Disclaimer: La historia de Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.
La historia de Ju-On es propiedad de Kei Ohishi y la película The Grudge propiedad de Sony y Universal Studios.
Saeki
"Cuando alguien muere en las garras de una intensa ira, una maldición nace. La maldición se queda reunida en el lugar de la muerte. Aquellos que se encuentren con ella serán consumidos por su furia".
Había sido un día terrible y parecía que el destino inmediato no daba señales de querer aliviarle un poco la existencia. Le habían dado el regaño de su vida en el ensayo y Kagura no había tenido otra opción más que aguantarse, en parte porque sabía que era su culpa y porque si le provocaba otro dolor de cabeza a los coreógrafos, la terminarían de sacar de la producción. Hacer una presentación de las danzas tradicionales japonesas para un montón de turistas no le animaba en lo más mínimo; a ella le gustaba lo frenético, lo rápido, y desgraciadamente las danzas autóctonas de su país, las cuales buscaban desesperadamente los extranjeros, carecían de ello, donde en su mayoría eran preferibles los movimientos cercanos a la tierra, monótonos. Lo pies perdían cierto protagonismo para pasarlo a otras extremidades como las manos y otros elementos, como abanicos y sombrillas. Las geishas podían ser uno de los misterios más atrayentes y escondidos de su país, pero no le animaba en lo más mínimo sus bailes; grandiosa idea la de los coreógrafos cuando se les ocurrió intentar con uno de ellos, además, Kagura consideraba que ese tipo de danzas sólo estaban reservadas para las mismas geishas y maikos, que pasaban años entrenándose.
Para acabar de arruinar su día, Naraku y Byakuya habían decidido ir por ella como si fuese una niña, eso, a causa de que la semana pasada había intentado irse y, por mucho que se llevara mal con Naraku, su hermano mayor, este no le permitía alejarse y se empañaba en tenerla sometida. Le gustaba más poder irse ella sola, por lo menos de su casa al teatro y del teatro a la casa. Al menos podía tener un rato a solas mientras llegaba de un lugar a otro, y por eso a veces ella misma se ofrecía para ir a comprar el mandado a pesar de que eso significara seguir las ordenes de Naraku, quien no era ni para lavar una cuchara, el muy zángano. Y encima de todo lo malo que le había pasado en el día y le estaba pasando, se habían perdido. Habían tenido el primer ensayo en el teatro donde se llevaría a cabo la presentación y sus hermanos debieron tomar una ruta nueva y desconocida para regresar a casa, a consecuencia de eso, terminaron por perderse, y sus hermanos eran del tipo de hombres que se niegan rotundamente a preguntar direcciones. Se estaba haciendo tarde, y lo único que atinaba a hacer el trío era a recorrer calles que nunca antes habían visto, tratando de buscar alguna señal familiar para regresar a casa.
—¿Por qué la cara larga? ¿Mal día?— preguntó Byakuya al ver el silencio que imperaba entre sus hermanos. Las cosas seguían tensas –más de lo usual- entre su hermana y Naraku desde la semana pasada, y a él no le iba mucho el drama familiar.
—No, lo que pasa es que no soporto a ninguno de ustedes dos— espetó la chica, haciendo que Naraku la mirase por encima del hombro mientras caminaba delante de ella.
—Deja de estarte quejando— ordenó con voz rasposa —Además, sales muy tarde de los ensayos. ¿No crees que cumplimos nuestro trabajo como tus hermanos escoltándote a casa? A una chica como tú puede pasarle cualquier cosa en la calle— masculló con dureza. La falsa preocupación era algo que Kagura desde hacía años sabía identificar, y prefería pelear abiertamente con su hermano que tener que aguantar fingidos comentarios de buenas intenciones, que, por supuesto, eran con el único objetivo de hacerla rabiar.
—No digas estupideces. Lo dices sólo porque tú también sales tarde del trabajo— exclamó —Además me puedo defender yo sola, no necesito de ninguno de ustedes dos—
—Guárdate tu feminismo para cuando hagas la cena, Kagura— respondió Naraku, haciendo que Kagura frunciera el ceño y gruñera. Si había algo que odiaba, era tener que aguantar el machismo camuflado de sus dos hermanos, sobretodo el de Naraku. Además, Kagura realmente creía no necesitar de un hombre para ir de un lugar a otro. A pesar de ser mujer, al crecer con dos hermanos varones había tenido que aprender a defenderse y sabía dar buenos golpes, que ya muchos hombres quisieran poder pelear cómo ella sabía hacerlo.
—Hey, yo sí lo hago de buen corazón— exclamó Byakuya con una sonrisa despreocupada —A diferencia de ustedes dos, mis cosas no es tan esclavizantes… aunque sólo te acompaño porque Naraku me obliga. Podría estar haciendo cualquier otra cosa más interesante—
—¡Ah, cállate, Byakuya! Ni tú te crees ese cuento— exclamó Kagura.
—¿Cosas más interesantes cómo irte de juerga con Jakotsu?— inquirió Naraku alzando una ceja a su hermano.
—¿Para ver qué pescas?— lo secundó de inmediato Kagura, con una sonrisa burlona.
—Vaya, y ahora los que se han aliado son ustedes dos, y tú que te quejas de Naraku, hermanita— respondió el aludido torciendo la boca —Y por cierto, ustedes deberían hacer lo mismo de vez en cuando. Esas caras de amargura les terminarán sacando unas arrugas mortales—
—Eso díselo a Kagura— se defendió Naraku.
