio…
—Dana, olvida lo personal y cíñete al tema, por favor.
—Pues mira, no lo sé, pero no hay fiesta del club al que esa zorra no acuda. De hecho, si tienes estómago como para ello, deberías entrevistarla a ella en vez de a mí, Juliet. Probablemente obtendrías información más valiosa.
—Vamos a dejarlo aquí. ¡Muchas gracias por tu cooperación, Dana! Y… ¡corto!
Pulsé la tecla de stop de la grabadora y por fin pude destensar mi dolorido brazo.
—Un placer, Juliet. Espero que te sirva para aprobar con una buena nota. Y para celebrarlo… ¡nos iremos de fiesta con el Club Vortex! ¡Ja, ja! ¡Es broma!
—Idiota —pegué un codazo a mi amiga esbozando una sonrisa—. Me encantaría aparcar esto y que nos pudiéramos marcar una juerga tú y yo, Dana, pero me temo que debo continuar con la labor si no quiero que mi cabeza ruede.
—¡Ánimo, Juliet! ¡Tú puedes! Yo me voy a ir recogiendo, que ahora he quedado con Trevor.
—Pasadlo bien por mí, tortolitos. ¡Nos vemos!
Pensándolo bien, y aunque me estaban dando los mil males sólo de pensarlo, Dana tenía razón en que quizás fuera buena idea entrevistar a Victoria. Después de Nathan, ella es probablemente la persona más influyente dentro del club, con lo cual, aunque me pese, ahora mismo es la más indicada para obtener información para mi reportaje. Dudando incluso de que quisiera decirme hola, hice de tripas corazón y me dispuse a buscarla por todo el campus.
Demostré ser aplicada en mi campo, y tras unos minutos de búsqueda y un par de preguntas a los estudiantes que pasaban por ahí, enseguida di con el paradero de Victoria: se encontraba frente a la residencia de estudiantes, como siempre vestida como si fuera de invitada a la gala de los Óscar, y sentada sobre uno de los escalones de la entrada charlando desenfadadamente con las únicas dos personas de toda la academia que la tragan: Taylor y Courtney.
—¡Victoria, perdona! ¿Te importaría responder a unas preguntas para El Tótem de Blackwell?
La acaudalada niña pija me miró con gesto de extrañeza al principio, pero le cambió la expresión en cuanto le nombré el periódico.
—¡Vaya, la reportera de Blackwell reconoce la calidad y me precisa para sus artículos! —puso cara de autocomplacencia sacando pecho y colocando su mano en la nuca— ¿De qué se trata, Juliet? ¿De fotografía? ¿De moda?
Oí las risitas de Taylor y Courtney a ambos lados de la pretenciosa estudiante. No las trago. Después de la jugarreta que nos hicieron a Dana y a mí por la cual casi rompo con mi novio, se la tengo jurada.
—No. Se trata sobre el Club Vortex —traté de disimular mi cara de asco—. Como habitual de sus fiestas he pensado que tú podrías ilustrarme acerca de sus orígenes, sus actividades y confirmar o desmentir los rumores que se escuchan últimamente entre los estudiantes.
Victoria frunció el ceño al instante.
—Todo lo que se dice por ahí es completa y absolutamente falso. Lo único que hacemos en el club son eventos con clase y buen gusto acompañados de los mejores y más selectos alumnos de la academia. No tengo nada más que añadir —Victoria desvió la mirada al concluir la frase.
—¿Desmientes entonces los rumores de que Nathan estuviera implicado en el caso del secuestro y abuso de alumnas?
Victoria pegó un respingo y me miró con gesto amenazante.
—Todo eso es puta mierda, Juliet Watson. No diré una palabra más. ¡Ah! Y te recomiendo que si vas a hablar de nosotros en tu periodicucho, no cometas ninguna estupidez, o atente a las consecuencias. Vámonos, chicas.
Sin más, una furiosa Victoria y sus dos coristas se levantaron y abandonaron la zona, dejando despejadas las escaleras de entrada a los dormitorios. Taylor me miró antes de retirarse con cara apretada y unos ojos saltones que parecían decirme "ojo cuidado". Resultaba bastante patética.
De la boca de Victoria no ha salido absolutamente nada que me sea útil para el reportaje, pero precisamente la información más valiosa que me ha transmitido es su silencio: esa actitud tan agresiva delata que el Club Vortex sin duda tiene algo que ocultar. Estaba tan tranquila haciendo mis cábalas enfrente de la puerta de la residencia de estudiantes cuando de repente ésta se abrió y salió de allí Max Caulfield, una de las estudiantes de fotografía con la que no suelo tratar demasiado.
