Ataduras de seda
Un delicioso camisón hecho de dos mil hilos egipcios, perfumado con las esencias hindús más fragantes y a la última moda parisina.
Realmente hacía frío ahí, su piel se erizó y sus huesos parecían a punto de romperse por tanto temblar.
Una refinada copa de vino espumoso y un delicioso postre flameado echo de cerezas y chocolate.
Maldita sea… tenía tanta sed y su estómago estaba a punto de comerse a sí misma.
La puerta se abrió.
Helga levantó la mirada, salvaje, con el mentón en alto, lista para desafiar a cualquiera. El refugio de sus fantasías desapareció al instante y su pose no mostró ni un solo atisbo de debilidad.
- Oh, mi pequeña, pequeña hermanita. –Olga entró en la habitación rápidamente y la abrazó con fuerza contra su pecho.
La joven no luchó, se dejó acariciar, ligeramente resignada. Otra vez estaba a salvo, sabía que en pocos segundos saldría del cuarto de confinamiento.
- Te he dicho tantas veces que debes aprender a comportarte. –regañó Olga, tomándola del rostro- No siempre podré convencer a Doug de que te perdone.
- No necesito su perdón. –Helga gruñó, apartando la mirada- Él no es mi dueño.
- Bebita…
- ¡No me llames así! –se levantó de golpe de la cama dura y se cruzó de brazos- Ya soy mayor de edad, me pertenezco a mí misma. Doug LeSham no es mi dueño. Ni el tuyo. Él no puede poseernos. No somos objetos.
- Mi rebelde hermanita… -Olga se levantó, calmada y acarició el perfil de su rostro, con un toque maternal.
El único toque maternal y familiar que Helga conocía. La idea siempre había sido dolorosa, aunque nunca pudiese decirlo en voz alta.
- Él nos salvó de la calle. –le recordó Olga- No hubiésemos durado demasiado tiempo por nuestra cuenta. Sin papeles, sin una Casa que nos proteja, hubiésemos muerto de hambre o algo mil veces peor.
Helga apartó la mirada. No le importaba que el mundo funcionara bajo el poder de los Nobles y se distribuyera en cuenta gotas los privilegios en aquellas familias que trabajaban para ellos, bajo su protección. No era justo. Porque a los huérfanos, como su hermana y ella, no podían conseguir trabajo, ni cobijo, estaban desprotegidas, sin derechos ni leyes que las ampararas. No era justo porque ellas no habían decidido ser huérfanas. No era su culpa haber nacido de esa manera. Si, cuando Doug las encontró, fue una suerte. Helga aun recordaba, a pesar de su corta edad en ese entonces, que después de las dulces palabras de un joven Doug, se encontró en esa enorme casa y la deliciosa avena caliente con trocitos de pera le supo a gloria y el baño caliente fue el cielo mismo.
Pero…
Doug vendía esclavos para los Nobles. No cualquier tipo de esclavos, por supuesto. Helga había sido educada en finos modales y diversos idiomas, sabía sobre múltiples materias, había sido bien ejercitada y entrenada para tener una figura agraciada y todo su cuerpo había sido mimosamente cuidado. Todo ese tiempo invertido para venderla a un completo extraño por el resto de su vida. No sabía qué iba a ocurrir con ella cuando fuese vendida pero no era ingenua. La manera en que Doug se preocupaba por todas sus chicas y tenían clases especiales para resaltar su feminidad y ser diligentes ante pedidos que podían terminar en actos serviciales como accione ridículas, le dejaba en claro que en su futuro podía terminar como una sirvienta o la amante de alguien. Tal vez las dos cosas. O mil veces peor.
Y ella no quería esa vida.
¡No la quería!
Helga observó a Olga, quien la tomó de la mano y la sacó del confinamiento. Ella se había negado en la última clase especial a quedarse a gatas, con la cabeza agachada y sin moverse. Le había parecido humillante. Y por eso Doug la había castigado con el aislamiento total. Por suerte Olga era su favorita, técnicamente era su mujer, su propia esclava y la única que tenía. Su hermana mayor nunca sería vendida a otra persona, había perdido su virginidad con Doug y era uno de los requisitos para ser adquirida. Además, Helga lo sabía, su hermana estaba enamorada de Doug, le agradecía la vida que les había dado.
Si, si, las había salvado.
Pero ella iba a ser vendida a un completo extraño ¿Acaso eso no entendía Olga?
- No frunzas el ceño. –le regañó su hermana, negando ligeramente- No quieres arrugas prematuras.
- Oh… por favor…
- Helga. –Olga se giró, rápidamente y casi se chocó con ella por eso- No te comportes así. –rogó, tomándola de los hombros- Yo sé que tú no buscabas esto. Pero Doug me prometió que te encontraría un buen Noble que se encargaría de ti. Ningún excéntrico y extraño, sino uno con buena reputación. Doug dijo que es mejor que no fuese uno inmediato a la sucesión de su Casa, así no te expondrías mucho. Los Nobles suelen usar a sus esclavos como entretenimiento para sus invitados. No queremos eso para ti.
Helga hizo una mueca. Si, lo sabía. En esas clases especiales le había quedado claro que bien podían ordenarle que se recostara en una mesa y le pusieran frutas dulces por todo el cuerpo desnudo mientras un grupo de desconocidos comían de ella. No era ingenua. No era tonta. Esclava era en todo, bien podrían disponer de su cuerpo para cualquier cosa. Y estaba segura que las fiestas más populares debían tener entretenimientos especiales.
¡Y esa no era la vida que quería!
- Así que te está buscando un Noble reservado. Uno que cuide bien de ti. –Olga apretó su agarre- Yo sé que naciste para ser parte de los Nobles, que esta no es una vida para ti, pero… -sus ojos se humedecieron- esta es nuestra vida y tenemos surte de tenerla. Y estoy haciendo todo… -se ahogó con un pequeño sollozo- todo lo que puedo con mis limitados recursos para cuidar de ti. Lo juro, hermanita.
Helga suspiró pesadamente y asintió. No quería poner a llorar a su hermana. Ya era un momento difícil para ambas. En cualquier momento un Noble la compraría y nunca se volverían a ver. Tal vez por eso estaba luchando tanto contra su preparación porque habían dejado de ser sutiles sus clases y era cada vez más obvio que la estaban preparando para ser una herramienta de gusto y placer para alguien. Quien fuese.
- Y estoy agradecida. –abrió sus brazos, resignada y le hizo un gesto con su cabeza- Ya… ven acá…
Olga soltó una pequeña risita y la abrazó con fuerza, estrechándola. Helga le dio unas torpes palmadas en su espalda, sin saber bien qué hacer. Pero sabía que eso la haría feliz. Su cursi, romántica y emocional hermana mayor adoraba todas esas ridículas muestras afectivas. Así que podía darle eso. Un torpe abrazo. O mejor dicho, dejar que la abrazara sin poner resistencia.
Bueno…
Por lo menos por unos segundos…
- Ya… ya… -se soltó, incómoda- ¿No te está esperando Doug o algo?
- Oh… -Olga se sonrojó suavemente y asintió, mirando sobre el corredor- Yo…
- Ni se te ocurra decirme qué debes hacer. –rogó Helga, sonriendo de lado- Solo vete.
Su hermana asintió y salió corriendo, de esa manera tan propia de una dama delicada, con pequeños pasitos y cadencioso andar que ella nunca podría imitar. A Helga siempre la regañaban por lucir imponente, por ser demasiado ágil, por no saber cómo mostrarse sumisa y servicial.
