– Abre más las piernas. – Había exigido el castaño en un susurro malhumorado al oído de Alemania.
Al rubio no le parecía el hecho de estar recibiendo órdenes de Austria, sin embargo en aquel ámbito tenía que aceptar con el mayor de los desganos que el austriaco era todo un experto. Todo el mundo lo sabía y él no era la excepción. Francia lo vociferaba, España lo reconocía e incluso Hungría por mucho que le desdeñara desde su separación, se enorgullecía de decir lo maravilloso del desempeño de su ex–marido.
–Ya escuché. – Se quejó Ludwig por enésima vez en aquella tarde. De haber sabido lo difícil de aquello, habría preferido quedarse como estaba o al menos buscar a alguien que no le exigiera tanto. – Es sólo que... – Un breve gruñido y limpió el sudor de su frente en su hombro; que para desgracia suya, parecía estar sudando en la misma cantidad. – Es más difícil de lo que parecía. Y no puedo hacerlo tan rápido. – Inmediatamente hizo lo que le pedía y se abrió un poco más de piernas.
–Si no te parece, podemos parar aquí. – Roderich le miró desde arriba, frunciendo el ceño antes de exhalar un breve suspiro y desviarle la mirada. La falta de decisión en su compañero le pareció un enorme desplante que le rompió el corazón. – Si te concentraras no tendrías ningún problema. – Aseguró. – ¡Sólo tienes que tomarlo con firmeza! Firmeza no significa salvajismo, debes ser suave para que puedas moverlo mejor.– Su orden pasó de la exasperación a la total condescendencia, cualquiera habría pensado que era él quien necesitaba acabar, mucho más que Ludwig quien a fin de cuentas era quien había solicitado el "servicio". –No es difícil. – Nuevamente se colocó tras su colega, inclinándose a su altura y pasando las manos al frente para tomar la tan inmaculada extensión junto con la mano ajena.
– Así, lo sostienes bien y abres las piernas para que quepa de mejor manera. Los dedos van acá, deslízalos para que te acostumbres. – En la cabeza de Alemania no había comprensión para la naturalidad con la que el otro lo hacía. Llevaban horas con lo mismo y las manos no dejaban de temblarle cuando lo intentaba, en cambio Austria, lo hacía con tal calma y presteza que sólo le hacía incrementar sus nervios. –Sin apretar, de atrás hacia adelante ¿Lo ves? Lo rígido que está, lo hace fácil por más largo que sea. – Sintió que sus mejillas ardían, pero halló alivio al ver de soslayo que su compañero estaba por demás concentrado con la mirada fija al frente sin verle el rostro. –Saldrá pronto. – Y eso esperaba, ya que el ojiazul había pasado casi toda la mañana hablándole de lo magnifica que era la sensación cuando se terminaba, una vez que se dominaba la técnica.
–Ah, exacto. Si pudieras hacerlo ligeramente más rápido...sería mucho mejor. – Aseguró con un sonrojo, dejando de guiar con las manos al alemán para que éste lo hiciera a su ritmo. – ¿Verdad que es increíble? – Y entonces el error. – ¡El que abras las piernas, no quiere decir que las aflojes! ¡Ponte rígido! – Dios, estaba exhausto de que no entendiera algo tan sencillo.
–¡Pero no puedo hacerlo todo al mismo tiempo! O lo sostengo o me muevo, es muy difícil. –
–Eres muy tosco, eso es lo que pasa. A este paso jamás lo vamos a poder hacer juntos. –
Ludwig simplemente bufó con impotencia y recogió nuevamente el cello que se acomodó entre los muslos, lo apretó para que no se deslizara y entonó las primeras notas de "Estrellita", ciñendo con firmeza, no con salvajismo, el largo arco del instrumento. La peor parte se la habían llevado sus dedos con las cuerdas, ya podía sentirlos ampollados de estarlos deslizando por las cuerdas en sus intentos por memorizar cada nota. Miró con fugaz odio a su implacable maestro.
Sería de los días más largos de su historia.