Había algo raro en esa chica: aunque apenas hemos hablado nunca, he visto como de un tiempo para acá había sufrido una especie de transformación, más o menos coincidiendo con los hechos del caso Jefferson: había cambiado su forma de vestir, volviéndose como más… alternativa, o antisistema, o qué se yo. Se había teñido el pelo de rojo y llevaba puestas unas llamativas gafas de sol con montura morada. ¿De qué va esta tía? Ni siquiera me miró al pasar y tenía toda la intención de seguir su camino como si nada. Al pasar frente a mí, su hombro se rozó con el mío.
—Disculpa —dijo Max de forma seca mirándome de soslayo.
Me quedé mirándola con cara de extrañeza. ¿Qué había detrás de esta tía tan rara? A mí me da mal rollo. Pero espera… puede que ella sepa algo: he oído que fue una pieza clave en la resolución del caso de los secuestros y que tenía una estrecha relación con la famosa y problemática Rachel Amber, la chica recientemente fallecida a manos de Jefferson y precedida por su reputación de juerguista.
—¿Max? ¡E-espera!
La chica pelirroja, a un par de pasos de mí, se volteó y me respondió con total parsimonia.
—¿Sí? Dime.
—Esto… ¿podrías responderme a un par de preguntas sobre el Club Vortex? Es para El Tótem de Blackwell.
En cuanto mencioné al club, la expresión de Max se transformó por completo. De sorprendida parecía casi incluso… asustada. Como si hubiera mentado a Lucifer en plena edad media o algo así.
—Casi que preferiría no hacerlo, la verdad.
Encima que soy amable con ella, y me contesta así de borde. Genial.
—¡Eh! Al menos dime si has oído algo acerca de los rumores de que Nathan estaba implicado en el caso del secuestro de alumnas.
Esta vez, Max se paró en seco, dejó de mirarme de reojo y se colocó frente a mí. Esbozó una especie de sonrisa psicótica que daba bastante yuyu.
—La gente no hace más que cuchichear gilipolleces, pero nadie tiene ni puta idea de lo que ocurrió realmente. Escucha, Juliet: olvida ese tema y escribe un artículo sobre cualquier otra cosa. No reabras las heridas de Arcadia Bay, que todavía están muy frescas.
¿Qué me está contando esta pava? Según me hablaba, su voz iba sonando cada vez más dramática. Entonces… ¿Es cierto que el Club Vortex y los crímenes de Jefferson estaban interconectados? Tengo que sonsacarle a esta tía toda la información que pueda, cueste lo que cueste.
—Max, no pretendo reabrir nada: sólo busco la verdad. Nuestra academia merece saber lo que ocurrió realmente. Tú te llevabas muy bien con Rachel Amber, ¿verdad? ¿No crees que a ella le hubiera gustado que Arcadia Bay supiera la verdad para que no haya más víctimas como ella?
—Rachel…
Max, visiblemente afectada, se quitó las gafas de sol. Mis años de experiencia como reportera no han sido en vano: sé cómo tratar con la gente como ella, y tocar la fibra sensible que hace que se les suelte la lengua.
—Todo eso ya es cosa del pasado —el tono de Max pasó a ser furioso y me habló estirándose, acercando su cara contra la mía—. Haz el favor de dejar a los muertos en paz, Juliet.
—Si tan afectada estás por los asuntos del Club Vortex, entonces somos aliadas, Max: los reportajes de mi periódico a menudo sirven para presionar sobre temas de ámbito local. Piénsalo: podemos hacer que todos los culpables paguen, y créeme… no lloraré si ese estúpido club elitista se va a la mierda.
Max permaneció dubitativa un rato. Parece que mis tácticas persuasivas estaban dando sus frutos.
—Si tanto insistes en querer escribir el artículo del año… te sugiero que en la siguiente fiesta del club reúnas información acerca del cuarto oscuro. Pero no cuentes conmigo para nada más. Yo… sólo quiero olvidar. Y vivir mi vida.
Max hizo ademán de finalizar la conversación y proseguir su camino.
—¡Max, espera! —estiré el brazo, tratando de llamar su atención.
