¡Hola! Bueno, primero de todo, ésta es mi primera historia larga y tengo varias dudas sobre como la estoy llevando, pero estoy bastante conforme con el resultado... Básicamente como habrán leído en el summary, es un MelloxSayu y debo decir que es mi obsesión en este último tiempo. Las frases que componen los títulos pertenecen a canciones del Sr Johnny Cash y concretemente, la selección la hice de una comunidad de livejournal llamada una_frase y cada una de ellas me inspiró para cada capítulo..
Les voy adelantando que va a tener unos cinco capítulos masomenos y otra cosa más... no se me ocurre, espero que les guste, cualquier comentario por favor déjenlo en un review ya me haría muy muy feliz! :D
Disclaimer: Mello, Sayu y los correspondientes personajes a la serie Death Note son propiedad de el Sr Obha y del Sr Obata, las frases que titulan cada capítulo son creación de Johnny Cash.
UNO
Darlin' companion, come on and give me understandin'
Sayu suspiró.
Agotada, ya sin ganas de nada caminó por las calles ansiosa de llegar a su casa, a una cama calentita y a un pijama de su infancia. A cuadros con fotos de Light y de su padre, a recuerdos de su niñez y de sus amigos.
Siempre se había considerado una persona complaciente, o al menos hasta unos meses atrás, atrapada en la sombra de un hermano prodigio y amigas sobresalientes; le gustaba halagar a la gente, en espera de recibir algún día lo mismo. La melancolía la invadió y no la dejó en paz, provocándole desagradables escalofríos en todo el cuerpo. Miedo, tal vez, el asunto de Kira no la dejaba parar de maquinar cosas en su mente, atemorizándose ante el terror de la incertidumbre.
Incertidumbre de no saber qué le esperará a la vuelta de la esquina.
Literalmente.
Acarició las fotos con la yema de los dedos, pensando en la muchacha que sonreía en ellas: cabellos oscuros, ojos a la par, cuerpo casi travieso.
Mello se preguntó si era una buena idea después de todo, secuestrar a la hija del Vicejefe de la Policía de Japón. Arrastrarla con él y llenarla de la amargura que producía la búsqueda incesante de su hermano, Kira. ¿Era estrictamente necesario usarla justo a ella?
Borró de su mente arrepentimientos estúpidos y saboreó anticipadamente el cuaderno, como una llave para la confirmación de su supremacía sobre Near, un camino con instrucciones implícitas para demostrarle al mundo quién era el verdadero sucesor de L.
Activó el micrófono que tenía delante de él y habló claramente:
-Chuck, apúrate, según mis cálculos hace más de media hora que Yagami Sayu salió de su clase y no entiendo por qué demonios no la tienes en tus manos en este mismo instante.
Lidiar todo el día con ese grupo de tarados mentales de la mafia le estaban poniendo los sesos en remojo, sólo eran otro grupo más titiriteado para sus propios fines... a decir verdad ya ni recordaba aquello que denominaban "trabajo en equipo" término sólo asociable a aquellos demasiado cobardes y patéticos para realizar algo por cuenta propia. Asociarse a alguien inferior, sólo para producir fallo tras fallo no estaba en su plan para capturar a Kira.
Volvió la imagen de la joven, nítida como sus propias manos, alegre y extrañamente siniestra. Su mirada a través del papel lastimó sus ojos, se encontraba escudriñando la visión, como si hubiera visto que le estaban tomando una fotografía, intentando descubrir quién al filo de la desesperación que le provocaba la duda. A la vez, su cuerpo parecía despreocupado y su brazo derecho caía relajado sobre su cuerpo, mientras que el izquierdo se detenía en su cabello, casi en una sugerente pose. Pero aquel escrutinio seguía allí presente, penetrando los ojos de Mello, llevándolo al límite, hasta que una voz gruesa lo despertó:
-Jefe, tenemos a la chica, en media hora estaremos abordando el avión.
Mello arrugó la fotografía, como si temiese que pudiera dañarlo y la arrojó al suelo, para luego devorar sus ansias junto con una barra de chocolate.
La camioneta frenó ferozmente y el metal de las pistolas brilló en la temprana noche. Sayu se paralizó sin alcanzar a ni siquiera pensar sobre escapar; de cualquier manera hubiese sido en vano, ya que un hombre que triplicaba su tamaño la había agarrado de la cintura con sorprendente facilidad para luego meterle una mordaza en la boca.