—Mejor no digas nada, que te veo dos que tres defectos desde aquí— respondió rápidamente Kagura, haciendo que Naraku frunciera el ceño. Aunque nunca lo decía, Naraku era muy vanidoso en todo sentido incluyendo su apariencia, tanto que se negaba a cortar su larga cabellera a pesar de que eso le traía algunos problemas. Naraku sólo daba largas o decía que sí pero no cuándo, y era algo más personal y simbólico que pura vanidad; le gustaba de vez en cuando romper las reglas y desafiar la autoridad, costumbre que siempre había tenido a pesar de ser sumamente despreciada en la sociedad uniforme y controlada donde debía desenvolverse.
La pelea entre los dos hermanos estuvo a nada de explotar cuando, sin fijarse siquiera, tomaron una ruta estrecha que jamás habían visto. Discutiendo terminaron por meterse a una calle pequeña rodeada de casas familiares y muros grises que las resguardaban, y para acabar de arruinarlo, la calle al final estaba cerrada.
—¿Podrían dejar de pelear como perros y gatos por un segundo?— susurró Byakuya, deteniéndose en seco. Naraku y Kagura estaban por comenzar una nueva discusión mientras se adelantaban, pero cuando notaron que la calle no tenía salida se volvieron sobre sus pasos y se encontraron con que Byakuya no iba con ellos. Su hermano se había quedado un par de metros atrás, plantado en plena calle mirando fijamente hacia nada que pudiese parecer interesante. Naraku y Kagura se miraron con cierta hostilidad, como siempre, pero ahora con confusión, preguntándose qué bicho le había picado a Byakuya, aunque tampoco les sorprendería que de pronto saliera con alguna locura. Una de las características de su hermano siempre había sido la excentricidad.
—¿Y ahora a ti qué bicho te picó?— inquirió Kagura acercándose a su hermano, quien no quitaba la vista de enfrente. Naraku no dijo nada, estaba más apurado por regresar a casa, pero siguió la mirada de su hermano, encontrándose con nada más interesante que una simple casa.
Era una casa japonesa común y corriente, como las miles que había en Tokio. En general, gris. Un pequeño balcón en apariencia acogedor, dos pisos y a simple vista muy espaciosa y guardando el estilo japonés, ligeramente modernizado, y con una barda no demasiado alta, tan gris como la misma casa. A pesar de que la vegetación parecía estar en buen estado y las copas de los arboles sobresalían por encima de la pequeña muralla que la resguardaba, no parecía estar habitada. Podía notar el polvo acumulado en lo alto de los portones de la entrada y las hojas secas tiradas dentro del jardín, cubriendo un poco el camino de piedra ladeado que conducía a la puerta principal. Estaban en octubre y el otoño ya comenzaba a hacer sus estragos en los arboles, y era extraño que una casa no estuviese siempre libre de hojas a pesar de la temporada.
—¿Qué tiene de interesante una casa abandonada?— murmuró Naraku metiendo las manos dentro de los bolsillos de su chamarra. El sol estaba cada vez más cerca de esconderse y la brisa fresca que anunciaba el anochecer ya estaba soplando a través de las calles, congelándole un poco la nariz y los dedos.
—¡Por todos los cielos! ¿Enserio no lo saben?— exclamó Byakuya fingiéndose horrorizado —Enserio que son aburridos…— susurró después.
—¿No sabemos qué?—
—¡De la leyenda!— respondió entusiasmado —A decir verdad no pensé que me encontraría con la dichosa casa. Es una coincidencia muy rara—
—¿De qué hablas?— insistió Kagura, cada vez más impaciente por llegar a casa y no quedarse hablando de una casa completamente desconocida que le importaba un pimiento. Comenzaba a hacer frio y no podía permitirse llegar otra vez cansada a los ensayos.
—Como salgas con otra de tus estupideces…— amenazó Naraku.
—¡No, no, juro que va enserio!— exclamó Byakuya levantando las manos —Verán. Hace tiempo leí en internet sobre esta leyenda urbana muy perturbadora, y podría jurar por mi vida que esta es la casa de las fotos— el entusiasmo de su discurso fue aumentando conforme hablaba, y se acercó al portón de la casa para ver más de cerca el lugar.
—Leí que en esta casa vivía una familia, no me pregunten el nombre de la familia, que no me acuerdo, pero creo que era Saeki o algo así. La cosa es que era una mujer con su esposo y su hijo pequeño, incluido un gato. Dicen que el marido descubrió que su esposa estaba enamorada de un maestro americano que le daba clases, creo que de inglés, y cuando lo descubrió, no pudo soportarlo, así que la mató brutalmente. Y no sólo eso, la policía encontró el cadáver del hijo dentro del ático, junto al de su madre y el del gato, ¡el desgraciado hasta mató al gato! y finalmente él se suicidó ahorcándose. Desde entonces se dice que la casa ha estado habitada por una o dos familias y que todos ellos han desaparecido sin dejar rastro, o bien, que fueron asesinados dentro de la casa. Dicen que la casa está maldita, y que cualquiera que entre lo estará también debido a toda la furia y odio que dejó el espíritu de la mujer al momento de ser asesinada— concluyó, mirando con los ojos brillantes a sus hermanos. De inmediato ambos supieron por dónde iba la cosa.
—No deberías estar de ocioso en el internet, ve nada más cómo te deja, diciendo incoherencias— espetó Naraku.
—¡Y no me digas! Quieres que entremos para ver si es cierta la dichosa leyenda, ¿verdad?— inquirió la joven con una sonrisa de: "ni lo pienses, demente".
—Pues, de hecho, ¡sí!— contestó sin pudor el chico, sonriendo de oreja a oreja.
—Olvídalo. No pienso entrar en propiedad privada y meterme en problemas por tu culpa— afirmó Naraku volteando la cara. Una cosa así en su historial podía resultar la muerte para él, más dedicándose a la abogacía. Una cosa era hacer las cosas por debajo del agua y otra muy distinta meterse en problemas por una nimiedad como esa, además, hace tiempo que habían pasado sus años de adolescente y nunca fue aficionado al vandalismo sin razón.
