Hace mucho no escribía una nota al inicio de un fanfic. Pues bien, aquí vamos.
Este fanfic surge como un "secuela" al fic El juego del miedo versión Akari [
s/7916924/1/El-juego-del-miedo-versi%C3%B3n-Akari] escrito por Mr.E's-pen. Al acabar de leerlo, me pregunte "¿Y si existiera la forma de evitar esto?"

Tras varios días de ocio, la respuesta llegó a mi mente: la máquina del tiempo del episodio 11. Así que sin más, es dejo con esta nueva aventura llamada…

¡Akari! La viajera del tiempo

I

– ¿Cómo pudieron olvidarse de mí? –lloraba la pequeña Akaza Akari, caminando sola hacia su casa. Ya era tarde, el sol comenzaba a ocultarse tras edificios, tiñendo las casas de un color anaranjado nacarado–. Me gustaría tener más presencia, así nunca me pasaría esto.

Más temprano ese mismo día, Akari se demoró en asistir al Club de Entretenimiento por verse atrapada en una discusión entre la inquieta Sakurako y la responsable Himawari, cosa que no era rara, pero en esta ocasión se tornó más violenta al involucrar en la pelea las escobas con las que limpiaban la sala del consejo estudiantil. Normalmente quienes intervenían eran Ayano y Chitose, pero como ambas se ausentaron una semana de la escuela (por culpa de un experimento de Nishigaki-sensei que casi derrumba el edificio), Sakurako le pidió ayuda a su amiga Akari. Esto provocó su ausencia en el supuesto club fundado por Kyoko, y aunque le pidió a Chinatsu que le dijera a sus amigas que le esperaran, las tres se fueron de la escuela sin avisar, dejándola sola y, para colmo, buscándoles por toda la institución.

–Y además una de ellas se comió mis papas fritas con poca sal –lloriqueó de nuevo, agitando una bolsa de frituras vacía–, ya tengo hambre.

En ese momento, Akari pasaba a un lado del parque. El área infantil estaba vacía, dejando un ambiente tranquilo y callado en todo el parque; la mayoría de las bancas estaban solas, ocasionalmente ocupadas por alguna pareja de novios o de amigas que gastaban su tiempo en una charla sobre sus vivencias del día. Junto a una de esas bancas, a un lado de un poste de alumbrado público, estaba una máquina expendedora. Al distinguirla, Akari no lo pensó dos veces y se dirigió de inmediato hasta la máquina, corriendo tan rápido como su hambriento ser le permitía. Parada frente a la máquina, su iluminada mirada recorría las diferentes golosinas que la expendedora le exhibía, buscando el número de sus botanas preferidas: papas fritas con poca sal. Introdujo las monedas en la ranura, marcó el número de su producto y, sacando la bolsa de la maquina en cuanto cayó a la charola, se dispuso a comer. La bolsa quedó vacía en poco tiempo, reflejo del gran hambre que tenía, pero quedó satisfecha al menos por unos minutos, suficientes para llegar a casa.

Estaba distraída doblando la bolsa de frituras cuanto su celular sonó, indicando que un mensaje de texto le llegó. Tomó en el acto el teléfono y revisó al remitente. Era Kyoko.

–¿Un mensaje de Kyoko? –dijo sorprendida. Lo abrió y leyó para sí misma en voz baja–: "Akari, perdónanos por dejarte sola, pero Chinatsu se enfermó. ¡Mañana vamos a su casa! –miró la pantalla un segundo más–. Pobre Chinatsu-chan. Espero no esté muy enferma… espera… –de pronto, sus ojos se abrieron como platos, brillando como un diamante y sonriendo de oreja a oreja–. Entonces no me olvidaron… ¡No se olvidaron de mí! ¡No me olvidaron! –gritó de felicidad, rompiendo con el silencio y llamando la atención de muchos–. ¡Akari tiene presencia! Después de tanto tiempo, he recuperado mi presencia. ¡Akari volvió!

De pronto, en cuanto terminó con su gritería, un perro de gran tamaño corrió hacia ella y por poco le derriba al pasar a su lado. La repentina aparición del can le asustó, haciéndole saltar hacia atrás.

–Que susto –dijo con una gota de sudor en la frente–. Casi me tira… Casi… ¡No me caí! ¡Este es el día de suerte de Akari! –saltó de alegría.

