Si Dirk trabajaba en ese gigante y enervante supermercado, honestamente, no era por ganas. Se tenía que pagar la universidad de alguna manera, y esta parecía la más simple. Le quedaba cerca de casa, y con trabajar unas pocas horas ya le llegaba como para un mes más de educación. Claro que siempre tenía la alternativa de trabajar donde lo hacían Rose y Dave provisionalmente; un McDonalds, donde aunque trabajaba más, se irritaba menos. Había estado allí, con ellos, un tiempo, pero tuvo que dejarlo por los constantes besitos y miradas sugestivas que Dave y Karkat se dedicaban al trabajar, e igual con Rose y Kanaya. No podía soportar ver tanta afección de sus hermanos hacia sus correspondientes parejas, así que lo dejó.

Y no es que trabajar donde lo hacía ahora fuera tan malo. No estaba como cajero, así que no tenía la tarea de socializarse tanto como otros, lo que era un plus. Claro que a veces se le acercaba la típica persona perdida a preguntar donde estaba algo, pero aquello era pasable. Lo único que le tocaba hacer era guiar a esta gente, colocar los productos y, en cierto caso, volver productos fuera de sitio a su origen; su sitio principal.

Hacer eso último no le suponía ningún esfuerzo.

Menos por la lechuga.

Cada, cada día Dirk se iba convenciendo progresivamente de que le iba a dar algo si seguía encontrando la puta lechuga. Parecía que lo acechara desde el rincón más psicodélico de todo el supermercado; uno diferente cada día porque quien fuera que fuera el gilipollas que descolocaba las lechugas cada día se lucía un poco más. Entre los detergentes, en el pasillo frío con los quesos (literalmente con bolsas de estos tiradas encima de la lechuga, lo que sugería que quien fuera que lo hiciera no lo hacía accidentalmente), camuflada entre melones, en la punta de arriba de la pirámide de Ferrero Rocher... Dirk no podía más.

Con cada día que pasaba odiaba más fervientemente a la persona que hiciera esa bromilla, que ni un día se le olvidaba el pasarse por el supermercado para cambiar una lechuga de sitio. Una por día, ni más ni menos. La primera pregunta que se hacía de mala gana Dirk al entrar a trabajar cada día era ¿Dónde estará hoy la lechuga de los cojones?

Había intentado descubrir al malhechor. Se había quedado cuanto más tiempo posible al lado de las lechugas, para divisar a cualquiera que fuera a coger de ellas. Ninguna de las personas que pasara por allí parecía ser la perpetradora del crimen. Las apariencias engañan, Dirk lo sabía, y justo por eso había seguido a la mayoría discretamente para ver hacia dónde se dirigían con la dichosa lechuga. Y tristemente, todos iban a la caja.

Quizás, igualmente, podría ser que la persona que lo hacía simplemente supiera que Dirk la estaba mirando, y para no ser descubierta comprara la lechuga tan solo esa vez. El rubio, de cualquier manera, no siempre podía estar allí para cuando la gente cogía lechugas, y a la mínima que que se fuera a otro lado se encontraba una puta lechuga. Quien fuera que le gastara la bromita tenía que ser un maestro del anti-espionaje. Dirk tenía unos cuantos sospechosos: una señora mayor con pintas traviesas, un niño de doce años que a veces se pasaba por ahí con el patinete (Dirk se hartaba de repetirle que no se puede entrar en el supermercado con patinete, pero igualmente el niño pasaba de todo), un tío bueno morenito que joder no me importaría recoger las lechugas del suelo una vez me hubieras estampado contra su estantería para atacar mi boca, una chica joven que siempre solo llevaba verdura en el carro... En fin.

Y si había algo que tenía claro era que la broma iba hacia él y nadie más.

Solo de pensarlo más enfado rugía dentro suyo.

Una vez se encontró una lechuga con un papel enganchado, en el cual en tinta verde se leía "Hola, Dirk." Al principio ardió en rabia. Luego se preguntó cómo aquella persona se sabía su puto nombre. Más tarde se le ocurrió que podía ser alguien a quien conociera. Se llevó la cabeza a las manos, cubriéndose la cara en desesperación, y al quitar las manos y abrir los ojos se dio cuenta y casi se da una bofetada a sí mismo: lo ponía en la placa enganchada a su camiseta del uniforme de trabajo. "Si tienes alguna cuestión, házsela a... Dirk", con su nombre escrito por sí mismo con desgana en el espacio en blanco el primer día de trabajo, grande y en rotulador negro.

Esto era intolerable. No se juega con Dirk Strider. Ya se podía imaginar al criminal riéndose de él a sus espaldas, a sabiendas de que por enésima vez había trolleado a un pobre chico de casa humilde que solo quería pagar la universidad para un futuro mejor.

Así que un buen día se decidió a hacer algo en contra del delincuente, de una vez por todas.

No fue nada astral ni impresionante, pero al hacerlo creyó que quizás era suficiente para parar esas actividades tan nocivas a su bienestar mental.

Dejó una nota al lado de las lechugas, que leía:

"A quien sea que me cambie las lechugas de sitio:

Por favor, no hagas a otros lo que no quisieras que te hicieran a ti. Es un esfuerzo innecesario el devolverlas a su lugar, y por muy divertida que pueda parecer la situación, a mí me pagan por trabajar y no por recolocar lechugas.

Gracias y por favor pon el freno a tu vandalismo.

-Dirk"

Se quedó contento, y se volvió a casa habiendo de recolocar la lechuga del día (ya estaba allí antes de que pusiera la nota) con un sentimiento de satisfacción. Nadie podía ser lo suficiente hijo de puta como para continuar con sus actividades después del reclamo personal de Dirk. O eso intentaba decirse a sí mismo.

Al llegar al trabajo el siguiente día y encontrarse una lechuga en el primerísimo pasillo con un papel enganchado donde solo estaba escrito ";)", Dirk se quería morir.