—¡Ay, por favor!— rogó Byakuya —No me digan que se creen ese cuento y les da miedo entrar, par de cobardes. No lo pensé de ustedes, tan agresivos y duros…—
—Si no te crees ese cuento, entonces, ¿para qué quieres entrar?— preguntó Kagura cruzándose de brazos.
—Me sorprende tu pregunta, hermana. Por puro morbo, obviamente. Quizá aun haya rastros de sangre— dijo, mientras Naraku se asomaba a los huecos del portón para ver más de cerca el lugar, ya picado por la curiosidad.
—¡Estúpido! Si eso realmente pasó la policía habrá limpiado todo— exclamó Kagura.
—¿O qué, Kagura? ¿Te da miedo?— hostigó Naraku. Para sorpresa de ambos, Naraku ya tenía ambas manos bien sujetas a los cortos pilares del portón, listo para saltarla, y con una sonrisa de desafío en los labios. A ambos les pareció increíble la manera en la cual Naraku cambió de opinión. Kagura hasta lo tomó por sádico; estaba segura de que Naraku también se sintió tentado por el puro morbo de entrar a un lugar donde había sucedido semejante masacre, igual que su hermano, cosa que, al contrario de ella, no le llamaba la atención, sin embargo no iba a dejar que esos dos se burlaran de ella y la tomaran por cobarde. No se lo perdonarían.
—No me sorprendería, te comportas como una nenaza— espetó Naraku contra su hermana ampliando su sonrisa al tiempo que el gesto de furia se hacía más grande en la cara de ella. No tenía ganas de entrar ni creía siquiera un poco en semejante leyenda, pero el hecho de ser la única mujer entre sus hermanos la había obligado a tener que hacer cosas que no quería o demostrar su fuerza y endurecer el carácter, para contrarrestar las burlas y hacerles frente. No era fácil ser una mujer entre hombres, pero eso ya se había convertido en una especie de rutina.
—Quítate de mi camino— exigió la chica jalando a Naraku de la ropa, quitándolo de en medio. Kagura les dirigió una mirada de desafío a ambos y Naraku le devolvió la mirada, subestimandola, y empujada por ello, comenzó a trepar la reja, no sin antes revisar que no hubiera nadie cerca. Afortunadamente era una calle solitaria y a esas horas la gente ya se estaba metiendo en sus hogares y las amas de casa estaban ocupadas preparando la cena. Hasta parecía mandado a hacer o como si alguien quisiera que entraran con toda la tranquilidad del mundo.
—No pongas tu trasero en mi cara— masculló Naraku volteando el rostro mientras Kagura llegaba a lo alto de la reja, luchando por mantener el equilibrio. No podía darse el lujo de lastimarse las piernas.
—Es mejor que el tuyo— le respondió justo antes de saltar al otro lado, saliendo ilesa. Una vez que estuvo dentro, se volteó hacia sus hermanos, que seguían afuera, y los invitó muy a su manera a pasar.
—¿Y bien, par de mariquitas? ¿Van a entrar o se van a quedar ahí parados con sus caras de tontos?—
Naraku no dijo nada. Ante el comentario le dirigió una mirada severa a su hermana, quien advertida por la penetrante expresión supo que se había metido en problemas. Su hermano mayor comenzó a subir a toda prisa, listo para darle una lección a su hermana. Podían soportarse -más o menos- pero parecía que la adrenalina de estar entrando en una casa con una historia tan perturbadora y el hecho de estar allanando propiedad privada provocó que Kagura no midiera sus palabras, cosa que difícilmente Naraku toleraba de ella.
Sin pensarlo más Kagura se echó a correr al jardín, perdiéndose entre los árboles y los arbustos. Para cuando Naraku llegó al otro lado su hermana había desaparecido, y Byakuya le pisaba los talones.
—Oh, Dios. Qué chica tan problemática— replicó Byakuya negando con la cabeza ya estando dentro, buscando con la mirada a su hermana y como si no hubiera sido él quien les metió la idea de entrar.
El mayor de ellos guardó silencio y simplemente se echó a correr en busca de su hermana. Byakuya, quien era el más sereno de todos ellos, simplemente se dirigió a la puerta para ver si podía abrirla. Afortunadamente tenía ciertos conocimientos y habilidades muy peculiares sobre cómo entrar a una casa sin tener llave alguna, cortesía de su buen amigo Jakotsu, quien junto con sus "hermanos" eran aficionados al vandalismo.
Naraku caminaba con cierta cautela entre los arboles del jardín lateral de la casa. Intentaba no hacer ruido para que Kagura no lo escuchase si acaso estaba cerca. Solían pelear y se toleraban en lo posible por el simple hecho de que eran hermanos y vivir en el mismo departamento, pero si algo no le toleraba a su hermana, era que le faltara al respeto de semejante forma. Naraku se había criado en una sociedad machista y no era para menos que él actuase de esa forma, además de que le convenía, porque siempre se había sentido superior a los demás y le gustaba especialmente atosigar y minimizar a Kagura, quien parecía tener un no sé qué que no lograba inspirarle el suficiente miedo, y eso siempre lo dejaba mosqueado. No era en realidad que tuviera algo contra las mujeres, simplemente él no discriminaba cuando se trataba de demostrar su poderío.
Naraku, cerca de una ventana que daba al baño, desvió el rostro en busca de algún movimiento sospechoso. Por un momento vio algo, aparentemente pequeño y ágil, moverse con rapidez entre los arbustos cercanos a la barda, provocando que las hojas y ramas se agitaran. Lo primero que se le ocurrió es que ya tenía en la mira a su hermana y estuvo a punto de lanzarse al lugar, cuando sin siquiera esperarlo alguien salió disparado, doblando la esquina trasera de la casa y acercándose a él rápidamente.
