1. Érase una vez un gato que...


Apareció en el patio trasero la mañana siguiente de una noche de tormenta. Una noche de esas en las que el cielo pareció caerse a pedazos lanzando maldiciones en tonos graves, truenos que partieron la calma y obligaron a cada habitante de Yokohama a quedarse en casa, a guarecerse de la torrencial lluvia y las devastadoras corrientes que sacudían los árboles, arrancado, de sus copas variopintas, el sueño total de la ciudad.

Con el amanecer llegó la calma y el desayuno en la casa Sakunosuke.

En la mesa se sirvió jugo de naranja y, para calmar los nervios de los cinco hijos adoptados por la pareja, waffles con mermelada. Menú estilo americano repleto de azúcar cuyos efectos catastróficos habrían de vivir los maestros de la primaria a la que asistían.

En esa calma ruidosa y alegre, un maullido posó sus cuatro patitas empapadas y su cola temblorosa.

Al inicio nadie oyó su arribo, confundido con el canto de los mirlos. Conforme se fue acercando a la ventana de la cocina, abierta, oreando el encierro nocturno, su lastimero, diminuto y solitario maullido con una nota ronca al final —de hambre y enfermedad—, se hizo notar.

El primero en oírlo fue Kosuke, el mayor de los chiquillos que paró de reír. Aguzó el oído, mejillas repletas de waffles, y abrió la boca.

—No se habla con la boca llena y se masticar con la boca cerrada —lo amonestó su padre, Ango Sakaguchi, fiscal de renombre, estricto, recto y amoroso.

—¡Pero…!

El maullido se repitió alcanzando por fin a Sakura, Katsumi, Shinji y Yu, hermanos, no de sangre, sí de corazón.

Sakura se levantó de un saltó, trepó el lavabo con una agilidad que era la envidia de sus hermanos, y asomó por la ventana, por encima de los platos en la escurridera. El rostro se le iluminó.

—¡Es un gatito! —anunció al resto, y sin esperar, se lanzó fuera espantado al minino que corrió a ocultarse detrás del triciclo volcado e impregnado de humedad.

—¡Sakura! —fue tanto llamada de atención como de preocupación del fiscal, al salir, seguido de la tropa de infantes—, ¿Te hiciste daño? —en cuclillas la giró para revisarla, y acto seguido regañarla— ¿Qué te he dicho sobre la ventana?

—¡Gatito! —desvió el tema. El recordatorio de que la ventana no era una puerta, podía esperar.

El mencionado asomó por un costado revelando un pelaje marrón oscuro, con las patas, la punta de la cola, el cuello y el lado derecho de su cabeza, blancos.

—¡¿Podemos quedárnoslos?! —rogaron al unisón los niños.

Ango estuvo por dar una negativa rotunda cuando apareció Oda Sakunosuke.

El esposo de Ango era su polo opuesto. Profesor de una escuela preparatoria, tranquilo, de aire despreocupado y gentil, traía en mano un jamón que dio al felino, pese a los rezongos del fiscal.

Desconfiado al inicio y después empujado por el hambre, la peluda sorpresa que llegó tras la tormenta con la mañana, se acercó cauteloso y le hundió los dientes al delicioso embutido, sellando así el inicio de su historia en la casa Sakunosuke.


Notas:

La idea de esta historia fue sugerencia de mi beta reader (AzukiTsukiyomi).

Un día le estaba platicando de dos gatos que tuve: Bon (pelo corto y negro) y Dui (pelo corto, gris y romano). Como suele suceder cada que hablo de mis gatijos, quedó encantada con sus peripecias. Nunca he conocido a alguien que se mantenga indiferente, le gusten o no los gatos, a lo que hacían mis niños, y más a su "historia de amor". Así pues, fue que ella, en determinado momento, dijo: «No he podido evitarlo, me acabo imaginar la historia de amor de tus gatos en versión Soukoku». Esa frase fue el inicio.

Con motivo del mes de los gatos (agosto), por sugerencia y petición de mi beta (¡MIL GRACIAS!), escribiré esta historia que se compondrá de pequeños capítulos, que más que capítulos serán drabbles, en los que narraré algunas de las locuras que hicieron Bon y Dui en vida, encarnados en Dazai y Chuuya, respectivamente, versión gatos. No serán 100% reales, como debe ser obvio, pero les iré indicando cuanto fue real, y cuanta será la magia de la fantasía de un romance gatuno Soukoku, en la casa Odango.

Ah, debo aclarar que esta vez, Oda y Ango, serán felices y tendrán gatos.

O sea: serán doblemente felices.

Estaré actualizando, tal vez de forma semanal, sea una o dos veces.