Nunca se había considerado una mujer débil, más concretamente alguien no demasiado fuerte pero capaz de soportar tempestades dando su mejor sonrisa pero los secuestradores rompieron sin piedad sus esquemas, la corrompieron apenas la rodearon con sus miradas lascivas, sus pistolas humeantes y sus cuerpos amenazantes.
Al recibir el golpe en la cabeza que la hizo dormirse, sintió algo parecido al alivio.
Abrió los ojos casi contra su voluntad, con temor de saber dónde se encontraba. La mordaza seguía en su lugar y ahora tenía manos y pies atados; yacía en el piso de una celda carente de luz alguna y en la completa oscuridad comenzó a sollozar.
Se creía una buena chica, sin ninguna clase de manchas en su haber, excepto robar una tableta de chocolate a la edad de cinco años.
"Los débiles siempre caen primero" pensó frustrada, culpándose a sí misma por no ser como su brillante hermano, por no soportar con más valentía lo que le había tocado... después de todo siempre los rehenes habían sido los más endebles desde que los secuestros habían aparecido en la faz de la tierra.
Lloró furiosamente, ahogándose con la saliva que no podía escapar de su boca y mojándose la cara copiosamente.
No podía ser fuerte, temeraria, era una sueño inalcanzable para ella. ¿Cómo reponerse y gritar por ayuda cuando estaba muerta de miedo? No puedo ser fuerte, no puedo levantarme, no puedo gritar, no puedo luchar.
-¡Cómo me gustaría lamer esos pechos que tiene! ¡Y hacer ese culo mío!- gruñó mientras se recostaba uno de los secuestradores.
-Las chinas siempre fueron mi debilidad... Parecen inocentes y de repente, ¡BAM! Saltan directo a tu verga.
-Es japonesa.- dijo Mello cortando la conversación
-China, coreana, japonesa... ¿No son todas lo mismo? - pronunció entre risas.
Mello mordió nerviosamente otra tableta, odiaba cuando comenzaban a hablar de una rehén, aparentemente no podían separar dos mundos muy diferentes: la lujuria y los negocios. Él prefería ni mirarlas, sólo asegurarse de que no gritaran y que sirvieran para alcanzar lo que quisiera.
Miró la pantalla que exhibía la celda de Sayu, era sólo un bulto en la oscuridad, apenas captado por la cámara infrarroja. Aparentemente lloraba, encogida en posición fetal, cual bebé que no quiere abandonar el vientre materno para no afrontarse a la cruda realidad.
Sí, Sayu era un bebé temeroso de salir al exterior y darse cuenta que ya no estaba más en su cama calentita, sino en un húmedo reducto al otro lado del Pacífico.
Sintió un ápice de espíritu protector, algo semejante a cuando defendía a Matt de las golpizas de otros niños, a cuando conoció a L, a pesar de ser él mucho mayor que Mello...
Tomó su pistola de la mesa y caminó hacia las escaleras que conducían al calabozo.
Los mafiosos rieron intercambiando comentarios.
-Parece que al Jefe le gustan de todo tipo después de todo...
-¡Cuéntanos como gime!
Mello caminó sin molestarse ni un segundo, hacía tiempo que evitaba escuchar los comentarios sosos de esa pandilla de infradotados, pero ésta vez se cuestionó solo unos segundos acerca del aspecto de chica, no parecía fea en lo absoluto, pocos senos, pero una mujer al fin. Jugó con los chocolates en su bolsillo, impaciente, como la nicotina en un fumador, como el etanol en un alcohólico, como la heroína y las trazas de destrucción en las venas de un adicto, Mello desenvolvió el chocolate y al morderlo su mente se entregó al placer que le otorgaba su intenso sabor.
Sonidos ahogados llegaron a él en cuanto se encontró cerca, hizo sonar el arma contra las rejas, advirtiendo su llegada pero Sayu no reaccionó en lo más mínimo. La oscuridad era penetrante, pero sus sentidos eran muy agudos y no necesitaba luz alguna para llegar. Se debatía entre maldecir o bendecir el hecho de que no hubiese luz; por un lado quería ver su rostro, pero por el otro no quería que ella viera el suyo.
-Si prometes que no gritarás, puedo sacarte la mordaza. Te traje algo de comida.
