Hola. Espero que esten muy bien. Algunos ya conocerán a estos personajes, Vadim y Julian, junto con otros mas. La Historia de Demonios, Criollos y otros cuentos ha mostrado una faceta...dulce, de esta pareja. Russvene. He decidido hacer algo diferente con estos dos, muy diferente de hecho. Espero les guste.

Julian Andres Jimenez Palacio - APH Venezuela, es mi personaje y por supuesto que Hetalia no me pertenece.


Toska: Ruso – Vladmir Nabokov lo describe mejor que nadie: "Ninguna palabra del inglés traduce todas las facetas de toska. En su sentido más profundo y doloroso, es una sensación de gran angustia espiritual, a menudo sin una causa específica. En el aspecto menos mórbido es un dolor sordo del alma, un anhelo sin nada que nada haya que anhelar, una añoranza enferma, una vaga inquietud, agonía mental, ansias. En algunos casos podría ser el deseo por algo o por alguien en particular, la nostalgia, una pena de amor. En su nivel más bajo, se reduce al hastío, al aburrimiento."


TOSKA RETSEPTOR

Acto I.

"La muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir."

César González-Ruano (1903-1965) Escritor, periodista y poeta español.

Los fragmentos impactaron el piso de granito y se dividieron en muchos más fragmentos. A pesar de lo peligroso que era estar tan cerca de ése espacio, Julián golpeó otra vez el vidrio que, precariamente, se mantenía, con la silla de metal plegable. Un estruendo se corrió por el ambiente y todas las luces se encendieron casi de inmediato.

Varios cortes surcaban sus brazos, la sangre corría por su piel y caía al piso junto a los cristales; un pijama blanco algo gastada y manchada del líquido rojo, su cabello estaba despeinado y unas zapatillas blancas ya manchadas de sangre. Caminó por el rio de cristales hasta la ventaba ahora abierta.

— ¡Julián! ¡Julián! ¡No lo hagas! – escuchó gritar a Alfred. Soren estaba detrás de él y ambos bajaban las escaleras al vestíbulo, donde él había llegado.

Conocía lo que harían, lo atraparían, Alfred le clavaria una de esa jeringas con algún tipo de tranquilizante y luego pasaría unos cuantos días con una camisa de fuerza en una celda acolchada, en la soledad y el silencio. La simple idea le heló la sangre, y lo animó, más allá del dolor de sus heridas o el frio de la oscura noche en el jardín del hospital, al atravesar la ventana y cortarse los dedos de las manos con los trozos de cristal que habían quedado en el alfeizar.

Escuchó los gritos y las demandas de los que atrás de él se acercaban, y cuando hubo salido del interior de aquel maldito hospital, el aire frio y húmedo le golpeo el rostro.

Vio el cielo oscuro y lleno de pequeños puntitos luminosos, y recordó los meses que no lo veía de tal forma tan hermosa.

Escuchó los pasos acercarse a la ventana donde estaba, vio a los auxiliares, Soren y Berwald. Se alejó de la ventana y corrió por el césped ahora oscuro y húmedo hacia el estacionamiento y el alambrado que conducía al bosque del que le habló Luciano.

Escuchó el sonido de la puerta principal abrirse y supo que ya habían salido en su pesquisa. El miedo corría casi tan rápido como la sangre en su cuerpo. Casi tan apremiante como el latido de su corazón. Se volvió y vio a los dos hermanos correr hacia él, algunas enfermeras estaban en la entrada del hospital.

Julián se escabulló entre algunos automóviles que se aparcaban siempre en ése estacionamiento. Ocultó su cuerpo entre las cajas de metal y en su angustiosa situación meditó el mejor lugar de saltar la cerca. No esperaba llegar tan lejos, la verdad al ver la puerta abierta no creyó verdaderamente ni llegar al vestíbulo.

El ser se asomó por abajo del auto y Julián se estremeció en su lugar, sus dedos ardían por la tierra en sus heridas y la sangre se acumulaba en éstas.

— Yo correría ahora. Soren está a dos autos de ti y…

No completó la oración cuando vio al latino correr por el césped y la tierra hacia el alambrado.

A pesar de todo era rápido, los hermanos tardaron unos segundos en darse cuenta que Julián ya no estaba en el aparcamiento y no fue porque ellos lo hubieran visto. Alfred había observado cómo se alejaba hacia los árboles que habían crecido en el borde del alambrado.

