Disclaimer: Personajes de la serie, pertenecientes intelectualmente a Rumiko Takahashi.

Advertencias: Este fanfic contiene mucho drama y situaciones de amor profundas. El contexto de esta historia está planeado lo más realista posible. Porque Kikyō no es una perra que merece quedarse sin InuYasha por su bonita gana. Sí, el objetivo es que InuYasha y Kagome queden juntos.

Notas: Escribo esta historia, con mi más sincero cariño y dedicación única y especialmente para mi amiga Elvi Velasco. Cariño, desde que me lees, hiciste todo lo posible por encontrarme en redes sociales, siempre estuviste conmigo en momentos difíciles, NUNCA me has fallado, siempre tan linda y atenta… Eres una persona muy especial para mí. Te dedico este trabajo para agradecer tu amistad, que a pesar de que nunca nos hemos visto, te aprecio mucho, créeme. Gracias por ser quien eres. Gracias por estar atenta de mí y gracias por existir. Espero que no sigas enferma y que disfrutes cada capítulo y palabra de este fic.

Con amor, para ti.

¡Disfrútalo!


«RAÍZ CUADRADA»


De cómo Kikyō acepta quedarse sin novio.

Capítulo 1.


Después de todo, el corazón de Kikyō era demasiado débil. Y ella misma terminará aborreciéndose.


Con los últimos esfuerzos de su ánimo y fuerzas físicas, observó el resultado en el libro de matemáticas y lo apuntó. Niña estúpida.

—Es el radical del segundo término sumado por la cantidad arbitraria que le adicionaste a equis, Higurashi —resopló frustrado, con dolor de cabeza y la voz chillona de esa niña las tres horas seguidas que la había soportado.

—Cero coma setenta y cinco, en equis, profesor —sonrojada, anotó el resultado que la calculadora le había dado luego de la afirmación de su tutor. Taishō observó con desdén la imagen avergonzada de su alumna, preguntándose internamente cuándo demonios se libraría de la presencia tan asfixiante y poco madura de esa muchacha.

—Treinta y dos ejercicios para la siguiente clase, Higurashi —acotó serio, ordenando sus documentos dentro del folio, preparándose para irse de la casa de los Higurashi. Sonrió internamente: por lo menos se encontraría con su novia Kikyō, la mayor de los hermanos, antes de salir.

—¿Tantos? —Se mordió los labios, cuando la mirada fulminante de su maestro se posó sobre ella.

—¿Es así como esperas no caerte con los exámenes de admisión a la universidad? Eres un fiasco en matemáticas, Higurashi—alzó una ceja, casi divertido por la reciente expresión aniñada de la recién cumplida de diecinueve años. Demonios, el estrés lo estaba volviendo loco.

Caminó por alrededor de la mesa de la sala, dándole una ojeada de soslayo a las tareas de la chica. Suspiró, frustrado: habría que estar por lo menos hasta que ella estuviera lista para los exámenes si es que quería que su trabajo no fuese en vano.

—Treinta y dos ejercicios, pues —resignada, cerró sus libros, imitando a su tutor.

Escucharon los pasos de los tacones bajos, golpeando con elegancia bajo la alfombra que cubría el suelo de la sala.

—¿Todo bien? —la pregunta fue más una afirmación, sinceramente. Kikyō miró con cariño para su hermana y con amor para su novio. Sirvió con delicadeza las naranjadas, repartiendo un par de botanas.

—Kikyō—saludó InuYasha, con las ganas intensas de tomarla por la cintura y plantarle un beso, de esos que le gustaban de verdad. Pero en sus narices estaba la hermanita de su novia. No podía hacer semejante atrocidad ante tan inocentes ojos.

Maldición.

—¿Qué tanto has aprendido, Kagome? —se inclinó para la aludida, observando el montón de números, las letras borradas, el lápiz cien veces más pequeño que al inicio de la clase… Oh, su pequeña hermana.

—Bastante, hermana —sonrió, emocionada—. Taishō-sama me ha dejado treinta y dos ejercicios, Kikyō, ¿puedes creerlo? ¡Treinta y dos! Voy a morirme —no paró de parlotear hasta el minuto, bastante enojada por la cantidad de deberes académicos—. ¡Esto es el colmo! —Se levantó, con miras de largarse.

