Una pequeña historia que se me antojó escribir. Muy cortita y muy cursi, pero me apetecía despistarme un poco con algo nuevo y sencillo. Espero que la disfruten.
Despertar
A las cinco y media en punto sonaba el despertador todas las mañanas, con ese pitido estúpido que se cuela por los oídos, ese que se las ingenia para penetrar muy hondo en tu cabeza y reverberar hasta que no puedes soportarlo ni un minuto más. Y ese día no iba ha ser ninguna excepción, por supuesto. Por eso, cuando el maldito cacharro comenzó a pitar con su irritante vocecilla, Hermione ni siquiera se molestó en abrir un ojo, pero pudo sentir, con la claridad que tan sólo te da una mente despierta, el movimiento torpe y brusco que se produjo en el otro lado de la cama, causando el cese de ese chillido aberrante. Se limitó simplemente a darle la espalda con un gruñido apagado.
Ese día seguía teniendo sueño.
La alarma se había callado y el cuerpo que se revolvía a su lado seguía en un coma casi tan profundo como en el que se encontraba antes de que el aparato sonara. Cosa tampoco nada nueva. Era así, todas las mañanas de lunes a viernes, algún sábado y, de forma excepcional, algún domingo. Sabía que la alarma se repetiría otra vez, media hora más tarde. Después otra vez, tras otros treinta minutos de duermevela agónica por su parte. Y los días en los que ella no tuviera que levantarse a esa hora, fuera por el motivo que fuere, volvería a tocar otras dos veces más repartidas en intervalos de quince minutos.
Y así todas las mañanas, porque de otro modo no había forma humana de resucitar al cuerpo inerte que descansaba en el otro lado del colchón.
Era algo que hacía años que había aceptado.
Esa estúpida manía de su esposa la había desquiciado hasta la locura tiempo atrás, sabiendo que su sueño era mucho más ligero, pero con el tiempo, inevitablemente, se había acabado acostumbrando, como con muchas otras cosas de su relación. Pero qué le iba a hacer, a pesar de todo, era terriblemente feliz.
Y el despertador comenzó a pitar otra vez porque, ¿cómo podía ser de otra forma? Y para Hermione fue como si acabara de sonar apenas dos minutos antes, como si sólo hubiera sido capaz de dormir dos segundos más.
Su mujer volvió a removerse, arrastrando las sábanas con ella, otra novedad irónica. No le importó, no del todo, después de todo seguía teniendo los pies metidos debajo de la manta. Suspiró con cansancio, se giró, mirando hacia el techo, nuevamente sin abrir los ojos. Evitó pensar en nada, desesperada por aprovechar sus últimos treinta minutos de descanso. La mente se le comenzó a arremolinar en ese zumbido agradable que llega cuando comienzas a perderte en los abismos del sueño.
Le duró poco. Un segundo exacto después un puño sacudió su nariz con un golpe sordo y sin miramientos. Sin ninguna vergüenza. Y su propietaria siguió durmiendo sin inmutarse siquiera.
-¡Ginny!- gritó ella apretándose el apéndice herido.
-¡Qué!- murmuró la mujer con una alerta minada por el sueño, incorporándose sobre los codos- ¿Pasa algo, Herms?
Los ojos de su esposa se abrieron desmesuradamente, observando como su cónyuge apenas abría los propios siquiera.
-¿Qué si pasa algo? ¡Casi me rompes la nariz, eso es lo que pasa!
Ginny parpadeó un par de veces, intentando despejar un poco la mente. No le sirvió de nada.
-No seas exagerada, cariño. Ni siquiera sangra- contestó con morriña-. ¿Verdad?- añadió luego algo alarmada.
La castaña seguía mirándola con asombro y algo de esa rabia involuntaria que te nace en esas ocasiones, cuando te levantas de la cama a regañadientes y encima te tocan las narices, literalmente. Deslizó los pies por el borde de la cama, dándole la espalda molesta, preparándose para abandonar el lecho y a la insensible que en él descansaba. La luz de la mesita se encendió. Por arte de magia.
-No, no sangra- contestó enfadada enfundándose las zapatillas-. Son casi las seis y media. ¡Levántate ya si no quieres llegar tarde porque yo no voy a volver a subir!
Atrapada momentáneamente por un instante de lucidez Ginny se incorporó en la cama, agarrándola por el hombro con su destreza de cazadora. Se arrastró con pereza sobre la cama, quedando a su espalda.
-Lo siento, mi amor- ronroneó con esa vocecilla de arrepentimiento que sabía que podía con toda su determinación-. Sabes que cuando estoy dormida no me entero de nada. Déjame ver.
Con la mano en el mentón impulsó su cara hacia ella, incluso bajo esa luz tenue podía observarse el enrojecimiento de la piel de la zona, pero no había sangre, ni hinchazón y menos parecía haber nada roto. Y Ginny tenía mucha experiencia en eso como para asegurarlo.
-¿Ves? No tienes nada. Perdóname, cariño.