Iván se aproximó al estadounidense.

— ¿Qué sucedió?

— Julián salió de su cuarto.

— ¿Cómo?

— Me encantaría saber cómo. – admitió Jones exasperado.

— Natasha, asegura las puertas. Tranquilicen a los pacientes. – le pidió Iván a su hermana que de inmediato entró al hospital y reunió a algunos auxiliares.

Éste tipo de situaciones alteraba a los pacientes.

Los dos doctores atravesaron el césped detrás de los hermanos auxiliares. Aunque había focos en las esquinas del patio las sombras siempre buscarían la manera de perturbar el avanzar de sus pasos.

Cuando llegó al primer árbol de aquella esquina volvió y no vio nada realmente, solo se adentró y encontró el piso seco y sin césped alguno. Árboles se alzaban sin ningún tipo de patrón y los arbustos y maleza nacían abrazando los tallos de que allí crecía hasta consumirlos por completo.

Los sonidos de la noche se hicieron notar, los grillos, los pájaros nocturnos, los insectos. Sacudió las manos ya que algunos zancudos se pegaban a sus brazos; el olor a sangre.

Lo estaban siguiendo y él sólo pensó en correr, correr y correr a donde pudiera salir de ése lugar, de ése maldito lugar que lo arrastraba a la locura.

¿Pero… lo que estaba haciendo no era una locura?

Se adentró más en la oscuridad y en las sombras que el foco les arrancaba a los árboles hacia el suelo de tierra, y la maleza que se pegaba a su pijama sucia.

Tenía que seguir su camino; derecho hacia el otro extremo del patio, donde se suponía había un alambrado que daba salida a la carretera. Luego de pasar el bosque, El Amazonas como decía Luciano, quería irse, escapar, no regresar, No podía regresar a su hogar o a ningún otro… eso era lo que debía de hacer y el sabía por qué. No podía correr… eso provocaría mucho ruido

La oscuridad es cautelosa y astuta siempre, él debía mezclarse con ella por aterrador que le pareciera. Avanzó escondiéndose en la sombra de los árboles y pisó cuidadosamente la tierra para no provocar ningún ruido.

— ¡Julián! Ésta no es la manera de hacer las cosas…— escuchó a Soren gritar; el sonido era tenue, haciendo saber que estaba lejos.

¿Qué otra manera había de hacer las cosas?.

Levantó la mirada hacia las ramas de los árboles y la brisa los hacia inclinarse un poco como si estos señalaran un camino.

— Mira, Girasol, tienes que seguir unos metros más.— le aconsejó aquel ser que se apoyaba de un árbol que se encorvada hacia la derecha, hacia la oscuridad.

— ¡Julián! Julián…

El latino vio al demonio y éste desapareció antes sus ojos cuando dos fuertes manos le tomaron de la muñeca frotando una de sus heridas.

—Te tengo.

Julián se retorció, Soren lo tenía de la muñeca. En su intento de moverla, una fuerte punzada en el brazo le quemó la piel, no una vez, sino cada vez que zarandeaba el brazo para soltarse del agarre.

— ¡Está bien, Julián! ¡Todo va a estar bien!

— No... . ¡Suéltame! ¡Suéltame ahora, coño!

El dolor le subió a la cabeza y se sintió mareado de pronto. Con su otra mano, golpeó a Soren repetidas veces, alcanzó a golpearle los hombros y el pecho con fuerza, pero al nórdico parecía no afectarle. Cuando de repente lo soltó y se vio empujado hacia dos árboles que yacían cercano, el cuerpo de Soren rebotó antes de quedar inmóvil en el piso. Emitió una maldición en danés.

Julián se abrazó su propio brazo como si estuviera amenazado de perderlo en ese instante. Buscó el responsable de la misteriosa fuerza pero él sabía que había sucedido.

Retrocedió algunos pasos con cautela y vio el cuerpo de Soren tendido en la tierra, su uniforme blanco manchado de sangre y barro; Julián supo que esa sangre era suya. También supo que Soren seguía vivo. Lo podía ver respirar, como su pecho se elevaba y baja suavemente.

— ¡Julián!

