La idea de escribir yo misma un fic slash sobre Remus y Sirius lleva ya mucho tiempo dándome vueltas en la cabeza, pero nunca terminaba por encontrar ideas que me convencieran o del tiempo necesario para sentarme a escribir (de verdad, necesito más horas en mi día a día. 24 no llegan, no son suficientes).
Hasta que hace unas semanas, una mañana me desperté especialmente inspirada y decidí buscar en mi apretada agenda un huequecito para escribir.
Lo escribí para mí, porque me apetecía, porque tenía ganas y porque necesitaba evadirme un poco de mi vida en el mundo real (que adoro, que quede claro, pero a veces una se satura); sin intención de publicarlo.
Pero claro, Alwin tenía que leerlo, sí o sí. Se lo pasé y ella me ha animado a que lo publique. Así que aquí estoy.
Se lo dedico, por supuesto, a ella, pero también a Daia Black, Dzeta y otras autoras que son las culpables de mi obsesión por estos dos ;) XD.
Espero, sinceramente, que os guste. Llevo muchísimo tiempo sin escribir nada y estoy algo oxidada, así que espero estar a la altura. Se agradecen reviews.
CAPÍTULO I: Verano
No podía evitarlo. Apenas hacía dos segundos que se había quedado solo, tumbado boca arriba sobre el mullido césped y empapándose de la vitamina D de los rayos del sol, y todos sus pensamientos ya se habían desviado hacia él. Hacía mes y medio que no lo veía; que no disfrutaba de su presencia, de sus sonrisas, de su olor… incluso echaba de menos su paciente pero tenaz forma de pedirles que se comportaran y no avasallaran a los alumnos de Slytherin. 46 días sin su presencia…
Sirius suspiró. Y a continuación hizo un mohín. Él no era de los que suspiraba. Para nada. Él era de los que se reía y se metía con los que suspiraban así, como unos tontos y estúpidos enamorados. Se lanzaría a sí mismo un hechizo Levicorpus si pudiera… ¿Podría? Algún día quizá lo intentase. Pero él seguro que lo desaprobaría. Ya se estaba imaginando la cara que pondría. Primero de horror ("¡Canuto, es que te has vuelto loco! Que ni se te ocurra hacerlo"), luego de incredulidad y desconfianza ("Es una broma, ¿verdad?, dime que es una broma, por favor") y por último de resignada aceptación ("No, no es una broma. Lo vas a hacer"), seguida de una advertencia ("Pero luego, cuando te hagas daño, no vengas a mí a quejarte"). Sin embargo, justo antes de que llevara a cabo la travesura en cuestión le diría "Ten cuidado, ¿vale?".
Y Sirius, el que nunca tenía cuidado, el que primero hacía y luego pedía permiso, el que no pensaba en las consecuencias de sus actos hasta que ya era demasiado tarde… tendría cuidado si él se lo pedía. Y solo porque era él quien se lo pedía.
Volvió a suspirar. Mientras veía sin ver una pequeña nube solitaria que pululaba por el cielo intentó recordar cómo había empezado todo. ¿Cuándo, exactamente, se dio cuenta de que le gustaban los chicos? Aunque, para ser sincero, solo le gustaba él. Nadie más. Tampoco quería pensar en otros… No, no quería pensar en otros.
Hacía un año, el verano anterior, Sirius empezó a verse con una chica, Eloise o algo así se llamaba. Al principio todo fue fantástico, alucinante, novedoso, excitante, maravilloso, prodigioso… Pero antes de que finalizaran las vacaciones de verano, gran parte de esa magia había desaparecido por completo. No le dio mayor importancia. Al fin y al cabo, no buscaba nada serio.
Empezó un nuevo año en Hogwarts y más chicas se sumaron a la recién estrenada lista de conquistas de Sirius Black. No fueron muchas, aunque sí muy seguidas, por lo que fue inevitable que le pusieran la etiqueta de Don Juan.
Después de esas dos o tres chicas, no hubo ninguna más. Nadie sabe por qué. Y Sirius tampoco es de los que da explicaciones a los demás de cómo maneja su vida. Secretamente, los merodeadores se alegraron de que todo volviera a la normalidad y de que volvieran a estar los cuatro siempre juntos. Sin Sirius, la vida era un poco menos divertida y mucho más aburrida.
Un pensamiento fugaz. Una idea que le asaltó de improviso. Así empezó todo. Así cambió todo.