Un pequeño gruñido escapó de sus labios y entró a su dormitorio. No había dormido bien en la fría habitación y su estómago le ardía. En verdad era un buen castigo, pero no se arrepentía de nada. Cuando fuese vendida, tendría que acatar, lo sabía. Cuando un Noble la adquiriese, podría hacer lo que deseara con ella, con o sin su consentimiento y podría desecharla, destruirla, romperla, si es que quedaba insatisfecho.
Una sonrisa pequeña se formó en sus labios cuando vio los panecillos recién hechos sobre la mesa de noche. Eso debía ser de Olga, por supuesto. En unas pocas mordidas, se acabó todo el contenido del pequeño plato y por lo menos pudo satisfacer su hambre. Pero ese era el problema. Solo había comido, no había saboreado. No tenía derecho a escoger, a probar, a decidir…
Helga se recostó, agotada y cerró los ojos.
Al final, era solo un objeto.
Y no era justo…
- Buenos días lucerito. –la voz cínica de uno de los pocos hombres que podía acceder al sector femenino la hizo gruñir- El sol salió, las aves cantan y te debes ir.
Ella se sentó de golpe, sorprendida y observó a Scott, uno de sus profesores sobre clases especiales y mano derecha de Doug.
- ¿Qué dices…?
- Vamos, preciosa, vístete. Quien sea que quiere comprarte, adelantó todo para que a primera hora te fueses y ya vas atrasada. –el gitano entró, con una amplia sonrisa y le mostró un reluciente vestido de tirantes color blanco- Vamos, princesa. Esta gente es importante y vas a querer dar una buena primera impresión ¿No?
- ¿Qué...? –ella negó y se arregló rápidamente, sorprendida de que no entrara un séquito de mujeres para perfumarla y arreglarla, como solía ocurrir.
Cuando alguien era comprado, lo dejan tan bien que parecía una joya. Pero ella solo tenía un simple pero bonito vestido que se puso después de un baño rápido y una coleta baja con un lazo rosa en su cepillado cabello. Eso era todo. Scott actuó igual de misterioso como siempre, mientras terminaba de revisar su simple vestuario y evadió todas sus preguntas.
- ¿Por lo menos me dirás quién me compró? –observó hacia la puerta- ¿Y Olga?
- Tu compra parece que llevaba tiempo tramitándose. Bueno, si te soy sincero… -Scott se apoyó casualmente en el marco de la puerta, lucía divertido- Este es uno de nuestros compradores más importantes, pero no creímos que se interesaría en ti. Pero parece que cuando recorría el lugar y te vio hacer la rabieta del otro día, le gustaste. Por un momento creímos que quería subyugarte, ya sabes, hay Nobles que gustan de dar un poco de azotes y castigos disciplinarios como parte de sus juegos…
Helga tragó en seco ¿En qué se había metido…?
- Pero resulta que eres un regalo para su primo. Alguien de bajo perfil, que gusta poco de los eventos sociales y está a cargo de las tierras…-Scott sonrió, de lado, dejando unos segundos innecesarios extenderse- de la familia Shortman.
La rubia abrió los ojos con sorpresa. No podía ser… esa era una de las familias Nobles más poderosas de Inglaterra. La cabeza de familia, Arnie Shortman era conocido por sus excéntricos gustos y su enorme séquito de esclavos que en las fiestas hacían de estatuas, muebles y cuadros vivientes que los invitados podían usar a gusto. Helga tragó en seco ¿No se suponía que Doug…?
- Cálmate, te compró él, sí, pero no para él. –le recordó Scott y parecía aburrido- Tú serás la primera esclava de su primo, viajarás al campo… -miró su reloj- Y ya no tienes tiempo, están por llegar.
- ¿Y Olga? –de repente estaba nerviosa, asustada…
- Ellos iban a llevarte esta noche, pero cambiaron de planes. Tu hermana y Doug ya deben estar fuera de la ciudad. Lo siento, princesa. –el gitano lució ligeramente apenado- Pero si te portas bien, de seguro tu nuevo amo te dejará comunicarte con Olga. Así que compórtate.
Helga tragó en seco. Eso era… difícil. El deseo de correr, de huir, de protestar pudo con ella. No quería ser un regalo, no era un objeto que se cambiaba de manos. Pero esa era su vida, si no obedecía, no solo a ella iría mal, algo podrían hacerle a su hermana. En especial una Casa tan importante como los Shortman.
Y Olga se había esforzado tanto por protegerla, por darle lo mejor en ese mundo que les había dado tan poco…
- Bien. –asintió, no iba a lucir cobarde- Vamos.
- Ese es el espíritu. –el gitano la guio por el callado corredor, era increíblemente temprano y la mayoría del personal aun dormía- Solo limítate a hacer caso a lo que te digan. Todas las familias Nobles tienen sus costumbres e ideas raras. Adáptate.
- Lo sé…
- Y recuerda que tu hermana se las arregló para que tuvieses la mejor opción posible. –Scott abrió la puerta que daba a la calle y señaló con la mirada la limosina que esperaba afuera- Sube.
Helga contuvo el aliento. Ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que había salido de la enorme casa que había sido su hogar. Para alguien sin la protección de un Noble, era peligroso estar afuera. Pero ahora le pertenecía a alguien y por ende podía estar en el mundo exterior. La chica dio un par de pasos, sintiendo la brisa cálida de la primavera envolverla y se apresuró a la puerta abierta de la limosina. Una enguantada mano le hizo señales para que entrara y cuando así lo hizo, la puerta se cerró.
Otra vez encerrada.
Pero esta vez su curiosidad fue mayor. Esa era la primera vez que se subía a un auto, que sentía el lujoso cuero blanco bajo su tacto y veía el mundo exterior por una ventana polarizada. Las casas se movían rápidamente, la gente se volvió un borrón y se aferró ligeramente al cristal, con curiosidad. El barrio en el que vivió casi toda su vida lucía tan diferente a como lo había imaginado. Si, era una zona ligeramente lujosa y las casas antiguas se acumulaban una junto a otra. Pero rápidamente pasaron a una zona más comercial, con enormes edificios, rascacielos que no podía apreciar dada la velocidad a la que iban. En un momento cruzaron un parque pequeño y el resplandor de las verdes hojas captó su atención. Helga deseó poder parar el auto, ordenar que así fuese y poder correr descalza sobre el césped. Ella había leído que la sensación era incalculablemente agradable, pero nunca la había sentido. Pero el parque se perdió en un parpadeo y en unos minutos la ciudad desapareció. Poco a poco las casas se vieron cada vez más escasas y notó como enormes campos se abrían paso. Un jadeo de sorpresa escapó de sus labios y su frente se apretó contra el oscuro cristal cuando notó que podía ver el horizonte, lejano, sin una sola montaña.
Esa era la primera vez que veía el horizonte, el "fin del mundo".
Una pequeña risa la hizo dar un brinco y regresar a ver. Una preciosa joven de su edad le vio con diversión, su cabello castaño rojizo estaba recogido en un elaborado peinado alrededor de su nuca con cintas verdes. Helga casi creyó que era Lila, una joven que había sido parte de las chicas de Doug hasta que un Noble escoses la compró. Pero la chica junto a ella, en su casi traslúcido vestido verde marino y con largos guantes blanco tenía todas las facciones que Lila nunca podría hacer. Cínica diversión, burla, algo de tedio y hasta una pizca de sadismo.
- Pareces una pueblerina. –explicó la extraña- Ahí, pegada a la ventana.
- ¿Disculpa…? –Helga enmarcó una ceja y levantó su mentón.
No iba a dejarse intimidar.
- Lulu. El nombre es Lulu, pero no necesitas aprenderlo. No creo que nos veas mucho. Mi Amo me envió para supervisar tu entrega. –y se apoyó descuidadamente contra el asiento, mirando a Helga con aburrimiento- Ya sé que es la primera vez que sales de tu jaula de latón pintada de oro, pero intenta tenerte más respeto.