—Ya he hablado demasiado —la intrigante pelirroja me contestó mirándome de reojo mientras se colocaba de nuevo sus gafas de sol y se iba alejando de mí a paso ligero.
Vale. Esto ha sido muy raro, pero al menos tengo una valiosísima pista para continuar con mi investigación. El cuarto oscuro… creo que me suena haber leído algo sobre ello en los artículos que se publicaron cuando salió a la luz el caso Jefferson. ¿No es aquel lugar donde el perturbado profesor drogaba y hacía fotos macabras a las alumnas secuestradas? Está claro que Max posee mucha más información que no me ha querido contar. De momento, en vista de lo afectada que parece por la muerte de su amiguita Rachel, la dejaré en paz por un rato, pero no podrá escapar de mí ni de mi faceta de reportera mordaz por mucho tiempo. Justamente mañana el Club Vortex organiza una de sus fiestas y no pienso faltar al evento.
Fin de semana, y tiempo de descanso para todo el mundo. Para todos… excepto para mí. Caminando bajo la luz de luna por el campus de Blackwell, me dirigía hacia el lugar donde el Club Vortex solía montar sus fiestas: el pabellón donde se encontraba la piscina. Ojalá estuviera yendo allí para tomarme una copa en vez de para trabajar, pero esta era una oportunidad única para recabar información. Antes de entrar, leí un mensaje que me había enviado Dana al móvil en el que me deseaba suerte y lamentaba no poder estar allí conmigo para ofrecerme apoyo moral. Era un detalle por su parte, pero estoy acostumbrada a trabajar sola, y de todas formas me empezaba a sentir ya un poco mayor para el modo de vida juerguista que acostumbran los miembros del club. No quiero ir tan rápido como Dana, que incluso planea hacerse cargo de la criatura que se está gestando en su interior, pero mi intención es formalizarme y sentar la cabeza en cuanto me gradúe.
Nadie se extrañó cuando me vieron pasar a la zona VIP, donde se suelen encontrar los miembros más veteranos del club: al fin y al cabo, yo misma y mi novio Zachary hemos sido habituales hasta hace bien poco. Incluso me había vestido para no desentonar con la ocasión con un vestido verde oscuro escotado, un collar largo con bolas de colores y varias pulseras. Saludé a varios conocidos a mi paso mientras pensaba cuál debería ser mi primer movimiento. Después de Nathan y Victoria, no estaba segura de quién podría ser la persona la persona más indicada para responder a mis incisivas preguntas. Por ahí se encontraba Logan, al que no soporto, y menos después de que dejara preñada a mi amiga y se desentendiera. ¡Ya sé! Preguntaré a Hayden. El dicharachero jugador de fútbol americano se encontraba a su rollo sentado sobre un sofá con pinta de ir bastante perjudicado. Recuerdo que él también se llevaba bastante bien con Nathan, y en su estado actual, seguro que canta.
Me dirigí hacia Hayden con paso rápido y decidido, cuando de repente, noté que alguien me agarraba de la muñeca, impidiéndome continuar. Miré hacia atrás: era Max, otra vez.
—No lo hagas —los azules ojos de Max se me clavaron con una severa mirada de advertencia.
Las pintas de la menuda chica pelirroja eran la antítesis del código de etiqueta habitual del Club Vortex: llevaba unos vaqueros negros desgarrados, una camiseta azul marino desteñida y por encima una camisa de cuadros con varias tonalidades de negro y gris. Vestida así puede que tuviera su público en un concierto de Green Day, pero aquí desde luego no.
—¿Qué no haga el qué? ¿Qué estás haciendo aquí, Max? ¿Me estás siguiendo? —respondí molesta.
—No hables con Hayden del cuarto oscuro. Reaccionará violentamente y tú serás su próxima víctima. Créeme, no es algo agradable de ver.
—¿Cómo… sabes tú eso? ¿Es que acaso puedes predecir el futuro?
—Digamos que tengo una intuición prodigiosa.
Max esbozó media sonrisa. Si antes me daba mal rollo, ahora directamente me da miedo. Pero si fue ella la que me dijo que viniera aquí e indagase sobre el cuarto oscuro de marras... Aun así, algo me dice que debería hacerla caso: por suerte o desgracia, estamos en el mismo barco.
—Entonces, ¿qué sugieres que hagamos? —empleé un tono a caballo entre la extrañeza y la desconfianza. Todavía no me sentía cómoda hablando con esta chica tan rara.