Recordaba estar en la sala común, sentado al lado de la chimenea. James estaba al otro lado de la sala intentando, sin muchos resultados, entablar una conversación con Evans; y Remus estaba explicándole algo de la última clase a Peter. Sirius estaba ensimismado en sus cosas, algo preocupado porque se había dado cuenta que con todas las chicas con las que había estado enseguida se aburría. Así de pronto, ya no le apetecía besarlas ni estar cerca de ellas. ¿Era eso normal? Por lo que él sabía, no. Se supone que debería ser todo lo contrario. ¿Sería problema de él, entonces? ¿O es que no había encontrado a la adecuada? Debía ser eso, sí, seguramente.
Y mientras seguía dándole vueltas al asunto, se fijó en Remus, más concretamente en sus labios. Y un inesperado pensamiento le asaltó: ¿cómo sería besar a Remus?
Esa repentina idea llegó sin ser invitada y ya no le abandonó más.
- ¿Aún sigues así? Pensé que ya estarías calentando – le dijo James cuando llegó a su lado mientras dejaba caer al suelo una gran y hasta los topes bolsa de Quidditch.
- Y eso estoy haciendo, ¿o no me ves? Se está muy a gusto aquí al sol. ¿No podríamos dejar el entreno para más tarde?
- Venga, Canuto, no me seas holgazán. Vamos a entrenar un poco.
- ¿"No me seas holgazán"? – Sirius se sentó y le dirigió una socarrona mirada a su mejor amigo – Me recuerdas a la profesora Straus, ¿te acuerdas de ella? "No me sea holgazán, señor Black, y haga el favor de copiar todo el enunciado" – dijo poniendo una vocecilla aguda y con cierto acento germano.
- No digas eso ni en broma – dijo James, horrorizado por un momento ante la idea de parecerse a la antigua profesora de Defensa contra las Artes Oscuras -. Lo siento, se me ha pegado la maldita frase. Es que este fin de semana vino mi abuela de visita y se pasó gran parte del tiempo insinuando que soy un holgazán, digo, un vago.
- Eres un vago.
- No lo soy.
- Lo eres.
- Cállate Chucho Pulgoso. Yo no soy un vago. Tú sí. Levanta el culo y ponte a entrenar ahora mismo.
- ¿Y ahora te conviertes en un capitán tirano? Pues paso – y Sirius volvió a tumbarse sobre la hierba, dejándole bien claro a su mejor amigo que no le apetecía nada en absoluto ponerse a entrenar al Quidditch en plena tarde calurosa de un sábado a mediados de Agosto.
- Oh venga, Canuto. Deberíamos entrenar algo. Este va a ser nuestro último año. Mi último año como capitán del equipo y me gustaría, no, NECESITO ganar la copa Quidditch. Por favor, Sirius, por favor. Ayúdame un poco.
- Mmmmm, no sé. Quizás, si te pones de rodillas y suplicas un poco más… ¡Es broma, es broma! – se apresuró a gritar Sirius cuando vio que su amigo le lanzaba una bludger -. Escucha, Cornamenta. Admiro tu determinación y tu compromiso para con el equipo y demás chorradas que se suelen decir, tú ya me entiendes; y te prometo que voy a tomármelo en serio, que no faltaré a ningún entreno y que te ayudaré en todo lo posible para que sea nuestro mejor año y nos llevemos la copa de una vez por todas. Pero tío, estamos de vacaciones, es sábado, son las tres de la tarde y hace un calor que haría que se derritiese hasta el más gélido de los dementores. ¿No podríamos ir a darnos un chapuzón al río? Relájate un poco, en serio, o te va a dar algo incluso antes de empezar el curso. Y entonces no podrías ver a Evans – terminó Sirius giñándole un ojo a su amigo.
- Está bien – dijo James a regañadientes dejando caer al suelo todo el material deportivo que ya tenía en las manos -. Está bien. Puede que tengas razón.
- Pues claro que la tengo – Sirius se levantó y palmeó a su amigo en la espalda -. Venga, Cornamenta, el último que llegue al río es una babosa carnívora.
Y con un rápido movimiento cogió una de las escobas que James había traído, saltó sobre ella y raudo como el rayo, salió volando disparado hacia el río riendo a carcajadas mientras James le imitaba a unos metros de distancia.
Los días de agosto fueron pasando, la mayoría de ellos bulliciosos y escandalosamente divertidos, otros improductivos y perezosos. Y cuando quisieron darse cuenta, las vacaciones ya se habían terminado y los chicos preparaban sus baúles para el día siguiente.
- ¿Has visto mis calcetines de la suerte? – preguntó James levantándose del suelo después de echar un vistazo debajo de su cama y colocándose bien las gafas – No los encuentro. Necesito mis calcetines de la suerte para los partidos. ¿Dónde diablos estarán? ¿Los has visto? No los habrás cogido tú, ¿no?