Pero la rubia no contestó. Ni siquiera se molestó en hacerlo. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios y apartó la mirada de su compañera, retomando su atención a los enormes campos y a las ocasionales vacas que aparecían y desaparecían por la preciosa vista.
- ¡Oye! –Lulu protestó, sorprendida de que pasara de ella- Si crees que con esa actitud vas a llegar a algún lado, es obvio que te equivocaste de familia, rubia. Por mucho menos, mi Amo Arnie te encadenaría a una mesa y te azotaría por horas sin darte la opción de complacerte…
Eso sí llamó su atención. Helga la regresó a ver, con sorpresa y Lulu soltó una risa divertida al notar su atención.
- Los Shortman son conocidos por su gusto excéntrico. –se fue explicando- Mi Amo tiene alrededor de diez esclavos, aunque yo soy su favorita. –la chica se encogió de hombros- Tú tendrás que hacer todo el trabajo sola, dado que serás la única en donde se desahogará tu Amo. Así que espero que tengas bastante resistencia. –muy lentamente se inclinó en dirección de Helga, sabiendo que tenía toda su atención- Si un Shortman quita su protección de ti, ninguna familia Noble te tomaría, no querrían insultar a la familia Shortman.
- ¿Por qué me dices todo esto…? –la rubia enmarcó una ceja, dubitante.
- Para que te quites ese orgullo de encima. Tú eres un regalo de cumpleaños. Tu Amo cumplió recientemente dieciocho años y el Amo Arnie creyó que sería bueno darle algo de los gustos finos de la ciudad. Aun cuando tu Amo vive en el campo, alejado de todos. Él no ha sido entrenado para saber cómo cuidar sus cosas, ni siquiera sabrá como disciplinarte… así que será mejor que te comportes.
Helga tragó en seco. Aunque lo disimuló muy bien. No iba a mostrar la preocupación que estaba naciendo en su pecho. No era de extrañarse que los Amos golpearan a sus esclavos. Ella sabía que era muy común en los Nobles…
…pero el cuadro en su cabeza sonaba increíblemente salvaje.
No le gustaba.
No le gustaba nada….
- Pero aun así creo que tienes suerte. Tu Amo es realmente lindo. No me importaría cambiar de lugares contigo por un rato. Sin importar el duro castigo… -Lulu se mordió el labio inferior, con picardía- Mi Amo dice que su primo es un incivilizado que no sabe disfrutar las delicias de la vida moderna. Pero algo de rural comportamiento no viene mal… -suspiró largamente, mirando el techo y se rascó el mentón, descuidadamente- No creo que tu Amo tienda a coleccionar cosas extrañas y te fuerce a estar a su lado mientras las inspecciona lentamente. Tampoco te hará fingir ser un bizarro cuadro en sus extrañas fiestas, como hace el mío. Tu Amo de seguro te encadenará a la cama y te poseerá… -Lulu la miró como si eso fuese un grato premio- salvajemente y por horas… que afortunada que eres.
¿En verdad creía eso…?
Helga se apartó un poco. No sabía quién sería su Amo, pero la idea de que un salvaje la usara para desahogarse… no era agradable. Ella prefería el tedio del que su compañera se quejaba.
- Claro que mi Amo es un Shortman a toda regla. –continuó Lulu- Este mes tiene un gusto por suspender a sus esclavos y usar su nuevo látigo disciplinario… -con total normalidad se subió la falda hasta mostrar ligeras marcas rojas entre sus muslos, alargados lengüetazos finos sin cortes ni cicatrices y soltó una pícara risa- Por horas me tuvo al límite antes de dejar que me corriera… le encanta llevarte a un punto en donde no estás segura si es doloroso placer o placentero dolor. –suspiró- Sí tan solo lo hiciera más seguido…
Bien…
No, no prefería el tedio.
Eso sonaba terrible.
¿Suspensión? ¿Látigo? ¿Dolor?
No.
¿Qué tantas posibilidades tenía de abrir la puerta, lanzarse de la limosina y sobrevivir para huir?
Helga observó por la ventana y negó. No, iban demasiado rápido.
Y repentinamente el auto comenzó a frenar, mientras curvaba a la derecha. El corazón se le detuvo cuando notó que entraban a una enorme propiedad y una gran casa apareció frente a ellos. La limosina se detuvo y el chofer se bajó para ayudar a Lulu, dejando a Helga por su cuenta.
- Bienvenida a tu hogar, rubia.
Ni siquiera le importó el sarcasmo en la voz de la otra chica.
Ese lugar era enorme. Un frondoso bosque rodeaba la parte trasera y varios caminos, como venas, conectaban a esa casa con los campos a su alrededor, donde creían arbustos y seguramente hortalizas y vegetales diversos. Lulu la tomó del brazo, arrastrándola escaleras arriba. Gracias a la impresión que tenía al mirar todo a su alrededor, Helga se dejó guiar ¿Ahí iba a vivir? ¿Con tanto espacio abierto? ¿Podría…? ¿Acaso podría salir?
- Esta es tu jaula de oro. –Lulu le susurró, mientras un viejo mayordomo las guiaba a una amplia sala y anunció que buscaría a su señor- ¿Qué haces? –chilló, al notar que Helga se acercaba a uno de los sillones.
- ¿Sentarme…?
- ¿Acaso te dieron el permiso? –preguntó Lulu, sorprendida y golpeó su frente con la palma de su mano- Un esclavo se arrodilla junto a la puerta de entrada a la habitación, con sus piernas bien separadas y sus manos en la nuca.
- No voy a hacer eso. –gruñó Helga, apretando sus puños.
- Eso es lo que hace un esclavo de la familia Shortman. Y tu Amo bien podría rechazarte. Él estaría en su derecho. Oh… créeme, si lo hace, te dejaré abandonada en el pueblo más cercano. Sin protección, sin dueño, estoy segura que te darán un buen uso los hombres de ahí. –Lulu sonrió de costado y señaló el espacio junto a la puerta- Ponte en tu lugar. Y no me mires así, te estoy haciendo un favor.
Maldita sea…
Lo peor es que era verdad.
Helga se juró que no mostraría su humillación, ni a esa chica, ni a nadie. Muy dignamente caminó hasta el espacio junto a la puerta y se arrodilló. No miró a Lulu cuando separó sus piernas y puso sus manos a la altura de su nuca. No levantó la mirada cuando escuchó al mayordomo anunciar la llegada del señor de la casa, Arnold Shortman. Pero cuando Lulu cambió su petulante tono a uno más servicial y dulce, la curiosidad le ganó.
Así que ese sería su Amo…
No la estaba mirando a ella. Los ojos de Arnold estaban en su invitada, guiándola hasta el sillón e invitándola a sentarse. Lulu parecía encantada por el trato. Pero Helga tenía más curiosidad por su nuevo carcelero, su Amo. Arnold Shortman era ligeramente alto y se notaba que trabajaba bajo el sol. Aun así era impecable, todo su cabello rubio estaba hacia atrás, dejando a la vista su amplia frente y sus ojos esmeraldas. No iba a la moda elegante actual. Él llevaba unos jeans bien ajustados y una camisa negra arremangada y con un par de botones abiertos.
- Mi Amo Arnie desea que haya tenido un feliz cumpleaños y lamenta que no nos visitara en la ciudad para la gran ocasión. –comentó Lulu, cruzando sus piernas, dejando a la vista sus largas piernas- Pero me ha enviado con un regalo.
- Oh… espero que no sea como el del anterior año… -Arnold sonaba ligeramente apenado, mirando el suelo- No podría…
Lulu rio abiertamente.