—¡Boo!— gritó Kagura empujando con fuerza a su hermano. El pobre ni siquiera lo vio venir, concentrado en el movimiento que había visto, el cual rápidamente olvidó. Sin querer soltó un pequeño grito involuntario y se encontró frente a frente con su hermana, quien ya se estaba carcajeando. Se quedó un breve momento paralizado por el susto, pero cuando recobró el control sobre su cuerpo tomó a su hermana de los hombros y la empujó contra la pared, deteniendo en seco sus risas.
—A ver si ya dejas de hacer estupideces— dijo él con voz ronca y grave, mientras Kagura luchaba por recuperar algo del aire que salió de sus pulmones con el brusco empujón. La chica, a pesar de tener los brazos inmovilizados, levantó una pierna y con la rodilla golpeó a su hermano en el abdomen. El golpe hizo que Naraku la soltara mientras este se doblaba falto de aire, aunque en realidad Kagura había fallado. Su intención había sido golpearlo en la entrepierna –no importaba que tan agresivo y duro fuera su hermano, seguía teniendo las mismas cosas igual de vulnerables al dolor en medio del cuerpo, como cualquier otro hombre- aunque su intención de escapar no cambió. Kagura dio un par de pasos lista para echarse a correr, pero no pudo hacer mucho. Naraku alcanzó a tomarla del tobillo y así la tumbó al suelo, jalándola hacia él.
—¡Suéltame!— exigió Kagura forcejeando con su hermano, quien se las había arreglado para ponerse encima de ella e inmovilizarla, procurando que sus rodillas y piernas también quedarán lejos de cualquier parte vulnerable.
Forcejeando como lo estaban haciendo, ninguno de los dos notó a quien los miraba desde la ventana del baño, con los brazos colgando del enrejado. Un niño pálido como el papel y enormes ojeras tan negras como el carbón, los miraba con indiferencia desde la ventana, junto a un gato negro con el pelo del lomo erizado.
—¡Suéltame!— dijo Kagura una vez más, al tiempo que Naraku encerraba su rostro entre una de sus manos, obligándola a verlo.
—¿Quién te has creído que eres para hablarme así?— susurró con el mismo tono de voz que no podía augurar nada bueno, al tiempo que acercaba su rostro al de ella. Fue entonces cuando Kagura sintió temor; la mirada de Naraku siempre era difícil de soportar, por eso y a pesar de su juventud, era alguien de temer, pero Kagura había logrado con los años desarrollar un temple lo suficientemente fuerte para soportar su mirada, tragándose cualquier temor. Le sostenía la mirada, pero la vulnerable situación en la que se sentía no ayudaba mucho. De pronto deseó que cualquier cosa la sacara de eso, incluso agradecería que apareciera un maldito fantasma o algo por el estilo, sólo para ver si Naraku se moría de miedo.
—¡Hey, ustedes dos! ¡Dejen de meterse mano y vengan, que ya abrí la puerta!— exclamó Byakuya a unos metros de ellos, sacando de aquel denso y hostil trance a ambos. Ante la insinuación, Naraku se separó de inmediato de su hermana, mirándose con repulsión.
—Qué asco— murmuró cada quien por su parte, lanzándose miradas de aversión y torciendo cejas y bocas, mientras Kagura se sacudía la hierba que se había pegado a su ropa y cabello.
—Ni creas que hemos terminado— amenazó Naraku mientras se encaminaba con su hermana a la entrada. Kagura se limitó a gruñir y agradeció que Byakuya lo detuviera con sus desatinados comentarios.
Ambos llegaron a la puerta, donde su hermano ya los esperaba con una sonrisa de autosuficiencia. Después de todo podía aprender buenas cosas de las malas influencias.
—Bienvenidos sean ustedes, a la "Casa de la Maldición"— dijo el chico haciendo una reverencia pomposa mientras abría la puerta, inventándose el dichoso nombre en el mismo momento. Naraku rodó los ojos y Kagura se limitó a decirle se tuviera un poco de piedad y que no fuera ridículo, mientras entraban sin miedo alguno al lugar, seguidos de Byakuya, quien murmuraba algo de aguafiestas.
Los tres se dispersaron un poco entre el pequeño recibidor, observando el lugar. A simple vista era una casa familiar típica, común y corriente, con el mismo tipo austero y minimalista que caracterizaba a las casas modernas de su país, pero guardando como casi siempre sus orígenes tradicionales. A pesar de estar cerca de anochecer la casa aun guardaba un poco de luz natural, a pesar de los techos cafés y las paredes grises. El recibidor no era tan grande, a diferencia de cómo se veía la sala, que podía vislumbrarse desde una puerta cercana debajo del balcón que las escaleras formaban en el segundo piso. A su vez las escaleras tenían barandales cafés, de madera, sencillos, y los escalones se torcían abruptamente en media vuelta para subir. Kagura se quedó viendo a un mueble de madera que estaba junto a la puerta, la cual habían procurado dejar entreabierta.
La joven pasó dos dedos por la superficie del mueble, y el polvo acumulado se quedó pegado a sus yemas, dejando un patrón lineal sobre el sucio mueble.
—Parece que esta casa tiene mucho tiempo abandonada— dijo la joven a sus hermanos, limpiándose el polvo de los dedos.
—¿Pero no les parece extraño que esté en perfectas condiciones? Un poco sucia, pero en general, miren… no hay goteras, y la pintura no se ha descascarado— dijo apuntando a distintos puntos de la casa.
