Hola, está es la primera vez que subo una historia en fanfic y decidí que quería iniciar con una adaptación del libro esclava del deseo de Virginia, y los perdonajes pertenecen a stephany meter, espero lo disfruten.

Lady isabella comenzaba a excitarse poco a poco. Aunque era en extremo temprano, una vez más la habían atraído las sábanas para entregarse a su pasatiempo favorito. En los últimos tiempos su comportamiento había sufrido un cambio drástico, y empezaba a rebelarse. Se le escapó un delicioso jadeo al quedar clara la intención sexual del hombre. Él no aceptaría un no por respuesta; un estremecimiento sensual recorrió a Isabella. Era moreno, dominante y peligroso, exactamente como debía ser un hombre, y sus avances atrevidos la hacían derretirse hasta la médula. Los pezones se le endurecieron y comenzaron a dolerle. Su centro femenino empezó a hormiguear de placer. La mano se escurrió bajo el camisón y tomó uno de los pechos jóvenes, acelerándole la respiración. Aunque en ese momento se sentía perversa, Isabella no hizo caso de la mínima punzada de culpa, y arqueó el pubis a causa del cosquilleo que él le provocaba. Una maldición escapó de sus labios cuando de pronto se apagó la vela.

Se hallaba justo en la mejor parte del capítulo. Retiró la mano del pecho dolorido y cerró con brusquedad el libro que estaba leyendo, acerca de la vida sexual del rey Carlos II. Encendió de nuevo la vela, terminó el capítulo y suspiró de deseo. Habría preferido vivir en cualquier otro período histórico antes que en el georgiano. En esa época todos los hombres eran unos petimetres, afectos a las ridículas pelucas cubiertas de talco, los abanicos y el lápiz de labios. ¿Por qué no habría nacido ella en la Edad Media, cuando musculosos caballeros tomaban por asalto los castillos y raptaban a las mujeres que los habitaban? ¿O en el período isabelino, cuando los intrépidos marineros de la reina se llevaban a las mujeres junto con los tesoros que pirateaban? Durante la Restauración, los galanes fanfarrones emulaban la forma perversa en que el rey Carlos trataba a las mujeres, de modo que para una joven de diecisiete años la vida era estimulante, excitante ¡y sumamente digna de ser vivida!. Ahora los dandis emulaban al príncipe Jorge, el Principito, como lo apodaban. En realidad, el sobrenombre lo decía todo: ¡El sujeto era blando, tonto y estúpido! Al inclinarse hacia adelante para soplar la vela, Isabella se vio reflejada en el espejo de cuerpo entero. Era hermosa como una rosa inglesa a punto de florecer. El cabello castaño claro le caía hasta las caderas en rizos de seda, los ojos violáceos brillaban de expectación, el cuerpo era esbelto, de piernas largas y pechos firmes y prominentes; sin embargo, lo único que ella veía en el espejo era el voluminoso camisón que llevaba puesto. Hizo una mueca, no porque el camisón fuera espantoso, sino porque era demasiado "respetable". ¡Por Dios, cuánto había comenzado a detestar cualquier cosa que fuera respetable! La respetabilidad era la fuerza que regía a la tía Renne y el rasero que ésta utilizaba para medir todo lo concerniente a la vida de Isabella. Dos años antes de morir, sir Charlei Swam había dejado a su hija, Isabella, su fortuna, la magnífica biblioteca y la casa, que se encontraba en Grosvenor Square. Desde luego, todo se hallaba en fideicomiso hasta que ella cumpliera dieciocho años, y sus tutores eran el hermano menor del padre, Phil, y su esposa, Renne, que de inmediato se mudaron a Grosvenor Square para cuidar de ella. A los quince años, Isabella era una niña obediente que nunca levantaba la nariz de los libros. Pero después de cumplir los diecisiete desarrolló una obstinación que a todas luces alarmaba a su mojigata tutora.

Isabella suspiró, apagó la vela y se acurrucó debajo de las sábanas, deseando que el sueño la transportara a los tiempos más lujuriosos del rey George. La tía Renne se disponía a acostarse y martirizar los oídos del marido. Llevaba el camisón abotonado hasta la papada y se había calado la cofia de dormir almidonada hasta las cejas. Y menos mal que así era, pensó Phil, que se estremeció sólo de pensar en la posibilidad de que alguna vez se le ocurriera mostrar toda su opulenta carne al mismo tiempo.

-Sabes que yo sería incapaz de criticar a nuestra pupila, Phil, pero una vez más Isabella ha rechazado una invitación de lady Newton, solo para llevarse a la cama uno de esos libros infernales. Tanta lectura no puede hacer bien a una jovencita. Sólo el cielo sabe lo que podrían contener algunos de esos libracos. Leerlos podría despertar en ella ideas... ofensivas.