Como toda respuesta, Sayu emitió un sonido que se asemejaba a un "si" sin dejar de llorar. Se preguntó a quién pertenecía aquella voz varonil y despreocupada, casi desafiante. ¿Sería el jefe de todos? Y si fuese ese el caso ¿Por qué justo él se dedicaría a alimentarla?
No tuvo miedo, sabía que tenía un arma, que ella estaba atada, suponía que él era alguien fuerte, suponía que sus gritos no los escucharía nadie y que nadie se acercaría a ayudarla, pero no sintió miedo. Ni cuando escuchó su pistola cerca de su celda, ni cuando sintió un aroma peligrosamente familiar, ni cuando advirtió su voz a pocos metros.
Una mano se extendió para retirarle rápidamente la mordaza, estuvo a punto de gritar, pero se sentía tan en deuda con el joven que sólo respiró profundamente.
-¡Por favor! Sácame de aquí, mi familia no tiene mucho dinero, deben estar equivocándose de chic-
-Esto no tiene nada que ver con el dinero.- interrumpió Mello, sorprendiéndose por su ignorancia en el tema.
-¿Entonces con qué? Dímelo por favor.- Y comenzó a sollozar nuevamente.
-No puedo decírtelo. Limítate a comer.- murmuró reluctante a hablarle.
Su mano atravesó a ciegas la celda, el chocolate que sostenía chocó contra Sayu que al instante lo rechazó violentamente, haciéndolo volar lejos.
Mello suspiró disgustado.
-Si me odias no me sorprende, pero no desprecies lo que hago por motus propio y sin obligación alguna.
Sayu se sintió culpable al instante y estaba por disculparse cuando Mello comenzó a hablar nuevamente.
-Era un buen chocolate además... 70% cacao mexicano, elaboración suiza, 8 sobre diez de dureza y aroma penetrante.
-Lo lamento... me siento culpable por defenderme de mi secuestrador, esto no es normal. ¿Por qué estoy intentando contentarlo?
Su arrepentimiento parecía real, pero Mello no lo entendía. Era cierto que no había sido la niña más adorable del planeta, pero no tenía que serlo...
Después de todo él era la razón por la cual ella se encontraba en ese estado.
-La razón por la que estás aquí es Kira. Es todo lo que voy a decirte.
Quería huir en ese preciso instante de sus contradictorias palabras y de su delirante voz. Se levantó para irse sin decir ni más.
-¡Espera! ¡No te vayas todavía! Por favor... Estoy muy sola.
-No tiene por qué importarme.
-Pero te importa. ¿No es cierto?
Mello se congeló, mala idea ir a establecer contacto con ella. Mala idea acercársele, mostrarle su lado humano e intentar alimentarla como si fuera si fuese alguna clase de mamá gallina. Quiso cambiar de tema, pero su mente estaba tan ocupada dando vueltas alrededor de la frase de la joven que no podía ni respirar con propiedad.
Se preguntó por qué le molestaba tanto aquello, él sabía muy bien que era mentira, era imposible, ridículo hasta la idea de sólo pensar en llegar a pensarlo alguna vez. ¿Entonces por qué vine hasta aquí? Quiso creer que era sólo producto de su personalidad impulsiva y que la chica en sí no tenía nada que ver. Quiso creer que era por mero aburrimiento y que una vez pasadas algunas horas se distraería con otra cosa.
-Creo que te tomas demasiadas libertades con alguien que acabas de conocer y que dicho sea de paso, es tu secuestrador.
-Sólo quiero la verdad.
Estaba harto, harto de sus preguntas, sus comentarios, como si lo conociera. No. Peor, como si quisiera conocerlo. Golpeó furioso su arma contra la reja, amenazante.
-¡Idiota! He intentado ayudarte, sino te callas o dices algo útil te dejaré con tus secuestradores, y te aseguro que están más preocupados por meterse en tus pantalones que por el trato en cuestión.
-Lo lamento.
Era la segunda vez que se disculpaba pero parecía la décima y Mello lo hizo sentirse incómodo.
-Y gracias por traerme el chocolate, parece que te gustan.
-Eso no es de tu incumbencia, pero sí. Comerás mañana, porque no pienso molestarme en traerte otro.
-Podem- digo, puedo buscarlo.