—Eso es porque la restauraron— observó Naraku, atrayendo la atención de sus hermanos —Esta casa se quemó, o la quemaron— prosiguió, viendo de cerca el estrecho espacio que se formaba entre la pared y el piso. Pudo ver una ligera coloración oscura que simplemente no podía ser parte de la construcción. Incluso juraría que si se aspiraba con fuerza, el lugar olía un poco a quemado.
—De hecho tiene un olor extraño— dijo Kagura tratando de agudizar su olfato—Huele como a encerrado o algo. Byakuya, ¿en tu dichosa leyenda decía que la casa se había quemado?—
—No, no que yo recuerde. La verdad es que ni siquiera leí toda la historia—
—Sí, lo que sea— murmuró Naraku cruzándose de brazos, mientras un dolor de cabeza comenzaba a martillarle las sienes —Ya entramos a la casa, no hay sangre, ni muertos ni nada que satisfagan tus pervertidos deseos, maldito psicópata— se dirigió a su hermano antes de proseguir —Creo que ya es hora de irnos. Francamente ya me aburrió este lugar y tengo trabajo que hacer—
—Uy, Naraku. ¿Ya, tan rápido? Pensé que eras el más valiente de los tres— murmuró Byakuya fingiendo decepción.
—No, imbécil, pero…—
—¡Demonios, qué desorden!— exclamó Kagura desde otro punto de la casa, interrumpiendo la conversación de sus hermanos. Para cuando se dieron cuenta Kagura no estaba ya con ellos y se asomaron a la sala, encontrando a su hermana en medio del lugar. Había pocos muebles, al parecer nuevos, probablemente como parte del intento de los vendedores por pescar algún comprador después del aparente incendio. Kagura se hallaba en medio de la sala y veía al lugar con cara de repulsión; mirando a su alrededor había un montón de bolsas de comida chatarra tapizando el oscuro piso de madera, bolsas de papas fritas, chocolates, galletas y antojos, sin contar que había tirada una sopa instantánea la cual parecía tener un rato ahí.
—Parece que no hemos sido los únicos en entrar— dijo Kagura mirando la sopa, al tiempo que sus hermanos se pasaban a la sala.
—Qué chiquero— replicó Byakuya —Probablemente este lugar sea punto de reunión de algún grupo de muchachos ociosos—
—Tan ociosos como tú— respondió Kagura dando un par de pasos y quitando de su camino algunas bolsas echas bola. Justo cuando empujó con el pie una de ellas, mezclado con el sonido agudo y chirriante del brillante plástico, otro ruido, en la sala de estar de al lado, se escuchó por encima.
Los tres jóvenes miraron hacia el lugar con los rostros tensos y los hombros erizados como un gato. No alcanzaron a ver nada.
—¿Qué carajo fue eso?— exclamó Byakuya, plantado firmemente en su lugar.
—Yo creo que fue el ruido de las bolsas— murmuró Kagura, moviendo discretamente otra de ellas para comprobar si el sonido se parecía, cosa que la decepcionó. El ruido que habían escuchado no se parecía al chillón de las bolsas; había sido seco, como un par de golpes, o pasos en el último de los casos.
—¡¿Quién anda ahí?!— exclamó fuertemente Naraku, pensando que se trataba de alguno de los muchachos que creían se reunían en la casa para hacer quién sabe qué cosas —Estoy seguro de que habrá sido uno de esos vagos que vienen a tragar porquerías aquí— le dijo a sus hermanos.
—Aun así… si realmente son muchachos, ¿no les parece raro que en realidad la casa esté bien, a pesar del desorden? Es decir no hay grafitis o, no sé, restos de drogas o algún indicio de esos locos que se meten a casas abandonadas a practicar ritos satánicos— apunto Byakuya mirando hacia todos lados, sin dejar de lado su humor. ¿Qué tanto podía ser?
—Por Dios, Byakuya, no digas tonterías. Se ve que estás muerto de miedo— exclamó Kagura recuperando la compostura y dándole una palmadita en la espalda, con gesto de burla.
—Yo digo que vayamos arriba a ver si hay alguien más aquí— enfatizo, ahora ella retando a sus hermanos.
—Gran idea, Kagura. Metidos en una casa con semejante historia a explorar para ver qué hay allá arriba— recalcó Byakuya —Y pensar que fuiste la que más se negó a entrar—
—Cállate de una vez y compórtate como hombre— contestó —Además, fue tu idea meternos aquí. Ahora no nos vamos sin ver qué hay en el resto de la casa—
Sin decir nada, la chica comenzó a encaminarse a las escaleras, pero miró antes a sus hermanos, esperando que también la acompañaran, más para ver si se atrevían (si no lo hacían, lo cual sería genial para ella, podría echarles eso en cara y ridiculizarlos por el resto de sus vidas). Byakuya miró con cierta duda a Naraku, como esperando su aprobación, pero este sólo se encogió de hombros.
—Hagan lo que quieran. De todas formas, seré yo quien tenga que sacarlos del apuro, como siempre— contestó de mala gana encaminándose también a las escaleras, seguido de Byakuya.
Kagura se volteó con cara de decepción. Realmente esperaba que sus hermanos salieran corriendo despavoridos, pero había olvidado que ella no era la única temeraria de la familia y que, en realidad, era un detalle que los caracterizaba a los tres, así que ya todos juntos subieron lentamente las escaleras, no por miedo, sino por precaución, en caso de hubiera alguien más ahí, aunque cabe destacar que Byakuya iba ligeramente alerta; a diferencia de sus hermanos, era un poco más supersticioso, sin embargo le era difícil soportar la tentación.
De pronto, algo en la bolsa de la chamarra de Naraku comenzó a vibrar, y a los pocos segundos un sonido fuerte y chirriante salió de él.
—¡Demonios!— Byakuya se estremeció violentamente y se echó hacia atrás, chocando contra el barandal de la escalera, a su vez, provocando la misma reacción en Kagura, más porque el muy desgraciado le había gritado en el oído.