Helga puso más atención desde su lugar ¿Qué ocurría?
- No se preocupe. Aunque fuese duramente castigada, no viviría otro rechazo. Ya me quedó en claro que no soy de su gusto. –Lulu se levantó, con gracia, pasando del tema- Como bien sabe, los dieciocho años es la edad en que los Shortman buscan la mejor fuente compatible para traer descendencia.
- ¿No es demasiado pronto para que mi primo me diga que debo tener hijos? Él aun no los tiene o… -Arnold miró el vientre de la chica- ¿Ya…?
- No, no… aun no. –Lulu sonrió, acariciando su vientre- Mi Amo quisiera disfrutar un poco más antes de embarazarme con el siguiente heredero o heredera. Pero me escogió como la madre de su próximo hijo.
Helga abrió los ojos, sorprendida. Si, sabía que los Shortman no se casaban, mantenían un monopolio de poder en la herencia. Pero no sabía que escogían esclavas para que fuesen las madres de sus hijos. Entonces ¿Las mujeres Shortman escogían a un esclavo para embarazarlas…?
- Felicidades. –Arnold inclinó su rostro, con sincero respeto ante la noticia- Pero…
- ¿Eso no explica mi llegada? –Lulu señaló con su mirada a Helga.
Y ella bajó inmediatamente los ojos al suelo.
- ¿Quién…? –Arnold avanzó hacia ella, lo supo por los pasos- No me digas…
- Un regalo de mi Amo, por supuesto. Esta es su primera esclava. –Lulu rio, coquetamente- Feliz cumpleaños.
- Yo…
Helga notó que Arnold estaba frente a ella y dio un ligero respingón cuando sus callosos dedos acariciaron su mentón, obligándola a levantar la mirada hacia él.
Maldita sea…
Él era atractivo y se veía tan inocente. No, lucía realmente dulce ¿Cómo podía alguien insinuar que podría hacerle daño? Esa mirada llena de anhelo color esmeralda era cálida y protectora. El hombre frente a ella lucía sorprendido por su presencia, obviamente no debía querer una esclava. Alguien con esa mirada no podía usar a las personas…
- Me encanta. –y la soltó, apartándose de ella rápidamente y volviendo con Lulu- ¿Esta entrenada de alguna manera?
¿Qué…?
- Solo la educación básica, es algo díscola, pero no es altanera. Ella sabe lo que está en juego. Justamente como usted mismo comentó que le gustaría. Realmente fue difícil encontrar una fierecilla en el mercado.
Arnold rio, divertido. Helga sintió como si un balde de agua fría le cayera encima ¿Él había estado esperando una esclava? No, no solo eso. Una que él pudiese moldear a su gusto, que le diera pelea. Y eso le recordó que Arnold no solo tenía un dulce rostro, sino un cuerpo ejercitado y fuerte, de alguien del campo, acostumbrado a trabajar, con el poder suficiente para vencerla si se lo proponía. Él era el dueño, después de todo, si ella luchaba, todo su séquito de sirvientes lo salvarían.
Y si, no era tonta. Si peleaba, no solo su vida estaría arruinada.
- Realmente le agradezco a Arnie el detalle. –Arnold tomó del brazo a Lulu, guiándola afuera- Y estoy feliz de saber que se ha decidido por dar un heredero o heredera a la familia.
- ¿Seguro que no quiere que me quede? Me enviaron para entrenarla, si así usted lo deseaba yo podría acompañarlos… -ronroneó.
- No, no… lo haré yo. –Arnold sonaba emocionado, como un niño- Tal vez no haya asistido a suficientes fiestas de mi primo, pero se cómo funciona esto.
- Por supuesto. Entonces, le daré las buenas noticias a mi Amo.
Helga los escuchó alejarse y solo entonces regresó a ver. No, no podía verlos, pero sabía que Arnold había llevado a Lulu hacia la salida. Sus ojos danzaron por la preciosa sala, las enormes ventanas ¿Podría huir? No. No podía ser… ¿En qué se había metido? Por un momento había pensado que los sueños de su hermana eran realidad y podría tener un Amo dulce que la protegiera, un Noble que velara por ella, que tal vez le pediría que recitara o pintara para él. Eso podría hacerlo, era parte de sus aptitudes y habilidades.
Pero…
- Oh, no te has movido.
Tarde…
Arnold avanzó hacia ella y volvió a tomarla del mentón. Helga lo miró vacíamente. No iba a darle lo que deseaba ¿Quería una fierecilla? Bien, no iba a obtenerla. Pero tampoco una sumisa esclava. No iba a obtener nada.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Helga.
- Amo. –Arnold se inclinó para estar a su altura y le sonrió de costado- No olvides decirlo al final, Helga.
Una llamarada de odio se elevó en su pecho. Él lucía tan feliz con esa palabra… tan encantado de que ella la fuese a usar…
- ¿Y cuántos años tienes?
- Dieciocho, amo. –no iba a luchar, pero lo miró a los ojos.
Tampoco la iba a intimidar.
No le daría nada.
- Que suerte que te encontraran. En cualquier momento otro pudo comprarte. –él acarició su mejilla, lentamente- Bienvenida a la familia Shortman, Helga. Ahora yo cuidaré de ti.
Ja.
Lo que él quería decir era que ahora él era su dueño y ella algo con un precio y valor, como todas las cosas en esa casa.
- Realmente tienes la piel suave ¿Te cuidaban bien donde vivías antes?
- Si, amo. –mordió la palabra ligeramente, sin poder evitarlo- De donde vengo, todos los esclavos son educados y cuidados para los gustos de Nobles.
- Lo noto. –Arnold se acercó más a ella, inspeccionándola- Aunque se nota que no pudieron apagar tu rebeldía ¿Verdad?
¿Qué… quería que contestara a eso?
No, no pudieron. Pero no iba a ser la salvaje que él quería domesticar.
- ¿Helga?
- Mi personalidad contiene individualidad, amo. –bien, esa era una respuesta.
Cerebro inteligente.
- ¿No te cansa estar en esa posición? –Arnold notó que seguía con los brazos en su nuca, firme, apoyando todo su peso en sus rodillas.
- Soy resistente, amo.
- Me alegra. –y se levantó, extendiendo su mano a ella- Ven, te llevaré a tu habitación, te ha estado esperando.
¿Qué…?
Helga aceptó la mano y él la jaló. En un salto estuvo de pie y en un parpadeo estuvo contra Arnold, completamente apretada a su cuerpo duro. Él estaba ejercitado, firme. El joven le sonrió, rodeándola con su brazo por la cintura y la acerco más, arrugando el vestido. Helga contuvo el aliento cuando notó algo duro golpeando su muslo, parecía hervir a través de la ropa y quiso separarse. Pero su obstinación pudo más.
No iba a luchar. No le daría el gusto.
Arnold la soltó, lentamente y encabezó la caminata. Ella volvió a respirar, arreglando su vestido. Eso había sido extraño ¿Por qué quería provocarla? ¿Acaso… quería una excusa para disciplinarla?
Los escalones de mármol la llevaron en espiral hacia la segunda planta y Arnold la guio hacia el corredor. Todas las puertas estaban cerradas, el camino lujoso no tenía ningún adorno. Repentinamente él se detuvo y abrió una puerta doble.
- Aquí es. –mostró con orgullo la gran habitación, finamente decorada, en tonos pastel y blanco- Ve, date un baño.
- Si, amo.
¿Por qué?
¿Cómo sabía que ella llegaría? ¿Su compra no había sido un regalo sorpresivo?
