forever in your eyes

Capitulo: 1

XX

Era como en todos sus sueños. Él estaba ahí, vestido como siempre de negro esperándola en el medio del ostentoso salón.

Solo en sus sueños podía darse la libertad de vivir la fantasía sin tener que molestarse en pensar sobre las obligaciones que le correspondían como una futura condesa.

Su tía Ann le había contado sobre esas responsabilidades. Respeto y obediencia principalmente eran las más importantes que ahora parecían pesar demasiado más con el tiempo de la boda cada vez más cercano.

–Se…Sebastián… –susurro con la cara apoyada en la superficie fría de la mesa.

– Si lady Elizabeth–respondió Sebastián ignorante de que Elizabeth lo llamaba en sueños.

– ¿Lady Elizabeth?

Poniéndole una mano enguantada en el hombro la hizo saltar fuera de sus sueños.

– ¿Qué pasa? –cuestiono sorprendida parpadeando un par de veces aun somnolienta.

–Bueno usted me llamo…

Sonrojada al extremo por los recuerdos de su sueño ella se enderezo completamente.

–Si… ¿dónde está Ciel?

Con las espalda recta como siempre Sebastián se quedó mirando hacia la puerta.

–Hace más de dos horas que salió a la ciudad–dijo con calma.

–Oh… ¿de verdad?

Incomoda se levantó y comenzó a deambular por la habitación extrañando al mayordomo oji rubí.

–Entonces yo supongo que me voy…

Estaba por tomar la perilla de la puerta cuando Finni entro abruptamente tirándola por poco al suelo.

– ¡Lady Elizabeth!, ¡lady Elizabeth! –llamo una y otra vez. –Tiene visitas…

– ¿Visitas? –pidió ella levantando una ceja.

–Si…un enviado de su padre…

Ampliando los ojos de repente ante la mención de su padre Elizabeth salió corriendo del despacho por las escaleras hacia el salón donde se topó con un hombre uniformado de pie junto a la chimenea.

Era el mismo que le vio a su padre antes de que el saliera de la finca Mildenfort hacia los campos de batalla, obviamente por órdenes de su majestad.

–Buen día –dijo dándose la vuelta mirándola directamente a los ojos.

–Buen…día…

Confundida continúo a mirar hacia el rostro del misterioso invitado. Él no era alguien de la confianza de su padre, eso se notaba con la primera mirada. Bien gracias a sus facciones finas podría compararlo con Sebastián quien estaba silenciosamente detrás de ella.

– ¿Es acaso la señorita Elizabeth Ethel Cordelia Mildenfort? –pregunto mientras dirigía una que otra mirada burlona a Sebastián.

–Si…usted… ¿usted es enviado de mi padre…Eduwart Mildenfort?

Asintiendo una sola ves levanto la mano y le mostro la chaqueta mal techa donde Elizabeth pudo ver con gran consternación las condecoraciones que alguna vez lucio su padre.

Lentamente enfoco los ojos en los dorados de él y sintiéndose insegura de querer escuchar la respuesta lo ínsito a que continuara.

–Yo y su padre fuimos… cercanos, mi nombre es Claude Faustus… su mayordomo…

– ¿Mayordomo?, pero… ¿y mi padre?

Claude suspiro.

–Murió…

Bajando la cabeza suspiro y luego se desmayó justo en los brazos del apuesto mayordomo quien casi podía matar con la mirada que le dio al ojidorado.

XX

Ciel recién llegaba a la mancion después de una muy necesitada tarde lejos de todo el escándalo y al entrar se dio cuenta del invitado de más que tenía con Sebastián una intensa pelea de miradas.

Enserio que sintió escalofríos cuando vio los ojos que solo en una ocasión había presenciado en su máxima expresión de maldad.

–Elizabeth…

Caminando con prisa hacia su prometida Ciel envió una mirada cuestionante a su mayordomo pero él seguía pendiente de no apartar los ojos del otro hombre.

–Sebastián–llamo sorprendido.

–Ya viene el medico Sebastián–Finni dijo con una sonrisa para después saludar a su amo con el mismo entusiasmo.

– ¿Que paso? –cuestiono mejor el conde a su sirviente ya que Sebastián al parecer no reconocía su presencia.

–Lady Elizabeth se desmayó por la noticia.

Ciel seguía sin entender.

– ¿Cual noticia?

–Bueno…–titubeo Finni inseguro si debía decir lo que escucho.

–El marqués de Mildenfort murió.

Enderezando su postura Claude respondió con un gesto indiferente mientras apartaba sus ojos del otro mayordomo para ver al pequeño conde.

– ¡Que!... pero… ¿cómo?

–Un ataque enemigo… una emboscada…

Finn el único que parecía verdaderamente afectado por la noticia juntos sus manos y lanzo una exclamación horrorizada. Él no lo había conocido en persona, pero su buen corazón sufría por cada desgracia.

– ¿Mi tía lo sabe?

–La señora esta ahora siendo atendida por madame Red, ella me envió por su hija.

Ciel echo un vistazo entonces a su prima y suspiro.

–Sebastián prepara mi carruaje.

Regresando a usual perfecta fachada de hombre fiel a su contrato él asintio y llamo a Finni para que avisara a los demás siervos.

–Iré a preguntar cómo están las cosas.

Levanto su bastón y con calma ando hacia su oficina donde podía hablar tranquilamente por teléfono. Solo cuando escucho la puerta cerrada el oji rubí se volvió a enfrentar a Claude.

–¿Qué haces tú aquí?

–Nada que te interese.

Sacando un par de lentes Claude con toda la calma del mundo se los coloco sobre la nariz para después empujarlos en su respectivo lugar con un dedo.

–Ahora si me disculpas.

Camino hacia Elizabeth y la tomo en sus brazos para después caminar hacia donde supuso estaría ya listo el carruaje del conde Phantomhaive.

Su delicadeza bien era idéntica a la que usaba para dejar un plato sobre la mesa. Ella después de todo era el recipiente del alma que en todos sus siglos de existencia ambicionaba más que cualquier otra cosa.

XX

Ciel junto a Maylene y Bard no tardó en aparecer después de informarse sobre la situación de su tía. Robert, el simple mayordomo de la mancion Mildenfort le conto sobre su estado de salud.

–Ya está todo listo, vamos…

Sebastián asintio y camino detrás de su amo hacia el carruaje donde a Claude ya instalado.

XX

En la mancion Mildenfort la madre de Elizabeth después de escuchar la terrible noticia de aquel extraño hombre callo en una especie de Shock que la mantenía inconsciente en la cama.

Madam red como una doctora buscaba hacerla volver de ese sueño con todo tipo de remedios que se le podían ocurrir. Pero al final era inútil.

–Ya no sé qué más hacer–dijo suspirando con resignación desechando las sales que Grell le trajo hace apenas unas horas. –Simplemente es como si prefiriera dormir

Grell a su lado aprovecho que eran los únicos en la habitación para poder actuar tal y como era.

–Bien podría estar muerta.

Madam red fruncido el ceño ante el comentario.

–Señora ya han llegado–dijo Robert entrando de repente.

–Qué bueno…

Salieron hacia la entrada donde el grupo ya había pasado hacia el interior. Pero la sorpresa fue la aparición de aquel mismo hombre que trajo esa mala noticia…Claude Faustus…

XX