Prólogo

Su respiración era poderosa, casi errática, causa de la emoción de la niñez, labios rojos por los pequeños mordiscos que solía darse sin intención de lastimarse, y sus pestañas tan oscuras y pobladas, revoloteaban con velocidad mientras los ojos se le llenaban con la miel de la curiosidad. Ese era el ánimo usual del pequeño Stiles, el único hijo del sheriff que ahora veía con fascinación al adolescente sentado en la sala de la comisaria.

Hola – saludó el pequeño mientras se sentaba como podía en el brazo del banco, justo donde el extraño, pero no por ello menos fascinante, adolescente lo miraba con desconcierto. Es bonito, declaró el niño en su hiperactiva mente, le encantaban de sobremanera los ojos que tenían su atención, toda su atención, puesta sobre su pequeño cuerpo agitado por la excitación de hacer nuevos amigos; eran verdes… no, ¿tal vez azules?, para nada, no eran tan comunes, y eso lo cautivaba. − ¿Cómo te llamas? – insistió el pequeño al no tener respuesta. −Yo soy Stiles – dijo sin cortarse. El otro cambió rápidamente su mirada de desconcierto a irritación. ¡Aww! A Stiles le gustaba más esa mirada. −Bueno, en realidad ese no es mi nombre, pero dudo mucho que exista alguien, además de mi padre, que pueda pronunciarlo, mis profesores nunca han podido, muchas zetas, ya sabes.

¿Nunca te callas? – ¡Por fin! Una respuesta. Ah, Stiles estaba extasiado.

¿Nunca hablas? – contraatacó el pequeño completamente divertido. El mayor alzó una ceja en ironía mostrándole lo tonta que había sonado esa pregunta. El niño se lamió el labio un tanto nervioso. −Bueno, sí, lo acabas de hacer –dijo avergonzado. − ¿a quién mataste? –preguntó nuevamente el menor. ¡Stiles solo cierra la boca! Se dijo a sí mismo, su plan de: hacerse amigo del lindo joven que estaba sentado en el banco con una mirada de los−odio−a−todos surcándole el rostro, ciertamente no estaba yendo como se lo imaginó; en su mente él resultaba ser alguien tan interesante que dejaba hechizado por completo al otro y se hacían mejores amigos por siempre. Ahora comienza a replantearse tremenda tontería. − ¿me adelante? Ok, olvídalo, empecemos de nuevo, ¿Por qué estás aquí? ¿Robo? ¿Daño a propiedad privada? Se ve que eres un rebelde, sí señor, ¿asesinato…?– Bien, mátenlo por encajar. Su curiosidad siempre ha sido un problema –Ok, Sé que no lo diría pero realmente creo que eres un asesino… asesino… ¿lindo? – con un extraño movimiento de cejas, ¡y qué cejas!, el otro parecía preguntarle ¿Qué mierda estás diciendo, mocoso?, y rayos, Stiles necesitaba ser amigo de este joven. − ¿Cómo haces eso?

¿Qué?

Eso − señaló el pequeño, sus manos se movían de forma graciosa y desordenada por todo el frente del rostro del contrario. −Sí. ¡Eso! – insistió el menor, cuando nuevamente esas cejas, en serio ¡que cejas!, se movieron de forma divertida mostrando la confusión del otro. −Vamos, amigo. Eso con las cejas. ¿Cómo lo haces?

Por unos minutos, muy incómodos, Stiles estuvo a punto de darse por vencido, ya estaba resignándose a que no sería amigo del joven−buenorro−de−ojos−misteriosos, como lo había bautizado en su mente, que estaba mirándolo de forma que, aunque Stiles era un niño que se jactaba de ser un poco temerario y de ser tan curioso que muy pocas cosas lograban impresionarle, ciertamente comenzaba a sentirse un poco intimidado y… ¿le iba a dar un infarto? ¿Era normal que le retumbara de esa forma su pobre corazón?

Tum. Tum. Tum.

Lo sentía hasta sus pequeñas orejas. El niño podía apostar su mesada que el latir de su corazón se escucharía hasta Alaska en ese momento.

Que no lo escuche. Que no lo escuche.

El otro chico bajó la mirada en movimiento ágil y la posicionó unos segundos en el pecho del niño, quien seguía rezando porque alguien lo sacara de esa situación tan incómoda, en la que él solito se había metido. El contrarío lo miró nuevamente, se acercó lo justo para, ahora sí, darle luz verde al infarto inevitable que el niño aseguraba que iba a sufrir. El adolescente lo contempló durante un minuto más hasta que… ¡Oh, Dios mío! ¿Esos son dientes de conejito?

¡STILES!

¡Rayos! su padre, lo había olvidado. Se supone que se quedaría: −sentadito y calladito ¿entendiste niño?

¿sabes cuánto llevo buscándote? – la voz gruesa y amable de su papá irrumpió en la sala de estar de la comisaria como un relámpago. Si, debió quedarse sentadito y calladito. Oww, el joven−buenorro−de−ojos−misteriosos ya no estaba tan cerca. –Te dije que te quedaras…

Sí. Si. Sentadito y calladito. – Uh, grave error. Su padre lo miró duramente por la insolencia pero no dijo nada cuando notó que no estaban solos, carraspeó incomodo y enojado a ambas partes y al final suspiro con cansancio.− en mi defensa, no salí de la comisaria. – Ok, Stiles aquí es cuando te callas. Se levantó rápidamente y corrió con lo que sus cortas piernas le dieron en dirección a la oficina de su padre, el actual Sheriff de Beacon Hills, aunque a medio camino decidió simplemente devolverse y observar desde la distancia.

El joven−buenorro−de−ojos−misteriosos seguía ahí, ocultando una sonrisa con el dorso de su mano derecha pero la diversión centellando en sus ojos no podían engañar al pequeño Stiles.

Bueno chico, te dejaré ir con una advertencia – escuchó decir a su padre mientras conducía al joven a la entrada de la comisaria. Stiles, tan curioso como él solito, los siguió desde una distancia prudente, muy prudente. Era todo un espía. – no más conducir llevando alcohol ¿entiendes?

Sí, señor. No volverá a pasar.

Eres un buen chico – El hombre rubio le regaló una suave sonrisa al joven y luego suspiró con resignación para volver a su oficina y posiblemente regañar a su pequeño diablillo por desobedecerlo.

Stiles, el buen espía, esquivó todos los obstáculos para no cruzarse con su padre, se escondió debajo del escritorio de la oficial que ejercía de recepcionista en el momento y con sus deditos regordetes le hizo una seña para que no hablara, ella divertida le correspondió el gesto.

Estúpido Peter –escuchó despotricar al joven que caminaba rápido a una camioneta algo vieja pero que no dejaba de ser bonita.

¡Espera!

El joven se tapó los oídos, aturdido. Ok eso fue un poco raro, pensó Stiles.

¿Qué?

Amm… yo… ammm…

¿Qué? − repitió el joven, jugando con las llaves de su auto.

El pequeño Stilinski boqueó un par de veces antes de agitarse en su ropa hasta sacar lo que buscaba y empuñarlo en sus manitos extendidas hasta el adolescente que seguía mirándolo con chulería.

Para ti

En un rápido movimiento, el pequeño niño estampó contra el pecho del contrario el objeto que llevaba en sus manitas hasta hace poco y salió corriendo recordando que aún tenía que aguantar el sermón de su padre. Si, fue por eso, no fue por la vergüenza, claro que no, él era un Stilinski, esa palabra no estaba en su vocabulario.

¿Reese´s? – el susurro desconcertado del joven fue lo último que escuchó.