Era un día cualquiera en un momento cualquiera, había salido temprano de aquella inmunda posada para reírme un rato de los incautos viajeros y los borrachos resacosos. Premio: nada más salir de la posada di de lleno con el hijo de la tabernera. Sonreí, le ausculté, y me fui dejando al pobre chaval intentando reponerse de su pesado sueño.

Todavía era muy temprano. Los guardias pasaron a mi lado un par de veces mirándome con cara recelosa. Uno de ellos me dedicó un gesto cuando creía encontrarme de espaldas, y al darse cuenta de que no era así, procuró acelerar el paso mientras su compañero le llamaba. Ajusté la capucha negra a mi cuello y silbé. Spike apareció en unos instantes, luciendo aquel brillante collar de pinchos regalo de los orcos del clan Frostwolf agradecidos por su ayuda. Era grande, negro, y lo mejor de todo, daba mucho miedo. Una dentellada del lobo y habrías perdido al menos tres dedos de tu mano. Monté y juntos caminamos unos cuantos metros. Parecía que nos esperaba otra aburrida y calurosa jornada. Vestir de negro no es siempre divertido, sobre todo si estás a más de treinta grados a la sombra en un desalentador día de verano.

Hicimos parada para pescar algo, no fue nada mal pero por poco me llevo un mordisco de Spike por no querer compartir la comida.

- Vamos amigo, deja un poco para mí.

Después de discutir un poco con mi perro, con el cual me entiendo perfectamente, pusimos rumbo a Sunstrider Isle. "Quizás me cruce con algún ricachón sobrado de oro", pensé para mis adentros, y sonreí.

Sobre las cinco de la tarde caminaba cerca de la zona residencial. Tenía la boca completamente seca y un sabor a arena que me hacía recordar la zona casi desértica de Barrens. Spike debía ir tan distraído como yo cuando nos tropezamos con una chica.

- ¡Eh! Ten más cuidado, ¿quieres?

Aquella pija malcriada, que por cierto debía tener un sentido nulo de moda, me miraba y gesticulaba como si tuviese un murlock en la boca. La rubia en cuestión tenía el pelo largo, un trapo horroroso por vestido y bastante poca educación.

- Tranquila, señorita, no tengo la culpa de que no viese a mi lobo.

El animal gruñó y la chica pareció asustarse. Salté por encima de mi montura y aterricé a un palmo de su nariz. Sin que se diera cuenta deslicé mis dedos en su zurrón y sustraje unas cuantas monedas de oro.

- ¿Puedo ayudarla en algo? ¿Se ha perdido? - inquirí con tono burlón.

Su cara de asco crecía por momentos. Era el reflejo de una amalgama de miedo, frustración e ira. Cuando quise repetir la operación me pilló con las manos en la masa.

- ¿Qué coño haces? ¿Intentando robarme?

- ¿Robarte? - dije pícaramente. - Nada de eso, sólo intento ayudarte. Además, se está haciendo tarde. ¿Tienes sitio donde dormir?

Pensándolo mejor, aquella rubia no estaba nada mal. Tenía un cierto parecido a alguien que había visto antes, no recordé dónde ni cuándo. Me hizo un gesto despectivo e intenté salvar la situación haciéndome el buen chico.

- Me llamo Shin, encantado. ¿Y tú, guapa?

Prosiguió un gruñido de la joven y un rápido movimiento de mano con la intención de impactar en mi rostro. Sujeté su muñeca con fuerza y chasqueé la lengua.

- Vamos, gatita, no te pongas así.

Se dio la vuelta y comenzó a andar cuando me deslicé sigilosamente delante de ella y le arrojé la pequeña faltriquera que le había robado.

- Para que veas que soy bueno. Además, ni te hubieses dado cuenta.

- ¡Eres un gilipollas! - se dio la vuelta y corrió en la dirección opuesta.

- ¡Nos veremos en la posada!

"Bueno, ella se lo pierde", pensé.

Continué mi periplo por las calles de Sunstrider. Las casas estaban realmente bien decoradas y la más pequeña debía de ser al menos tres veces la posada que yo frecuentaba. Tenía la sensación de que muy pronto volvería a encontrarme con aquella rubia.

Aproveché para darme un baño en un lago bastante apartado de las casas donde sabía que no sufriría ninguna visita inesperada, tampoco las quería. Era ya bastante tarde cuando me di cuenta de que debía irme. Sequé mi puntiagudo pelo rubio platino como mejor pude y volví a colocarme una a una las piezas de cuero negras de mi vestimenta. La verdad es que pesaban una barbaridad por la cantidad de cuchillos y demás armas que llevaba guardadas en los bolsillos y dobladillos de la ropa. Spike jugaba con un par de luciérnagas que por vicisitudes del destino fueron a parar entre las fauces del can. Le hice un gesto y le dejé descansar mientras me dirigí andando hacia Silvermoon.

Era una noche cálida, pero por alguna razón que sólo yo comprendía hacía más frío del que podía sentir. Entorné los ojos e intenté buscar alguna estrella en el cielo, cosa improbable teniendo en cuenta la cantidad de gas que emanaba la ciudad de Silvermoon. Con esa cochambre verdecina pegada a la ropa, no pude evitar dar unas arcadas. Me empezaba a doler la cabeza. Con un buen trago se solucionaría.

- Mmmm…menuda mierda - susurré para mis adentros mientras caminaba dando tumbos por el camino de entrada a la ciudad.