Phil decidió que no estaba mal que Renne no fuese afecta a la intimidad y que los pecados carnales figuraran al final de su lista de tabúes. Al mirar el océano de algodón blanco que envolvía a su esposa, pensó con ironía: "¡Es un milagro que no se ponga guantes blancos para meterse en la cama, por si tiene que tocarme la bestia abominable!". Su mente volvió al tema en cuestión.

-La colección de mi hermano vale una fortuna. Coincido en que los libros son una mala influencia, y estoy tratando de encontrar un comprador para la biblioteca completa. Sir Thomas Davenport había sido juez presidente de la corte y barón del tribunal de hacienda, un erudito a quien el rey había otorgado el título de caballero. Phil sabía que Isabella había sido bien instruida en los clásicos y que el padre le había enseñado francés, italiano y latín.

-¡Qué brillante, mi querido Phil! Los libros no la ayudarán a conseguir el esposo apropiado. Si corre el rumor de que es una literata, se quedará para vestir santos. Intentaré inculcarle la idea de que debe ocultar su inteligencia a cualquier precio. No entiendo qué se proponía tu hermano al educar a una niña más allá de lo debido. ¡No es respetable!

Al oír mencionar a su hermano, la boca de Phil se tensó. La vida era muy injusta. ¿Cómo era que Charlie había llegado tan alto, mientras que él seguía siendo un mediocre abogado? ¿ y por qué le había dejado todo a Isabella y nada a su único hermano? ¡Ni un miserable centavo! Él había concebido cien planes para separar a Isabella de una parte de su dinero, pero la muchacha era tan astuta que debería idear un ardid lo bastante sutil para evitar despertar en ella sospechas. Renne se acercó a la cama para retirar el cobertor. Phil se desató la corbata. Ella lo miró alarmada

. -No irás a acostarte, ¿verdad?

-No, no, querida. Sólo estoy cambiándome la corbata. Esta noche tengo que recibir a una clienta.

Renne exhaló un suspiro de alivio. Phil sabía que su esposa estaba perfectamente al tanto de quién sería la clienta y de qué tipo de recepción se trataría; también sabía que a Renne le causaba profunda gratitud que él saciara sus deseos en otra parte. Por supuesto, debía estar agradecida a que él fuera un esposo tan considerado.

Dos horas después, Richard descendía las escaleras que comunicaban la Academia de Salto con la casa de juegos conocida como Las Mesas del Faraón. Había disfrutado plenamente de los servicios de la muñequita a quien le encantaba llamar Imprudence. Un joven adinerado bajaba también en aquel momento, de modo que Phil entabló conversación.

-Esta noche hubo un buen alboroto en una de las habitaciones. Casi me desconcentró. El joven le dirigió una sonrisa fugaz. -Escandaloso, ¿verdad? -Gritaba como si la estuvieran torturando en el potro. El joven noble negó con un movimiento de la cabeza. -La azotaban con un rebenque. Phil lo miró con expresión calculadora. Aunque no era un jugador compulsivo, y en absoluto adicto a las mesas de juego, había comenzado a frecuentar los garitos más caros, donde las apuestas eran altas y se jugaba fuerte. Andaba en busca de un noble que se hallara endeudado hasta las orejas. Al ver que ambos se dirigían a la mesa de faraón, Phil tendió una mano. -Phil Swam, abogado. -James Masen, un paso más allá de la ley -bromeó el joven.

Phil buscó en su memoria. Estaba seguro de que el apellido Masen pertenecía al rango de los pares del Reino. Renne lo sabría. Era una esnob consumada y una autoridad ambulante en lo que concernía a la nobleza inglesa. Mientras observaba a Masen a la mesa de juego, Phil comenzó a pensar que estaba perdiendo el tiempo. Sin duda, alguien que se hallara en graves aprietos no arriesgaría dinero con tal abandono, ni ganaría y perdería con tamaña actitud irresponsable. Para Phil resultaba obvio que aquel joven pícaro era capaz de hundir las manos en la fortuna de alguien, sino en la propia. Sin embargo, intuía que había dado en el blanco.

Masen era justo el tipo que podía atraer a Isabella. Pese a su ropa cara, no era un esclavo de la moda, y el perfil de su mandíbula firme mostraba que no era ningún petimetre. Tenía un aspecto impecable y una sonrisa fácil capaz de desarmar a la persona más desconfiada. Era un joven apuesto y bien proporcionado, que cumpliría a la perfección los requisitos si resultaba a la vez ser noble y estar en bancarrota.