- Ni por todo el oro de Gringotts toco yo eso – exclamó Sirius asqueado, pensando en ese par de calcetines de James que nunca habían visto ni el agua ni el detergente.
- No están. Llevo media hora buscando y no los encuentro.
- No me extraña – dijo su amigo mirando alrededor. En aquel dormitorio había tal desorden y caos que parecía imposible que alguien pudiera encontrar algo -. Cualquiera diría que hemos conjurado un tornado aquí dentro y acto seguido una pequeña familia de Duendecillos de Cornualles borrachos hubiese decidido montar aquí una fiesta – dijo mirando para todos lados y por último deteniéndose unos segundos a observar un libro abierto pegado al techo de la habitación, al lado de una extraña mancha de color violeta intenso.
- ¡Ey! El libro de Encantamientos. También lo estaba buscando. ¿Cómo habrá llegado ahí arriba? No recuerdo muy bien… ah, sí, ya me acuerdo – dijo volviéndose hacia Sirius, y los dos rompieron a reír a carcajadas.
- Yo bajo el libro y tú buscas los calcetines – se ofreció Sirius.
Veinte minutos después, Sirius ya le había devuelto el libro a su dueño y también tenía preparado todo su equipaje, pero los calcetines de James seguían sin aparecer. Éste, pasándose las manos por la cabeza en un gesto desesperado y despeinándose todavía más de lo que ya solía estar, decidió que ya era hora de preguntarle a su madre y salió de la habitación.
Sirius se tiró sobre su desecha cama y cogió una fotografía de su mesilla de noche. Estaba algo arrugada y manoseada, pero no le importaba. Era una de las pocas pertenencias que había cogido de su cuarto, mejor dicho, de su antiguo dormitorio en casa de sus padres, antes de huir de allí. En ella salían Sirius, James, Remus y Peter un soleado día a orillas del lago de Hogwarts. Todos sonreían o ponían muecas. Entonces Sirius estiraba el brazo y tocaba un hombro de Peter sin que él le viera y éste se giraba a mirar al otro lado mientras los otros tres se echaban a reír.
Pero en ese instante, allí tumbado sobre la cama, Sirius sólo tenía ojos para una persona. Llevaba dos meses sin verlo y ese último día se le estaba haciendo eterno, una auténtica tortura.
¿Cómo sería besar a Remus? ¿A qué sabría? ¿Y su piel? ¿Serían sus manos ásperas o suaves? Una pregunta había llevado a otra, y cada pensamiento a otro más.
Al principio había intentado reprimirlos. Cada vez que le asaltaban, procuraba pensar en otra cosa, incluso recitaba todos los hechizos que conocía en orden alfabético y luego al revés. Porque aquello no estaba bien, no debería ser. Los chicos no se fijaban en otros chicos, y mucho menos fantaseaban con besarlos o cosas peores.
Se lo había dejado muy claro en una ocasión su madre, que había decidido mencionar al invertido y deshonroso primo segundo por parte de su padre, un tal Leonard Wilfred, y que este, por lo visto, era un ameno y educativo tema de conversación para la hora de la cena en familia.
Aunque, para ser sinceros, ¿acaso alguna vez Sirius seguía la directrices que tan recta e incansablemente le imponía su queridísima madre Walburga Black? Un rotundo no. Sirius nunca estuvo de acuerdo con los ideales para y por los que se regía su familia, así que un día decidió que su interés hacia Remus no tenía nada de malo.
Pero había un gran problema. Bueno, varios. Puede que a él no le importase que la persona por la que se sentía atraído fuese también un chico, pero estaba claro que para los demás sí representaba un problema. No es que a él le importase lo que el resto del mundo pensara de él, pero sí le importaban sus amigos. Lo eran todo para él. Eran su familia, podría decirse que su única y verdadera familia. No quería precipitarse y perderlos por un estúpido encaprichamiento.
Y lo más importante: seguramente si Remus se enterase de lo que pasaba por la cabeza de Sirius, además de sonrojarse hasta las raíces del pelo, se escandalizaría, horrorizaría y huiría lo más lejos posible de él. Y Sirius preferiría morir antes que perder a Remus.
Pero los meses fueron pasando y Sirius cada vez pensaba más en él y no como un simple amigo. Ya no era solo atracción. Anhelaba su compañía, su voz y sus escasas sonrisas (no tan escasas cuando estaban solo los cuatro). Le escuchaba siempre, aunque hablase de la última soporífera clase de historia de la magia del profesor Binns. Estaba siempre pendiente de él, de que ningún desalmado de Slytherin, en especial el tonto del culo de Snape, se le acercara o se atreviera a mirarlo por encima del hombro siquiera. Permanecía a su lado las noches de luna llena bajo la forma de Canuto, sufriendo impotente ante el horror que su amigo debía pasar una vez al mes.
