Lo he reeditado. Por respeto a ustedes y a mi misma (?). Los poetas muertos son los mejores. Amén.


«En lo más hondo de mi corazón,

algo a empezado a agitarse de repente»

Capitulo Uno

Con sólo tocarte

Los adultos siempre se sientan a contar historias melosas, extrañas, lejanas, de otros tiempos. Épocas que son más que irreconocibles para los jóvenes que siempre esperan a que el final de tal historia llegue y puedan huir. Esos chicos (que dejan de tener género mientras escuchan los antiquísimos relatos) no saben de que huyen: quizá del miedo de reflejar sus situaciones amorosas actuales o el verse así mismos en los años venideros, como personas que cuentan sus tristezas a las generaciones más jóvenes.

Kushina era de esas niñas que solían estar en la cocina con sus tías, quienes contaban anécdotas que (al menos) tenían más de cinco años de antigüedad. Ella escuchó cien y mil veces no consecutivas, que el día que conociera a una persona particularmente influyente en su vida, sus emociones explotarían. Ella no se lo creyó. No lo tomó en cuenta porque apenas tenía unos cuatro años cuando escuchó esto y porque los niños le parecían más molestos que agradables.

Pero, si en ese preciso momento se hubiera acordado de esos consejos arrumbados en alguna parte de su cerebro, seguramente se hubiera echado a correr. Y no, no huyó, como seguramente debió de haberlo hecho.


Y dije: "Quiera amor, quiera mi suerte

que nunca duerma yo, si estoy despierto

y que si duermo, jamás despierte"

Más desperté del dulce desconcierto,

Y que estuve vivo con la muerte

Y que con la vida, estaba muerto.

Leyó su mente en voz alta, mientras su boca se comía con dificultad, las palabras que clamaban por volverse etéreas por lo menos unos instantes. Tragó lentamente una a una, las silabas que conformaban el pensamiento escrito, casi indescifrable que estaba plasmado en el libro que tenía frente a sus ojos. Lo releyó, aún cuando su boca intentaba articular aquella frase premonitoria que lentamente se empezó a sumergir, para poder acomodarse en lo hondo de su alma, eso sí, con excepcionales modales.

Kushina, la chica pelirroja que tenía en sus manos un enorme y pesado libro en sus pequeñas manos casi blanquecinas, estaba absorta en la manera en que ese autor, Francisco de Quevedo, jugaba con los sentimientos y los plasmaba como si jugara con la mente de los lectores, particularmente con su mente pequeña, altamente sensible.

Se sintió propensa a un dolor emocional no voluntario y se río con una imagen mental suya enamorada y mal correspondida. Era una imagen particularmente graciosa y lo mejor de todo el panorama: completamente irreal. Se volvió a reír antes de volver a pasar rápidamente las hojas, en busca de alguna otra posible señal de aquel libro viejo que le había enviado su padre.

Las cartas de amor; si hay amor

tienen que ser ridículas.

Era un poema largo, pero al mismo tiempo repetitivo. No había sido escrito en su lengua natal y en la traducción había perdido ciertas cualidades poéticas, pero no estaba de juzgona como de costumbre, tan sólo buscaba ideas, sin saber bien a bien, con que fin. Tan sólo se fijo en esos dos renglones. Detuvo sus ojos color chocolate en ellas y sonrió, de una manera entusiasta y melancólica. Aquel autor ciertamente había tenido que perder algo de humanidad y de esperanza con respecto al amor, para poder haberse mofado de las palabras de amor que alguna vez, sin sobra de duda, escribió. Fernando Pessoa era el personaje que había escrito aquello, quizá para él mismo y no para que una mocosa de pelo negro y menos de veinte años, leyera aquello. De nuevo, las hojas amarillentas del libro de poesía bailaron hasta detenerse en una página.

¡Ay, dura ley de ausencia!
¿Quién podrá derogarte,
si a donde yo no quiero
me llevas, sin llevarme,
con alma muerta, vivo cadáver?

Kushina intentó comprender las palabras, pero parecían hablarle en un idioma que no entendía, como si se rieran de su ignorancia y su falta de imaginación. Una mujer había escrito aquello siglos atrás, una mujer inteligente, dotada de intelecto. Sor Juana, rezaba al final del enorme escrito que no comprendió la Uzumaki. Se convenció a si misma de que algún día, alguien (quizá no ella), entendería el significado de aquellas frases interconectadas.

Sueño, que desteje la intrincada trama del dolor;

el sueño, descanso de toda fatiga;

alimento el más dulce

que se sirve a la mesa de la vida...