—¿Lo dices en sirio? ¿Y eres tú la periodista? Busca material informático: ordenadores, cámaras, dispositivos digitales… No uses la persuasión salvo que sea tu último recurso: la gente del Club Vortex es peligrosa.
Esta impertinente friki pelirroja se me estaba subiendo a la chepa, pero no podía decir que no tuviera razón. Quizá he pecado de exceso de confianza y debí haber actuado con más cautela: al fin y al cabo, parece que lo que está ocurriendo dentro de nuestra academia es algo gordo. Seré más cuidadosa a partir de ahora.
—Conozco un pequeño despacho que es propiedad del club y que dispone de un ordenador. Yo alguna vez he entrado ahí para… bueno, no importa —me mordí la lengua antes de confesar que había usado ese cuarto como picadero.
—Lo conozco… —Max desvió la mirada y puso una cara mitad apenada y mitad asqueada.
—¿Tú…? —pensé si debía profundizar en el tema antes de contestar, pero finalmente mi vena de reportera metomentodo me pudo— Vaya, Max, jamás hubiera pensado que habrías puesto siquiera un pie dentro de una fiesta del Club Vortex alguna vez, con que menos aún dentro de ese cuarto. Dime, ¿cómo es que acabaste tú ahí?
—El ex novio de tu amiga me intentó violar ahí dentro.
Eso ha sido un testimonio muy duro. Tanto, que consiguió callarme la bocaza y hacerme sentir mal por ser tan cotilla. Sabía que Logan era un capullo, pero desconocía que pudiera llegar al extremo de abusar sexualmente de sus compañeras. Sentí compasión por Max y a la vez mi curiosidad por saber su historia aumentaba cada vez más y más.
En silencio, esperamos el momento propicio para entrar en el picadero del club sin ser vistas. Max ya se había adobado completamente a mí, lo cual me hacía sentir una mezcla de seguridad e inseguridad a partes iguales. Era algo así como ser escoltada por Terminator, pero en versión femenina, menuda y pelirroja.
La verdad es que a pesar de las numerosas veces que había estado dentro de ese cuarto, por razones obvias nunca me había percatado de muchos detalles más aparte de que el sofá que se situaba en un lateral era grande y cómodo. Por lo demás, había una estantería con varios archivadores y trofeos, alguna planta de interior y un escritorio, con su correspondiente silla de oficina y su ordenador de sobremesa.
—No creo que podamos revolver mucho por aquí sin que se den cuenta… —comenté a la vez que miraba en todas direcciones.
—Estate tranquila. Si viene alguien yo te aviso —respondió Max con toda la tranquilidad del mundo mientras encendía el ordenador.
¿Si viene alguien? ¿Y cómo rayos puede saber eso? Me puse a cotillear el contenido de los archivadores a la vez que pensaba que igual sería más interesante hacer un artículo sobre la misteriosa Max en vez de sobre el Club Vortex.
Entre los numerosos archivadores no había nada realmente revelador, pero hice fotos de varios documentos interesantes, entre ellos facturas a nombre de la familia Prescott donde se ordenaba la fabricación de un búnker subterráneo, o algunos sospechosos papeles escritos a mano de forma muy críptica donde se apuntaban transacciones realizadas por gente con alias como Terrier, Bulldog, Rottweiler y demás razas caninas por valor de cientos o incluso miles de dólares. En mitad de mi recopilación de documentos, Max me interrumpió.
—El ordenador está protegido con contraseña y no logro adivinarla.
—Bueno, ¿y qué esperabas, Max? ¿O ahora me vas a decir que también eres hacker?
—No, pero la averiguaremos. Voy a hablar con Hayden.
—¿Eh? —torcí el morro al ver que Max comenzó a moverse hacia puerta con paso decidido— ¿Estás loca, Max? ¿Le vas a pedir la contraseña a ese energúmeno así sin más? ¡Tú misma me dijiste que esa gente es peligrosa!
—Todo irá bien —Max contestó con su cara de pasota habitual—. Tú ven conmigo y ten cuidado.
¿Qué todo irá bien? Normalmente voy sobrada de confianza y optimismo, pero hasta yo sé cuándo algo es un suicidio, y el plan de Max lo era. Espero que no lleguemos al extremo de tener que usar el spray de pimienta que llevo en el bolso, pero por si acaso me lo dejé al alcance de la mano.