Su inocencia y simpatía eran recalcables aún estando en una situación como esa. Aunque se intercalaba también con ausencia de coraje pero con un carácter fuerte... Yagami Sayu si que era interesante, tal vez porque le hablaba más que otro ser humano en años o porque su actitud para con él no terminaba de revelarse.
-Supono que no puede estar lejos...
-Sería más fácil si tuviera las manos desatadas y la luz encendida ¿No te parece?
-No abuses. No vas conseguir nada exigiéndome. ¿Tenés algún problema haciéndolo a ciegas? Porque todavía puedo irme a hacer algo más útil que hablarte, hasta pintarme las uñas me resultaría más beneficioso...
-Pero sin manos me parece que no puedo hacerlo...
Ella tenía razón, pero que la tuviera por enésima vez le estaba colmando la paciencia. Dudó un instante.
-Intenta acercar tus manos a la celda y te desataré, pero una vez que encontremos el chocolate volverás a las ataduras. ¿Estás bien con eso? ¿Por qué se lo pregunto? Se supone que debe obedecerme sin pestañar. Como si en todo esto sus deseos fuesen importantes.
-Supongo que sí.
Acto seguido se acercó todo lo que pudo a la reja e intentó sacarlas por entre los barrotes. Sayu estaba impaciente, quería que la soltaran pronto, las manos comenzaban a acalambrárseles y sentía que pronto iban a empezar a sangrarle por lo ajustadas que estaban las ataduras. Se preguntó si eso era todo, porque en un fugaz momento, casi al borde de la millonésima de segundo, Sayu se sintió impaciente porque las manos de Mello la tocaran.
El joven tanteó y encontró las manos de la joven, olían a sudor y a sangre, pero detrás de eso, unas manos suaves, pequeñas. Sus uñas eran cortas y parecía tener varios anillos en cada dedo. Las líneas en su palma eran casi inexistentes de lo suave que eran y sintió una pena tremenda al sentir las lastimaduras en sus muñecas. Su mano por si sola era un planeta, un mundo, con cinco continentes uno mejor que el otro. Mello acarició los dedos uno por uno y se sintió como viajar a lugares inhóspitos, conociendo nuevas tierras de un nuevo mundo.
Para cuando despertó, se dio cuenta que había estado más de veinte minutos tocando las manos de su rehén. Molesto por su distracción desató inmediatamente las ligaduras, como si quemaran.
Sayu estaba en shock, paralizada por un sentimiento que no sabía definir demasiado bien. ¿Miedo? ¿Sorpresa? ¿Desagrado? No, se parecía más, por más delirante que sonara, al confort y a la comodidad, a lo acogedor, a su cama calentita y a las fotos de su familia sobre su cómoda. Sus manos estaban anguantadas, pero aún así, el roce del cuero con sus dedos y muñecas le acariciaron el alma dejándola vulnerable y casi en las nubes, perdida en una ensoñación casi mística: ella juntando flores en el jardín, su madre peinándola con dos trenzas, su padre comprándole golosinas, su hermano jugando con ella a las escondidas...
Ninguno sabía qué decir, los segundos pasaban arrastrándose, hasta que Mello no pudo soportarlo más. No le importaba si ella miraba su rostro, no podía arriesgarse a que sus manos se volvieran a encontrar en la oscuridad.
-Tenías razón, mejor si busco algo que nos de luz.- Lo había dicho tan rápido que parecía una sola sílaba.
Mello se alejó hasta dar con un armario al final del pasillo, prendió una miserable lamparita sobre éste que daba una luz que daba lástima, pero que ayudaba en la tarea de encontrar velas.
Cuando se encontró sola, Sayu se permitió pensar en lo sucedido; estaba jugando con fuego, poniendo en riesgo su vida sólo por no permanecer sola unas horas. Todo por un poco de humanidad para olvidar su soledad. No sólo la del momento, sino la que dominaba su vida, pero a decir verdad las caricias del joven la habían desarmado. Tan concentrada estaba en la idea de hacerse la dormida y no hablarle más o hacerse la miedosa o la gritona para que la amordace y nada vuelva a suceder, que se había olvidado del chocolate y de que Mello había llegado finalmente con una vela en su mano.
Y con la vela, como un rayo violento en el medio de la negra noche, llegó el rostro de Mello emergiendo del seno de la oscuridad.
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