Parecía que el concierto de la noche anterior todavía pasaba factura en la higiene de los suburbios.

- Buenas, Velandra.

Le dediqué un gesto desganado con la mano mientras me acomodaba en uno de los taburetes cojos de la barra. Apoyé mis codos en la madera y le dediqué una profunda sonrisa a mi posadera, aunque obviamente no pudo verla tras la ropa que ocultaba gran parte de mi rostro.

- Ponme uno doble, y rápido.

- Oh, esta noche vienes poco animado, ¿eh?

- Hmmpf - torcí el gesto. - Tú solo pónmelo, ¿quieres?

Algo cabreada con mi contestación, abandonó todo intento de tirarme los trastos aquella noche. Las mujeres de treinta años, solteras y con hijos pueden ser muy, pero que muy peligrosas.

Casi me caí del taburete cuando escuché de nuevo aquella voz aguda.

- ¡Tú!

Bingo.

- ¡Ah!, te estaba esperando, cuánto has tardado. Vamos, siéntate. ¡Velandra, ponme otro! - dije con toda naturalidad.

Tenía delante de mí a dos mujeres que me odiaban y me deseaban, una combinación realmente peligrosa si la juntas con un gintonic doble. Debía ser rápido si no quería acabar linchado por aquellas malas féminas. Para mi asombro, la tía rubia se sentó y se tomó el vaso de un solo trago.

- Eh, tranquila, que no se acaba. ¿Qué haces por aquí, princesa?

Creo que ni me escuchó, o quizás no quiso hacerlo. Se limitó a poner una nerviosa cara de felicidad y a pedir otro a gritos.

"Esta niña está mal de la cabeza", pensé. Al fin y al cabo parecía divertirse con mi bebida favorita, así que la agarré del brazo y le pregunté:

- ¿Te gusta? Conozco otros mejores.

- ¿Sí? Estás tardando en enseñármelos.

Estaba completamente desinhibida, se había soltado la coleta y tras unos cuantos cocktails más y un par de vasos contra el suelo, Velandra acabó hasta los ovarios de nosotros (o al menos eso fue lo que dijo). Nos espantó como a dos ratas de alcantarilla mientras íbamos escaleras arriba dando tumbos. Aproveché para pegarle un repaso al trasero de la rubia mientras empujaba el saco de patatas tambaleante sujeto por ese buen par de piernas.

Con mucho disimulo adivine el número de su habitación (me refiero a que me fijé en el enorme llavero de madera en el cual estaban tallados dos números tan grandes como la palma de mi mano).

"Ok 47, a ver a ver... es ésta."

Intentando que no se diera cuenta, aunque no me hizo mucha falta, forcé la cerradura con una pequeña ganzúa y me hice el borracho sorprendido.

- ¡Anda, si ésta es también tu habitación! ¿Qué cosas, eh?

Después de unos momentos iniciales de confusión, me dejé caer en la cama. Estaba realmente cansado.

- ¡Eh, levanta! ¡Esa es mi cama!

- Si hombre... - susurré para mí mientras mullía la esponjosa almohada de la cama.

Aquella cama no era ni por asomo como en la que acostumbraba a dormir, dura, de muelles y poco agradecida. ¿Estaría en otra posada? Empecé a cabrearme más y más con Velandra hasta el punto en el que me hubiese gustado verla dormir en mi cama para poder restregarle que hubiese mantenido oculta esa habitación; estaba furioso. Por un momento dejé de oír las quejas y sugerencias de la rubia y note su cuerpo junto al mío.

- ¡Vamos, vete de aquí!

Los intentos de tirarme de la cama no dieron sus frutos, tan sólo consiguió un par de gruñidos por mi parte.

- ¿Déjame dormir, quieres?

- ¡Ésta es mi habitación!

- Eso díselo a Velandra, me...

- ¡Serás…!

- Yo también te quiero, cariño.

Me di la vuelta y clavé mis ojos en los suyos, por unos momentos pensé que volvería a abofetearme pero no fue así. Pasó un ángel, y luego ese mismo ángel me empezó a besar por el cuello. No me había dado cuenta de que ella se había quitado las botas y la camiseta y ahora lucía un bonito sostén rojo. Me dejé llevar; oh, Dios sabe cómo me gustaba. Pero entonces me acordé de aquello, y con un gesto brusco la aparté de mi lado.

- No me gustan las borrachas, vístete.

Salí disparado de la habitación con un nudo en la garganta. En ese momento no me di cuenta pero temblaba, temblaba como hacía mucho que no lo hacía. Sigilosamente atravesé la puerta de la posada y me apoyé en el muro que daba a la calle principal. No había nadie. Metí la mano en mi bolsillo y procuré sacar un cigarrillo. Lo encendí, las dos de la madrugada. Pasaron unos minutos y volví a encenderme otro. Sabía que esa mierda me mataría, pero no por eso iba a dejar de fumarla.

A punto estuve de matar al gato de Velandra cuando pasó a mi lado y me miró con cara burlona. Esos animales son muy inteligentes. Estoy casi seguro de que pensaba... "Jojojo, pringado." O quizás... "¿Eres tonto?" O al fin y al cabo sólo sería otro estúpido gato buscando algo de compañía mientras su ama descansaba. Cerré los ojos y cuando quise dejar de deambular entre recuerdos del pasado la hora se acercaba.