Otro hombre había hecho su aparición. Otro hombre sabihondo y creído que se sentía poderoso y por haberse sentido así, había pasado a la historia. La pelirroja, usando una sola mano para acomodarse el cabello detrás de las orejas con brusquedad, se preguntó si alguno de los que estaban plasmados en ese enorme volumen alguna vez desearon ser reconocidos por alguien. De pronto, la idea de preguntarle tal cuestionamiento a William Shakespeare se volvió una necesidad no primordial. Brevemente imagino si existía algún Hokage que hubiera deseado la grandeza y la hubiera conseguido. Hokage. La sombra de fuego. Era un nombre que sin duda imponía. En ciertos momentos (y seguramente con la persona correcta) seducía.

Recordaras tal vez aquel hombre afilado
que de la oscuridad salió como un cuchillo
y antes de que supiéramos, sabia:
vio el humo y decidió que venia del fuego.

"Es un juego Kushina. Algún día inténtalo, toma un libro cualquiera y ojéalo. Seguro dará indirectas sobre tu futuro"

Claro, como si un libro conociera los pormenores de los hechos futuros. Claro, como si eso fuera posible. Kushina esbozó una de esas sonrisas sarcásticas que pocas veces se le daban tan bien. Sus primos tenían que dejar de pensar en supersticiones estúpidas y sin sentido (y ella tenía que dejar de hacerles caso).

A Pablo Neruda le habían dado las últimas páginas para que sus escritos aparecieran. Quizá era más joven que los otros (un par de siglos o tres), pero eso le tenía sin cuidado a la lectora. De pronto, sus ojos se clavaron en un fragmento. Su memoria empezó a guardar tal información, sin saber a ciencia cierta que le causaba más asombro: La profundidad de tales palabras o las ganas inaplazables de sentir algo tan intenso.

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de si, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.

Te amo sin saber como, ni cuando, no de donde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no se amar de otra manera,

Sino, así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que si cierran tus ojos con mi sueno.

¡Que ganas de sentirse así! Kushina intentó por todos los medios posibles, memorizar en esos minutos las palabras que tenía frente a ella, pero le era demasiado complicado. Su mente estaba demasiado dispersa. Embelesada, las dijo quedamente, como si fuera un secreto entre su persona y el tomo que su padre le había enviado para reconocerle que acababa de convertirse en Chunnin en la aldea de la hoja, Konoha. Realmente, su padre, la conocía más de lo que ella pudo haber imaginado.

Estaba rodeada de muebles ajenos que eran suyos mientras se quedara en casa de sus tíos, los shinobis que habitaban en Konoha y le daban asilo momentáneo. Estaba sola, pero completamente acompañada de su sino. De un destino que podría ser, pero que no entendía.

De pronto, el libro cayó al suelo. El lomo del libro para arriba, pues el libro estaba dándole la espalda a la pelirroja.

Kushina Uzumaki se río con ganas, sonoramente. De su estupidez humana y de su irreverencia como kunoichi. Río, y sin levantar el obsequio del suelo, salió de su momentáneo cuarto. Si ella se hubiera detenido a levantar el tomo, se hubiera detenido a leer la última página que se había marcado a fuerza de sus descuidos; seguramente se hubiera asustado. Porque Oscar Wilde, había marcado un final inesperado, casi metamórfico. Pero ella no lo sabría nunca, porque a su regreso, levantaría de manera descuida, el volumen y lo guardaría para la posteridad, leyéndolo ocasionalmente, pero sin fijarse (jamás, jamás) en las frases adecuadas:

Por ello, prematuras, empalidecen mis mejillas,
pues el llorar es mi contento huido
y el dolor ha apagado el rosa de mi boca
y la ruina corre las cortinas de mi lecho.


Ojos azules como el mar mismo, frente blanca y en alto por ego (jamás por autoestima). Así es Minato Namikaze, de quien todos hablan, pero nadie se atreve a dirigirle la palabra. Es casi mitológico, una leyenda urbana de una ciudad que es más aldea y es más pequeña de lo que debería. El rubio es un Jounnin, es un genio y aparte es tan hermoso que cualquier mujer desfallece ante su sola presencia. Pero él no está interesado en mujeres, el tiene otros fines en los cuales no se puede reconocer a otra persona que no sea él mismo.

Minato camina por las aceras de Konoha, cual príncipe empedernido que heredará un enorme reino productor de oro y plata pura. Es ególatra y pocos hombres heterosexuales se le acercan buscando una agradable charla.