Aquella voz lo hizo reaccionar, lo hizo pegar un brinco con su brazo abrazado y ensangrentado. Volvió a todos lados y sin saber de dónde venía tal llamado, echó a correr a la oscuridad del camino.

— ¡Julián!

Volvió a escuchar y esto sólo lo enardeció. Aceleró su carrera. Pasaba por los árboles y la maleza; el cansancio era distante y la necesidad de moverse, de huir le era apremiante.

No quería escuchar su nombre, no quería volver a esas cuatro paredes, nada de pasillos, medicinas, terapias, ataques de pánico, porque no estaba loco, no estaba enfermo, de ninguna manera y mientras más intentaba demostrarlo más se alejaba la posibilidad de convencerlos.

Quería dejar de sentir y de saber

Llegó al pie del alambrado. Una cerca de alambre entrecruzado debajo de éste alguien había comenzado a cavar, era claro que no era el primero en intentar escapar, alguien lo suficientemente cuerdo o loco había tenido la misma idea.

La hendidura apenas y tenía unos centímetros y Julián no podría pasar por allí jamás. Se agachó y movió la tierra con sus dedos; sus dedos se enterraban en la tierra blanda y cavaban tan desesperadamente. Más allá del alambrado un bosque espeso y oscuro que conducía a la carretera

Dzulian.

Todo su cuerpo tembló. Sus dedos se retorcieron en la tierra con fuerza casí animal, sus dientes comenzaron a tiritar, aún seguía siendo demasiado pequeño para que su cuerpo pasara, terminaría con los alambre clavados en la espalda si no tenía cuidado.

Dio una mirada fugaz a su alrededor sin detener su desesperada faena y no vio a nadie cerca. Sus dedos golpearon una roca y supo enseguida porque aquel que había intentado escaparse por este método desistió; era cemento. Había una lámina de cemento bajo del alambrado.

Se removió en ése lugar y miró hacia la cima del alambre: púas. Púas cubiertas de maleza, de vegetación, hierba y hojas.

Se levantó y escaló el alambre.

— ¡Dzulian, Dzulian no lo hagas! – Iván le agarro de la ropa y Julián comenzó a gritar.

Gritó tan fuerte que el sonido llego a la entrada del hospital, alarmando a las enfermeras y a algunos pacientes que volvían a sus habitaciones. Como si el toque del doctor quemara de una manera inimaginable.

— ¡Suéltame, Suéltame!

— No, Dzulian, no subas, vas a lastimarte.

Pero aunque Julián quisiera –y quería— subir aquella muralla de alambres, lastimarse las manos al intentar pasar por el alambrado de púas y cruzar, la fuerza de Iván era superior, le tomaba de la cintura con fuerza y no podía moverse de allí. Tampoco podía golpearlo al estar de espaldas.

Sólo podía gritar y retorcerse. Cuando se dio cuenta estaba llorando muy fuerte. Iván lo había agarrado y eso sólo podía significar que todo había terminado; tendría que volver.

Dzulian. Todo va a estar bien... – le dijo el doctor y Julián no le creyó.

— ¡Me quiero ir! ¡Suéltame! ¡Me quiero ir! ¡Tú no entiendes nada!

Sus gritos llamaron la atención de Berwald y Alfred que rápidamente se acercaron al alambrado.

No necesitaron preguntar para saber lo que Julián había intentado hacer, y Julián no necesito ver a Alfred para saber que tenía una jeringa con un relajante muscular dirigido a él.

— ¡Suéltame, suéltame, suéltame, no, no, no, NO! – chilló el latino tensando su cuerpo bajo el agarre de Iván. Le extienden el brazo herido y Alfred acerca la punta de metal. En un pinchazo todo ha terminado.


Acto II.

"La mente se estira por una nueva idea o sensación, y nunca se contrae de nuevo a sus antiguas dimensiones."

Oliver Wendell Holmes (1809-1894) Poeta y médico estadounidense.

Se había desmayado por tercera vez y ésta vez sí se hizo daño, tanto que cuando despertó no estaba en su cama si no en una sala con cortinas blancas a su alrededor; tenía un suero colgando al lado de la cama y al seguir el canal verificó que sí, efectivamente era él a quien le habían introducido ese líquido por sus venas.

Sus ojos entornaron, fueron hacia el bombillo blanco que estaba más allá de las cortinas en el techo. Las sábanas se rodaron. Vio a una enfermera alta, de cabello negro amarrado con dos trenzas y un uniforme blanco impecable.