Helga avanzó hacia la siguiente puerta y entró. El baño era amplio, pero tanto la ducha como la tina eran completamente translúcidos. Los paneles que rodeaban la regadera, notó, solo la exponían por cuatro lados. Y cuando el agua caliente corrió por su cuerpo, el cristal no se empañó. Ella podía verse claramente reflejada en el espejo frente a ella, exponiendo toda su desnudes. Los perfumados jabones y lociones la distrajeron un momento hasta que volvió su atención a la tina totalmente transparente ¿Acaso la haría bañarse ahí para mirarla? ¿Esa era la idea? ¿Su nuevo amo entraría y la miraría a través del cristal…?
- Raro… -susurró, secando su cabello, diciéndose que estaba en control de la situación, diciéndose que iba a ganar a la larga.
Pero su corazón no paraba de latir.
- ¿Fue de tu agrado?
Helga contuvo un grito cuando descubrió a Arnold sentado en lo que sería su cama. El hombre le sonrió dulcemente y extendió su mano. Muy despacio se acercó y los dedos masculinos acariciaron su cintura sobre la bata de baño, recorriéndola lentamente. Toda su piel se erizó ante el contacto.
- Si, amo. –y lo dijo con calma, con voz modulada.
- Cuando te pregunte algo, debes ser sincera. –él frunció el ceño- Si algo no te gusta, debes decirlo ¿Entendido?
- Si, amo. –abrió los ojos, sorprendida, sin evitarlo.
- Así podré cuidarte mejor. –se explicó y la jaló en su dirección.
Las palabras dulces desaparecieron cuando ella cayó sobre su regazo. Arnold la abrazó por la cintura y sus manos bajaron hacia su trasero, tomándola libremente desde ahí, guiándola en su dirección. Helga contuvo el aliento cuando sintió la dureza que había golpeado su muslo presionarse contra su vientre bajo en esa ocasión.
- Hueles bien. –susurró Arnold, deslizando su nariz por el húmedo cuello femenino, respirando hondo- Yo sabía que el jazmín y las violetas irían contigo. Me alegra no haber estado equivocado.
¿Cómo…?
Un jadeo escapó de sus labios cuando él besó su cuello. Helga quiso apartarlo y llevó sus manos hacia los hombros masculinos pero logró contener su impulso. No iba a darle a la fierecilla que estaba buscando. No iba a caer en sus trucos. Tal vez tuviese que hacer todo lo que él deseara, pero no iba a ser de la forma que él esperara.
Los labios masculinos bajaron por su hombro, despacio, haciendo que su piel se erizara. Aunque su mente quería luchar, era obvio que su cuerpo estaba muy dispuesto a las atenciones. Las manos de Arnold recorrieron sus brazos y bajaron por su espalda. Nunca había sentido algo así y su rostro se lanzó hacia atrás, en un gemido prolongado, lento, justo cuando los dientes del hombre mordieron su piel expuesta. Helga no supo qué hacer. Mientras la bata era abierta de golpe, exponiendo su torso desnudo, se dio cuenta que deseaba odiar todo eso, la forma en que un completo desconocido la miraba largamente, con una sonrisa aprobatoria en sus labios y con sus manos subiendo por los costados de su cintura.
En verdad deseaba odiar esa faceta de él, de la misma manera que había comenzado a odiar sus curiosos gustos.
Pero no podía…
Helga lanzó el rostro hacia atrás cuando los labios del hombre bajaron hasta su escote y sin esperar nada, succionaron su rosáceo pezón. Él la sostuvo por el trasero, casi levantándola para que lo sintiera directamente. El duro miembro, atrapado contra el pantalón, parecía golpearla con voluntad propia. Su Amo la deseaba. Y cada vez más duro, con más fuerza en cada movimiento. Ella cerró sus manos en los fuertes brazos de Arnold, sosteniéndose ahí, sin saber realmente qué hacer.
- ¿Sabes que un Noble puede devolver a su esclava si no ha consumado nada con la misma? –consultó el rubio, con su boca justo a unos centímetros de su pezón.
Él la miró desde su posición, con su mirada brillante de inocencia. Helga sintió pánico, profundo y un fuerte escalofrío por todo su cuerpo ¿Quería regresar? ¿Si él se detenía, podría hacerlo? ¿Qué le diría a su hermana?
- No ocurriría nada. Otra persona podría comprarte. –continuó Arnold, bajando sus labios en pequeños besos, acariciando apenas su seno, suspendiéndola en la confusión del placentero contacto- ¿Quieres eso, Helga?
¿Lo quería…?
- ¿Deseas que te regrese al lugar donde fuiste criada…? –preguntó y solo la curiosidad se sintió en su voz, sin muestra de su verdadero deseo.
Él acarició su seno usando solo sus labios, creando rutas diversas y evadiéndola del goce que recientemente le había hecho vivir.
¿Era…?
La chica gimió con fuerza y sus dedos se cerraron en los brazos masculinos. Arnold había llegado a su pezón y lo tenía contra su lengua, en insistentes lamidas que parecían capaces de levantarla de su lugar y sus caderas siguieron el ritmo, descubriendo algo nuevo…
- Ah… -jadeó, fuerte, cuando su clítoris se frotó contra el miembro endurecido, aun sobre la ropa lo podía sentir, doblándose a su ritmo, siguiéndola.
Y no podía parar. En cada lamida su cuerpo se catapultaba contra él, meciéndose, siendo acariciada. Cuando Arnold le dio la primera mordida, juguetona, traviesa, un grito de gusto y un temblor en su cuerpo la estremeció. Las mordidas se volvieron más fuertes, llenándola de calor, sintiendo sus pezones hinchados, desesperados. Él pareció percatarse, porque libero su presa solo para atender al otro punto rosado, pero sin clemencia, pasando directo al roce peligroso de sus dientes, mientras sus manos la seguían apretando contra su erección, haciéndola moverse, obligándola a gritar ante el placer nuevo.
Nunca antes se había sentido así. Claro que se había tocado antes, con curiosidad y luego con desesperación. Pero sus dedos nunca habían logrado ese efecto sobre sus pezones, como fuego caliente, haciendo que deseara rogarle que la succionara más fuerte, que la mordiera sin misericordia hasta amortiguarla de placer. Y sus caderas no se detenían, inquietas, obligándola a continuar, a cabalgarlo sobre la ropa, olvidándose de cualquier otra cosa. Todo su cuerpo se sentía excitado, inesperadamente rápido, sorpresivamente agradecido. El palpitar de su clítoris se acallaba en cada movimiento, insistente, sin misericordia y cuando Arnold cerró su agarre con más fuerza, apretando sus nalgas con brusquedad para animarla a continuar, para que fuese más rápido, sus gritos se volvieron prolongados, gustosos hasta llevarla al borde.
Pero él se separó, la sostuvo para que estuviese quieta. El rubio la miró jadeante, excitado, con las mejillas sonrojadas, pero seguía teniendo esa mirada de curiosidad infantil, de inocencia pura.
- ¿Deseas regresar? –le preguntó, agitado por el deseo.
Helga negó. Y lo hizo siquiera antes de darse cuenta. Ella quería correrse, deseaba hacerlo. No importaba que estuviese confundida, que su nuevo Amo, el único que llegaría a tener deseara una esclava y al mismo tiempo deseara su opinión sobre las cosas.
- Me alegra. –Arnold sonrió y botó la bata lejos aunque ya llevaba bastante tiempo sin cumplir otra función que acalorarla solo un poco, porque todo su cuerpo se había expuesto- Me alegra tanto… -suspiró, agradecido, bajando su mano por el vientre femenino, acariciando su monte suavemente, solo con la yema de sus dedos- No hubiese podido aceptar una negativa. –admitió, mirándola- No hubiese podido, Helga. –repitió, con seriedad.