En ese momento, él va en busca del mismísimo Hokage, que le ha llamado porque tienen una misión importante que solo un Jounnin puede llevar a cabo. Y él es la persona que han estado buscando y que es perfecto para el trabajo.

Como siempre.


-"Tú… tu…"-balbuceaba, como un bebé aprendiendo a hablar. Su mente debía hilar alguna idea normal y coherente, quizá con alguna majadería explicita, libre de censura de señorita-"¡Eres un imbécil!"-le gritó, finalmente. Jadeó victoriosa. Sus ojos, de un café tan obscuro como común, se clavaron en los azul cielo del rubio que tenía en frente. Este personaje, blandía peligrosamente, una sonrisa de altivez casi obscena. Esos ojos de agua cristalina, sumados a la ironía de su mueca y a la palidez de su rostro, daban como resultado una serie de sentimientos que serían elevados después a una potencia desconocida para los matemáticos normales.

La razón del comentario que detonó la bomba nuclear interna en la chica de pelo rojizo, no era de relevancia, porque lo importaba (si es que tenía importancia) era la reacción.

Minato Namikaze, ajeno a quien le rodeaba, clavó, por misericordia, sus ojos azules en el cuerpo de la pequeña chica que se había atrevido a levantarle la voz. A él solo le interesaba saber quien rayos se atrevía a ser tan grosero con su persona. Minato la observó detenidamente, con ojo critico por tan solo unos segundos. Era pequeña, mucho más que él. Tenía los ojos de un perfecto color castaño profundo que acentuaba sus expresiones, haciéndola un poco más infantil de lo normal. El pelo era extremadamente largo, le caía debajo de la espalda, y era de un fulgurante e inconfundible rojo. La ropa le quedaba muy holgada, la playera casi rozado sus rodillas, el pantalón estaba enrollado para que no se arrastrara. Era una niña. Una perfecta y completa desconocida de aires infantiles sin poder alguno sobre él, pero que aun así, se había dignado a gritarle. Sus facciones eran aniñadas, tan sorprendentemente sinceras, y al mismo tiempo absolutamente misteriosas. En aquella mirada había visto algo que lo turbó, una emoción confusa y amorfa que si tratase de descifrarla, seguramente, le causarían muchas noches en vela. La sorpresa poco le duró, inmediatamente, cambio ese sentimiento por soberbia.

-"¿Y quien eres tú, para hablarme así?"- le reprochó con violencia en su voz, levemente temblorosa. Sus ojos la recorrieron de arriba para abajo y de abajo para arriba. La pelirroja se cohibió al sentir su mirada despectiva sobre ella, mientras el rojo de su atuendo parecía reflejarse en sus mejillas, de pura pena.

-"Pues… yo soy… Kushina… Uzumaki Kushina…"-respondió tranquilizándose, mientras trataba de sostener una batalla silenciosa con aquella orgullosa mirada de celeste color. Era extraño como aquellos orbes pudiesen despreciarla tanto por solo haberle retado, sin embargo, algo había en esos ojos que le fascinaba. De pronto, se sintió masoquista.

Bajó la cabeza, sintiendo terriblemente haber perdido la el encuentro, era extraño, pero era una de las pocas veces que se sentía desarmada frente a alguien. De hecho, era la segunda ocasión en toda su corta vida que se sentía tan derrotada y pisoteada.

-"En fin, ¿puedes decirme cual es la misión?"-preguntó, después de un suspiro, el rubio, viendo al enviado de Sarutobi Sensei, pues era quien los citó a los pies de las oficinas principales una semana antes. Era una hermosa mujer de cabello oscuro, al igual que su dulce mirada comprensiva y risueña. Porque, Andou Hikari, jamás reía cuando no era pertinente y al paso de los años, la joven kunoichi aprendió por las malas a reír de una forma que solo ella y sus quimeras entendiesen. Era un poco más baja que el rayo amarillo, pero no tanto como la infantil pelirroja que seguía turbada por la actitud del rubio, seguramente tendría un metro sesenta centímetros de estatura, quizá más, quizá menos. El pelo perfectamente lacio por naturaleza, largo, más abajo del hombro, cuidadosa y pulcramente atado a la altura de la nuca con una cinta de color azul marino, su color favorito. Como la nueva. y posiblemente, última aprendiz del tercer Hokage, tenía como trabajos principales el estar de mensajera mal pagada de todos los que se la encontrasen en la oficina del jefe de Konoha. Es muy probable que cualquier otro desistiera al estar siendo tratado con tan poco cariño u aprecio, pero para la pobre Hikari, lo único que esperaba era tener plena confianza del hokage y de paso ser reconocida cada anochecer con una cálida paternal sonrisa del abuelo más querido de todos la aldea oculta en la hoja.

