Capítulo I

Ha llegado el día. Por fin podré dejar el pasado atrás y enfocarme en mi prometedor futuro. No hay margen de error; todo tiene que ser perfecto.

He repetido estas frases tantas veces, sin lograr con ello los resultados que esperaba. Pero hoy será diferente, me digo, mientras me deslizo fuera de la cama y tomo mi bata de dormir. Sí, todo está en orden ahora, no como antes. Un nuevo departamento, un nuevo corte de cabello, un renovado guardarropa y, sobre todo, una única oportunidad de recomenzar mi vida, misma que estuvo en pausa desde aquella noche. Sacudo mi cabeza, desbaratando un poco el moño que acabo de hacer, reprochándome tales pensamientos que puedan ensombrecer mi mañana.

Al desayunar, repaso mentalmente los planes del día: ir a la universidad, regresar a tiempo a la oficina, comprar provisiones... esas pequeñas acciones que podrían incluso enfadar a alguna persona por su monotonía, a mí me parecen maravillosas. Aún mi accidentado trayecto en autobús,rumbo a la universidad, me parece divertido. Miro a las personas a mi alrededor y me percato que no se dan cuenta de lo afortunados qué son.

Al cruzar el umbral de ese hermoso edificio, todo cambia. Ya no pienso en los demás, sólo en mí, en lo que estar aquí me costó y en lo que podrá beneficiarme. "Alumnos de nuevo ingreso de la carrera de Literatura Inglesa, su ceremonia de bienvenida será en el auditorio" dice una voz femenina por los altavoces y yo siento como mi estómago se contrae por la emoción. El discurso del decano de la Facultad de Letras fue muy emotivo, pero yo quería que las clases empezaran ya, que los profesores me bombardearan con conocimientos, con reflexiones, con preguntas. Estaba tan ensimismada imaginándome las cátedras que recibiría que seguramente no escuché mi nombre cuando llamaron a todos los de Inglesas, como le dicen aquí, pensé. Así que me acerqué a la señorita que tenía los documentos de ingreso y le dije mi nombre.

-Steele, Anastasia. No, no tengo a nadie con ese nombre aquí.

-No es posible- respondí tranquilamente.- Recibí mi carta de aceptación hace un mes y realicé todos los trámites.

-Vaya a la oficina del Decano para aclarar está situación-dijo, y me despidió con una sonrisa.

Pese a que el despacho en que me contraba era precioso, yo no podía evitar sentirme incómoda. Tenía una opresión en el pecho, por lo que balanceaba los pies para distraerme mientras esperaba a aquel hombre bajito y de mirada bondadosa. Por fin entró, y después de que le expliqué el problema y de que ingresó mi nombre en la base de datos de su computadora me dijo, visiblemente afectado:

-Se ha cometido un error catastrófico.

- (Silencio)

-No sé por qué pero usted no se encuentra inscrita en Inglesas.

-(Silencio dramático. Amenaza de sollozo)

- Por alguna razón, usted se encuentra registrada en la carrera de Administración.

-(Sollozo inminente)

-Pero no se preocupe, se puede arreglar. El problema es que, por la configuración del sistema, tardaremos un par de semanas en solucionarlo y, para no perder su sitio, debe asistir a las clases que le corresponden. Aquí tiene su horario, y le sugiero que se de prisa porque la primer asignatura es impartida por un profesor con un exagerado sentido de la puntualidad. Lo lamento mucho.

-(Llanto contenido) Gracias, por favor, hágame saber cuando todo esté resuelto. Que tenga un buen día.

"Gestión empresarial, salón 201, de 10:00 am a 12:00 pm." leí entre lágrimas, debía darme prisa para llegar a tiempo, pero primero tenía que ir al baño. Ahí me permití llorar por tres minutos exactamente, tras los cuales salí, me retoqué un poco el maquillaje y salí corriendo hacia el dichoso salón. Me perdí, por supuesto, por lo que cuando toqué la puerta, la correcta esta vez, eran ya las diez y cuarto. Yo no lo supe en ese momento, no tenía manera de saberlo, pero en realidad ese pequeño fallo electrónico, o quizá el descuido de algún capturista, sería lo que me obligaría a cumplir esa promesa ya tan gastada: mi vida por fin sería diferente. Algún mecanismo, llámase destino o causalidad, se activaba mientras esperaba la respuesta de aquel exigente profesor, cuyo nombre no había atinado a ver. Al mismo tiempo que se abría la puerta yo leía en mi horario:

"Dr. Christian Grey"