Hola de nuevoo n.n vaya vaya últimamente me vengo con varios proyectos, y eso que dije que planeaba hacerlos uno por uno... bueno supongo que es bueno adelantar algunas cositas, además que ya estoy terminando con Divina Tentación, espero lo sigan leyendo. n.n Bien, les traig aquí: LEYENDA DE UN AMOR. Una historia basada en uno de mis musicales favoritos AIDA. Si no conocen la historia, esty segura de que la entenderán muy bien con este fic.

Espero les guste n.n!

Pairing: Ash/Misty (OBVIO)
Rating: K+
Disclaimer: No me pertenece Pokemon, ni la historia de AIDA.


Leyenda de un amor
By Maureen

Era una tarde soleada de otoño. Las hojas multicolores caían por doquier, producto del viento. La verdad es que era un día ideal para salir a pasear o divertirse, una tarde deliciosa… pero no todos podían aprovecharlo…

Una joven estudiante se paseaba por los pasillos de un Museo. Inquieta y aburrida. Necesitaba urgentemente terminar un informe para el día siguiente y no tenía la más mínima idea de qué escribir. Había ido a aquel lugar con la esperanza ciega de hallar la solución de su problema. Pero había pasado una hora y no había encontrado nada de su interés. Suspiró.

Caminó sin rumbos unos minutos hasta que dio con una sección que le pareció interesante. Decía: Antigüedades. ¿Antigüedades en un Museo de Arte Moderno? Se encogió de hombros. A lo mejor tenía cosas más interesantes que "El punto negro en el marco blanco." O "El cubo gigante." Le parecía que el arte moderno era completamente absurdo. ¿Que de artístico tenía un lienzo completamente blanco con un punto negro al centro? Le habían dicho, representa la soledad de un individuo único en una sociedad no pluralista…

- Tonterías. – bufó.

Entro en aquella sección, y justo como lo había predicho, había cosas mucho mas dignas de mirar. Caminando por ahí se encontró con una "Momia sin nombre." Una momia que no habían podido identificar y habían hallado en las orillas del Nilo. Más lejos, una colección de dientes de cocodrilos prehistóricos, o eso decían. Tantas cosas viejas… Detuvo su atención en una… Una estructura de piedra desgastada… Se acercó lentamente a ella, era como si la atrajera como un imán.

No sabía lo que era, pero se le hacía muy familiar. ¿Pero cómo? Seguramente tenía años de antigüedad… Miró la información del artículo.

Tumba hallada en el desierto.

No decía nada más…

'Mmm… Me pregunto…'

- ¿Puedo ayudarla, señorita? -

Volteó rápidamente, la habían tomado por sorpresa. Se trataba de un guardia del museo. Era bastante joven, a decir verdad. Tez morena y ojos rasgados, alto y de cabello negro. Ella le sonrió.

- Tan sólo observaba esta vieja tumba. – le explicó. – No lo sé, me sentí extrañamente atraída a ella… -

- Ya lo veo. – dijo el joven guardia con los brazos detrás de su espalda. – Un objeto curioso, una tumba en exhibición. ¿Cierto? –

- Cierto. – concordó la pelirroja. – Sobretodo ya que estamos en un Museo de Arte Moderno. – soltó una risita. - Pero además… - sintió un gran deseo de tocarla a través del grueso vidrio de la vitrina. – muy peculiar. –

El joven guardia sonrió.

- No muchos le prestan atención, lo cual es una pena. – le dijo. – Pero yo conozco a la perfección la historia de este artefacto… -

- ¿Historia? – el rostro de la joven se iluminó.

'A lo mejor me es de ayuda para mi informe…'

- Una trágica historia de amor. – dijo el joven guardia.

- ¿Amor? – preguntó la chica con una mueca.

Un cuento de amor no sería de ayuda para un informe universitario.

- Es que… creí que tratándose de una tumba, se trataría de una historia de guerra y batallas, o tal vez un suceso histórico… -

- Toda historia es una historia de amor. – explicó el guardia con una sonrisa. – Y claro, todo suceso es un suceso histórico. –

- Si bueno… - vaciló la joven.

