Un parpadeo.
Un espeso y prolongado parpadeo fue lo único que se permitió el hombre, sentado en un cómodo salón en lo que parece, sin lugar a dudas, o al menos un lugar de reunión, como muestran una pila de libros algo desordenados en la regia mesa de madera y mármol, y unas zapatillas frente al sillón situado al lado del solitario ocupante de la sala. Se pasó la mano por el pelo, rubio y desordenado, y despegó los párpados revelando unos turbios ojos oscuros, con un deje de frialdad mucho más aplacada que tiempo atrás. Su postura era la de una persona cansada con el peso de las desgracias reposando sobre sus hombros, aunque irradiaba una sensación intimidante de arrogancia y seguridad.
Su mirada se desvió a las zapatillas, y sonrió, inevitablemente. La tensión de sus labios denotaba una insistente falta de sonrisas, pero no parecía en absoluto incómodo. Se llevó la mano al bolsillo de su túnica para sacar su varita como reacción automática, pero recordó lo que ella siempre le decía sobre hacer las cosas por sí mismo, sin magia, y dejó el instrumento en el bolsillo. Se levantó, dispuesto a volver a la realidad, y recogió los zapatos del suelo, encaminándose con ellos al largo y ancho pasillo que formaba parte de la parte baja de su hogar.
Anduvo con toda la lentitud de la que fue capaz, fijándose en cada detalle de la elegante casa que lo había visto crecer, que había reconstruido él mismo después del incidente; la casa que, a pesar de todo ello, sólo la consideraba él su hogar por un motivo. Y ese motivo estaba detrás de la puerta que abría con lentitud, zapatillas en mano.
Al oír la puerta, una mujer, sentada en el borde de una regia cama de matrimonio que exhumaba lujo y elegancia, al igual que el resto de la casa, se giró con sus ojos cristalinos como un pedazo de cielo mirando a la puerta, sonriéndole amplia y cariñosamente.
-Cyril –Dijo simplemente, con entusiasmo, con un timbre tal vez demasiado firme, como si se aferrara a su nombre en medio de una corriente que tirase de ella. Para el nombrado, aquellos ojos azules eran lo único que le hacían levantarse cada día. Era increíble que aún con el mero hecho de que ella le mirase, su corazón volviera a latir con rapidez, adolescente.
-Emma –Respondió él de igual forma, mirándola intensamente, con una calidez dirigida sólo hacia ella. Se sentó a su lado, tendiéndole las zapatillas sin dejar de mirarla- Te las has vuelto a olvidar en el salón, Señora Malfoy.
Ella rió levemente, con esa aura distraída que daba la sensación de que estaba muy lejos de allí, tal vez perdida en sus pensamientos. Esa aura que desaparecía cuando veía o hablaba a Cyril.
Emma hizo mover el anillo que le otorgaba el título de casada en su dedo anular, y apoyo la cabeza en el hombro del chico, que al ser más alto que ella encajaba a la perfección, como si cada parte de ambos cuerpos formaran un puzle.
-He dejado a Effie con su tía –Le informó Cyril apoyando la barbilla en la cabeza rubia de la mujer, que frunció el ceño con una mezcla de concentración y frustración que conocía muy bien; era la misma expresión que ponía siempre que quería recordar algo, de modo que se lo aclaró- Savannah. Tu hermana. Ella y su marido viven en Liverpool, y tienen dos hijas; Alessandra, por vuestra madre, y Sarah, por la madre de él. –Paró, tomando saliva, y añadió con suavidad- ¿Les recuerdas ahora, ángel?
La aludida asintió fervientemente, tratando de convencerle, aunque no recordaba que tuviesen dos hijas.
-¿Quieres que empecemos a recordar? –Le preguntó Cyril en un susurro, como había hecho cientos de veces antes; todos los días se sentaba junto a ella y él le hablaba, recordándole todo lo que había ido olvidando debido a aquella… maldición con la que cargaba, a pesar de apenas llegar ambos a los cuarenta años. Emma cerró fuertemente los ojos, conteniendo las lágrimas, y el chico la apretó aún más contra sí mismo, descorazonado, hablándola con calidez.- Eh, ángel, nos… nos iremos al sur, ¿Vale? Buscaremos alguna pequeña casa, alejada del mundo, donde puedas…
Se le quebró la voz. No era capaz de continuar. La chica se dio cuenta de ello, y le miró con cariño, tratando de grabar lo poco que quedaba en su memoria sobre su vida junto con aquel maravilloso hombre que era ahora su marido, y se recostó contra su pecho.
-¿…donde pueda morirme? Además, rubio… este es tu hogar. ¿Lo abandonarías?
-No. –Repuso él bruscamente, mirándola con un brillo de vivacidad y repentino entusiasmo- Donde puedas recordar. Y curarte. –Resumió respirando profundamente, haciendo planes mentalmente, y le dirigió una intensa mirada, como preparándola para sus propias palabras- Y mi hogar, ángel, no es esto. Mi hogar eres tú, así que adonde quiera que vaya contigo, será mi hogar. Esta sólo es mi casa. Recogeré mi guitarra, mis libros de poesía muggle, y…
Emma se sonrojó violentamente, y se inclinó hacia él para evitar que continuase hablando y haciendo planes precipitadamente.
-De acuerdo, rubio. Pero déjalo para luego. –Respondió con una amplia sonrisa al haber conseguido dejarle mudo ante el inesperado intercambio de salivas- Ahora, cuéntame, ¿Por qué mi hija se llama… Effie Hermione Malfoy?
Cyril rió, como no había hecho en mucho tiempo, y volvió a besarla apasionadamente, consiguiendo sorprenderla esta vez él a ella, antes de seguir recordándole cada ínfimo detalle de sus vidas; cada verso, cada melodía y cada beso, como aquel, que tendría que recordarle más adelante.