—¡Imbécil! ¡Sólo es el celular!— exclamó la chica con ganas de tirarlo de las escaleras, mientras Naraku, sin hacer caso al drama de sus hermanos, sacó el celular.
—Joder, pues me ha dado un susto de muerte— murmuró el chico, mientras Naraku tomaba la llamada.
—¿Hola?— dijo al teléfono, esperando respuesta. Para su sorpresa, nadie contestó. Al principio escuchó el típico sonido desordenado y rasposo de la interferencia y repitió un par de veces el saludo, moviéndose un poco, tratando de captar la señal, pero poco a poco el ruido fue ordenándose, dejó de ser rasposo, y una especie de traqueteo extraño y constante fue formándose, y con el paso de los segundos se volvió más intenso, tanto que el sonido traspasó las bocinas y sus hermanos pudieron escuchar el eco.
—Estúpida recepción— masculló Naraku, colgando.
—¿Quién era?— inquirió Kagura.
—Quién sabe. Número desconocido— respondió olvidándose del asunto y prosiguiendo el camino por las escaleras. Aunque no dijo nada, tuvo que admitir consigo mismo que aquel raro traqueteo se le quedó incrustado en la memoria, junto con un escalofrío, y podría jurar que no sólo lo escuchaba en su mente, sino en el ambiente, como si hubiese quedado un constante y lejano eco.
Llegaron finalmente al segundo piso, con Naraku encabezando al pequeño grupo, quien caminaba con precaución. Si había alguien más en la casa, quién sabe qué mañas tendría, así que el joven iba mirando hacia todos lados esperando encontrarse con algún imbécil intentando asustarlos. Kagura se quedó detrás de su hermano y Byakuya tras ella. El balcón del segundo piso se expandía al concluir las escaleras y desde ese punto alcanzaban a ver el recibidor entero, después, el mismo camino se estrechaba para formar un pasillo; una puerta empezaba la torcedura del mismo, y dentro del pasillo, otras tres puertas se distribuían por las paredes.
Los cuatros estaban cerrados y por debajo de ellos se colaban las últimas luces amarillentas del sol de otoño. Algunas sombras rápidas y gruesas interrumpieron la iluminación plana y constante que se escapaba por debajo del estrecho espacio de las puertas, pero ninguno de los tres lo vio, estando más concentrados en la única puerta abierta del lugar. Al final del pasillo se hallaba una habitación desprovista de muebles y cortinas, lo único que había dentro de ella era un armario, parte de la casa. La luz se filtraba brillante a través de la ventana, dándole una iluminación inusual a causa de las paredes grises y el techó de madera café. La puerta estaba completamente abierta, como si los invitara a pasar, sin embargo no fue eso lo que lentamente los empezó a atraer. A pesar de que parecía que la casa se había terminado, por lo menos el segundo piso, una especie de rasguños salían del armario completamente cerrado. Era un ruido tenue pero constante de débiles golpes y arañazos.
—¿Qué es eso?— murmuró Kagura, ahora sí, ligeramente asustada, mientras se acercaban cada vez más al cuarto.
—Oh, no, fue en esta habitación donde el esposo metió los cuerpos de su familia— exclamó Byakuya mirando a todos lados. Por alguna razón quería mantener desviada la mirada del armario.
—Tonterías— espetó Naraku —Estoy seguro que algún imbécil nos está gastando una broma— contestó furioso. Había sido un día largo y lo de meterse a la casa no ayudaba en nada. Estaba seguro que el tarado que estaba tratando de asustarlos se había metido al armario.
—Imbécil o no, creo que será mejor que nos vayamos de una buena vez— afirmó Kagura mirando fijamente el armario, cuya puerta corrediza se sacudía con los golpes, cada vez más intensos. Curiosamente, algunas partes del armario tenía colgando pedazos de cinta adhesiva.
—¿Enserio? Y una mierda— masculló el mayor de ellos —A diferencia de ustedes yo no me asusto con cuentos idiotas de internet— y como para demostrarlo y acabar de una buena vez con el misterio, caminó a grandes zancadas al armario y de un solo movimiento lo abrió. Kagura y Byakuya se estremecieron, ligeramente influenciados por los sonidos que habían estado escuchando y la historia de la misma casa.
La puerta corrediza se abrió, junto con el chirriante sonido de ataque y miedo. Algo saltó con prisa fuera del armario. Una mancha negra salió disparada tan rápidamente que apenas pudieron verla. Naraku no pudo evitar dejar escapar un gritillo por la sorpresa y pegarse al armario, al igual que sus hermanos. Kagura cayó de espaldas, con un gato negro prendado de sus ropas y chillando furioso.
—¡Estúpido gato!— exclamó más furiosa que asustada. El susto ya se le había pasado y lo único que quería era quitarse al gato de encima. Lo tomó con las manos intentando arrancárselo y el gato finalmente relajó las garras y se soltó, no sin antes arañarle el lado izquierdo del pecho.
Una vez lejos, el gato salió corriendo por el pasillo, perdiéndose al doblar la esquina.
Byakuya y Naraku se quedaron paralizados en su lugar, recuperando el aliento, y Kagura tumbada en el suelo aun tratando de asimilar lo que había pasado. Cuando el ardor de los arañazos comenzó a hacer su efecto, bajó la cabeza para encontrarse con dos marcas enrojecidas en la curva que comenzaba a formar uno de sus senos.