— ¡Buenos días! – le saludo sonriente. — ¿Cómo te sientes, Julián?

Julián no respondió.

— ¿Cansado? Le diré al doctor que has despertado. – le dijo y luego de revisar algunas cosas en el suero y la máquina, escribió algo en una tablita de madera que reposaba en la mesa de noche cerca de la camilla. —Trata de tomar fuerza. El doctor vendrá a hablar contigo.

Julián intentó recordar lo que había pasado pero nada venía a su mente. Era como un profundo hoyo de recuerdos que al saltar solo dejaban una estela confusa en su memoria, se llevó una de sus manos a la cabeza y la encontró vendada. Ah, eso podría explicar por qué no recordaba nada. También podría explicar por qué estaba en un hospital.

A los pocos minutos de irse la enfermera, se dio cuenta que tenía mucha sed.

Se quedó en la espera del doctor, tal vez eso ayudaría a aclarar un poco todo aquel mar de dudas en su mente.

La cortina blanca se rodó y Julián rodo los ojos caribes hacía en doctor. Era moreno y de cabello castaño con luminosos ojos verdes.

— Buenos días Julián. – le dijo y por un acento particular descubrió que era español. — Soy el doctor Fernández. ¿Cómo te sientes?

— Tengo sed.

— ¡Oh, ya, ya! – el doctor arqueó ambos cejas y se le pudo ver algo de vergüenza, desapareció de las cercanías de cama y cuando regreso volvió con un vaso de agua.

Ayudó a Julián a tomársela con cuidado y éste carraspeó con la boca seca.

— Te has desmayado. – le informó.– Le hemos informado a tu familia, los veras en breve. Dime Julián, ¿te desmayas con frecuencia?—

— No...— le respondió, y termino de tomarse el agua para volver a recostarse.

— ¿Seguro?

—Si.

Antonio guardó silencio por un momento. Tomó el vaso vacío y volvió a ver a Julián con sus fuertes ojos verdes. El español sonrió.

— Trata de descansar, Julián. Mañana alguien vendrá a verte. – le dijo, y Julián arqueo ambas cejas con algo de sorpresa.

El doctor se fue, Julián vio como cerraba la cortina y lo escuchó hablar con la misma enfermera por que ella había vuelto y le había cambiado el suero por otra cosa, le dio una pastilla y no le dijo nada más que una sonrisa.

Pasaron dos horas para cuando su familia volvió, su madre y su padre. Su madre se veía contenta de que él estuviera despierto.

—Te desmayaste en la sala. — le informó. —Te golpeaste con el piso.

Acto seguido le tomó de la mano con fuerza y no supo porque estaba llorando. Su madre era de fuertes ojos negros y cabellera de ébano igual que él, pero cuando lloraba sus ojos se volvían más pequeños y su piel se enrojecía.

Julián la vio llorar.

— Ya estoy bien mamá. — le dijo el hijo y sonrió. —No llores.

Su madre lo abrazó, porque pensó que perdería a un hijo ésa mañana en que golpeó la cabeza contra el piso. Los exámenes no arrojaron nada. No tenía ninguna enfermedad física que le diera explicación de estos desmayos.

— Es que no sabemos que tienes…— le dijo ella. –No queremos que nada te pase, mi niño, no después de lo de tu hermano.

Algo le golpeó detrás de la cabeza y recordó que algo muy grave había pasado esas últimas semanas. Bajó los ojos y los cerró por un momento buscando recomponerse

— No tengo nada, mamá.– le aseguro el joven.—Seguro es porque no he comido bien.

Y en parte no estaba mintiendo, había hecho un desorden con su alimentación estas últimas semanas en consecuencia había bajado unos cuantos kilos.

— Hemos hablado con el doctor y nos recomendó un especialista.— habló su padre.

— ¿Un especialista en qué?

— Un psicólogo.

— ¿Piensan que necesito un psicólogo? – preguntó el azabache desde su cama, el silencio de su padre fue necesario para responder sus preguntas.

— Has estado hablando con alguien luego de lo de David. –aquí no había sido una pregunta, y lo había dicho su madre.

Los ojos de Julián fueron desde su madre hasta su padre. Tragó saliva.

