Capítulo I

El inicio de los gigantes


Alemania de 1936

En la vida nos enfrentamos a muchos gigantes, y no hablo de personas que miden 3 metros y pesan más de 200 kg. Por gigante me refiero al miedo que nos incapacita, priva del amor, alegría y eficacia a millones de personas. El miedo que puede despojarte de tu amor propio, impedirte vivir la vida en plenitud y atraparte en una cárcel construida por ti mismo.

Y si algo conozco bien hoy es que el miedo se engendra en la ignorancia; ignorancia de los hechos, de la verdad.

Cuando era niña, tendría unos 6 años, acompañé a mi madre a hacer las compras de la casa. Yendo por el mercado, la gente empezó a abarrotarse y vi a muchas personas correr hacia la dirección contraria a la que íbamos. Recuerdo que sentí la mano de mi mamá apretarme con más fuerza.

-Quédate a mi lado, cariño.- me dijo, sin dejar de mirar al frente.

Me aferré a su falda tanto como pude y pegué mi cuerpo al de ella. No sabía lo que estaba sucediendo pero tenía la sensación de que no era algo bueno. Por fin, unos metros más adelante, vimos a unos soldados soltar un par de perros salvajes a dos hombres, por lo que mami me contó después, supe que habían robado una tienda. Pero aquella imagen, ver a aquellas bestias sobre esos hombres y tirarles de mordidas causó un impacto tan fuerte en mi vida que hasta el día de hoy, 12 años después, tiemblo y me paralizo cada que veo a un perro.

Y es que es muy fácil ser intimidado por lo desconocido.

Hay una frase que mi hermano me repite constantemente: "Lo único que debemos de temer, es al miedo mismo". Muchas veces ha intentado que me acerque a un perro, ha querido que conozca esos animales y sencillamente no se me apetece, entro en angustia con tan sólo escuchar esa palabra.

Mi madre me ha dicho que hasta no enfrentarme a mi gigante, jamás podré vivir en libertad, pues siempre que ande por las calles estaré asustada o preocupada de que no se me aparezca uno y no disfrutaré del paseo.

Hoy en día, un poderoso gigante se ha apoderado de la ciudad entera y sobre todo, de mi pueblo; tras entrar al gobierno un maldito tirano e imponer su nuevo régimen nacionalsocialista, todo israelita que vivía en Alemania era condenado a una terrible tortura que culminaba en la muerte.

Hace tiempo que hemos tenido que vivir a escondidas, temerosos de ser hallados por los alemanes, quienes no hacían más que "obedecer órdenes" torturando, mutilando y terminando con la vida de miles de inocentes.

Era el peor tiempo de discriminación que habíamos vivido en la historia y, según se decía, apenas era el comienzo.

Mi padre había sido víctima de aquél terrible abuso, sin deberla ni temerla, hace un año cuando mi hermano y yo salimos a pasear con él, mientras andábamos por una plaza al centro de la ciudad, un montón de soldados empezaron a llegar, agarrando a cuanto judío se encontrasen. Jamás olvidaré el pánico plasmado en el rostro de la gente, la expresión de horror, el olor del miedo… hace que se me ponga la piel de gallina.

Aquellos gigantes cargaron con mujeres, niños, jóvenes… no les importaba quién fuese. Ellos sólo los subían a uno de esos camiones, donde bien sabía que jamás se podía salir.

Recuerdo que mi padre me jaló fuerte de la mano y yo a Tai, corrimos como si no hubiese obstáculos en frente. Un par de soldados iban atrás de nosotros gritándonos mil cosas que no entendíamos.

-Tai, voy a distraerlos, corre con tu hermana hasta la casa, dile a tu madre que se escondan.- dijo papá.

-¡No, papi! Te van a agarrar.- clamé preocupada.

-Estaré bien, cariño. Ahora, ¡corran!

Aquellas fueron las últimas palabras que le escuché decir. Lo demás está borroso y confuso, sólo sé que mientras corría no podía dejar de llorar y deseaba a toda costa regresar por él.

-No te detengas, Kari.- me dijo Tai.

Voltee la cabeza y, de no haber sido por mi hermano, me habría hecho pedazos sobre el concreto. Mi padre estaba tirado, tenía el rostro bañado de sangre mientras cuatro monstruosos hombres se divertían propinándolo puñetazos y patadas.

-¡Papá!- grité, espantada.- ¡Papi!

-¡No mires atrás, Kari!- me ordenó Tai, jalando de mi brazo.

Llegar a casa sin ser vistos fue un verdadero milagro.

Y ahora, todo lo que nos quedaba, era el recuerdo de aquél valiente sacrificio, que por amor a sus hijos, mi padre se había atrevido a hacer.