Y sus ojos esmeraldas se oscurecieron. Ella sintió un jadeo ahogarse en su garganta. Arnold la bajó de su regazo y la recostó en la cama, admirándola con devoción. Sus ojos recorrieron cada parte de su cuerpo y sus manos la acariciaron, despacio, siguiendo la curva de sus pantorrillas, animándola a separar las piernas para él, ascendiendo por sus muslos y a palmas llenas tocando su vientre, la curva de su cintura y acunando sus senos. Toda la pasión parecía estar a llama baja mientras la tocaba, despacio, con una sonrisa grata en sus labios, sinceramente feliz.
- Estira tus manos, Helga, necesito que aferres tus manos a la cabecera de la cama. –pidió, con una pequeña sonrisa.
Ella asintió, confundida y se estiró, notando que la cabecera tenía pequeños barrotes donde sus dedos podían cerrarse. Arnold se puso entre sus piernas, mirándola despacio y se estiró, abriendo un cajón del velador.
- Mirada al techo. –le advirtió el rubio.
Y ella obedeció, sintiendo el corazón acelerado. La caricia de una tela suave rodeó su muñeca y se ajustó como un cinturón.
- Quieta… -le advirtió Arnold, cuando notó que ella se movía- Vista al techo y quieta, Helga. Solo dime si te aprieta. Esta vez iniciaré con algo simple.
¿Esa vez…?
La tela suave rodeó su otra muñeca y volvió a ajustarse, pero sin lastimarla. Solo por instinto movió las manos pero no logró soltarse del barrote. Helga sintió la respiración pesada y su cuerpo se estremeció cuando él comenzó a besarla, despacio, por su hombro y en un camino por entre sus senos. La excitación que había sentido volvió a la vida, lentamente. Aun a sabiendas de que estaba más expuesta, sin control alguno. Arnold besó su vientre bajo y justo sobre su monte de Venus, muy lentamente.
- Mírame. –ordenó, con una petición amable en su voz.
Y ella no pudo evitarlo. Sus ojos bajaron y lo miró entre sus piernas, aun vestido, pero con la respiración pesada. El hombre estaba entre sus muslos, con su boca tan cerca de su sexo que se estremeció.
- Me gusta tu orgullo. Aun desnuda, no luces apenada. –halagó Arnold, deslizando sus manos por entre los muslos femeninos, subiendo por sus rodillas flexionadas y bajando hacia sus tobillos- Helga, eres exactamente como te imaginaba… gracias. –besó la cara interna de su muslo, haciéndola gemir.
La rubia se sintió mareada por sus palabras, agitada por su tacto y cuando la seda recorrió sus tobillos, el corazón se le detuvo. Antes de que él le ordenara que no mirara, notó las amarras de seda brocada, que atraparon cada uno de sus tobillos y los jalaron hasta aprestarlos contra sus muslos, obligándola a tener las piernas flexionadas, separadas y abiertas. Ahí, Arnold rodeó sus muslos con la seda, asegurando su amarre, exponiendo del todo su sexo. El tacto era suave, no le hacía daño pero al mismo tiempo era firme. Aun si ella intentara, no podía cubrirse. La seda alrededor de sus tobillos estaba amarrada hasta los pies de la cama, evitándole cualquier movimiento, exponiéndola del todo. Pero las almohadas le dejaban ver todo. Ella era una espectadora de como su cuerpo se ofrecía a su Amo.
- Más delante, cuando te acostumbres más, amarraré tu torso. –le explicó Arnold, estirándose hasta deslizar sus dedos por sobre el valle de su pecho- Unos perfectos nudos sobre tus pezones, estimulándolos a cualquier movimiento… y bajando por tu vientre, metiéndose entre tus muslos, separando tus labios vaginales, acariciando tu clítoris. –la miró, con una pequeña sonrisa en sus labios y devoción en su boca- Desde que te vi supe que lucirían bien en ti. –se estiró hacia ella- No te duele ¿Verdad?
- No, amo… -jadeó, sorprendida.
En realidad…
Todo eso se sentía bien. Curiosamente bien. Las amarras eran suaves pero la tenían con los pechos arqueados y la humedad entre sus piernas la estremecía al estar expuesta. Pero no era eso lo que la tenía con el pulso acelerado. No.
Arnold…
Él era el que la tenía con el cuerpo cálido, con las manos bien aferradas a la cabecera y las caderas ligeramente levantadas. La mirada que le dedicaba, de completa devoción la confundían y la hervían por dentro. Arnold pareció notarlo porque se quitó la camisa, con demasiada urgencia, descubriendo su cuerpo con ejercitados músculos, nada brusco. Ella sabía que eso era raro, los Nobles no tenían ese tipo de constitución física. En ese momento estaba de moda que fuesen delgados, ligeramente andróginos, la moda elegante y casi unisex. Pero el rubio tenía la piel bronceada por el trabajo al sol, los dedos ligeramente callosos y el cuerpo esculpido suavemente, como las antiguas estatuas romanas. Un ligero vello rubio destacaba bajo su ombligo, perdiéndose en el pantalón que sin miramiento desapareció igualmente rápido. El bóxer negro también se fue, con algo de urgencia. Helga sintió su boca secarse al notar el erecto miembro que se levantó contra el vientre del chico, mirando hacia el techo casi con dolor.
- Nunca haré que te duela. Nunca. –le prometió Arnold, recostándose sobre ella, haciéndola gemir lentamente- Solo la primera vez dolerá, aunque intentaré que no sea así. Pero el resto del tiempo, nunca dejaré que algo te lastime ¿Me crees?
- Si, amo. –asintió, sorprendida.
No por sus palabras.
Sino por creerle en verdad.
Arnold por fin la besó y de forma arrolladora. No, ni siquiera podía creer que ese fuese un beso. Él la devoró, la poseyó con ese único gesto y la consumió en ese instante. Ni siquiera estaba tocando el resto de su cuerpo más allá que el simple contacto de cuerpo a cuerpo. Helga se abrió para él, aceptando la estocada ágil y hambrienta de su lengua, moviéndose con destreza, calentándola más. Las manos se le removieron inquietas, estirando el amarre pero solo logró protestar con urgencia. Toda su pasión era dulce, como la miel, pero tan picante y cálida que parecía derretirla. La danzaba de sus labios fue urgente, desesperada y libre de cualquier regla. Por lo menos en ese beso ella podía luchar un poco y él parecía encantado de batallar contra ella, de envolverla en cada gesto.
El rubio bajó sus manos, la acarició hasta llegar a sus caderas y las movió hasta donde pudo, dejando sus caderas ligeramente levantadas. Él no esperó y descansó el largo de su miembro sobre su sexo húmedo, la acarició por afuera, desde el duro clítoris hasta la pequeña entrada. Pero solo eso, se meció sobre ella, sin realmente entrar, sin hacer otra cosa que empaparla más, hacerla gemir contra su boca, para beber cada gesto desesperado.
- Amo… -gimió, sin contenerse, desesperada cuando él se separó.
- Eso… -halagó Arnold, acariciando su rostro- Exactamente eso soy para ti.
Y lo odió en ese momento, a pesar del dulce tono. Sí, eso era para ella, su Amo, su dueño, su propietario. No era una situación de igualdad. Ni siquiera en ese momento. Él volvió a deslizar su miembro a lo largo de su sexo, de forma prolongada y ella gimió con gusto, arqueándose por completo.
Maldita sea…
¿Cómo podía olvidarse de sus pensamientos cuando la tocaba de esa manera?
La mano de Arnold bajó hasta estar entre sus muslos descaradamente separados. Él se separó para devorarla con la mirada, sonriendo con gusto.