— No...—Julián negó, y cerró los ojos luego de un suspiró.

— Oh cariño, Lo de David no fue tu culpa.

Julián no dijo nada, pero miró a su madre con atención justo en los ojos.

— Es por tu bien.

Julián apretó los labios y sintió un ligero ardor en los ojos, luego volvió a ver a su padre.

— ¿Se irán? – preguntó con algo más de tranquilidad en su voz.

El padre de Julián miro su reloj, y asintió.

— Yo debo volver a trabajar. — dijo él, como era de esperar por su parte. Julián no hizo gesto alguno y miró a su madre; sólo rodó los ojos lentamente hacia la mujer.

— Me quedaré si quieres compañía.

Julián no dijo nada, se movió hasta quedar sentado. Asintió.

— Está bien. – dijo.

Bajó un poco los ojos hacia las sábanas de su camilla. Mañana le darían de alta según el doctor.

Hoy era mañana. Su madre se había quedado dormida en el sillón a su lado. Julián abrió los ojos al despertar y quedó con la vista en la cortina blanca que no producía ningún movimiento y desconocía para que le habían puesto cortinas a su camilla, sospechaba que la luz de la mañana atravesaba las ventanas con intensidad.

Con sus ojos abiertos no movió la cabeza al techo; vio como la cortina se movía, vio la sombra de alguien allí, de pie, era alto, familiar, sabe que es él.

Julián parpadea lenta y calmadamente, es por esa pastilla que le dieron de tomar antes de dormir; le ayuda a dormir, relaja sus músculos y sospecha que será un medicamento para toda la vida.

Ve como la cortina se desliza lentamente y observa al responsable que le sonríe cándidamente. Vadim.

Es un hombre, su rostro es enteramente liso, sin ninguna marca o lunar, níveo y con una textura suave. Su cabello es claro, liso y caía con irregularidad sobre su frente y sus mejillas; es como un polvo de plata.

Sus ojos eran lo más curioso, eran de un tono gris violáceo, muy brillantes. Julián siempre notó que cuando Vadim aparecía ante él siempre sonreía, o siempre estaba alegre.

— Girasol… — así lo llamaba, nombre por el cual Julián no responde. Nunca responde a ése nombre.

Vadim poseía un sobretodo negro, siempre era negro con detalles blancos, muy pulcro y bufanda; siempre tenía bufanda. Siempre. Cada vez que veía a alguien con bufanda recordaba a Vadim ¿Quién tenía una bufanda en pleno verano? Vadim la tenía.

— Te has hecho daño. – dijo, tiene un acento muy duro y marcado cada vez que habla, y Julián lo sabe por qué Vadim habla mucho con él desde siempre.—No es nada grave, desde luego. Un golpecito.

Deslizó sus dedos por la venda de su cabeza y lo ve con atención.

Dzulian se ha descuidado, Da.

Las manos de Vadim son siempre frías, como si viviera en un invierno perpetuo. Con delicadeza se inclinó sobre el postrado en la camilla y lo examina con atención, ve la aguja que está en su brazo y Julián mueve la cabeza hacia el techo y su mirada se queda pegada a las medallas que Vadim siempre tiene en su sobretodo.

— Ahora los padres de Dzulian quieren que vaya a un psicólogo.

Julián no responde, no puede arriesgarse a que su madre lo escuche o que alguien más lo escuche. Pasea sus ojos por el techo ya que Vadim se ha enderezado y está de pie al costado de la camilla.

Hay un profundo silencio en donde ambos se miran a los ojos fijamente. La mirada del más alto quema como hielo en la piel, Julián es el primero en cerrar los ojos; lo hace despacio y claramente puede escuchar a Vadim pedir que los abra y lo mire.

Porque a Vadim le gusta ver los ojos de Julián. Y Julián sabe esto. Pero no; ésta vez no.

Su madre despierta, la escucha moverse y abre los ojos, Vadim no está.

Cuando Julián pudo volver a casa, guardó reposo un mes en donde no asistió a la universidad y sólo presento algunas clases virtuales y los trabajos grupales los realizó de forma digital. Se le percibió un poco más silencioso, taciturno y pensativo. Comía bien y estaba ganando peso.