Más o menos seguía haciendo lo mismo de siempre, proteger a su amigo y permanecer siempre a su lado, pero ahora todo era distinto. Sus sentimientos eran distintos.
Cuando acabó el curso y llegó el momento de separarse durante las vacaciones, Sirius tuvo que rendirse a la evidencia de que se había enamorado de su amigo Remus. Estaba terriblemente enamorado y colgado de él. ¿Quién se lo habría podido imaginar?
Y Sirius se había pasado gran parte del verano pensando qué hacer con todo eso. ¿Debería declararse a Remus? Cada vez se le hacía más difícil seguir fingiendo que no sentía nada más que una gran y bonita amistad. ¿Y James? Él era su mejor amigo, como un hermano para él y al que nunca le había ocultado nada. No era justo que le escondiese un secreto tan grande e importante. Y menos después de que la familia Potter le hubiese abierto las puertas de su casa de par en par y acogido ese verano; después de que Sirius, harto ya de la tensa y difícil situación en su casa con sus padres, hubiera tomado la decisión de irse para no volver jamás.
- Ey, mira lo que nos ha preparado mi madre.
- ¿Qué? – preguntó Sirius aún algo distraído y volviendo a posar la foto en la mesita de noche.
- ¡Tortitas! – continuó James -. Hacía tiempo que no las hacía. Qué bueno tenerte aquí.
- Por supuesto. Porque lo mejor de que ahora viva contigo es que tus padres se contienen a la hora de regañarte aunque tu dormitorio esté hecho una leonera y que tu madre haga tortitas para merendar.
- Pues claro. Sino, ya te habría dado la patada.
- Me alegra – dijo Sirius mientras le tiraba su almohada a James - que mi desgraciada y desafortunada vida familiar y posterior huida al menos hayan servido para hacerte feliz.
- Tú me haces feliz – dijo guiñándole un ojo.
- Seguro que no tanto como las tortitas.
- ¡Cómo lo sabes! Además, traen sirope de chocolate.
- Claro, claro.
- Oye, Canuto – dijo James sentándose al lado de su amigo con el plato de tortitas -. ¿Estás bien?
- Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?
- Por nada – contestó no muy convencido.
- ¿Atacamos de una vez ya estas tortitas?
Durante unos minutos ninguno dijo nada mientras devoraban la deliciosa merienda. Pero cuando ya casi estaban terminando, James, con los dientes sucios de chocolate y todavía masticando un trozo de tortita, volvió a insistir.
- ¿Seguro que estás bien? – Sirius puso los ojos en blanco – Sé que no te gusta hablar del tema,
- No hay nada de qué hablar.
- y quiero que sepas que aquí me tienes para todo lo que necesites,
- Lo sé, Cornamenta, lo sé.
- pero no puedo ni imaginarme lo que debe ser marcharse de casa, romper de esa forma con tu familia,
- Mi familia no es como la tuya, James.
- Lo sé, nos lo has contado muchas veces, pero aun así, es tu familia. ¡Se trata de tus padres, de tu hermano!
- ¡James! James. Tranquilo. Sé que te preocupas por mí. Pero estoy bien. Irme de esa casa es lo mejor que me ha pasado nunca, después de conoceros a vosotros. Mis amigos, vosotros, lo Merodeadores, sois mi verdadera familia.
- Dices que estás bien, pero últimamente te veo tan distante y distraído…
- ¿Lo estoy?
- Lo estás. Supongo que es normal.
- Sí, supongo – dijo Sirius encogiéndose de hombros. ¿Debería contárselo ahora? ¿La verdadera razón por la que estaba tan distraído? – Lo siento, James. Pero de verdad, estoy bien. Algo enfadado con ellos todavía y sí, también algo asustado, no te voy a mentir. Pero es lo mejor para mí. Créeme, es lo mejor y me siento feliz.
- Enfadado, asustado, feliz. Creo que es la vez que más sentimientos te he escuchado decir. Debes estar madurando, amigo mío. No te reconozco.
- La culpa es tuya, memo, por preguntar. Me haces hablar de mis sentimientos y eso no me gusta.
- Si quieres te hablo yo de los míos.
- ¡No! Noooooo, por favor. No más Lily Evans, te lo suplico – dramatizó Sirius, poniendo cara de verdadero espanto.
- ¡Idiota!
Y el momento serio desapareció, dando paso a otra batalla campal entre amigos en una habitación que al cabo de unos minutos quedó, si es que eso era posible, todavía más desordenada.