- ¿Quieres que te la cuente? –

La pelirroja echó un vistazo a su reloj de mano, las manecillas daban las tres de la tarde.

'No tengo que volver hasta las diez…'

Miró al guardia y sonrió.

- Claro, me gustaría mucho. – le dijo.

- Excelente. – el moreno le devolvió la sonrisa. – Déjame llevarte a los inicios de la época medieval, - empezó a decir. – dos reinos vecinos estaban en guerra. –

- Lo sabía, sí había una guerra. – celebró la pelirroja.

- Es la historia de un amor que floreció en tiempos de odio. – continuó la narración. – El reino de Agathor y el pueblo de Drubia limitaban en un río. Al desatarse la guerra, el Rey Agathor vio cómo había afectado a su gente, por lo que mandó a su ejército a conquistar el terreno del río, fuente de vida tanto para las personas como para las cosechas y ganado. –

- No me parece del todo justo. – comentó la joven.

- En tiempos de guerra siempre gana el más fuerte, y Drubia era demasiado humilde como para contraatacar. – explicó el joven guardia. – El capitán del ejército se había encargado de cumplir con la misión encomendada, y no solo conquistaron aquellas tierras, sino que capturaban a todo aquel que intentara resistirse. Como podrás adivinar, se trataba de lo drubianos. Hombres, mujeres y niños… nadie estaba a salvo… -

**

Hace muchos años…

- ¡Buen trabajo, soldados! – exclamó el joven capitán. - ¡La fortuna está con los valientes! – se paseaba por la borda del barco. – Pero aún no canten victoria… nos falta mucho más que ver y conquistar… -

- Mi capitán, hemos capturado a todos los hombres del pueblo enemigo. – le dijo un soldado.

- ¿Cómo puede ser? – reclamó el capitán y cruzó sus brazos detrás de su espalda, rodeando al soldado como un buitre.

Era bastante joven para considerarlo un capitán del ejército. Se debía a la influencia que su padre, el primer ministro, le había dado al Rey sobe él. Sin mencionar que eran viejos amigos… El capitán era alto y fornido, de cabello negro oscuro y ojos café.

- ¿Usted cree que ha sido prudente eso, soldado? – preguntó.

- Sin duda, capitán. – contestó el soldado.

- ¿Seguro? – el joven capitán torció su sonrisa. – Y cómo espera advertir a los demás enemigos que nos hemos adueñado de su territorio. ¿Cómo espera anunciarles de esta guerra? –

El soldado enmudeció. Al parecer no todo le había salido bien.

- Discúlpeme, capitán. -

- Vaya y suelte a un par de hombres, - ordenó. – y dígales que avisen a los demás. Que estén alertas. De nada sirve una guerra si el enemigo es demasiado débil. ¡Hágalo! –

- Sí, mi señor. – y el soldado abandonó la escena rápidamente.

El joven capitán se sonrió. Todo iba a la perfección para ellos, nada le complacía más que cumplir a la perfección con su misión. El pueblo de Drubia estaba perdiendo por mucho, habían capturado a un buen número de habitantes enemigos. Le servirían como esclavos a su Rey… y claro, para él también.

Ambos pueblos siempre se habían llevado mal, muy mal. Pero los drubianos sabían que una guerra no les convenía en lo absoluto. Lástima que e Rey Agathor no opinara de la misma forma…

- Tenemos el poder de todo. – se dijo a si mismo con orgullo. – Ganaremos fácilmente… -

- ¡Señor! – lo llamó otro de sus soldados interrumpiéndolo.

- ¿Qué sucede ahora? – preguntó severamente.

- Las hemos hallado en el banco del río, capitán. -

- ¡Déjame ir! – escuchó gritar a una mujer.

Pudo ver que no muy lejos, otros dos soldados habían capturado a dos mujeres más. Del pueblo enemigo, por supuesto. Sus ropas rasgadas y sucias eran prueba de que habían dado una buena lucha, sobretodo una… aquella pelirroja que no se quedaba quieta, intentando zafarse de los soldados.