No fueron al psicólogo como lo había recomendado el doctor Antonio. Primeramente porque al papá de Julián: Gregorio, no le convencía que eso podía ser una eficaz solución, además su hijo se veía mejor, sin duda estaba mejorando. Sin duda superaría esto como se esperaba.

Julián miraba por la ventana de la cocina, tenía una taza de café con leche y se inclinó en las cercanías de cristal. Sus manos comenzaron a temblar tan pronto se inclinó.

Se alejó rápidamente, enderezándose.

Dio media vuelta en ése lugar para retornar a su habitación, caminó y no detuvo su paso en ningún momento cuando la taza se le cayó de las manos en su caminar y rompiéndose, alertó a su madre que estaba viendo televisión en la sala.

Cuando ella fue a su encuentro, Julián ya estaba corriendo por las escaleras hacia su habitación, cerró la puerta de un portazo que se escuchó en toda la casa. Julián se encargó de cerrar las ventanas de su habitación y correr las cortinas.

Su madre no pudo abrir la puerta por más que se lo pidiera. No había ruido. No había luz.

Solo el en la oscuridad.


Acto III

"En vez de amor, dinero o fama, dame la verdad."

Henry David Thoreau (1817-1862) Escritor, poeta y pensador

Escuchó los susurros de sus padres con el doctor. Éste era rubio y con una voz bastante chocante para el venezolano que sólo se limitó a bajar los ojos hacia la cerámica blanca de la sala de espera.

Pronto ambos señores agradecieron a él joven psicólogo, y éste con una cándida sonrisa; que por un momento le causó cierta repulsión a Julián que no pudo ocultar en un gesto, le permitió entrar a su consultorio.

Luego de haberle hecho una especie de cuestionario muy incómodo, Julián no tenía muchas ganas de volver a entrar en ese despacho, pero la mirada de su padre no le daba otra opción.

Había tenido un ataque de pánico esa semana. Había visto algo por la ventana, pronto se encontraba encima de su escritorio como si algo estuviera inundando el piso de su habitación, algo desagradable. Se había ganado casi de inmediato una visita al psicólogo del hospital de "Santa Mónica", ése que veía todos los días al regresar a casa de la universidad.

— ¿Me dijiste que no ingieres ninguna droga? –Alfred se sentó en el escritorio justo frente a Julián que estaba en una silla bastante cómoda.

El latino asintió.

— ¿Seguro?

Volvió a asentir.

—Tus padres aseguran que esto comenzó cuando tu hermano, David, murió. –Alfred hizo una pausa en donde Julián no comento nada. —Alucinaciones, ataques de pánico, estrés... conducta paranoide..

Todo lo que escuchó lo sorprendió bastante, tanto que Julián abrió los ojos más de lo necesario.

— ¿Estas escuchando a alguien ahora?

— A usted.

—Alguien ajeno a nosotros. – le puntualizó consiente de que sus padres le informaron acerca de sus susurros.

Julián negó con la cabeza.

Vio como Alfred entornaba la mirada hacia él y sonreía. No estaba del todo convencido.

— ¿Seguro, joven?

— No estoy escuchando a nadie a parte de usted ahora. – le dijo Julián con una voz muy clara. Intentaba sonar firme aunque realmente se encontraba nervioso.

Hubo un momento de silencio, en donde Alfred miro a su reloj y luego a Julián.

— ¿Me puedes hablar de tu hermano? ¿Se llamaba David?

— Sí.

— ¿Cuántos años tenía?

— Diecinueve.

— Era joven. Querías mucho a tu hermano, ¿Verdad Julián?

— Sí.

— ¿Puedes decirme que fue lo último que recuerdas con él?

— Ah… salimos a la universidad.— le respondió el latino.— Él tenía que comenzar ése mismo año.

— ¿Esa fue la última vez que lo viste?

— Ése fue el día en que murió

— ¿Cómo?

— Arrollado…

Silencio.

— ¿Sientes que pudiste hacer algo por él?

—No…—Julián dudó y movió la cabeza a un lado –No lo sé. Me gusta pensar que sí, todo pasó muy rápido.

—¿Puedes contarme que recuerdas?

Julián no dijo nada.

— ¿Julián?

— ¿Si?

— ¿Puedes contarme?

Julián niega con la cabeza. Alfred asiente y sabe que no está listo. Sabe que el proceso será lento y que Julián por ende debe de poner de su parte.