Lo siguiente fueron sus ojillos, esos ojillos celestes oscurecidos por la falta de iluminación del dormitorio, a los cuales Hermione cedía mucho más a menudo de lo que estaba dispuesta a admitir.
-¡Oh, Ginny, qué voy a hacer contigo!- suspiró sobre sus labios, abandonando un beso en ellos cuando hubo acabado la frase.
El primer beso del día siempre era especial para Ginny. Para ella, ningún otro, por apasionado o tierno que fuera, guardaba el cariño anhelante que contenía ese beso. Aquel que se calentaba por el abrazo de tu amante pero que la inconciencia del sueño forzaba a la separación.
-Quererme- contestó con esa chulería innata que había salido a la luz cuando su puesto en el quiddich había llevado a múltiples revistas a alabar tanto su habilidad como su belleza.
-Si no fuera así no sabría por qué te soporto.
-¡Oh, vamos, tampoco es para tanto!
-¿Qué no es para tanto?- rió Hermione.
Ginny apoyó la cabeza en su hombro, posando la mitad de su peso sobre su cuerpo. Cerrando los ojos de nuevo.
-No.
-¿Qué?- dijo con una sonrisa, apartándola con un empujón ligero- ¡Ginny, ya me has hecho sangre dos veces!
-¿Sólo dos?- se burló la pelirroja- Eso no es ni una sexagésima parte de las veces que he sangrado yo.
-¿Sexagésima? No sabía que conocías esa palabra- le devolvió la broma-. Además, eso no vale. ¡Tu trabajo consiste en que te tiren cosas a la cara continuamente!
Ginny fingió una cara de dolor profundo.
-¡Eso me ha dolido, Hermione! Mi trabajo es mucho más que eso- se defendió ante el menosprecio sobre sus habilidades sobre la escoba.
La menor se cruzó de brazos con una carita refunfuñona.
-¡Ohh!- ronroneó Hermione con dulzura- Mi niña grande se ha ofendido.
La castaña se inclinó sobre su esposa, intentando atrapar sus labios como perdón, pero esta se apartó.
-Dame un beso.
-¡No, discúlpate!
Pero Hermione atrapó su cara entre sus manos, con suavidad, y sonrió sobre su boca.
-Idiota- susurró antes de besarla.
Los dedos de Ginny le hicieron cosquillas en la nuca cuando se enredaron en su cabello.
-Tienes suerte de que te quiera como lo hago- rezongó la pequeña.
-Sabes perfectamente que nadie más podría aguantarte lo que yo.
-Ja, ja- contestó irónica, apoyando nuevamente la cabeza sobre su hombro, cerrando los ojos.
-Te quiero- dijo Hermione antes de besar su frente con ternura.
-Te amo- sonrió Ginny sobre su piel.
Pasaron unos instantes así, en silencio.
-Ginny.
-¿Qué?- contestó con la voz embebida una vez más en el sueño.
-Ya es la hora. ¡Arriba!- apremió sonriente, sabiendo cuales eran las intenciones de su esposa.
Ginny emitió un gemido lastimero mientras se escurría sobre su cuerpo hasta acabar hecha un ovillo en su regazo. Las hebras rojizas caían sobre sus rodillas, haciéndole cosquillas, Hermione observó un mechón solitario que se escurría entre sus muslos y no pudo más que atraparlo entre sus dedos y colocarlo con cuidado tras su oreja, con ternura.
-Nooo…- rezongó con pereza.
-¡Venga, dormilona!
-Uhmm… Vamos, Hermione- murmuró estirándose sobre sus piernas-. Que tengo que dormir por dos.
-¿Dormir por dos? Tu duermes por cuatro al menos- dijo sin poder evitar que se le escapara una risilla burlona.
-Claro- dejó a la vista sus ojos celestes-. Soy deportista. Mi trabajo me cansa el doble.
Hermione besó su nariz.
-Lo que yo digo. Por cuatro. ¡Venga!
Y de un empujón la tiró de la cama, confiando en sus reflejos de cazadora.
-¡Hermione!
La mayor se levantó de la cama con una sonora carcajada. El frío de la mañana azotó su cuerpo caliente. Se envolvió en su bata antes de dirigirse al baño.
-¿A que jode?- se burló ya en el marco de la puerta.
Ginny enarcó una ceja, mirándola con un gesto de guasa.
-¿Jode? Ni siquiera sabía que podías decir palabras como esa sin ruborizarte.
Hermione abrió la boca sorprendida, se mordió el labio, miró a su alrededor en busca de algo que le sirviera. En la cómoda que quedaba al lado de su puerta estaba el peluche que le había llevado a su esposa la primera noche que esta tuvo que pasar en el hospital tras un partido. Lo agarró y lo lanzó contra la cabeza pelirroja que se reía ya con ganas.
Ginny podría haberlo esquivado, si lo hubiera visto. Pero se reía con los ojos cerrados y el animal de juguete le dio justo en el centro de la cara.
-Te odio- se despidió la castaña antes de desaparecer por el pasillo con una sonrisa.
-Yo también te quiero.