Max delante y conmigo siguiéndola, nos dirigimos hacia la posición de Hayden, que se encontraba exactamente en el mismo lugar donde estaba cuando entré: sentado en el sofá de la sala VIP con los brazos apoyados sobre el cabecero del respaldo con cara de despreocupación.
—Hola, Hayden —saludó Max permaneciendo de pie frente al jugador de los Bigfoots.
—¿Quién…? ¡Ah, coño, Max! Tía, todavía no me acostumbro a ese tinte que te has puesto en el pelo. ¡Eh, pero te queda guay! ¿Unas rayitas? —Hayden sonaba pasadísimo, incluso le costaba mantener los ojos abiertos.
—Hayden, guapo, ¿te gustaría jugar a un juego conmigo?
Para mi total sorpresa y estupefacción, Max se sentó sin pedir permiso sobre el regazo de Hayden, pasó un brazo por sus hombros y le habló con voz melosa. Pero, ¿qué coño…? Le ha cambiado completamente la personalidad. ¿Es el espíritu de Rachel Amber reencarnado en pelirrojo…?
—¡Suena divertido! A ver, ¿qué me propones, Mad Max? —a Hayden se le puso cara de bobo. Quiero decir, más todavía.
—Te propongo que juguemos a las adivinanzas. Si gano yo, me invitas a un canuto. Y si ganas tú… haré lo que quieras.
¿Qué coño te propones, Max? ¿A qué viene este numerito y, sobre todo, qué tiene que ver con el caso que nos ocupa? Cuando pensé que mi cara de estupefacción no podía ser mayor, la chica de la camisa de cuadros me miró y me guiñó el ojo con un gesto que parecía decir "espera un poco y verás". Demasiadas confianzas me pides para ser alguien con quien apenas he hablado en todo lo que llevamos de curso, ¿no crees, Max? Pero, ahora mismo, ¿qué más opciones tenía salvo confiar en ella?
—Con que lo que yo quiera, ¿eh? —el colocado miembro del Club Vortex puso una fingida cara meditativa mientras se llevaba una mano a la barbilla y con la otra rodeaba la cintura de Max.
—Lo que tú quieras.
—Pues si gano yo… vas a marcarte un strip tease solo para mí.
—Trato hecho.
Hasta hoy, de Max pensaba tan sólo que era una chica rarita. Pero ahora veo que en realidad está como un puto cencerro. O eso, o es que está cien por cien segura de ganar su apuesta. ¿Se puede saber qué diablos se propone?
—Pregúntame lo que quieras —habló Max tras sellar el trato con Hayden dándose la mano— y yo tengo que adivinar la respuesta correcta. Si fallo, me desnudaré sensualmente para ti.
¿De dónde había sacado Max esa voz de loba provocativa? Así que puede tener otros registros aparte de su tono apático y borde habitual… Chica, menuda caja de sorpresas.
—¿Y encima puedo preguntar lo que yo quiera? ¡Ja, ja! ¡Debes ir colocadísima si crees que tienes alguna oportunidad, Max! —el chico fiestero gesticulaba torpe y exageradamente según hablaba.
—Estoy esperando…
—Vale, a ver… Adivina, adivinanza: ¿cuál es el nombre de todas las tías a las que me he tirado?
—Rebecca, Samantha, Ingrid, Victoria, Taylor, Dana, Juliet. En ese orden —respondió una impávida Max.
Me puse roja como un tomate. ¡Y la tía lo suelta así, sin inmutarse! ¿Cómo es posible que sepa eso, si la única persona que se supone que sabe que una vez tuve una noche loca con Hayden, aparte del propio Hayden, es Dana? ¿Cuándo se ha ido de la lengua este desgraciado? Y es más… ¿También se ha tirado a Dana? Ella nunca me lo ha contado. No puede ser verdad… y, sin embargo, a juzgar por la cara de flipe que puso Hayden, lo era. Esta Max… ¿es una poderosa hechicera salida de un libro de fantasía o algo así?
—¡Imposible! ¡Es… imposible! —un ojiplático Hayden golpeaba con el puño cerrado el sofá a la vez que mascullaba— ¡Exijo revancha! ¡Doble o nada! ¡Si ganas esta vez, te doy dos canutos!
Max se sonrió con cara de pilla.
—Trato hecho. Puedes preguntarme todo lo que quieras.
—¿Qué tengo ahora mismo en los bolsillos?
—Tres dólares con ochenta y cinco centavos de calderilla, papel de fumar, un clínex y un preservativo.