—Ve a tu habitación, niña. Mamá y papá llegarán pronto y ya sabes lo que pasa cada viernes —le guiñó un ojo, cuando su hermana le devolvió el gesto, soltó una jovial carcajada, mientras Kagome se perdía por las escaleras.

—Me gusta verte tan relajada—confesó escuetamente, tomándola por la cintura, mirándola directamente a los ojos.

«Te quiero, Kikyō. ¿Verdad?»

Tal vez, recordar muy en el fondo de su alma la mirada de Higurashi la primera vez que la vio, estaba martillándole a veces. Pero cuando conoció a Kikyō… Dios, había quedado deslumbrado y aún estaba perdidamente enamorado de ella. Aunque sinceramente, no quería discordar con su futura esposa, pero no le gustaba en lo absoluto que lo haya contratado para que le diera clases a la mediana de los Higurashi. Ella era consentida, sí, pero no era estúpida ni miraba por encima del hombro a los demás.

Eso era de admirar.

Sin embargo…

Santo cielo, cuando la conoció no pensó que fuera tan (a veces atorrante, con las matemáticas), pero que lo azorara tanto. Era demasiado… hiperactiva. Inteligente, sí, pero demasiado, demasiado, joder, demasiado molestosa. Oh, no entendía por qué le cabreaba tanto su presencia, pero había algo en ella que lo repelía con tal fuerza que le era muy difícil poder permanecer mucho tiempo cerca de su aura. Y es que esa chiquilla se la pasaba hablando de sus ideales, de lo mucho que amaba a la naturaleza y a las personas, de lo tanto que anhelaba ser una protectora de la biosfera y salvar al planeta de los demonios que en ella habitan.

Al carajo.

A él, sinceramente, le valía verga el resto. Si las personas que amaban estaban con él, le valía. Pero ella era tan obstinada en estar aferrada a sus ideales y a lo que le gustaba, a perseguir sus sueños y a conseguir lo que se proponía sin intentar pasar por encima de los demás. Tal vez eso, en cierta manera, le parecía atractivo. Era ver el mundo de otra manera. Y en tales casos, nadie se lo había enseñado. O bueno, a él tampoco le había interesado demasiado aprenderlo. Igual, Higurashi era capaz de conseguir lo que deseara.

Lo que deseara.

—¿En qué piensas? —Lo sacó de sus pensamientos, Kikyō. Miró para su chica, aun procesando la idea de haber tenido a Higurashi en toda la extensión de sus pensamientos más de medio minuto consecutivo; analizando su persona, su actitud, sus virtudes (un par de martirizantes defectos) y su alma misma. Demasiado raro—. Estás muy… pensativo. —La última palabra no sonó muy amigable.

—Pienso en tu hermana —eso también lo confesó escuetamente, sin mucha vergüenza.

—Lo supuse. Aunque la idea me calmó, de pronto —soltó una risilla, dando a entender que prefería eso a que su mente fuera ocupada por otra mujer.

InuYasha suspiró.

—Sabes que no es de mi agrado completo ser el tutor tu hermana —no sabía por qué, pero no podía pronunciar su nombre tan abiertamente. Le daba fiebre decir Kagome. Carajo.

Kikyō lo miró con desdén, de pronto, dándole a entender que el resto del mundo le valía una mierda con tal de defender a todos sus hermanos. Y él estaba incluido en la poca valoración.

—¿Cuál es el problema con Kagome? —Se llevó una botana a la boca, para distraer los ánimos—. Mi hermana es muy inteligente.

—Ese no es problema. Ella es demasiado alborotada y risueña.

Kikyō sonrió. Oh, Kagome.

—¿Te molesta?

—Oh, no sabes cuánto —desahogó sus pensamientos en una frase.

—No importa—soltó, con la voz inyectada de tranquilidad infinita.

InuYasha volvió a su posición normal, cavilando en el problema de tener a Higurashi tan cerca de él todos los días de sus clases. No era la primera vez que tenía esa especie de «discusión» con su novia por ese problema. No le gustaba pelear con Kikyō.