- Eres preciosa… todo lo que esperaba de ti y mucho más. –repitió enigmático, deslizando sus dedos por el sexo húmedo- Tanto más…
Y metió dos de sus dedos en ella. Helga gimió, arqueándose por completo, sintiendo que tenía todo su peso en la punta de sus pies. Sus manos se aferraron a los barrotes, desesperada. Él movió sus dedos ágilmente, curvándolos en el punto exacto cuando lo encontró y acariciándola sin clemencia. La chica gritó, con fuerza, gimió y sintió todo el aire en su cuerpo irse. No podía pensar. Nunca había sentido un placer tan abrasador. Los labios de Arnold bajaron hasta su pezón, mordisqueándola, con insistencia, estirando su punto rosáceo y succionándola hasta el delirio. Todo su cuerpo volvió a ese límite sagrado, a elevarse demasiado rápido, con desesperación hasta quitarle el aliento sin poder evitarlo. Pero no cerró los ojos, había algo en la forma en que él la miraba, en que la recorría con la mirada, excitado, que la tenía en un vicioso deseo.
Le gustaba…
En verdad le gustaba que la mirara.
Y pensó en la ducha de paneles de cristal. En la tina transparente.
Ahora ansiaba el momento en que él la observara, desnuda, con el agua recorriendo su cuerpo.
Un prolongado gemido escapó de sus labios cuando sintió el pulgar de Arnold sobre su clítoris, acariciándola en tortuosos círculos. El orgasmo pareció golpearla, en un inicio, desesperadamente, rasgándola por completo, ahogándola completamente.
Pero él se detuvo, otra vez. Helga estuvo a punto de maldecirlo pero se dio cuenta que ni la voz podía escapar de su boca más allá de gemidos en forma de ruego. Tan, tan desesperados.
- No te enojes. –pidió Arnold, besando su hombro, su cuello, aunque sonaba divertido- Pero quiero alcanzar el orgasmo contigo. El primero de ambos. –y presionó su erección contra la entrada de ella- Juntos.
Algo en su corazón saltó, como si una avecilla intentara volar dentro de su cuerpo ¿Por qué le decía todas esas cosas? En el momento en que sintió que podía odiarlo desesperadamente, él parecía sumido en devoción tierna y dulce. La confundía. No le gustaba confundirse.
Arnold la besó, despacio y apoyó la cabeza de su miembro justo en su entrada, penetrándola solo con la punta, abriéndola cálidamente. Helga abandonó toda lógica en ese momento y su cuerpo pareció hervir en un solo centro.
- Va a doler… -el rubio jadeó, visiblemente conteniéndose- Oh… pero será un momento.
- Por favor… -rogó Helga, sorprendida de sus palabras, estirando sus manos, sintiendo los amarres aprisionarla suavemente, pero estaba tan cerca de algo desconocido y placentero- Más…Lo necesito.
En verdad lo hacía. No podía negarlo. Todo su cuerpo parecía ser un punto sensible, desesperado por el orgasmo. Por estar dolorosamente llena.
Él no se contuvo y la penetró de golpe. Un solo estirón en su interior, profundo y todo su cuerpo se estremeció. Un solo dolor, como un aguijonazo la contrajo pero este desapareció rápidamente. Lo que quedó en ella fue la sensación de estar completa, llena profundamente. Y sus caderas se movieron ondulantes, hacia arriba, frotándose contra él, insistiendo hasta hacerlo gemir para ella. Ni siquiera sabía que podía hacer eso.
Oh…
Arnold gemía dulcemente, casi como si fuese la primera vez que lo hiciera. Pero no se contuvo y comenzó a moverse, con largas estocadas, medidas, profundas, que la levantaban ligeramente de la cama, tocando sus nervios internos hasta dejarla sin aliento y saliendo casi por entero de ella, rápido, antes de volver a entrar hasta el fondo. No se movía con fuerza, muy atento a Helga. Los gemidos de la rubia fueron incontrolables. Y nunca creyó que fuese así, pero sus labios no podían cerrarse y cuando la punta del miembro masculino la acariciaba en cierto punto ella sentía que todo su cuerpo explotaba un poco en un goce profundo. Completamente desesperada, luchó con sus manos, quiso soltarse, abrazarlo, atraerlo a su boca. Nunca creyó que fuese a necesitar algo así, un placer tan incalculable y al mismo tiempo el desesperado deseo de entregarse por completo.
- Amo… -rogó, buscándolo con la mirada.
Y él la miró, excitado, nublado por el placer, mirándola como si se tratara de una Diosa que había logrado atar a su vida. Ella estiró un poco sus labios, esperando que fuese obvia su petición. Por fortuna lo fue, porque Arnold le sonrió y se inclinó, entrando en ella hasta el fondo y bebiendo su gemido en un beso profundo, delicioso, cálido, al ritmo de sus largos embistes y rápidos retrocesos. Ese beso fue como una maldición, mientras sus pezones se rozaban contra el duro pecho masculino y su cuerpo parecía vaciarse de todo oxígeno. No creía que pudiese entender a ese hombre, pero sabía que estaba arruinada para cualquier otra persona.
- Eres tan cálida… -susurró Arnold contra sus labios, embistiéndola con más fuerza- …tan suave… -beso su mentón, gimiendo de gusto- Tan perfecta. –juró, mordiendo su labio inferior.
Ella jadeó, lanzando el rostro hacia atrás. Ahí lo supo, iba a vivir por esa mirada de devota entrega, iba a ser lo que sea para lograr que esa mirada esmeralda la observara así. No le importaba si la amarraba o acariciaba, si la mordía como lo hacía en esos momentos sobre su duro pezón. Todo eso, se dio cuenta, gimiendo suplicante, era lo que su cuerpo había estado esperando que ocurriese y ni siquiera se había dado cuenta. Él era lo que había estado deseando, desesperadamente. El calor en su interior se acumuló y ella lo supo, algo demasiado grande estaba por hacerla explotar y perder todo rastro de control desesperado.
- Estas muy apretada… -la mirada esmeralda pareció oscurecerse más y la tomó de las caderas, levantándola un poco, embistiéndola con más fuerza, agitado- Tan mojada…
Helga se sonrojó, quiso ocultar el rostro contra sus brazos, porque ella también se había dado cuenta de lo cerca que estaba de tener un orgasmo desesperado y asfixiante. No podía creer lo ansiosa que estaba por llegar al mismo.
- ¿Vas a correrte?
Lo maldijo, porque le preguntó con una sonrisa, como si él fuese a obtener algo maravilloso si la respuesta fuese verdadera ¿Por qué era tan extraño? ¿Por qué se preocupaba tanto por ella? La duda la carcomió, la hizo más consciente de sus adoloridas piernas, de su cuerpo cálido, de los embistes desesperados que frotaban su clítoris cuando la llenaba por completo.
Pero Arnold se detuvo, con un gruñido, quedándose dentro de ella. La chica abrió los ojos, con sorpresa y lo observó suplicante, desesperada ¿Cómo…?
- Te hice una pregunta, Helga. –le recordó, agitado- ¿No me merezco una respuesta?
- Por favor… -habló antes de poder controlarse- Amo, por favor… -intento abrazarlo con sus piernas, atraerlo otra vez, evitar que huyera pero su cuerpo estaba inmovilizado, dependiente de él- Estoy tan cerca…
- Responde mi pregunta, Helga.