Phil presentó su tarjeta y aclaró en tono casual: -Me especializo en temas monetarios. Administro la fortuna de mi sobrina, lady Isabella Swam, entre otras. No dude en llamar a Grosvenor Square siempre que lo desee.

Poco después Masen se marchó con dos amigos. Phil reconoció de inmediato a Richard Barry, conde de Barrymore, a quien apodaban el Demonio. La familia Barry tenía muy mala reputación; todos los hermanos poseían más dinero que cerebro. Pues bien, Phil lanzaría la carnada y, si Masen picaba, le haría tragar el anzuelo entero siempre que, desde luego, Renne lo aceptara como un candidato respetable.

Isabella casi no podía respirar. Sabía que si la apretaban más perdería la conciencia. -Por favor, afloja un poco. No puedo respirar -suplicó. Sus ruegos no fueron atendidos."Si esto es lo que tengo que soportar para figurar en el mercado matrimonial, prefiero quedarme soltera", pensó. Le estaban aplastando los pechos y temía que fueran a quebrársele las costillas. La furia acudió en su rescate:

-¡Basta! -gritó, y se apartó con firmeza de su torturadora.

La modista soltó las cintas del corsé y buscó apoyo en Renne:

-Isabella, querida, es absolutamente necesario que uses un corsé firme con sostén. Todas las jóvenes crecidas deben sufrir estas cosas.

-Pero yo prefiero el primero que me probé. No me ceñía tanto la cintura ni me dejaba los pechos aplastados como panqueques.

Prudence se ruborizó.

-Las damas no dicen esa palabra. No es respetable.

-¿Panqueques? -replicó Isabella, incapaz de resistirse. Sus ojos chispearon con picardía al ver cómo su tía se esforzaba por mantener la compostura.

-El primero era absolutamente inadecuado -insistió Renne.

-¿Por qué? -preguntó Isabella, indignada.

-Veo que me obligas a ser poco delicada... Pues bien, te complaceré. Tienes un busto abundante, y cuando bailes se... bamboleará. Y eso no es lo peor. Algunos bailes, en estos tiempos, son tan escandalosos que hasta se permite que un hombre apoye una mano en tu persona. Si no estás bien encorsetada, ¡pensarán que no llevas nada bajo el vestido!

"Qué idea encantadora", pensó Isabella con irreverencia, y casi preguntó: " ¿Es un argumento a favor o en contra?". Pero decidió morderse la lengua.

-Nos llevaremos una docena -dijo Renne.

"Una docena durará toda una vida", pensó Isabella con desaliento.

-Puedes elegir algunos de los más flojos -concedió Renne. Diana se sintió algo más esperanzada. -Para ponértelos para dormir, debajo del camisón –agregó Renne. Las esperanzas de Diana se esfumaron. Tiró con desgana de las cintas del corsé, hasta que una ballena se le clavó en una costilla.

-No pierdas tiempo, niña. La dama Lightfoot llegará en cualquier momento para comenzar con tus clases de baile.

Isabella ya sabía bailar; su cuerpo se balanceaba con sensualidad siempre que oía música. Una vez, cuando estaba de vacaciones con su padre, había observado a los gitanos, y aquellos rápidos y exóticos movimientos se habían grabado de forma indeleble en su memoria joven e impresionable. Sin embargo, no conocía los pasos intrincados del baile de salón, que constituían una obligación absoluta para una joven de su clase. Esperaba que la dama Lightfoot tuviera música en el corazón y pasión en el alma. Sin duda, alguien que se ganaba la vida impartiendo clases de baile no podía ser del todo puritana.

Las esperanzas de Isabella se extinguieron en el instante en que posó los ojos en la dama Lightfoot. Era semejante a la diosa Juno, bien dotada en la parte superior del cuerpo, pero rígidamente embutida en ballenas. La peluca de color gris acero era tan severa como su expresión. Llevaba un bastón largo con mango de ébano, que hacía sonar contra el suelo cuando quería enfatizar algo. Obviamente, la instructora de baile contaba con la plena aprobación de Renne, ya que ésta la miraba con expresión radiante.

-Aquí tiene a su alumna, dama Lightfoot. Con toda confianza dejo a lady Isabella en sus hábiles manos. No estaría de más que le diera unas lecciones de comportamiento y etiqueta, junto con los pasos de baile. Temo que mi adorada sobrina sienta un exceso de afición por los libros, así que necesita que le inculquen lo que se debe y lo que no se debe hacer para alcanzar el éxito en sociedad.

La sargentona golpeó el suelo con el bastón mientras examinaba a Isabella de pies a cabeza. Sus ojos penetrantes no se perdían ningún detalle.

