Mukuro rió entre dientes con nerviosismo. Byakuran también, pero su risa, al contrario, tenía un toque alegre, quizás por tener al ilusionista en la situación que quería. Este ya se temía lo que el albino haría a continuación... y lo hizo.

Tragó saliva con dificultad y una gota de sudor nacida en su sien resbaló por su mejilla y continuó cayendo aún más abajo por su cuello, y luego por sus hombros desnudos. Volvió a mirar al albino después de haber cerrado fuertemente los ojos. Se veía claramente que lo estaba disfrutando, ese desgraciado. Él, en cambio, no lo estaba pasando en absoluto bien. Técnicamente había sido "mutuo acuerdo", pero lo cierto era que solo había aceptado por orgullo, por aquella frase de Byakuran, quien tan bien sabía cómo sacarle de sus casillas: "¿acaso tienes miedo?".

El susodicho habló:

— ¿Qué ocurre, Mukuro-kun? ¿Ya no quieres jugar? —dijo, poniendo un tono ciertamente molesto al decir aquella última palabra.

Y esa sonrisita de idiota que lucía a tiempo completo y que le crispaba los nervios; no tuvo más remedio que sonreir de la misma manera, aunque de forma algo forzada, solo por no quedarse atrás. Se tapó como pudo para evitar las miradas descaradas de Byakuran, tratando de encontrar la manera de salir de aquella incómoda situación. Sobretodo porque, aunque no quisiera reconocerlo, aquello empezaba a dolerle de verdad.

Byakuran ya se había llevado toda su ropa y, no contento con ello, también iba a por su dinero... qué maldito.

— Kufufu, solo me estoy reservando. Espera y verás.

— Ah, ¿sí? —se burló—. Eso quiero verlo.

Nunca más volvería a jugar al strip póker con el capo de Millefiore.