Salió corriendo hasta su hijo y lo estrechó entre sus brazos. A ese punto tenía algo seguro: ese día sería el comienzo de su perdición. El pequeño se separó de ella bruscamente, vió en él algo que nunca esperó: odio en sus ojos. Su príncipe la veía como todos los demás y eso la destrozaba.
«¡Encontré a mi verdadera madre!» exclamó, para luego subir hasta su cuarto.
Encerró sus sentimientos donde no importaran, mientras aún intentaba asimilar lo que dijo. Se dirigió a la rubia que llegó con su hijo y le dijo, de todas las preguntas, la que menos esperaba que saliera por su boca.
«¿Eres la madre biológica de Henry?» preguntó incrédula, después de mirarla de arriba a abajo.
«Hola» saludó algo avergonzada.
Tragó saliva. Eso no era nada bueno. Nadie podía entrar a el pueblo, y si ella sí, sólo significaba una cosa. La maldición empezaría a romperse. Hacía 28 años que todo había comenzado y allí estaba... Sin importar cuanto lo intentara, la profecía seguía existiendo. La Salvadora rompería la maldición y los salvaría a todos. Ella recuperaría los finales felices. Regina no podía permitir eso. Esa mujer era una amenaza, debía salir de Storybrook cuanto antes. Y, para su suerte, mencionó que se volvía a Boston esa misma noche.
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La mañana siguiente, Regina fue al cuarto de su hijo. El niño tenía el sueño pesado y siempre terminaba despertándolo ella. Abrió la puerta y destapó el bulto cubierto por las sábanas. No estaba. Se escapó de nuevo y en su lugar dejó unas cuantas almohadas.
Se dirigió a la comisaría, le pediría ayuda al Sheriff.
«¿Graham? Henry volvió a escapar. Tenemos que...» exclamó desde el pasillo. Cuando llegó donde el hombre estaba, se encontró con la mujer se llevó a su hijo a casa a noche. Se suponía que se había ido. Pero no, allí estaba, dentro de una celda apoyando la cabeza entre los barrotes. «¿Qué hace ella aquí? ¿Sabes dónde está?»
«No lo vi desde que lo dejé en tu casa. Una coartada creíble»
«No estaba en su cuarto esta mañana»
La rubia iba a preguntar algo cuando escuchó un suspiro profundo en la celda a su lado. Había un hombre, de cabello castaño y ojos claros, recostado mirando el techo, mientras escuchaba toda la conversación. Emma lo miró y se disponía a continuar cuando la morena se quedó colgada viendo al hombre, lo inspeccionó con la mirada y frunció el ceño un segundo.
«¿Regina?» dijo, recuperando su atención. «¿Llamaste a sus amigos?».
«No tiene ninguno. Es bastante ermitaño» respondió desviando su mirada al hombre de la celda, para volver rápidamente a Emma.
«Todos los niños tienen amigos. ¿Revisaste su computadora? Tal vez le escribió a alguien conocido».
«¿Y cómo sabes esto?»
«Encontrar gente es lo que hago. Tengo una idea. ¿Qué tal si ustedes me dejan salir y yo los ayudo a encontrarlo?»
El sheriff y la alcaldesa intercambiaron una mirada de duda, y luego él abrió la celda para dejarla salir.
«¡Ey!» escucharon decir al hombre. «¿Por qué la dejan salir?».
«¿Y tú quién eres?» preguntó la alcaldesa antes de que Graham pudiera decir algo. Sabía quién era en el Bosque encantado, pero en ese mundo nunca habían hablado.
«Robin De Lockskey, a su servicio, milady» dijo tomando la mano de la alcaldesa y posando un beso sobre ella. Se quedó viéndola con la cabeza entre los barrotes.
Ella frunció el ceño, mientras sus acompañantes no ocultaban sus caras de estupefacción. «¿El ladrón?» preguntó con una mirada divertida.
«El mismo» aseguró sonriendo. «Y si no me equivoco, usted es la Alcaldesa».
Arqueó una ceja y se perdió un momento en sus ojos. «Exacto» dijo política, se giró al Sheriff y a Emma, olvidando la pregunta de Robin. «Vamos».
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¿Por qué siempre que algo malo sucedía en su vida, Blanca Nieves estaba de alguna forma involucrada?
Henry usó la tarjeta de crédito de Mary Margaret Blanchard, la personalidad maldita de su enemiga, para encontrar a su madre biológica. Resultó que, de nuevo, la irritante mujer no tenía nada que ver con ello. El niño se la robó. Pero las dos seguían nombrando un libro. ¿Qué libro? No lo sabía. Lo que sí sabía, era que le contaba la verdad a Henry sobre quién era ella y qué sucedía en ese pueblo.