- ¡Que me sueltes, he dicho! – demandó de nuevo la mujer. Los soldados rieron.

- ¿Eso quieres? – preguntó burlescamente.

La mujer frunció el ceño y los labios, luchaba con todas sus fuerzas por liberarse. Al fin, el soldado la tomó por las muñecas, le dio la vuelta, y la empujó contra el capitán. Esta cayó al suelo a sus pies.

El capitán la miró con condescendencia, sonreía. La joven lo miró con odio e intentó ponerse de pie. El capitán la tomó por un brazo y la alzó bruscamente hasta levantarla. Luego la soltó de la misma forma indiferente.

- Tu pueblo está en guerra, - le dijo a la mujer. – y aún así insistes en pasearte por las orillas de este río. – soltó una risa. – Debes tener un gran deseo de ver nuestro reino. -

La joven mujer no respondió. El capitán arqueó una ceja, luego ordenó a otro hombre,

- Encadénala. -

Le dio la espalda a la mujer, mientras el soldado empezó a hacer como e le había ordenado.

- ¿Ya han terminado el mapa? – preguntó a otro soldado.

- Sí, capitán. – respondió el soldado y se lo mostró.

- Buen trabajo. Pero esto está mal. – dijo trazando una línea con el dedo sobre el mapa. – No estás siguiendo bien las coordenadas, déjame enseñ-. –

- ¡Ahhrg! – escucharon a alguien quejarse. Uno de sus hombres.

La mujer a quien había mandado a encadenar, se las había arreglado para tomar una espada de uno de los soldados y le había dado una buena cortada en el brazo al hombre que la había atrapado, y ahora lo apuntaba directo al corazón.

- ¡Mi espada! – gritó un soldado.

- ¡A ella! – ordenó otro.

Y unos cinco soldados se abalanzaron contra ella. El capitán se sorprendió al ver lo bien que usaba la espada aquella mujer. Ningún soldado llevó a tocarla, ni a hacerle el más mínimo rasguño. Continuaron pelando con las espadas, hasta que la mujer tomó a uno de los soldados desprevenido como rehén.

- ¡Libera a los demás! – le dijo al capitán.

Este frunció los labios no iba a tolerar que una mujer, menos una mujer enemiga, reducida a una esclava de su pueblo, le hablara de esa manera. Por supuesto que no.

- ¡Dame tu espada, ahora! – le ordenó a la mujer.

Esta colocó la espada en el cuello del soldado cautivo, y la presionó ligeramente, pero con intenciones de cortarle la garganta.

- Dices que porque nos has tomado de nuestro pueblo ahora te pertenecemos, ¿Cierto? – le preguntó la mujer sonriendo maliciosamente.

- Sí. – contestó el capitán sin la más mínima pizca de gracia.

- Bueno, ahora yo tomé a este soldado de tu tropa. Así que, siguiendo tu lógica, ahora me pertenece a mí. ¡Ahora suéltalos! -

El capitán sonrió con superioridad y apuntó hacia la otra mujer. El soldado que la mantenía cautiva la soltó, de modo que esta corrió para alejarse. La pelirroja bajó le espada, confiada. Un grave error, ya que otro de los soldados la tomó por detrás, impidiendo cualquier movimiento de su parte.

- ¡Arrójenla al río! – dijo uno.

- ¡No! – exclamó el capitán. – Tengo un mejor plan para esta. –

Se acercó lentamente a la mujer a quien ahora encadenaban. Esta lo miró con desprecio.

- Será mejor que te comportes, o seguiré el consejo de mis soldados. – le advirtió. – Ahora ven conmigo. – dijo mientras la tomaba por las cadenas.

A la pobre joven no le quedaba de otra más que seguir instrucciones ahora. Encadenada e indefensa. El capitán la llevó hasta las habitaciones interiores del barco, a su habitación, en realidad…

Una vez dentro, se volvió a encararla. Su expresión no era para nada amigable, y la joven empezaba a verse algo nerviosa. El capitán alzó una de sus manos, y la joven rápidamente se cubrió el rostro con sus manos.