Vale, confirmado: Max es maga. No se me ocurre ninguna forma científica razonable de que la chica pelirroja pueda saber eso. Reconozco que me muero de ganas por preguntarla cómo lo hace, pero de momento el show continuaba, y Hayden puso una cara de alucine e incredulidad que no le había visto jamás. Cualquier otra persona se hubiera retirado del juego ya, pero él, no sé si más por cabezonería o por efecto de las drogas, todavía quería continuar.
—¡No, no, no! ¡Una última oportunidad! ¡Te doy tres canutos si fallo!
—Te veo un poco apurado, Hayden… Mira, no te preocupes: si gano, te perdono los tres canutos, y lo dejamos simplemente en que me digas la contraseña del ordenador del aquel cuarto.
—¿Eh? No sé, Max, esto es muy raro, y no sé qué pretendes…
—¿Es que no quieres ver mi cuerpo desnudo, Hayden? —Max susurraba sensualmente a su oído a la vez que pasaba su mano por el cuello del confuso chico. Desde luego, sabía bien como manipular a un hombre. Me daba incluso un poco de envidia…
—¡Mierda, Max! Está bien, ¡te voy a preguntar algo que sea completamente imposible que sepas! ¿Cómo me llamaba mi abuela cuando era un bebé?
—Pichoncete.
Por una parte, Hayden se puso blanco. Por otra, noté a Max repentinamente cansada, como si el dar su respuesta la hubiera agotado de repente. ¿La maga acababa de consumir todo su maná o qué? Yo alucino. Desde luego, como espectáculo esotérico, esta conversación no tenía precio.
—Ríndete, Hayden —ante el silencio del pálido muchacho, Max tomó la iniciativa—. Sé un hombre y cumple tu parte del trato.
Hayden agachó la cabeza y tardó unos segundos en reaccionar.
—Ya la sabes.
—¿Cómo…?
—La contraseña. La acabas de averiguar tú misma: es el apodo de mi abuela. Con pe mayúscula —el chaval yacía derrotado sobre el sofá, incapaz de mirarnos a la cara.
Max y yo nos miramos. Ella cabeceó indicándome que volviéramos al despacho donde se encontraba el ordenador. Todavía me encontraba alucinando de la escena que acaba de contemplar.
—Max —la dije según cerrábamos la puerta del despacho y ella encendía el equipo de nuevo—, eso ha sido muy raro, pero… increíble. ¿Puedo preguntarte cómo diablos lo has hecho?
—Ya te lo he dicho —respondió la pelirroja sin inmutarse a la que se hacía con el control del ratón—: tengo una intuición muy poderosa. Y ahora acabemos con esto de una vez. Estoy agotada.
Ni siquiera le dio tiempo a introducir la contraseña de acceso: como una exhalación, Hayden irrumpió en la sala abriendo la puerta ruidosamente. Tenía los ojos inyectados en sangre y nos miró con cara de psicópata.
—¡No os vais a salir con la vuestra, zorras!
Menudo cambio de actitud… Con la misma celeridad con la que entró, Hayden cerró la puerta y se dirigió hacia nosotras con aviesas intenciones. Como Max se encontraba detrás del escritorio, me pillaba a mí más cerca de él. Me asusté y me hizo retroceder instintivamente, pero por suerte tuve los reflejos suficientes como para rociarle en los ojos el spray de pimienta que tenía preparado justo cuando ese maníaco estaba a punto de agarrarme. Tenía el corazón a mil. Durante mis años de reportera me había metido en jaleos, pero creo que esta ha sido la primera vez que he temido por mi integridad física.
—¡Hija de puta! ¿¡Qué me has hecho!? ¡Te voy a reventar la cara a hostias!
Hayden se retorcía sobre la alfombra que ocupaba el suelo del despacho, cubriéndose la cara con ambas manos y pataleando como un niño pequeño. Se tiraría así un buen rato.
Miré a Max. Para añadir todavía más intríngulis a la ya de por sí retorcida situación, me la encontré en una extraña pose con la mano derecha adelantada, como si fuera un personaje de un manga a punto de lanzar una bola de energía o algo así, y sangrando por la nariz.
—¡Max! —grité— ¿Te encuentras bien?
—Mierda… Ahora no… ¿Por qué se me ha tenido que acabar ahora…? —mascullaba mi peculiar compañera con gesto de desesperación.