-"Es una misión de suma importancia diplomática para la aldea. Es un modelo que se piensa llevar a cabo. Pero necesitamos que estén preparados física, mental y emocionalmente. Deberían volver a la escuela de shinobis para tener los conocimientos necesarios, ya que es más de memoria que de pelea"-respondió con su ya característica franqueza.

Minato suspiró con arrogancia, para después pasarse una mano por el pelo con molestia.

-"¿Quiere decir que me ven como un mediocre…?"-No era una pregunta, o una afirmación dudosa-"Hikari, esto no es bueno ¡Quiero ir a hablar con Hokage-sama! ¡Esto no es posible! ¡Yo ya soy un Jounnin!"-bramó con una fraternal sonrisa para la enviada del Sarutobi. Parecían llevar una de esas extrañas relaciones que siempre incluyen más los golpes de hermanos, que los sentimientos de por medio.

-"¿Y a mi qué? Vete a quejar con él. No conmigo."-

-"Pues si, tu eres su…"-estuvo a punto de llamarle sirvienta, pero calló por respeto a los servicios que prestaba a la aldea, además de cierto aprecio para con la chunnin-"…aprendiz principal"-

-"Hikari-san… ¿Y yo que tengo que ver?"-la voz un poco intranquila de la chica de cabello de fuego inundo la corta conversación que entablaron el rubio y la pelinegra. Esta última miró los ojos castaños que miraban confundidos su rostro.

-"Es importante que tenga su primera misión como chunnin lo más pronto posible. Sería fantástico que la tenga en compañía de Minato, Kushina-san"-exclamó muy contenta, señalando al hombre que estaba a un lado-"Creo, sinceramente, que es una excelente oportunidad"-

-"uhmm…"-balbuceó en son de respuesta-"Suena bien"-exclamó al final, cruzándose de brazos-"Pero que quede claro, yo no quiero tener nada que ver con él"-señaló al alto Jounnin.

El aludido abrió la boca dispuesto a contestarle a la kunoichi con alguna pesadez, pero Hikari (con toda la sabiduría que otorga el ser aprendiz de un Hokage) fue mucho más rápida y colocando una mano sobre el pequeño hombro de Kushina, simplemente murmuró:

-"Es lo único que puedo ofrecerte. Lo tomas o lo dejas."-

Un ultimátum.

Minato sonrió feliz de ver como las míticas, casi legendarias, dotes persuasivas de Hikari Andou eran tan fantásticas que con un poco de suerte alejaría a la niña roja propuesta para que fuera su compañera en la misión.

-"¿Estarás tú, Hikari-san?"-preguntó tímidamente Kushina.

Minato creyó que tenía que ser pecado el ser tan infantil, porque lejos de odiarla, le estaba causando unas enormes ganas de abrazarla. Por un momento, se sintió pedófilo y esto, contrario a lo esperado, no le causó arcadas. Tembló internamente ante este último descubrimiento.

-"¡Por supuesto!"-contestó animadamente Hikari.

-"Entonces acepto"-declaró la chica de ojos café obscuro, sin pensarlo ni un segundo más. Sonrió. Tenía los dientes más blancos, que el rubio jamás había visto. Dulce y tierna, fue la mueca que le dedicó a la enviada de Sarutobi, quien simplemente respondió de igual manera, con una sonrisa absolutamente sincera, pero menos aniñada.

-"Gracias, en verdad gracias. Ya no tendré que buscar a otra chunnin"-respiró aliviada-"Y por lo que más quieran, no sean hostiles. Ámense"-pidió en tono de burla, esperando oír risas por parte de ambos, pero no fue así.

Las miradas de profundo odio mutuo se encontraron en el aire. Si alguien se hubiese interpuesto, muy probablemente hubiera muerto por la fuerza de ambos sentimientos. En realidad la mirada del rubio era la que mataba, pues aun cuando la pelirroja hacia su intento por rivalizar con aquella demostración de rudos y calcinantes sentimientos, pero fue capaz de soportar hasta que él giró su rostro a otro punto. Ella lo imitó.

-"Vamos, se que no se caen tan mal…"-comentó la morena con la voz temblorosa, mientras se pasaba una mano por la nuca, un poco nerviosa. Sinceramente, pedía que su comentario fuera verdadero y no al contrario.