Furiosa por la inutilidad de su enemiga, volvió con Graham para seguir con la búsqueda.
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Emma Swan volvía a estar frente a su mansión. Su hijo volvía a correr a su habitación, escapando de ella. Quería ir adentro pero la presencia de la rubia le dijo que era una mala idea.
«Gracias», dijo por simple cortesía. Bajó los escalones del porche con sus manos en los bolsillos del saco. «Parece que le caíste bien».
La intrusa rió un poco aliviada. «¿Sabes que es medio loco? Ayer era mí cumpleaños. Y, al soplar la vela del pastelito que yo misma me compré, en realidad pedí un deseo. Que no tuviera que estar sola en mi cumpleaños. Y luego Henry apareció».
Regina torció el gesto «Espero que no haya malentendidos aquí. No confunda esto con una invitación de vuelta a su vida».
«Oh...» abrió la boca para contestar pero la mujer no la dejó.
«Señorita Swan, la decisión fue claro hace 10 años atrás. Y en la última década, mientras usted estaba... ¿Quién sabe lo que estaba haciendo? Yo cambié los pañales, aplaqué la fiebre, soporté cada capricho... Puede que lo haya dado a luz, pero él es mi hijo».
«Yo no quise...»
«¡No!» exclamó levantando la voz mientras se acercó a ella. «No tiene derecho a hablar. No tiene derecho a hacer nada. Perdió su derecho cuando lo dió en adopción. ¿Sabe que una adopción anónima es? Fue lo que pidió. No tiene derecho legal sobre Henry y la obligaré a respetarlo. Así que le sugiero que se suba a su auto y se vaya se aquí. Porque si no lo haces... La destruiré aunque sea lo último que haga. Adiós Srta. Swan».
Dió media vuelta y volvió hasta su mansión. Llegó al porche cuando la voz de la rubia la obligó a verla otra vez.
«¿Lo quieres?»
«¿Perdón?»
«A Henry. ¿Lo amas?»
La morena se desagradó ante su pregunta. Por supuesto que lo amaba, él era la luz en su oscuridad, todo lo que tenía, la única persona por la que era capaz amar. ¿Cómo no amarlo?
«Por supuesto que lo amo», sentenció.
Pero accidentalmente su voz tuvo un tono amargo. Eso no sonó bien, pensó. Seguramente sonó muy mal, como una mentira descarada. Pero no le importaba, nada de lo que esa mujer pensaba podía afectarla ahora. Pensó que tal vez no contestó bien por esa estúpida máscara que llevaba puesta hacía años. Apagaba sus sentimientos o no los dejaba ver, y eso lo obligaba a actuar como se prometió que nunca lo haría. Pero, ¿qué podía hacer? Somos lo que somos después de todo.
Cerró la puerta de un portazo y dejó a la joven fuera. Miró por una ventana disimuladamente hasta que se fue en su escarabajo VW amarillo. Lanzó un suspiro de alivio. Esperaba librarse de ese problema lo antes posible, pero no ponía muchas esperanzas en ello. Se era la Salvadora de verdad, probablemente sea como un dolor en el culo.
Su mirada volvió hacia la ventana por un segundo y se sorprendió al ver allí a Robin, corriendo frente a su casa. Se detuvo al ver que la mujer con observaba por el cristal. Se sonrió y se quedó allí, hasta que Regina salió para encontrarse con él.
«De Lockskey. ¿Qué hace por esta parte del pueblo? Nunca lo había visto por aquí».
«Bueno, pensé que era momento de formar nuevas tradiciones. Y conocer nuevas personas» sugirió.
«¿Quién? ¿Yo?» dijo casi riendo. Ella no tenía amigos ni nadie, le resultaba ridícula la idea. La única amiga que tenía en el Bosque Encantado, estaba encerrada debajo de la biblioteca. No creía que eso sea algo que se perdone fácilmente.
«Sí. ¿Resulta difícil de creer?»
«Bueno, suelo inspirar cierto miedo en la gente» confesó. No sabía bien por qué.
«¿Por qué?».
«No lo sé. Supongo que... me verán como alguien malvada».
Él rió ante la posibilidad. «Desde aquí la palabra malvada no parece ir contigo. Tal vez atrevida y audaz. Pero no malvada».
Arqueó una ceja y bajó la cabeza intentando ocultar el rubor en sus mejillas. «No tienes idea de si eso es verdad. No me conoces».
«Tal vez. Pero quiero hacerlo».