—Pero, ¿se puede saber qué está pasando aquí? —no suelo perder la compostura, pero a este paso iba a acabar con un ataque de nervios— ¡Entre unos y otros, me estáis volviendo majareta!
—Juliet, yo… esto… no tenía que haber pasado.
—¡Por supuesto que no tenía que haber pasado! —me encontraba cerca de la histeria— ¡Hayden ha intentado atacarme y acabo de rociarle spray de pimienta a los ojos! ¿¡Qué hacemos ahora!?
—No lo sé, Juliet… —Max, angustiada, trataba de limpiarse la sangre que emanaba de su nariz con un pañuelo según hablaba— Lo siento, yo no quería haber llegado a esto…
Proferí un suspiro de desesperación y me puse a rebuscar en la sala como una loca en busca de… algo. No sabía bien qué hacer, pero tenía a Hayden a apenas un metro de mí, retorciéndose y pataleando: era previsible que en breves momentos se podría incorporar y no querré estar ahí cerca para comprobar su reacción. En mi búsqueda, en la cual tiré al suelo varios archivadores y demás material de oficina, encontré algo: en un cajón del escritorio había una jeringuilla acompañada de un pequeño bote con líquido y una etiqueta en la que se leía Midazolam. No tengo ni idea de medicina, pero ahora no había tiempo de googlear: decidí, en el que probablemente sería el acto más alocado y arriesgado de mi vida, administrar esa droga a Hayden por vía intravenosa con la esperanza de dejarle fuera de combate.
Max me observaba confusa mientras yo, con un pulso terrible y una torpeza extrema, introducía la jeringuilla dentro del bote de la droga cuyo efecto desconocía por completo. Nunca había tenido que hacer algo así y actuaba únicamente por lógica y por lo que he visto en documentales o películas. Con la jeringuilla cargada en la mano, miré al convaleciente Hayden. Se supone que ahora se lo tengo que inyectar en algún sitio… ¿no?
—¡En el cuello, Juliet! —Max reaccionó por fin y pareció leerme el pensamiento.
Ni idea de la experiencia que tendrá Max como practicante, pero más que yo, seguro, así que con toda la prontitud que me permitió mi taquicardia, rodeé a Hayden por detrás, le clavé la aguja en lo que a mí me pareció que sería la vena yugular, y le suministré el contenido de la jeringa. Como nota mental, me apunté el no quedar con Max nunca jamás. No quiero tener que volver hacer algo así en la vida.
—¡Está haciendo efecto!
Max estaba en lo cierto: en cuestión de segundos, contemplamos como Hayden iba dejando de moverse poco a poco, como si se le estuvieran acabando las pilas, hasta finalmente parar por completo. Continuaba respirando y con los ojos medio abiertos, pero en un estado de sedación profunda. Tanto Max como yo respiramos aliviadas.
—¡Bien hecho, Juliet! —me felicitó la pelirroja— Siento no haber sido de ayuda esta vez…
—Tan sólo olvidemos lo que acaba de pasar, ¿de acuerdo? —contesté tratando de recuperar mi ritmo cardíaco normal— Ahora continuemos la tarea por donde la dejamos. No tengo ni idea de cuánto tiempo durará el efecto de la inyección.
Con pulso tembloroso y con la extraña estampa de tener a nuestro lado a Hayden drogado y tumbado en el suelo de la sala, Max introdujo la contraseña correcta en el equipo informático, dándonos acceso a todo el contenido del ordenador. Ambas permanecíamos de pie con nuestra cara iluminada por la luz que emitía el vasto monitor plano, sin dar crédito a lo que veían nuestros ojos. No hizo falta rebuscar demasiado y enseguida tuvimos a nuestro alcance todo el turbio material del club Vortex: correos donde Nathan y otros miembros se delataban, conversaciones en las que se trapicheaba con drogas, mencionaban el susodicho cuarto oscuro, se hablaba a claras de engañar a alumnas de Blackwell para que acudan a las fiestas, y lo peor de todo… fotos donde se veía a los miembros del Club Vortex abusar de ellas.
—Dios mío… esto es material de primera. ¡Tenemos pruebas suficientes como para acabar con el Club Vortex de una vez por todas, Max! ¿Max?
Cuando miré a la estrafalaria chica, se encontraba fuera de sí: mirando fijamente al monitor con los ojos como platos, la mano sobre el ratón temblorosa, los dientes apretados y la respiración agitada.