No le gustaba.

Igual, tenía que acordar en su mente lo que tenía que decirles a los padres de Kikyō. Si ellos no sabían que en serio él tenía una relación con ella, era porque en serio estaban ciegos. Sonrió arrogante, por unos efímeros segundos de victoria: esa mujer iba a casarse con él.

—¿Cuándo hablamos con tus papás?


Yo: Juro que mataré a alguien, Ayame. Después de que me gustaba con locura… ¡Lo odio tanto!

Envió el mensaje, golpeando su almohada blanca. ¡Maldito InuYasha!

Ayame Tanami: ¿Qué sucede, Kagome? Hace mucho que no te notaba así.

Yo: ¿Y cómo no querer cortarle la cabeza? Ese imbécil me deja ejercicios como si no hubiese un mañana.

Ayame Tanami: Lo que yo opino es que sigues celosa porque InuYasha está pensando en casarse con tu hermana, Kagome. A mí no me engañas, mujer.

Kagome calló unos segundos antes de contestar en el mensaje: ¿celosa? Ayame estaba consumiendo alguna clase de drogas, entonces, porque ella no estaba celosa. Sentía mucho odio por él en esos momentos. Solía caerle bien, pero a veces se comportaba muy hosco con ella y sinceramente no toleraba esos mal tratos. El compromiso que InuYasha había asumido con Kikyō, (del cual su hermana estaba completamente de acuerdo) era cosa de ellos.

Además, sinceramente no esperaba que ese matrimonio funcionase: Kikyō aún seguía queriendo al bastardo asesino de Naraku. Ese amor había sido tan fuerte que a pesar de Kikyō amaba a InuYasha, ese engendro no salía de su cabeza. Conocía a su hermana, le contaba todo. Lo único que su hermana mayor no sabía de ella, es que estuvo una larga temporada en el paraíso de las idiotas coladas por InuYasha (antes de que este par se conocieran, claro). Pero ese era cuento pasado.

Yo: ¿Consumes algún tipo de LSD? Vamos, Ayame, InuYasha es cosa del pasado y tú lo sabes. Le aprecio como persona, sí, me gusta conversarle de mis ideales y soy yo misma junto a él y un par de personas más; pero eso le incomoda, como me he dado cuenta y en verdad, me provoca malestar. Sabes que odio sentirme rechazada y menospreciada. Hundida y rezagada.

Ayame Tanami: Vamos, Kagome, no es culpa de él. Conoces a mi primo, sabes cómo es. Me despido, Kag. Mi madre ha venido por mí, quiere que le acompañe al centro comercial porque hoy tenemos que ir a un evento. Ya sabes, quiere que la asesore. ¿Irás al matrimonio de Sango? Por cierto, ¿sigues peleada con ella? Besos, amor.

Yo: Tenemos la invitación, sí. Por supuesto que iré. Sabes que peleamos siempre pero nos adoramos. Sango en el fondo, es como mi hermana. Ya no estoy peleada con ella. Hablé sobre eso ayer, por celular. Ve con cuidado, cariño. Cuídate, Ayame. Besos para ti también. Nos vemos en la fiesta esta noche, ¿va?

Dio un suspiro largo y cansado. Bajó de su cama y buscó la ropa en su armador: un vestido color melón con strapless y unas zapatillas de plataforma con plantilla mediana color negras, como su cabello. Ya escogería luego los pendientes.


Con el más sincero miedo que había sentido en toda su vida, se adentró en el callejón oscuro, esperando que la gran puerta negra de metal se abriera a su paso. Se quedó allí parada, observando la gran infraestructura que se alzaba como un monstruo ante ella, haciéndola sentir más pequeña, frágil y delgada de lo que era. Frunció el ceño, cabreada, ¿qué le estaba pasando? Antes de que pudiera poner la mano pálida en el gran portón de metal enrollable, este se estaba abriendo.

Se quedó petrificada, mirando a los dos hombres altos y robustos con armas en las manos. Bankotsu y Renkotsu, si no mal recordaba. Caminó entre ellos, tratando desesperadamente de no mostrar debilidad. No sabía dónde estaría él, pero no deseaba cruzar palabra con esos maleantes.