- No… - le dijo.

El capitán sonrió.

- ¿No quieres que te quite las cadenas? – le preguntó él.

La joven lo miró con incredulidad y despacio bajó sus manos. Luego, algo desconfiada, las estiró de modo que él pudiera desencadenarla.

- Estas cadenas solo te serán un impedimento. – dijo mientras se las soltaba. – Estuviste impresionante arriba, debo decir. Debería enlistarte en mi ejército, tal vez nombrarte mi teniente. -

- ¿Se está burlando de mí, capitán? – le preguntó la joven sin mucha gracia.

- No, mas bien admirándote. –

El capitán, de repente, se quitó la camisa y la arrojó al suelo, como amenazándola.

- ¿Sabes lo que va a pasar ahora? – le dijo en un tono demandante. – Vas a tener que tallar la suciedad de la batalla de mi piel. – se sentó en un taburete frente a la joven.

La joven arqueó una ceja, y luego vio un balde con agua y una esponja. Bufó.

- Si, hace mucho que no me siento limpio. – continuó diciendo el capitán. – Y ni intentes escapar. Si lo haces, mis hombres te cortarán en pedazos, y esta vez no los detendré. -

A regañadientes, la joven pelirroja tomó la esponja del suelo, la remojó en el agua de la cubeta y empezó a frotar la espalda del capitán. Este soltó una risotada.

- Eres mucho mejor con la espada que con una simple esponja. – se burló.

- Ya me gustaría tener una espada en este momento. – dijo entre dientes.

- Está la mía, - le dijo. – tómala si deseas. ¿Quién te enseñó a manejar armas de esa forma? –

- Mi padre. –

- ¿Qué? ¿Sabía de antemano que los hombres de tu pueblo eran incapaces de proteger a sus mujeres? – la mujer se detuvo, estaba rabiosa. – No has terminado. – comandó el capitán.

- Claro que si. – respondió ella.

- ¡De rodillas! – ordenó y se levantó frente a ella. No había obedecido, se mantuvo de pie, altiva. – Te encanta vivir al borde del peligro, ¿No? –

- No tanto como me gusta limpiar tu asquerosa piel. – dijo y le lanzó la esponja en la cara.

El capitán furioso, alzó una mano, esta vez buscando darle una bofetada a aquella mujer tan atrevida.

- Tú… - gruñó.

- No. – dijo ella muy tranquila. – Usted no sabe nada sobre mí, y menos le importa. ¿Cómo podrías entender de lo que nos falta o no? Ya nos han quitado todo… apenas nos queda nuestra dignidad. Ustedes creen que poseen todo lo que es nuestro pero se equivocan, porque mi pueblo de ahora no es el pueblo que fue… no tienen más que sus cenizas, sus restos… Nunca podrán poseer lo que fue… -

El hombre bajó su mano. Quedó sorprendido ante la forma en que ella de le enfrentaba. ¿Qué mujer era esa? Pensó por un momento, y a su pesar, entendió que aquella extraña tenía en parte mucha razón.

- ¿Cual es tu nombre? – le preguntó.

- Misty. – respondió. - ¿Algo más que desee de mí capitán? –

El joven se mordió los labios, disgustado.

- ¡Capitán! – lo llamó uno de sus soldados. – Ya encallamos en el muelle. -

- Muy bien. – respondió.

El capitán tomó las cadenas del suelo y haló a la mujer bruscamente hacia él. Rápidamente, empezó a encadenarla de nuevo.

- No me las ponga, por favor. – pidió.

- ¡Eres una esclava ahora! – le dijo seriamente. – Y si quieres mantenerte con vida, será mejor que lo recuerdes. –

Y sin decir más, abandonó la habitación para subir a borda. La pobre joven suspiró, no le quedaba ninguna salida más que aceptar su posición. Sin ganas, y con el pesar de aquellas cadenas, siguió el mismo camino que el capitán.


Continuará...

¿Revieeeews? n.n Espero les haya gustado, pronto el Cap 2!
- Maureen