Hablaron de la universidad y de lo que Julián estudiaba: ingeniería petrolera; y su hermano quería estudiar agronomía. La vida de Julián según contaba no era algo que debiera de sorprender, tenía amigos normales, padres normales, una madre muy nerviosa y protectora, y un padre exigente, aunque atento y severo cuando llegó a la madurez. No tenía novia actualmente, aunque había tenido algunas, nada serio en realidad, su última relación terminó meses antes del accidente y él fue quien tomo la valentía para cortar la relación.

— ¿Por qué?

— ¿Por qué, qué?

— ¿Por qué terminaste con tu novia?. – pregunto Alfred

Julián se detuvo en esa pregunta, iba a responder al momento, iba a decir un simple "porque si"... pero no encontró vacío. Opto por decir algo diferente.

— Problemas.

— ¿Problemas?—Alfred miró por encima de sus anteojos cuadrados con una sonrisa.— ¿Celosa?

— No.

Julián no dio detalles. Hablar de sus relaciones con alguien que no conocía y que hasta el momento desconfiaba era razonable para él. Eso debía de ser una señal de salud mental ¿No?

Los próximos encuentros no daban frutos, porque el venezolano no presentaba cambios en sus patrones de conducta, de hecho sólo se sentía más incómodo de estar en un psicólogo.

Dos veces se reusó a salir de la casa cuando su madre lo llamaba, se quedaba en la sala, viendo por la ventana y negaba con la cabeza suavemente para subir a su habitación; abría las puertas con suavidad y examinaba como si esperara que algo saliera de éstas a asustarlo. Ha pasado varias veces que las abría y se quedaba un momento viéndolas y las cerraba. En otras entraba y buscaba lo que sea que necesitaba.

No dormía bien, pero tampoco se quejaba por no hacerlo. Sus notas bajaron, su ánimo decayó y cuando estaba con Alfred se quedaba dormido en el diván o la silla.

— No quiero ir. – Dijo una tarde a su madre. – No quiero ir, estoy bien así, quiero quedarme aquí.

—…Julián, hijo…— ella se acercó a acariciarle el rostro, pero la esquivó retrocediendo unos pasos, dos más. Bajó los ojos sintiéndose miserable por no complacer a su madre en una reconfortante caricia.

— No… no quiero ir…— decía cuando retrocedía, junto las manos a la altura del abdomen. –No… quiero quedarme.

Su hijo estaba comportándose muy extraño.

No espero que sus padres respondieran cuando subió las escaleras y se encerró en su habitación. A estudiar si podía porque tenía examen el lunes.

Cuando Alfred fue notificado de las ausencias, llamó a la familia y se enteró de todo el comportamiento de Julián en los meses de la consultas. No era algo psicológico que se pueda sosegar con una terapia en donde el paciente no cooperaba.

— No estoy loco. – dijo, es lo primero que susurró cuando se le dio la sugerencia.–Sólo quiero estar solo, quiero que dejes de hacerme preguntas…

— Sólo intento ayudarte.

— Yo no pedí tu ayuda, mis padres te la pidieron.

— Ellos están preocupados por ti, es porque te quieren.–argumentó el rubio. Vio como Julián jugaba con sus dedos y lo paró, tomando una de sus manos.

Él la soltó como si quemara. Cosa que sobresalto Alfred. Los dos mayores admiraron este hecho con extrañeza y confusión.

— Tus padres… se preocupan por ti Julián, eres ahora su único hijo…

El azabache fulminó a Alfred con la mirada incapaz de decir algo contrario.

— Aquí tal vez te ayuden a tratarte, relajarte y entenderte.

— Entiéndeme ahora. No quiero ir. No voy a ir, no pueden obligarme – le dijo pausadamente. — ¿Entienden?

— Julián tienes que tratarte.

— NO, NO TENGO QUE. – exclamó alzando la voz.

— Si tienes, y debes… es por tu bien, es por tu salud.

Él se levantó. Miró al doctor con los ojos bien abiertos y apretó los dientes.

—...No iré.

— Por favor hijo-…

— Por favor nada, mamá. Te complací con este psicólogo, y con casi todo en mi vida ¿Por qué coño ahora quieren hacerme esto?

Su madre negó con la cabeza y su padre intervino.

— Julián, no estás bien, te comportas diferente, esto podría agravarse si no se trata adecuadamente, no hagas sufrir a tu madre hablándole así.