-¡Oh, mi pequeña!- murmuró mamá.- Es increíble que tan pronto pasaron 18 años.- sonreí, para ella nunca dejaría de parecer una niña.- Y pensar que en una semana te casas… a tu padre le hubiera encantado estar ahí, pero…

-Mamá.- la interrumpí, antes de que se pusiera a llorar.- Está bien, ¿ok? Te tengo a ti y a Tai.- dije, volteando a ver a mi hermano quien sonrió.- Sé que papá está feliz, donde quiera que se encuentre.

-Claro, amor.

-¿Me ayudas a quitarme el vestido?- le pedí. Ella asintió. Me miré una vez más en el espejo que tenía al frente. En una semana me casaría con el hijo de un adinerado médico, Ken Ichijouji, y la noticia no había hecho mas que traer felicidad a casa, misma felicidad que se fue tras la muerte de mi padre.

La ceremonia sería sencilla y asistirían sólo familiares. Sería en casa de Ken, donde un rabino haría el honor de sellar el compromiso. Todo ello tendría que ser a escondidas si no queríamos terminar degollados o mutilados.

-¿Todo bien, hermanita?- preguntó Tai. Asentí- ¿Nerviosa?

-Un poco.

-No lo estés, cariño. Verás que tu matrimonio será muy bendecido.- dijo mi madre, animándome.- Ken te ama y sabrá hacerte muy feliz.

Sin embargo, la felicidad era algo de lo que pocos gozábamos en aquellos días. Días que parecían ir con extrema lentitud.

Hacía tiempo que me la pasaba encerrada en casa. Las noticias no cambiaban, muertes, masacre, abuso… muchos afirmaban que se vendría un apocalipsis y eso era el fin del mundo, mientras otras personas se hacían las indiferentes de la situación.

Pasaba las noches rogando porque toda aquella masacre terminara, pero parecía como si Dios no escuchara.

-¿El pueblo escogido de Dios?- comenté, cierta noche mientras cenábamos.- ¿Dónde está Él en estos momentos? ¿Y el amor que profesa tenernos? ¡Mentiras!

-¡Hikari Yagami!- me reprendió mi madre.- No hables de esa manera y menos de tu Creador.- negué con la cabeza, llena de furia ante la impotencia de poder terminar con ese asunto.

Una mañana antes de la boda, los padres de Ken llegaron cuando desayunábamos. No me hizo gracia verlos, la señora Ichijouji iba con el alma destrozada.

-¿Sucedió algo?- preguntó mamá, preocupada, recibiéndolos en la sala.

-Buenos días.- saludé, mirándolos a ellos y a mi madre con preocupación.

-Es Ken…- comenzó a decir el señor Ichijouji.- Se lo han llevado esta mañana.

-¿Llevado? ¿A dónde?- pregunté consternada.

Y la mirada de ambos me lo dijo todo.

-¡No!- exclamé, deseando que fuese una broma.

-Él salió a comprar algo de víveres para la casa y… unos soldados lo agarraron, junto con otros.

-¡Mi hijo!- estalló la señora Ichijouji.- ¡Mi hijo está muerto!

-No…- sentí que me faltó el oxígeno y me tumbé en el sillón sin sentir fuerzas para sostenerme.

-Lo lamento tanto.- dijo mi madre entre sollozos.- Cariño…

-Ken… no… él…- sus padres me miraron con pena.

Fue entonces cuando supe que para mí, el sol jamás brillaría de nuevo.


Terminé de guardar mi ropa en la maleta y miré a mi cuarto una vez más. Quizás sería la última.

Ahora las paredes se veían vacías sin los cuadros; la cama parecía extraña sin fundas ni sábanas. El closet deshabitado, mi escritorio solo… sentía como si ya no perteneciera a ese lugar. Como si fuera un intruso en aquél espacio.

Ahora todo lo que me quedaban eran los buenos recuerdos que viví ahí.

-No estoy segura de que debas ir, TK. Las cosas no andan muy bien por allá.- dijo mi madre, apareciendo de pronto.

-¡Pero tengo que ir! No es cosa de querer, es cosa de deber.

-Podemos huir, ¡no tienen por qué obligarte!- chilló, quebrándose en llanto. Me acerqué a abrazarla.

-Mamá, está bien. Voy a estar bien.- le aseguré, acariciando su cabello.

-Pero TK, apenas eres un niño, no hace ni una semana que cumpliste los 18…- suspiré. La verdad es que la sola idea de pensar que me enviaban a torturar, masacrar y matar gente inocente, me revolvía el estómago.