—Vaya, al fin llegas —ese tono de voz aburrido y femenino cortante en extremo, le llamó la atención. Observó a la mujer, recostada en una enorme viga (de las tantas que había), esperándola, con los ojos cerrados y su habitual abanico revoloteando cerrado contra su mejilla. La mujer abrió los ojos, con esa expresión indescifrable y a la vez tan harta—. Comenzaba a aburrirme.

—Vives aburrida, Kagura —contraatacó ella. No estaba con humor para soportar el ánimo de Kagura Tanaca. La conocía desde que Naraku había sido su novio, así que ya sabía exactamente cómo tratar con ella.

—No te interesa. —Removió su posición, irguiéndose—. El bastardo está esperándote es su oficina. —Caminó de manera lenta pero segura, en dirección recta, guiándola hasta lo propio.

Ella hizo caso omiso al hosco comentario de Kagura, preguntándose internamente en qué maldito momento saldría de allí.

Caminaron hacia una especie de cuarto, a una esquina de ese gran terreno que había sido un garaje de helicópteros militares (ahora entendía por qué era tan grande).

—Cielos, conociendo a Naraku y su ambición, debo aceptar que este lugar es asqueroso.

Kagura rio, irónica y sarcástica, en baja medida divertida.

—Ese mal parido no sabe nada de estilo. —Y con ese comentario, cerró el diálogo difamador de Naraku. Paró en seco, frente a la puerta de la oficina del mencionado—. Ojalá te sepa bien el infierno. —La de orbes rojos giró sobre sus talones, alejándose al compás de sus tacones negros y el atuendo de piel café oscura que cargaba.

Suspiró hondo, antes de abrir la puerta. Kagura no le había dejado exactamente la mejor impresión acerca de ese maldito, después de todo. Y ella que lo conocía otro tanto. No entendía por qué trabaja para él, gente que lo odiaba. Al diablo. Abrió la puerta, dejando ver la figura imponente del hombre que alguna vez le quitó el sueño, la cordura y su jodida virginidad.

—Has perdido los modales, Kikyō —soltó con sorna, sin ni siquiera moverse de su lugar. La aludida se limitó a cerrar la puerta tras de sí. Sin dejar de mirarlo con esa determinación tan característica de ella, se sentó en la silla negra (igual que el alma de él) giratoria que recibía a las personas frente a su escritorio de madera café.

Observó disimulada la estructura de la dichosa oficina, dándose cuenta de los detalles. Vaya, Naraku podía ser un maldito coñudo y un tacaño, pero sabía lo que era limpieza, orden y soberbia en los detalles materiales. Todo a su alrededor, o por lo menos la mayoría, era de colores negro y café, con matices grises y azules marinos. Naraku no tenía nada de colores fosforescentes, encantos llamativos, floreros, libros… ¡Nada! La estantería que tenía atrás, era un museo lleno de armas de vaya Dios a saber qué tipo.

Lo único de blanco eran sus dientes y el papel que tenía sobre su escritorio.

—No entiendo cómo hay gente que trabaja para ti y te odia, por lo visto —se estaba yendo por las ramas, sí, pero quería alivianar un poco sus propios ánimos.

—Su padre murió hace un par de años. Tenía cuentas conmigo —confesó, dejando ir una pequeña risilla malvada. La verdad es que a Kagura no se le daba mal dejarse coger sobre ese mismo escritorio, contra un muro o en su cama, específicamente. Kagura era una puta con estilo. Aunque era una puta que no disfrutaba en lo absoluto estar con él. Ella lo repugnaba, y eso hacía mucho más excitante el acto—. Kagura está aquí, saldando la deuda de su padre.

Kikyō casi da un respingo. Lo miró, con esa expresión de confusión en los ojos.

—Jamás mencioné que fuera ella.

Naraku soltó una carcajada, completamente complacido de ver la inocencia de su mujercita. Kikyō, su maldito capricho. Su maldita obsesión. Tendría que cogérsela tarde o temprano.

—Que rápido olvidaste lo inteligente que soy, Kikyō —sedujo con su tono, inclinándose a ella, con el mueble como intermediario.