Sin embargo, cuando aterrizó, pisó por accidente la cola de un gato, que por el dolor, lanzó un maullido frenético, asustando a la pequeña Akari. La reacción del felino le hizo saltar de nueva cuenta, provocando que al aterrizar sus pies perdiera el equilibrio y cayera de espalda a los arbustos, golpeándose con un objeto parecido al asiento de un automóvil.

–Ay –exclamó adolorida–. Lo siento gatito.

No se había dado cuenta en donde estaba sentada. Lucia como el asiento de un automóvil sobre la base de una moto acuática pequeña y con un gran reloj amarillo en la punta. Con cuidado, Akari buscaba levantarse, procurando no tocar nada; su mano se apoyó sobre el tablero de aquel extraño aparato y comenzó a emitir un pequeño vibrado.

–¿Qué es eso? –dijo buscando por todos lados, sentada en el asiento–. ¿Y esta cosa que es?

Fijó la mirada en el tablero. Un pequeño cuadro verde brillaba con intensidad bajo su dedo, cuando de la nada, todo el tablero se iluminó.

–¿Qué? ¿Qué es esto? –dijo asustada, buscando levantarse, pero le fue imposible. En cuanto trató de ponerse de pie, un cinturón de seguridad surgió del asiento y le rodeó la cintura–. ¡Ah! ¿Qué pasa? ¡Ayuda! ¡Ayuda!

Todo a su alrededor se vio cubierto por un destello blanco, cegándola por completo. La luz se apagó de golpe, tan repentino como se encendió, regresando la visión de Akari que, asustada, sollozaba aferrando sus uñas al asiento.

–¿Qué paso? –tartamudeó temerosa.

El lugar había cambiado. Ya era de noche, pero eso era lo menos importante. El parque aún conservaba sus áreas verdes, pero los arboles eran distintos a los que recordaba o lucían más grandes, los arbustos sobre los que había caído ya no estaban, la máquina expendedora había desaparecido; por el parque se extendía un camino de luces azules, iluminando el suelo del mismo modo que las farolas; las bancas también eran distintas, luciendo más ligeras y de un color blanco; pero la mayor diferencia fue ver pequeños botes de basura flotantes recorriendo el parque. Y esto último le hizo sentir aún más temor.

–¡¿Dónde estoy?! –exclamó a los cuatro vientos, saltando del aparato y corriendo por el liso camino iluminado de azul–. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? –lloraba.

Pero nadie le escuchaba. Podría ser más allá de media noche, el parque estaba vacío por completo, ni un alma además de la de Akari vagaba por el camino blanco, sin saber que hacer o a donde ir.

De la nada se detuvo, con la mirada fija al frente y el corazón palpitando con gran fuerza en su pecho. A lo lejos distinguía la figura de una mujer que, a paso lento, se acercaba jalando lo que parecía ser una caja flotante. Eso le extrañó por un momento, pero no le importó, quería saber dónde estaba y quien quiera que fuese esa persona podría ayudarle. Sin ocultar su preocupación, se acercó a aquella mujer, que aparentaba tener cerca de sesenta años de edad; cortándole el paso e interrumpiendo sus pensamientos.

–Disculpe señora –susurró Akari. Al notar que su voz no era lo suficientemente fuerte, pues la desconocida pasó de largo, volvió a llamarle–. Disculpe señora –repitió, ahora más firme.

–¿Eh? –se limitó a decir. Con calma se dio vuelta, ondulando su largo cabello rubio con mechones blancos por las canas. Su rostro se veía algo cansado, con grandes ojeras y unos ojos tristes que mostraban un sufrimiento muy grande–. ¿Sí? ¿Qué hace una niña como tu aquí? –le dijo, pero de inmediato guardó silencio.

Akari no entendió porque ese comportamiento, ni porque aquella mujer comenzó a verle sorprendida, con los ojos brillando de pronto y la boca abriendo y cerrando, como si buscara palabras para expresar un sentir complicado de describir.

–Señora… ¿está bien? –preguntó Akari asustada.

–Akari… –tartamudeó al fin la mujer rubia–. En verdad eres tú… Akari.

–¿Señora? ¿Cómo es que me conoce? –preguntó la pequeña pelirroja dando un paso hacia atrás.

–Akari… sí, eres tú. Mi linda y tierna Akari –dijo ella, al borde de las lágrimas y estirando su mano como si quisiera tomar el brazo de la chica frente a ella.

–Señora –respondía temerosa y alejándose–. Déjeme... No la conozco.

–Pero Akari yo… –articuló con dificultad la mujer rubia. Sentía un nudo en la garganta y estaba comenzando a llorar–. Soy Kyoko.