Apenas entraba noviembre y el frio de la ciudad ya se sentía. Un joven de cabellos castaños paseaba por el blanco mural, envuelto en un grueso abrigo gris y una bufanda azul oscuro cubriéndole el cuello. En una de sus manos llevaba un pequeño paquete de comida.
La brisa entro junto con él al abrir la puerta de la casa, provocando un portazo no querido y la consecuente voz preguntando que había ocurrido.
¿Eres tú, Lovino?
El muchacho de ojos castaños dio un resoplido y se dirigió a la habitación de donde provenía aquella pregunta.
Claro que soy yo, idiota. ¿Quien más?
Recostado en la cama se hallaba un muchacho un poco mayor, de cabello corto y alborotado, quien miraba al recién llegado con una de sus clásicas sonrisas. Tan sólo que en ese momento el rostro del mayor se hallaba tintado de ligero carmín.
Por culpa de tu estúpido resfrió ya no pudimos preparar la comida.
El mayor se disculpaba mientras que, aún sonriendo, sostenía el paquete que traía Lovino.
Es sopa caliente, te caerá bien.
Ambos jóvenes se quedaron en la habitación. Mientras uno de ellos comía con avidez el otro se limitaba a observarlo, tomando el plato cuando se hubo vacio. Tras eso el mayor volvió a acostarse, no sin antes decir muchas veces "gracias" en un susurro que lo llevo al sueño.
El muchacho de cabellos castaños sonrió ligeramente y con una de sus manos acaricio la frente del mayor. Por que aunque no lo dijera deseaba que Antonio se recuperara pronto.
¿Por qué?
Por que alguien tenia que cocinar, y el no lo haría.