—Hijos de la gran puta…
Miré yo también al monitor y descubrí el motivo de la reacción de Max: estaba ojeando un correo donde se hablaba de "reclutar" a Rachel Amber para las fiestas y se referían a ella como "zorrita" o "loca del coño". Ha quedado claro cuál es la kriptonita de Max… Después de leerlo, hizo ademán de pegar un puñetazo a la pantalla del ordenador, pero por suerte la pude detener a tiempo sujetándola del brazo.
—Vamos a necesitar esto —la miré con gesto de mosqueo. Ella por su parte seguía con cara de enajenada.
Ante mi reacción, Max de repente empezó a liarla parda: tiró al suelo todo lo que se encontraba sobre el escritorio, arrojó varios archivadores contra la pared, pegó varios puñetazos contra los muebles y propinó una patada en el estómago al indefenso Hayden. Mientras hacía todo esto, gritaba desgarrada y desesperadamente. Suerte que nos encontramos con la puerta bien cerrada y afuera la música sonaba a un volumen atroz, porque si no, no cabe duda de que alguien hubiera acudido alertado hacia nuestra posición.
—¡Max! ¡Cálmate de una vez! ¡Al final nos van a pillar!
Debíamos salir de aquí cuanto antes: introduje un pendrive que llevaba conmigo en uno de los puertos USB del ordenador y volqué todo el material que acabábamos de descubrir. En cuanto terminase de copiar ficheros, abandonaríamos el lugar echando chispas. Durante el proceso, Max permanecía sollozando, sentada en una esquina de la habitación abrazada a sus rodillas.
—Rachel…
No volví a ver a Max desde entonces. Los días consecutivos, me dediqué a completar el reportaje en solitario, hasta lograr publicarlo. Me costó sangre, sudor y un montón de horas de sueño, pero para mediados de la semana siguiente logré terminarlo y pude respirar aliviada. Mis hallazgos me parecieron de tal relevancia que no sólo lo publiqué en El Tótem de Blackwell, sino que también moví hilos para hacerle llegar el material al periódico local de Arcadia Bay. Ni Victoria, ni Hayden, ni nadie del club pudieron hacer nada para impedírmelo, y por suerte contaba con la protección del director Wells que garantizaba que no habría represalias hacia mi persona por haber sacado a la luz toda esta truculenta trama. Desconozco el alcance que podrán llegar a tener mis pesquisas, pero de momento se cancelaron todas las posteriores actividades del Club Vortex, y más importante aún, todo el mundo en el pueblo se enteró de a qué se dedicaba esa gentuza.
No hablé con absolutamente nadie nada de lo que me ocurrió en la fiesta del club, ni siquiera con Dana. Fue todo tan surrealista, que aun a día de hoy me sigo preguntando si aquello ocurrió de verdad, o si de alguna forma mi mente estaba mezclando realidad con fantasía. Casualmente, fue la mañana del jueves cuando me encontré paseando por el campus a la única persona con la que podía hablar del tema.
—Hola, Juliet —me saludó la estrambótica chica pelirroja con su habitual apática expresión—. Veo que finalmente has logrado publicar tu artículo. Enhorabuena.
—Gracias, Max. Lo cierto es que… sin ti no hubiera sido posible. Muchas gracias, y… lo siento si por mi culpa he reabierto alguna herida.
—No pasa nada. Alguien muy importante me enseñó que lo importante en esta vida no es lo que nos ocurre, si no el cómo lo afrontamos. Tengo que seguir viviendo pase lo que pase, Juliet —Max hizo una pausa para coger aire—. E igualmente… casi todo el mérito es tuyo. Gracias por no mencionarme en ningún momento y guardar el secreto.
—Descuida… una buena periodista nunca revela sus fuentes —sonreí a mi compañera—. Nadie más sabrá que lo de Supermax es algo más que un simple apodo… ¡Siempre y cuando tú no te vayas de la lengua con lo mío con Hayden, claro!
—Bueno, todos guardamos algún secreto que otro… —Max esbozó una ligera sonrisa a la vez que clavaba la mirada perdida en los confines de Arcadia Bay.
Tras despedirnos, cada una proseguimos nuestro camino en solitario. Sabía que pasaría una larga temporada hasta que Max y yo volviéramos a hablar, pero a la vez estaba tranquila: sabía que si en alguna otra ocasión me volvía a meter en líos durante mis reportajes, esa heroína anónima, la particular ninja de Blackwell, estaría allí para sacarme de apuros.
