Flor.
Ella era como una flor; hermosa y delicada.
Una flor que destacaba de entre las otras por su increíble belleza y rareza. Todos se paraban a observarla queriendo poseerla pero, lastimosamente, ella solo abría sus pétalos y dejaba apreciar su belleza solo con una persona. Solo con él.
Él no la merecía.
No merecía que aquella hermosa flor brillara por él.
No merecía tocar uno solo de sus pétalos con sus manos manchadas de sangre.
Y no merecía que ella floreciera solo por él.
Ella necesitaba de luz y alegría para crecer fuerte y brillar con más intensidad que nunca, y él no podía darle nada de eso. Donde ella era pureza y felicidad, él solo la manchaba con su oscuridad, dolor y tristeza. Lo mejor para ella era apartarse de él antes de que la oscuridad la alcance y su bella luz se marchite.
Pero era egoísta.
Tan egoísta que no soporta la idea de que alguien más la hiciera brillar; no quería que ella floreciera para nadie más, sólo por él. Pero sabía que, sí ella continuaba con él lo único que lograría sería marchitarla con su oscuridad, por eso, y con todo el dolor de su alma, decidió apartarse de su lado y desaparecer para siempre de su vida, dejandole vía libre a aquel sol que tanto esperaba por iluminar su vida.
Mientras él se convirtió en el fiel guardián de la flor; vigilandola desde lejos, cuidándola desde la sombras, amándola en silencio observando como ella parecía brillar cada día con más fuerzas gracias al sol que siempre la acompañaba.