Pero así eran las cosas. Apenas los soldados alemanes se enteraron de que fui mayor de edad llegaron a casa con estrictas órdenes de que debía alistarme al ejército y servir a mi nación. Una maldita nación que estaba odiando en esos momentos.

Desde hacía dos años que mi madre, mi hermano y yo nos mudamos a Francia a cuidar al abuelo. Pese a que no llevaba nada alemán en mi sangre, por el hecho de haber nacido allá me convertía en uno.

Mi padre nos había dejado cuando era pequeño y tenía pocos recuerdos. Mi madre no había vuelto a hablar de él ni a mencionar su nombre desde entonces.

Matt asumió el rol de "hombre de la casa" desde los 11 años, pese a que mamá lo reprendía porque prefería salir a trabajar de lo que fuera para llevar dinero en vez de jugar, él nunca la obedeció. Desde aquél momento admiré a mi hermano y desee poder tener su valentía.

-Prométeme que, pase lo que pase, tus manos no se ensuciarán de sangre inocente. Promételo Takeru.- advirtió ella, severamente.

-¡Claro que no! Preferiría morir antes de hacer algo así.- mamá asintió y volvió a llorar en mi pecho.

-Tengo miedo de perderte… primero Matt…

-¡Hey! Matt debe estar bien, ¿ok? No te tortures pensando en que está… muerto.

-Han pasados dos meses…

Suspiré, resignado. Matt había viajado a Alemania en busca de Sora, su prometida, quien fue llevada allá por sus padres para impedir que se casaran.

Yo sabía que podía cuidarse solo y que, si no habíamos tenido noticias de él, significaba que estaba bien. Pero siempre existiría la duda.

-Te prometo que me cuidaré, mamá.- le aseguré una vez más, besando su frente.- Y buscaré a Matt o a Sora…- ella asintió, separándose de mí, le sequé un par de lágrimas que escurrían por sus mejillas.

-Sólo… sólo se obediente, ¿sí? Aunque no puedan hacerte daño por ser alemán, nunca confíes en ellos totalmente.- asentí.- Te amo, TK.- volvió a soltar el llanto y sonreí abrazándola.

-Te mandaré una carta cada semana y a la primera oportunidad vendré a verte.

Nos quedamos así un buen rato, no quería separarme de ella, sentía que la perdería para siempre si lo hacía.

Mi madre y yo éramos muy unidos, podría decir que la consideraba mi mejor amiga, ella… era alguien con quien podía llorar, reír, bromear, hablar seriamente… era todo para mí, y ahora, debía dejarla.

Se me partió el corazón cuando empecé a recordar mi niñez, todas aquellas veces que ella iba al colegio a recogerme, cuando juntos horneábamos galletas, cuando la ayudaba con los deberes de la casa y sobre todo, que siempre estaba a mi lado cuando la necesitaba.

-Te amo, mamá.- susurré, cerca de su oído, y ella sólo se estremeció en mis brazos.

Dejar a mi madre era el gigante al que más le temía en la vida y al que ahora me enfrentaba. No tuve tiempo de prepararme para esto, me sentía como David cuando se enfrentó a Goliat, débil, indefenso y desarmado. Pero confiado en que todo pasaba por nuestro bienestar.

-No olvides orar cada noche, jamás TK, jamás te olvides que no importa cuál sea tu circunstancia, Dios siempre estará ahí, ¿ok?- asentí.- Promete hacer el bien y ayudar a cada judío, la están pasando muy mal sin merecerlo.- dijo, bajando un poco más la voz.

-Te lo prometo.- sonreí.

Mamá me acarició una mejilla, como siempre hacía para recordarme que estaba conmigo y sonrió.

-¿Tienes hambre?- preguntó, un poco más animada.

-Yo siempre tengo hambre.- me reí.- Vamos, prepárame algo delicioso, que extrañaré tu comida.

Horas más tarde ya me encontraba sentado en el tren que me llevaría a Alemania.


¡Hola, chicos! Hacía muucho tiempo que no me metía a publicar acá! La verdad es que ya extrañaba bastante hacer esto :') jajajaja...

Oigan pues, ésta historia la comencé hace unos meses y va avanzada, aún no está terminada (a pesar de que ya escribí el final) pero lo estará para éste año :p

Quiero agradecer infinitamente a dark-fallen-angel91, él es mi beta y me ha corregido muchas cosas, el trabajo que hace es extraordinario, de verdad y ha sido muy paciente conmigo xD al igual que Detuschland, ella también ha contribuido en la elaboración de mi trabajo :D

Probablemente éste será de los últimos trabajos que deje acá este año y espero de todo corazón que lo disfruten y les guste mucho :D