—¡Maldita bestia, me dejó toda arañada!— exclamó con voz temblorosa, tratando de levantarse y acomodándose la ropa —¿Qué demonios hacía un gato ahí adentro?—
—¿El gato era negro? Si mal no recuerdo la historia contaba que el esposo mató al gato negro de su hijo y el cadáver lo metió al armario, junto con el de su familia—
—Deja ya de decir tonterías, Byakuya, no asustas a nadie— exclamó Naraku, un tanto alterado —Obviamente el maldito gato se metió por alguna de las ventanas o algo. Si fuera un fantasma no habría podido arañar a Kagura—
—Puede ser un gato zombie, ¿no?—
—Muchas gracias— contestó ella empujando a su hermano —Si ese animal me ha pegado alguna infección, será tu culpa—
—¿Podrían callarse de una vez?— exigió Naraku mirando al techo. Sus dos hermanos lo miraron con fastidio –por alguna razón, cualquiera de ellos, odiaban ser interrumpidos cuando comenzaban o estaban en medio de una discusión- sin embargo ambos olvidaron rápidamente el asunto justo cuando comenzaron a escuchar otra serie de golpes en el techo, algo más parecido a pasos. El patrón del sonido se movía de una esquina a la otra con un par de interrupciones, como si lo que sea que estuviese dentro hubiese dudado de qué camino seguir o quedarse ahí.
—¿Será otro gato?— se preguntó Byakuya mirando el techo. El sonido acababa de detenerse. Kagura gruñó. Si se trataba de otro gato, se iría de inmediato. Lo que menos necesitaba era estar llena de arañazos cuando tenía una presentación en puerta.
Sin decir nada Naraku se metió al armario y se subió a la escalinata dentro de él, encontrándose con que en el techo había una puerta lo suficientemente grande como para subir.
—Creo que aquí hay un ático— le dijo a sus hermanos.
—No me digas que te vas a meter ahí— exclamó Byakuya. A pesar de haber sido su idea, ya había pasado uno que otro susto y consideraba ya por concluida y más que satisfecha la visita a la dichosa casa maldita, sin contar que seguramente era ese el ático donde habían metido los cadáveres.
—Si hay un fantasma ahí espero que te lleve al otro mundo— dijo Kagura con una sonrisa burlona, a lo cual Naraku sólo se limitó a fulminarla con la mirada antes de abrir la compuerta.
Una brisa de aire encerrado lo golpeó en el rostro de lleno. El lugar parecía tener mucho tiempo cerrado, y el aire que era expulsado de ahí tenía un ligero olor a carne putrefacta. Naraku tenía un estomago de acero, así que el hedor no le causó mayor impresión ni asco, sin embargo no se encontró con nada interesante dentro del ático. Estaba demasiado oscuro como para ver más allá de sus narices. Frente a la mirada ansiosa de sus hermanos, metió la mano a la bolsa de su chamarra y sacó un encendedor.
—¿Qué hay arriba?—
—No sé. Está muy oscuro— contestó Naraku sin prestar mayor atención. Ya con el encendedor en mano, asomó nuevamente la cabeza al ático. Prendió el encendedor y el lugar se iluminó, pero no lo suficiente como para ver hasta el fondo del ático. Giró la cabeza buscando algo interesante o mejor aún, lo que fuera que estuviera haciendo ruido, pero lo único que se encontró fueron los pilares de madera que sostenía el techo, un montón de telarañas, algo de basura, mucho polvo y algunas bolsas blancas de plástico regadas cerca de ahí, manchadas con algo oscuro que Naraku pensó que eran costras de tierra.
En una de esas logró vislumbrar algo que brillaba, pequeño, a sólo un poco de distancia. Se vio inmediatamente atraído por el objeto, fuera lo que fuera. Intentó acercar el encendedor pero sólo notó un reflejo brillante. Al parecer era algo liso. Sin pensarlo demasiado se asomó más, sin meterse por completo al ático, porque no quería ensuciarse innecesariamente, pero logró vislumbrar dónde exactamente estaba el objeto, así que estiró el brazo, tratando de alcanzarlo.
Al final de cuentas el dichoso objeto resultó estar más lejos de lo que esperaba, porque tuvo que hacer un esfuerzo extra por estirar el brazo lo más posible y alcanzarlo. Justo en el momento en que lo alcanzó y logró tocarlo, algo pasó por su brazo, acompañado de un característico sonido que de inmediato le sacó una mueca de repulsión.
—¡Qué asco!— exclamó estremeciéndose, sacándole la misma reacción a sus hermanos, quienes sólo podían observar parte de las piernas de Naraku dentro del armario.
—¿Qué viste?— preguntaron ambos.
—Nada. Era sólo una rata— exclamó él recuperando la calma una vez que el objeto estuvo en sus manos. Lo miró de cerca y acercó el encendedor. Era un collar adornado con los típicos elementos sintoístas, con una perla de considerable tamaño, pero por el color pudo asimilar que se trataba sólo de un cuarzo rosa tallado cuidadosamente. A pesar de que a simple vista no tenía valor alguno, ni siquiera le pasó por la cabeza dejarlo ahí. Por alguna razón pensó que le serviría para algo, aunque no tenía idea de para qué, y lo más extraño de todo, es que sintió que ya había visto esa perla antes. Probablemente en algún templo o algo (cosa que le trajo un par de malos recuerdos y una mueca de fastidio). A pesar de que la perla no tenía valor alguno y ni siquiera creía en religión alguna –mucho menos en la sintoísta, la cual por cierto tenía un poco odiada-, se la guardó en el bolsillo, teniendo cuidado de no mostrársela a sus hermanos.
Con toda la tranquilidad del mundo bajó y cerró la compuerta, y cuando salió del armario fue asediado por las preguntas de sus hermanos.
—¿Qué viste?— preguntó uno de ellos.