-Las dejaré solas para que se conozcan -dijo Renne al tiempo que cerraba las puertas de la sala de música.

-¿Cómo estás, jovencita? -inquirió la dama Lightfoot con altivez.

-Harta -respondió Isabella con sinceridad.

La dama lanzó una sonora carcajada que hizo pensar a Isabella que quizá no estuviera todo perdido. Luego la matrona hizo sonar el bastón con decisión.

-Comenzaremos con el lenguaje del abanico.

Isabella no entendía qué diablos tendría que ver aquello con el baile. Cuando osó preguntarle a su maestra, la mujer adoptó la actitud de un militar y respondió en tono cortante como dardos con punta de acero.

-El abanico es más importante que los pies. De hecho, todo es más importante que los pies: el cabello, los ojos, la boca, la figura, los modales, la conversación, el deseo, el vestido.

-Yo pienso que la moda para las jóvenes es detestable -se atrevió a opinar Isabella.

-¿De veras? -respondió la dama, cuyas arrugas de la cara parecían estar congeladas. Isabrlla casi se mordió la lengua, pero había comenzado y debía terminar. -Las faldas son tan voluminosas que cubren por completo el asiento de un carruaje, siempre y cuando una logre pasar por la puerta. Las pelucas salpicadas de talco son tan altas que es un milagro que los pájaros no aniden en ellas. Pero lo peor es el corsé: las ballenas son tan rígidas que se clavan en el vientre cada vez que una se inclina hacia adelante.

La dama levantó tanto las cejas que casi desaparecieron bajo la peluca: -"Vientre" es una palabra que una dama no debe pronunciar jamás. Veo que has recibido una educación muy liberal y poco ortodoxa. -La sargento se estiró todo lo que le permitía su estatura, dio dos golpecitos en el suelo y proclamó: -A pesar de todo, haré de ti una debutante exitosa.

-Eso es lo que temo -murmuró Isabella entre dientes. Sin embargo, comenzaba a divertirse, de modo que decidió escandalizar por completo a la dama Lightfoot-. ¡En la época medieval las damas dormían completamente desnudas! La iglesia condenó los camisones por escandalosos y obscenos, porque tentaban a los hombres a cometer actos lascivos y lujuriosos. Por supuesto, aquellos primeros camisones no podían compararse en lo más mínimo con las prendas "respetables" que uso yo para dormir... ¡por desgracia!

La dama Lightfoot hundió una mano en su pequeño bolso, destapó una botellita e inhaló una generosa dosis de sales. Luego, para así dar fin a tan inquietante conversación, tomó de pronto un abanico, lo abrió con fuerza considerable y lo tendió a su alumna.

Antes de que concluyera la lección, Isabella aprendió que los mejores abanicos tenían varas de marfil recubiertas de gasa, encaje o seda pintada. Aprendió, además, lo que significaba espiar con timidez por detrás del abanico, mirar por encima del borde superior o echar un vistazo por un costado. Fue todo lo que pudo hacer para evitar reírse en la cara de la profesora.

Al cabo de una hora, la dama Lightfoot se mostró satisfecha de que Isabella hubiese aprendido el arte del flirteo. Imágenes cómicas de jóvenes atractivos pasaron fugaces por la imaginación de Isabella.

-Ahora que domino el arte del flirteo, ¿con quién lo practico?

La sargento clavó la mirada en la joven. -Permitiré que seas tú misma quien responda.

-Me gustaría flirtear con el peligro.

Se prolongó el silencio entre ambas. Al fin la matrona observó:

-Tienes un alma inquieta, así que te confiaré un pequeño secreto que la sociedad oculta a las damas inexpertas. Una vez que ha logrado un matrimonio respetable y procreado un heredero, una joven puede llevar una intensa vida social, libre de las trabas que limitan a una mujer soltera.

-Es el primer comentario atrayente que oigo acerca del matrimonio - contestó Isabella, que absorbió con avidez la información.

Renne regresó a la sala de música, ansiosa por saber qué bailes había aprendido Isabella.

-Usted se apresura demasiado, señora Swam. Lady Isabella es un diamante en bruto. Para convertirla en un diamante pulido es necesario un poco de relación social. Yo enseño los pasos de baile en mi estudio de Mayfair, donde disponemos de espacio para hacer justicia al minué, la contradanza y el reel escocés. Aquí tiene mi tarjeta. –Golpeó el suelo con el bastón-. La espero allá el lunes a las dos de la tarde.

Espero les gueste mucho la historia, soy consciente de que el inicio es algo lento por todo el proceso de presentación de los personajes, pero prometo que vale la pena