Los personajes no son míos, son de Rumiko Takahashi, blah, blah.
Eme aquí, otra vez, con un autoreto impuesto a través de un reto. En el profile, algunas aclaraciones y parrafadas. Pinchar mi nickname, beibis.
Cuentos de noche.
1er Cuento:
Testigo.
Las ropas quedan en un rincón. Se arrugan, se juntan y se mezclan. Ignorante, cae otra prenda para perderse en el mar del rojo y el verde, con matices blancos.
La luna, no es presente. Y una testigo flameante y silenciosa, se balancea entre el hilo que la alimenta.
—Oye, pesas.
—Cállate.
Pero sabe que nada cortará todo el ambiente que crearon, porque nada ni nadie desearían terminar con lo ya empezado. Ella no iba a ser nada, y él no iba a ser nadie. Y el orgullo, o la timidez, o una parrafearía barata estaban en esto.
Ni ella, solo Kagome.
Ni él, solo InuYasha.
Sus cabellos del mismo matiz negro se confunden entre las blancas sábanas que cubren tanto la almohada como el colchón. Porque hoy tocaba blanco, el rosa fue el viernes pasado y el verde el viernes anterior.
A InuYasha le gusta ver el color rojo sobre esas pálidas mejillas, y ver como su boca se abre y deja escapar el aire, junto con su voz. Ahí está, la maravilla echa un gemido; el sexo convertido en un jadeo y el chocolate transformado en hambre.
Chocolate y azul se mezclan, labios rojos y tiernos se mueven contra unos finos y duros. Kagome suspira, e InuYasha no se queja. Ella se frota contra su cuerpo, él la abraza por la cintura. Pero lo que él no sabe, es que quema.
Es caliente.
—Inu… InuYasha… —Kagome susurra, sosteniendo el rostro masculino con sus manos femeninas. Nuevamente, el chocolate se mezcla con el azul.
Cabellos negros forman una cortina, y rodillas aprietan contra la cadera. Nariz con nariz, ambos se pierden entre sus ojos.
—¿Qué quieres, Kagome?
Saber por qué no suena tan agotado como ella.
—¿Por… por qué… estás tan… caliente? —Kagome pregunta, pero no es lo suficiente conciente como para ver una sonrisa en los labios duros y finos.
InuYasha recuesta su cuerpo encima del de ella. Los pechos son tiernos, y se aplastan contra la fuerza y solidez de su pecho. Sus dientes juegan con la carne del cuello, y ella suelta un gritillo excitado.
—Keh.
Fue su respuesta.
—Tu… tu piel… es muy caliente… —Kagome sigue reflexionando. E InuYasha no quiere reflexionar, ni saber por qué su piel o el de Kagome parecen tan calientes. Lo único que le interesa y desearía reflexionar más a fondo, es la forma en que sus cuerpos encajan a la perfección.
Sigue besándola.
Y la única testigo se sacude salvajemente junto con los gemidos de Kagome, hasta morir de una forma gloriosa y le brinda la última intimidad para los amantes.