—¿Qué había ahí dentro? ¿Qué estaba caminando arriba?—
—¿Por qué no lo averiguan ustedes mismos?— les respondió poniendo los ojos en blanco —No había nada interesante, sólo un montón de basura y polvo. Seguramente los ruidos que escuchamos no eran más que ratas. Me pasó una por el brazo—
Kagura y Byakuya se miraron con cierta decepción. Al final de cuentas no había nada de interés en la sala, y si no encontraron nada extraño en el supuesto armario donde habían dejado los cuerpos, menos encontrarían algo en el resto de las habitaciones o la cocina, las cuales no visitaron.
—Ya deberíamos irnos. Esto fue una pérdida de tiempo— masculló Naraku sacudiéndose el polvo.
—Uy, Naraku, creo que se te está cayendo tu precioso cabello— se burló Kagura inclinándose para recoger un delgado mechón de cabello negro y largo. Lo tomó entre sus manos y se lo mostró —Yo que tú tendría cuidado. Lo único bueno que tienes son esas greñas de metalero en decadencia—
Naraku arqueó una ceja. Si de algo podía presumir –aunque no fuera algo muy masculino que digamos- es que tenía un cabello mucho mejor cuidado que muchas mujeres, y la pérdida de su cabello nunca había sido un problema más que los cabellos que se caen con naturalidad, y dudaba mucho que un día fuese a sufrir de calvicie, pues una de las características de él y sus hermanos es que tenían melenas asombrosamente abundantes.
Naraku le arrebató el mechón a Kagura, encontrándose con la sorpresa de que también tenía otros tantos en el hombro.
—Naraku, enserio, realmente se te está cayendo mucho— observó Byakuya casi con preocupación.
—No sean idiotas— masculló Naraku —Este no es mi cabello. Miren— dijo, enseñándoles la forma de los mechones —Estos cabellos son lacios. Mi cabello es ondulado— dijo, para después tirarlos al suelo mientras observaba a sus hermanos, e inevitablemente esbozó una fría sonrisa.
—Ustedes dos ya están pálidos del miedo, cobardes. Ya vámonos— espetó mientras se encaminaba fuera de la habitación. Byakuya y Kagura se miraron con cierto recelo y dieron un último vistazo al armario, aun abierto, y a los cabello en el suelo, para después salir de ahí. No se preocuparon en revisar el resto de las habitaciones o ver por completo la planta baja. Habían tenido suficiente, y Naraku parecía tener prisa. Estaba ansioso por ver de cerca la perla que había encontrado.
Antes de que siquiera terminaran de bajar las escaleras, el cabello tirado en el piso se movió como una especie de monstruo que se fusionaba con el aire, y regresó al armario, donde se juntó con otra larga y movediza mata de cabello oscuro que lentamente descendió del ático. Una vez juntos, la puerta del armario se cerró lentamente, sin hacer ruido, y la cinta adhesiva volvió a su lugar.
Salieron de la casa con cuidado, procurando que nadie estuviera cerca para cuando los vieran saltar la reja. Afortunadamente no parecía haber nadie más, y la tarde estaba a nada de convertirse en noche. Los tres hermanos saltaron el enrejado y se fueron de ahí con paso tranquilo pero rápido. No fuera a ser que alguien los haya visto y llamara a la policía.
En el mismo jardín, detrás de un par de arboles, Kikyou se cruzó de brazos y torció la boca frustrada. Miró con preocupación a la casa y después al lugar por donde habían salido los intrusos. Y ella que había ido esperando que siguiera ahí la perla. No era tonta, y tenía cierto sentido para conectarse con la Perla de Shikon. Sabía muy bien que Naraku se la había llevado.
—Ay, Naraku…— murmuró la joven negando con la cabeza —No tienes idea del lío en el que te has metido— dijo, justo cuando sintió como un gato negro pasaba entre sus pies, pero la joven ni se inmutó.
¡Hola! Aquí estoy de nuevo, con un fic bastante loco. Como podrán imaginar, este fanfic obviamente es de terror; nunca antes he intentado con este género, y como creo que se me dio la comedia, quizá tenga suerte con el género de terror, pero quién sabe, eso ustedes me lo dirán, si les dio miedo o no.
Y bueno, para aclarar ciertas cosas. El fanfic es una especie de crossover entre Inuyasha, y la película "The Grudge" ("La Maldición" en México, "El Grito" en España y Argentina). Sin embargo, debo aclarar que me estoy basando en la historia contada en la versión americana de la película y en alguno detalles de la segunda parte, eso porque creo que mucha más gente está familiarizada con esta versión que con la japonesa, y después de muchos años de no atreverme a ver esta película de nuevo, gracias a este fanfic superé ese miedo xD ya no me dio tanto miedo ahora que la tuve que ver de nuevo para poder escribir este fic, y de hecho la versión gringa me dio más miedo que la japonesa, pero la nipona me dio ideas geniales y macabras para hacer sufrir a nuestros queridos personajes de Inuyasha.
Y sipi, también la Perla de Shikon tendrá su protagonismo y la misma Kikyou, y por cierto, lo siento mucho con la escena de la pelea entre Kagura y Naraku xD pero debía hacer una alusión por mínima que fuera a mi amado OTP, pero no se apuren, este fanfic tendrá más KikyouxNaraku que otra cosa, pero nada explicito, no esperen ningún tipo de romance.
No tengo mucho más que aclarar. Las cosas y los roles del resto de los pocos personajes que aparecerán se irán explicando conforme avance el fic, y por supuesto, irán aumentando los sustos y debo decir que a nuestros queridos personajes no les irá nada bien.
Muchísimas gracias por leer y ya saben, cualquier duda, comentario, sugerencia, critica o halago sólo tienen que dejar un review y yo les contestaré en cuanto pueda.
Espero que el inicio de este fic les haya gustado y sea un buen regalito para este día y por supuesto, ¡Feliz Halloween! Pásenla chingón y pórtense mal (?)
Me despido
Agatha Romaniev