- Si… -asintió, lazando el rostro hacia atrás, mirando el techo- Si, voy a correrme. Me quiero correr, amo, por favor. –levantó sus caderas y gimió, el ligero estímulo hizo que volviera a moverse, que insistiera, teniéndolo adentro, desesperada por algo más de placer, rogando por ello con urgencia aunque sus movimientos solo la calentaran más- Por favor…
Arnold le sonrió, asintiendo y volvió a embestirla, con fuerza, haciéndola gritar. En esa ocasión no tomó consideración. Sus caderas comenzaron a moverse con fuerza, empujándola contra la cabecera y manteniéndola ahí gracias a las amarras. Una de las manos masculinas llegó a su clítoris y comenzó a masturbarla, sin piedad, en pequeños círculos, tan rápidos que parecía una mezcla total de placer. Cada embiste era cegador y cada caricia la ahogaba en gusto. El orgasmo la golpeó antes de poder percatarse, pero tan desesperada como estaba lo recibió con agrado, gritando con fuerza, arqueando la espalda y estremeciéndose por completo. Nunca había sentido algo así, como electricidad pura, girando en espiral desde el exterior de su sexo hasta lo más profundo de su ser. Sus piernas temblaron y la voz se le perdió. Arnold se movió más rápido, con mucha más fuerza y eso solo la hizo sentir como si fuese puro placer, desesperado, sin límite hasta que él se corrió y cayó sobre su pecho, agitado, gimiendo, saliendo de ella lentamente.
- Quisiera tanto quedarme adentro… -susurró el hombre, besando el espacio entre sus pechos- Quedarme en ti.
Oh… ella lo entendía perfectamente.
Arnold se estiró y la desató rápidamente, liberando sus manos, que masajeó suavemente. Sin poder evitarlo, ella sonrió. No le dolían, ni se sentía incómoda, pero era dulce notar como se preocupaba por ella. Ahora le pertenecía del todo, no iba a ir a ningún lado y él seguía completamente entregado a atenderla ¿Por qué?
- Mi madre fue Noble. –explicó él, besando sus dedos despacio, sin quitarle los ojos de encima- Mis padres se aman, pero ella rechazó a su familia, a su posición y se volvió la esclava de mi padre. Los Shortman no se casan, no se unen con nobles, todo se hereda dentro de la línea familiar. La única forma en que mis padres podían estar juntos fue gracias a que ella rechazó todo lo que era. –Arnold levantó su mirada y besó la delicada muñeca femenina- Yo creí que no encontraría algo así. Yo creí que nunca miraría a una chica y eso bastaría para estremecerme, para quererla.
- No… entiendo, –Helga parpadeó- Amo.
- Dado que se acercaba mi cumpleaños, sabía que ya era hora de que consiguiera una esclava. Cuando era niño escuchaba como mi madre le decía "Amo" a mi padre como si fuese lo que englobaba su amor. Ese era su pequeño chiste secreto. Pero desde que me encargo del lugar y mis padres viven en una pequeña casa, apartados de aquí, yo sabía que mi primo me insistiría a que cumpliera con mi deber. Uno que no me entusiasmaba mucho. Pero sabía lo que era correcto. –Arnold descendió, besó su cuello, despacio- Así que fui al barrio donde están las casas de entrenamiento para esclavos. No me animaba a entrar a ninguna, pero las recorrí, mirándolas, preguntándome si valía la pena tener a alguien que haría lo que yo quisiera, como una muñeca. Pero te vi. –levantó el rostro- Ahí, en el techo, en un camisón blanco, descalza. Tú reías con fuerza y burla, mientras intentaban bajarte. Ellos amenazaron con confinarte, con dejarte sin comida y tú giraste en el tejado, orgullosa, sin miedo. Tú tenías tanta vida. Tú tienes tanta vida. –sonrió- Y lo supe, eras tú, tenías que serlo. Pero no quería que mi primo sospechara, que creyera que había dejado a mi corazón mandar. Así que le di pistas, casuales, algo directas porque no sirven las sutilezas con él. Y cuando te vi… -se estiró, tomándola del mentón- casi me desmorono frente a Lulu, pero ella le contaría todo a mi primo. Así que actué de la mejor manera. Pero ahora estas aquí y no te vas a ir ¿Verdad?
Helga abrió los ojos, con sorpresa. Toda esa información era tan grande y nueva. Ella lo observó, notando la emoción en sus ojos, la forma en que la miraba.
- No me iré, Amo.
Un par de meses después, Helga se maldijo por esa promesa. Él la estaba mirando, acaba de volver del invernadero, donde pasaba toda la mañana, interesado en las flores medicinales que su madre había cultivado ahí cuando había sido su casa y que ahora él cuidaba. Helga sabía que intentaba mirar lo que ella llevaba bajo su ropa, a pesar de saberlo perfectamente. El vestido rosa, corto, con mangas redondas cerradas en sus hombros, era perfecto para ocultar lo que él sabía que había debajo. Pero Helga fingió no percatarse de nada e intentó retomar su atención al lienzo que estaba trabajando, luchando por captar el paisaje que podía ver desde la ventana. Los enormes campos que había recorrido incontables veces a caballo y la forma en que todo se iluminaba por el sol.
Helga se estiró y contuvo un jadeo. El perfecto nudo que estaba sobre su pezón la frotó suavemente, tan tentadoramente que sintió sus dedos temblar. Ella sabía que Arnold la estaba mirando. Así que tragó en seco y dio otro paso cerca del estante con las pinturas, buscando el tono de verde perfecto en un pequeño frasco. Ahí estaba, abajo, así que se inclinó y un gemido fuerte, inesperado, escapó de sus labios. Las cuerdas que recorrían su torso, que hacían nudos entre sus senos, que bajaban por su vientre, se metían entre los pliegues de su vagina y pasaban entre sus nalgas la estaba torturando. El ligero movimiento frotó su clítoris otra vez, empapándola más y gracias a la falta de ropa interior sintió que ya tenía sus muslos húmedos.
Los largos dedos masculinos la rodearon sorpresivamente por la cintura, apoyándola contra el estante de pinturas. Una de las manos se cerró en una de las cuerdas, jalándola un poco, haciendo que su clítoris se frotara ligeramente. Otro gemido, más fuerte, desesperado se escapó de sus labios.
- Hueles delicioso. –le susurró Arnold, besándole el cuello.
Lo odiaba tanto… no podía creer que la hubiese vuelto un manojo de deseo desesperado y estremecedor. No podía creer que sus manos inmediatamente se agarraran del estante y su trasero se levantara contra la dura erección.
Él la hizo girar el rostro, hasta poder besarla con pasión, con total devoción y supo que también lo amaba, mientras se estremecía cuando las cuerdas se estiraban, la estimulaban y él la tocaba sabiendo cómo ponerla al límite. Lo amaba porque él era el ser más dulce y entregado que había conocido.
Nota de Autora: La idea es que no sean tan largos, pero el primero valía la pena hacerlo de esta manera.
Sobre el Universo: Si bien es en la actualidad, es una idea de castas, donde los más poderosos tienen su propio pueblo que proteger. Aunque muchos son independientes, los esclavos son casi posesiones, sin derechos bajo la protección del Noble que lo adquiere.
No, no es un BDSM, aunque el Arnold de aquí le gusta el bondage , la práctica erótica de inmovilizar a otra persona. La persona amarrada tiene una liberación total de responsabilidad sobre su erotismo y deseo, entregándose al otro, que comanda y entrega placer. El bondage busca dar dolor, ni trata de disciplinar, pero si habla sobre límites y goce. Aquí, Arnold gusta más del shibari, que usa los nudos y cuerdas como medio de placer además de la inmovilización.
Espero que les haya gustado la primera entrega.
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Reglas de la Manada: Un lobo es veloz. No hay forma de detenerlo. Tan rápido para atacar como para esquivar innecesarios ataques. No todas las peleas se vencen con fuerza. Muchas se logran con velocidad.
¡Nos leemos!
Nocturna4