— Es para ayudarte, entiende Julián.– medió Alfred. El criollo volvió verlo con los ojos bien abiertos. Conteniendo la impotencia y molestia.

Alfred se sintió un tanto incómodo. Dio un paso atrás y vio lo tenso que estaba el joven venezolano.

— ¿Ayudarme? ¿A mí? ¿Cómo piensas ayudarme si ni siquiera tu pudiste ayudar a tu hermano?— la sala se quedó en silencio cuando Julián escupió esas palabras y Alfred ahora quedó mudo con un nudo en la garganta, doliendo, miró a los ojos del criollo y los percibió carentes de cualquier sentimiento. — ¿Piensa que intentare suicidarme como él lo hizo?

— ¡Julián, por favor! ¿Qué estás diciendo? – su padre habló, con su voz dura, lo reprendió; pero aquel hijo sacudió la cabeza ligeramente y bajó los ojos del estadounidense que se quedó frio en su posición. — ¡Ten algo de respeto! ¿Qué te sucede?

El criollo unió las manos a la altura el abdomen, sonrió suavemente, dio dos pasos atrás y volvió a ver a los dos adultos que estaban en su costado.

— ¿Quieres que me vaya madre? ¿Así no te sentirás culpable? ¿Verdad?, eso es lo que quieres…

María, su madre tenía los ojos acuosos y la garganta seca, su hijo estaba irreconocible, nunca en su vida, Julián le había hablado de tal manera.

— ¿Qué estás diciendo, muchacho?

— ¡Oh, por favor, no sean tan estúpidos! ¿Creen que no lo sé? ¡Creen que no sé qué tú me culpas porque ya no puedes tener más hijos! – exclamó y miró a su padre, aquel con quien compartía el color caribe de sus iris. —No soy pendejo! ¡¿Crees que no sé qué mamá tuvo una complicación cuando yo nací, y por eso no puede tener más hijos?!

— ¡¿De dónde sacaste esa mentira?!

— ¡NO ES MENTIRA! – el muchacho gruñó y toda la habitación se estremeció. —¡AHORA, ME CULPAS POR QUE DAVID MURIÓ! ¡AHORA, CREES QUE ESTOY LOCO, Y ESO TE DA VERGÜENZA PORQUE SIGNIFICA QUE HAS PERDIDO TODO! ¡ME QUIEREN ENVIAR A UN HOSPITAL PARA ENFERMOS! ¡TIENES UN HIJO ENFERMO! ¡QUÉ VERGÜENZA ¿VERDAD? – vociferó embravecido. — ¿QUÉ DIRÁN TUS AMIGAS? ¡MARIA TIENE UN HIJO ENFERMO Y OTRO MUERTO!

El escándalo de la habitación alertó a la seguridad de la clínica, encontraron a una mujer llorando y su esposo sosteniendola y un hijo que no paraba de gritar, y mantener a el psicólogo a raya a fuerza de improperios. Lo sostuvieron justo a tiempo, antes de que Alfred recibiera una descarga de golpes.

—¡NO CREES QUE PUEDES AYUDAR A ALGUIEN! ¡NO ERES UN HÉROE! ¡NO LO ERES! ¡NO LO ERES! –gritaba el azabache mientras era arrastrado, miraba a Alfred que estaba cerca de su escritorio atónito por tal reacción, tal descargue. — ¡SIEMPRE ERES EL PRIMERO EN ESCONDERSE! ¡NO ERES UN HÉROE, NO LO ERES… NO LO ERES… LE TEMES A LA OSCURIDAD Y A TU CULPA…

Un silencio se derramó sobre los presentes mientras que en la sala de espera, en el pasillo, un hombre de cabello ceniza parecía contemplar cómo se llevaban al enfurecido paciente del consultorio del Dr. Jones. Estaba alterado y enfurecido a la vez.

Se asomó en la consulta y observó con atención la confusión del americano y la tristeza de la pareja, debía de felicitar a Julián cuando lo viera nuevamente, por que sin duda alguna, había acertado en todo y derramado una cruel verdad que quizá lo condenaría.

Aquel ser sonrió. Siguió a Julián a donde las paredes son siempre blancas.


CHAN CHAN, Espero que les haya gustado.~

DamistaH.