—Tu maldita inteligencia me vale verga —cayó en una vulgaridad inusitada. Muy inusitada.

Él rio de nuevo, complacido: aún lograba sacar lo mejor de ella y hacerla temblar. La conocía, la conocía muy bien.

—¿Has venido a hablar de mi personal? —inquirió, haciéndose el imbécil.

—¿Qué es lo que quieres con InuYasha? —no le tembló la voz un solo instante, a pesar de que estaba en extremo nerviosa. No permitiría que Naraku dañara a InuYasha, pero prefería eso a que se le ocurriera meterse con su familia a ese bastardo.

—No quiero nada con ese idiota—cambió el tono, comenzando a cabrearse. ¿Acaso Kikyō era tonta?—. ¿Desde cuándo tengo cara de maricón? —golpeó la mesa, mirándola directamente a los ojos: estaba asustada.

—No te hagas el imbécil, porque sabes a qué me refiero —también le sostuvo la mirada, incesante—. Ve al grano, Naraku —porque sinceramente no soportaba por mucho tiempo más estar cerca de él. Su simple cercanía aún la quemaba.

—Quiero que vuelvas a ser mía —declaró, esperando con ansias que Kikyō se negara e hiciese un escándalo.

—¿Estás bromeando? —ese maldito… ¿De qué le estaba hablando?

—Nunca bromeo. Soy muy serio en mis negocios, no me gustan esos chistecitos —vaya, no reaccionó tan histérica. Naraku observó con gusto como la expresión de Kikyō cambiaba.

Ella deseó matarlo, ¿negocios? Bajo su coraza, guardaba la estúpida ligera esperanza de que Naraku desease de verdad, (aunque ella se iba a negar, rotundamente) volver a pertenecerle. Sin embargo, ¿todo era un maldito negocio? ¡Ella era un maldito negocio!

—Vete al demonio, Naraku —estuvo a punto de levantarse, pero la mano del aludido la detuvo.

—Espera, preciosa —apodó con sorna, sonriendo de nuevo, con maldad—. Aún no escuchas la propuesta que tengo para InuYasha.

—No te metas con él —masculló, mordiendo las palabras. ¡Maldición, estaba sudando!

—Entonces me encargaré de tu hermana. —Y así, tan fácilmente, la tuvo de nuevo a sus pies.

Kikyō dejó un suspiro ahogado, de desesperación disimuladamente escondida bajo excitación. Naraku maldito, metió a Kagome en eso y era lo que menos deseaba. Podía amar a InuYasha, podía estar pronta a casarse con él, pero si para salvar a su hermana, debía sacrificar su propia felicidad… estaba dispuesta a cualquier cosa.

—¿Qué es lo que quieres? —le estaba dando la tregua, pero no le importaba.

—Que termines con InuYasha. —Tan simple como eso, pensó Naraku—. Así podrás dejar que te folle sin que tengas cargo de conciencia.

Maldito cerdo… ¡¿Cómo demonios podía sentir algo mínimo por ese animal?! Bastardo desgraciado; ahora entendía a Kagura. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo diablos iba a decirle a InuYasha que simplemente terminaban? Conociéndolo, estaba segura de que la reprendería por dejarse manipular. Lo sabía, pero Kohaku, Kagome, su padre y su madre eran sus puntos débiles. Estaba dispuesta a sacrificar su propia vida por ellos y si eso implicaba que dejara que su corazón se corrompiera, estaba dispuesta a aceptarlo.

«No soy tan fuerte como todos piensan, después de todo»

Estaba dispuesta a todo, en realidad. Odiaba sentirse débil. Dejaría que el posible amor de su vida se enamorase de alguien más, ¿estaría dispuesta a aceptar eso? ¿Miraría a la cara a la mujer que le robara lo que hasta ese momento, por derecho le pertenecía? Quizá sí, quizá no. InuYasha era muy importante en su vida, pero esas circunstancias…

Miró para el bastardo de Naraku, irreconociéndose, odiándose y aborreciéndose. Qué más daba, con él ya no tenía qué perder aparte de la vida. Suspiró, tratando de prepararse completamente para perder a InuYasha en ese preciso instante.

—De acuerdo.

Continuará…