La pequeña intentaba enfocar a Minato, por el rabillo del ojo, tratando (inútilmente) de ser absolutamente discreta. Era extraño, cualquiera podría jurar que era una persona totalmente humilde con solo ver sus ojos de mar. Pero su actitud corporal difería enormemente. Su cuerpo estaba compuesto por movimientos involuntarios, que seguramente un experto consideraría tics, parecía sufrir de estrés crónico. Mientras veía su espalda, se

-"¿Vas a venir o no, enana?"-la frase le rompió el pensamiento, al tiempo que una descontrolada furia se apoderaba de su cuerpo. Su alma empezó a arder y sus orbes mostraron enojo, puro enojo sin miedo a nada, sin nada de compasión…

-"Tranquilízate, Kushina-san"-sugirió Hikari.

Aquella mujer había conocido a Kushina durante los entrenamientos intensivos que daban en verano. Estos eran destinados a los shinobis que no podían ir a un ritmo normal y por evidentes razones necesitaban practicar más sus artes. O podían ser cursos para mejorar las cualidades en batalla de los soldados ninja, adelantándose en conocimientos y estrategias.

Ahí comenzaron a tratarse, con el debido respeto… claro esta….

-"Sí…"-dijo entrecortadamente por la agitada respiración.

-"Sarutobi sensei dijo que nos vería en el balcón en una hora… recomiendo que nos encaminemos ahora mismo…"-explicó Hikari

-"Vamos, pues"-dijo el rubio con su sonrisa egocéntrica.

-"hmmm"-fue la respuesta de la pelirroja.

Estaban enfrente del edificio de las oficinas generales de la aldea, así que no fue un problema mayor subir al mirador, donde las tres enormes cabezas de los tres hokages se suspendían sobres ellos. Kushina, proveniente de una zona distinta, los miraba con profundo interés infantil, como si fueran capaces de verla a través de sus frías pupilas talladas en piedra amarilla. Minato bufó y se recargó en el barandal metálico y oscuro. El viento le pasaba por el cabello, despeinándolo con una elegancia que, para su desgracia, ninguna de las dos mujeres notó. Paso sus piernas por encima de la resistencia de hierro barnizado con negro, sentándose en el bordecito, para admirar la pequeña comunidad, su espalda daba al enorme monumento.

Hikari se tumbó en el suelo con pesadez, quedándose dormida al instante. Últimamente el hokage se pasaba con los entrenamientos y pedidos excesivamente complejos o largos (según fuese el caso). Le vendría bien una siestecita…

Uzumaki miró al rubio, con detenimiento. Algo le llamaba la atención, era imposible dejar de tratar de analizarle… era como si algo magnético atrajese sus castañas pupilas al prepotente Namikaze… Un impulso nació en su pecho, cálido, reconfortante y misteriosamente peligroso.

Si alguien hubiera visto los ojos de la pequeña pelirroja, la ternura se hubiera descifrado al instante, nublando sus acciones, guiando sus sentidos, como un segundo instinto que quizá la llevaría a muchas situaciones de las que no había un camino por el cual regresar.

Sin pensarlo dos veces, se acercó a él con sumo cuidado de no atraer su atención. Acto seguido, poniéndose de puntillas, le rodeó el cuello con ambos brazos y riendo quedamente en su oído perdonó sin desearlo cada uno de sus malos tratos.

El tibio contacto le hizo volver a la realidad. Había fingido que había estado viendo la ciudad, contemplando cada establecimiento, pero si notó la presencia de la pelirroja tras de él. Temió un golpe en la cabeza, incluso cosquillas por parte de una resentida Kushina, pero el sentirla contra su espalda era muy reconfortante… le daba esa extraña confianza ciega que pocas veces –por no decir nunca- sentía.

Ella tembló apenada, y sintiendo sus mejillas como si tuviesen la temperatura de metal fundido, trato de quitar sus delgados brazos. Jamás había sentido tanta familiaridad con alguien como para abrazarlo de esa manera después de tan poco tiempo de conocerle. Odiaba su espontaneidad… detestaba seguir sus sentimientos tan ciegamente…

Levantó levemente sus brazos, dispuesta a retirarlos… Pero, para su enorme sorpresa, el la detuvo. Los sujetó con una mano y simplemente susurró complacido, confundido y, por una extraña razón que no se puso a descifrar, sonrojado:

-"¿Sabes que me podrías matar?"-

-"¿Qué te hace pensar que te dejaré caer?"-respondió dejando su cabeza junto a la suya, admirando Konoha con más interés que nunca.


Continuará....